Rosario Castellanos
Muro de lamentaciones 

I

Alguien que clama en vano contra el cielo:

la sorda inmensidad, la azul indiferencia,

el vacío imposible para el eco.

Porque los niños surgen de vientres como ataúdes

y en el pecho materno se nutren de venenos.

Porque la flor es breve y el tiempo interminable

y la tierra un cadáver transformándose

y el espanto la máscara perfecta de la nada.

Alguien, yo, arrodillada: rasgué mis vestiduras

y colmé de cenizas mi cabeza.

Lloro por esa patria que no he tenido nunca,

la patria que edifica la angustia en el desierto

cuando humean los granos de arena al mediodía.

Porque yo soy de aquellos desterrados

para quienes el pan de su mesa es ajeno

y su lecho una inmensa llanura abandonada

y toda voz humana una lengua extranjera.

Porque yo soy el éxodo.

(Un arcángel me cierra caminos de regreso

y su espada flamígera incendia paraísos.)

¡Más allá, más allá, más allá! ¡Sombras, fuentes,

praderas deleitosas, ciudades, más allá!

Más allá del camello y el ojo de la aguja,

de la humilde semilla de mostaza

y del lirio y del pájaro desnudos.

No podría tomar tu pecho por almohada

ni cabría en los pastos que triscan tus ovejas.

Reverbera mi hogar en el crepúsculo.

Yo dormiré en la Mano que quiebra los relojes.


II

Detrás de mí tan sólo las memorias borradas.

Mis muertos ni trascienden de sus tumbas

y por primera vez estoy mirando el mundo.

Soy hija de mí misma.

De mi sueño nací. Mi sueño me sostiene.

No busquéis en mis filtros más que mi propia sangre

ni remontéis los ríos para alcanzar mi origen.

En mi genealogía no hay más que una palabra:

Soledad.


III

Sedienta como el mar y como el mar ahogada

de agua salobre y honda

vengo desde el abismo hasta mis labios

que son como una torpe tentativa de playa,

como arena rendida

llorando por la fuga de las olas.

Todo mi mar es de pañuelos blancos,

de muelles desolados y de presencias náufragas.

Toda mi playa un caracol que gime

porque el viento encerrado en sus paredes

se revuelve furioso y lo golpea.


IV

Antes acabarán mis pasos que el espacio.

Antes caerá la noche de que mi afán concluya.

Me cercarán las fieras en ronda enloquecida,

cercenarán mis voces cuchillos afilados,

se romperán los grillos que sujetan el miedo.

No prevalecerá sobre mí el enemigo

si en la tribulación digo Tu nombre.


V

Entre las cosas busco Tu huella y no la encuentro.

Lo que mi oído toca se convierte en silencio,

la orilla en que me tiendo se deshace.

¿Dónde estás? ¿Por qué apartas tu rostro de mi rostro?

¿Eres la puerta enorme que esconde la locura,

el muro que devuelve lamento por lamento?

Esperanza,

¿eres sólo una lápida?


VI

No diré con los otros que también me olvidaste.

No ingresaré en el coro de los que te desprecian

ni seguiré al ejército blasfemo.

Si no existes

yo te haré a semejanza de mi anhelo,

imagen de mis ansias.

Llama petrificada

habitarás en mí como en tu reino.


VII

Te amo hasta los límites extremos:

la yema palpitante de los dedos,

la punta vibratoria del cabello.

Creo en Ti con los párpados cerrados.

Creo en Tu fuego siempre renovado.

Mi corazón se ensancha por contener Tus ámbitos.


VIII

Ha de ser tu substancia igual que la del día

que sigue a las tinieblas, radiante y absoluto.

Como lluvia, la gracia prometida

descenderá en escalas luminosas

a bañar la aridez de nuestra frente.

Pues ¿para qué esta fiebre si no es para anunciarte?

Carbones encendidos han limpiado mi boca.

Canto tus alabanzas desde antes que amanezca.