Marital

Marital

“lloré luego en la cocina que es donde

siempre lloro”

Maite Gallardo Alba

Cada cierto tiempo regresan a casa tipos infames a los que apenas conozco. Casi siempre de forma temeraria, con el frío del acero entre los dientes y el empaque solemne de una vida fragmentada en mitad del semblante, como una cicatriz prolongada y tangible.

A veces –muchas menos de las que debieran− uno de ellos encuentra algo excepcionalmente valioso y obra en consecuencia, pues, aunque he de aprender a dominar mis delirios, aún soy capaz de las acciones más nobles. Ni siquiera he renunciado a reemplazar los abrazos por horas ante los fogones, ni a trenzar torpemente las justificaciones de la ausencia. Y el desánimo y la renuncia, y el recuerdo erosionado de los vínculos culinarios, no han dejado jamás de ser motivos para la tristeza. Y con el delantal puesto, prendido de alfileres, relleno hojaldres con forma de lágrimas y celebro la creencia que señala la cena como uno de los acontecimientos principales en la vida. Y sobre la mesa hay un plato para cada tristeza, y los cubiertos se disponen tras un velo rojo. Y afuera, sobre un campo abierto, se cierne la tarde, de una grisura casi otoñal, como un tapiz que cubre la fineza y el talle de la reminiscencia.

Aún recuerdo aquella primera vez, cuando de resultas de esto pasaban inoportunas las horas y yo creía tener una misión en la vida. Pero sucedió que el horror se hizo costumbre y un acontecimiento extraño alteró la mirada calma de la serenidad. Fue, como casi siempre, en la cocina, con el mandil puesto y las manos en la masa; apenas nos separaban unos metros, pero era como si una especie de olvido estuviera retenido en un lugar que no atiende a razones ni a voluntades y permaneciera agazapado entre los grumos que entorpecen la vista; y todo el peso de las palabras, incapaz de corregir los trastornos del ánimo, se mantuviera erguido en el aire, con un regusto ciertamente amargo, y se aproximara aún más, hasta donde sin reparos se acomodaba la vida… la puta vida, concretamente.

Autor: Isidro José Martínez Rodríguez