Rosario Castellanos - Metamorfosis de la hechicera

Nacer, salir de madre como el río

que se despeña, arrastra materias extrañas, precipita

su caudal hasta el fin, sin ver el cielo

ni el árbol de las márgenes

ni pulir con amor la piedra de su entraña.


Así a nuestro vivir llamamos vértigo,

remolino que a veces devora, alga que enreda

lo que quiere ascender hasta la superficie.

Y no hay, entre el estruendo y su extinción,

más que la turbiedad

del limo, el pez oscuro y el pulso sin descanso.


Así todos los que desembocamos

en el mar antes de haber logrado un nombre.


Así todos. No ella. Hecha también de agua,

se detuvo en remansos pensativos.


¡Qué figuras nos deja entrever su transparencia!

Galería sin fin, palacios desolados,

complejas maquinarias

donde se transformaba el universo

en belleza y en orden y en ley resplandeciente.

Mujer, hilaba copos de luz; tejía redes

para apresar estrellas.


Mujer, tuvo máscaras y jugaba a engañarse

y a engañar a los otros,

mas cuando contemplaba su rostro verdadero

era una flor de pétalos

pálidos y marchitos: amor, ausencia, muerte.

Y en su corola había

alguna cicatriz casi borrada.


Por todo lo que supo era obediente y triste

y cuando se marchó por esa calle

-que tan bien conocía- de los adioses,

fueron a despedirla criaturas de hermosura,

esas que rescató del caos, de la sombra,

de la contradicción, y las hizo vivir

en la atmósfera mágica creada por su aliento.