Rosario Castellanos

Amor

Sólo la voz, la piel, la superficie

pulida de las cosas.


Basta. No quiere más la oreja, que su cuenco

rebalsaría y la mano ya no alcanza

a tocar más allá.

Distraída, resbala, acariciando

y lentamente sabe del contorno.

Se retira saciada,

sin advertir el ulular inútil

de la cautividad de las entrañas

ni el ímpetu del cuajo de la sangre

que embiste la compuerta del borbotón, ni el nudo

ya para siempre ciego del sollozo.


El que se va se lleva su memoria,

su modo de ser río, de ser aire,

de ser adiós y nunca.


Hasta que un día otro lo para, lo detiene

y lo reduce a su voz, a piel, a superficie

ofrecida, entregada, mientras dentro de sí

la oculta soledad aguarda y tiembla.