Anna Ajmátova

19 de julio de 1914

Envejecimos cien años

aunque esto sucedió solo en una hora.

Se terminaba ya el corto verano;

humeaban las llanuras labradas.


De repente se abigarró el camino quieto;

voló el llanto como un toque de plata.

Cubriéndome el rostro supliqué a Dios

que me matase antes de la primera batalla.


Desaparecieron las sombras de goces y pasiones

de la memoria, como una carga inútil.

Y una vez vacía, el Señor le ordenó

convertirse en un libro de noticias terribles.