Rosario Castellanos - Privilegio del suicida

El que se mata mata al que lo amaba.

Detiene el tiempo -el tiempo que es de todos

y no era sólo suyo-

en un instante: aquel en que alzó el vaso

colmado de veneno;

en que segó la yugular, en que

hendió con largos gritos el vacío.


Ah, la memoria atónita, sin nada más que un huésped;

la atención que regresa como un tábano

siempre hasta el mismo punto intraspasable

y la esperanza que amputó sus pies

para ya no tener que ir más allá.


Ay, el sobreviviente,

el que se pudre a plena luz, sepulcro

de par en par abierto,

paseante de hediondeces y gusanos,

presencia inerme ante los ojos fijos

del juez ¿y quién entonces

no osa empuñar la vara del castigo?


¡Condenación a vida!


(Mientras el otro, sin amarraduras,

alcanza la inocencia del agua, las esencias

simplísimas del aire

y, materia fundida en la materia

como el amante en brazos del amor,

se reconcilia con el universo.)