Un día mas , un día menos


El despertador sonó a las 6.20 y, casi instintivamente, prolongué su alarma diez minutos más. Mis noches pueden llegar a ser más agotadoras que mis días. Los ruidos de los vecinos, los ronquidos de mi pareja, los problemas laborales diarios hechos pesadillas nocturnas y el pequeño que se pasa a nuestra cama tres o cuatro veces por madrugada, son algunas de las pingües razones.

Sea como fuere, me levanté, desperté dificultosamente a todos, cambié a los chavales, me aseguré que a la mochila de la niña no le faltara nada, preparé el desayuno y apenas tuve tiempo de arreglarme un poco antes de llevar a la niña al colegio, dejar al niño en lo de mis padres, acercar a mi pareja a su trabajo y salir a ganarme el pan.

Llegué al puesto y, una vez más, tuve que sufrir el maltrato de mi jefe que parece estar ensañado conmigo ¿Será que le gusto y cree estúpidamente que violencia y amor son sinónimos? Idiota.

Trabajar allí es denigrante pero es eso o el paro. Además, desde hace años que noto que trabajo tanto o más que algunos de mis compañeros y, sin embargo, mi salario es inferior al de ellos.

Durante el brevísimo descanso que tenemos para un bocata, la historia de humillación se repite jornada tras jornada. Comentarios sexistas, prejuicios hechos chistes, cosificación y banalidades patriarcales de todo tipo salen a relucir en esos escasos minutos en los cuales la mente quiere escaparse del maldito cuerpo.

Al martirio del trabajo le siguió la desgastante rutina de conducir por las calles atestadas de coches de esta espídica ciudad. Insultos, bocinazos y reacciones de las más desmesuradas un día más, un día menos.

Fui al mercado, realicé las compras, recogí a los niños, soporté las habituales quejas de mi madre y regresé al hogar para intentar descansar sólo un par de segundos antes de ponerme a cocinar.

Poner la tele no fue más que escuchar los mismos estereotipos que había soportado durante el bocata, multiplicados a la enésima potencia. Eso sí, la felicidad que ofrecía en sus publicidades garantizaba la alegría inmediata de todos los consumidores ¡Llame ya!

Mientras mi niña hacía su tarea y el pequeño garabateaba unos dibujos, me tumbé en el sillón por un instante hasta que llegara mi pareja.

¿Pensaste que este relato lo escribió una mujer? Hemos naturalizado la desigualdad.


Autor: Hernán Luis Digilio