En un lugar de África

Paul, peón de una mina diamantífera, permanecía atónito contemplando a su bella amante Tamara, quien acababa de anunciarle su decisión de marcharse del país.

‑Pero... ¿por qué? –inquirió él desconcertado.

‑Porque deseo conocer otros lugares. Quiero vivir en completa libertad –alegó la muchacha, cuyas negras pupilas brillaban quizá de felicidad por haber sabido romper sus ataduras a tiempo.

-¿Libertad?... ¿Acaso no eres libre? Por favor, Tamara, abre los ojos a la realidad. La esclavitud fue abolida ya hace mucho tiempo.

‑¿Qué entiendes tú por libertad, eh?... ¿Que te permitan elegir mediante una votación de dudosa legalidad a los caciques que seguirán explotándote en una falsa democracia?

‑¿A mí? ¿Quién me explota? Antes sí que éramos verdaderos esclavos, cuando se nos obligaba a trabajar todo el día a cambio de una miserable ración de comida –aseguró Paul con evidente irritación‑. Pero ahora es diferente. Hago mi faena y me pagan por ello. Cobro un salario bastante digno y puedo comprar comida, ropa, beber hasta emborracharme e incluso podría acostarme con cualquier ramera. Te equivocas. Ya no existen las cadenas ni el látigo.

‑¿Quieres saber dónde están las cadenas y el látigo? ¿De veras quieres saberlo, Paul? –preguntó la muchacha dulcemente, con una voz aterciopelada, semejante al rumor del viento cuando acaricia las hojas de los árboles‑. Es cierto que antes trabajábamos por un plato de comida y que las mujeres se prostituían por unas monedas. Hoy las cosas han cambiado, pero tú continuas siendo esclavo de las compañías extranjeras, porque sigues comprando la comida que venden al precio que te marcan, utilizas los vestidos que traen de sus países, bebes su licor pagándoles con tu salario y si acudes a alguno de sus burdeles, encontrarás allí a nuestras mujeres. Piénsalo bien, el dinero que ganas en la mina vuelve a ellos de muchas formas diferentes. Ésas son las invisibles cadenas que mantienen esclavizada a nuestra sociedad. En esa dependencia económica está la clave de nuestra libertad... Yo necesito ser libre y por eso debo irme. Por favor, Paul, no me lo pongas más difícil. Ésta será mi última noche contigo.

Acto seguido Tamara se desprendió del vestido de algodón mostrando su lozana desnudez, comparable solo a la belleza de una diosa con piel de ébano y avanzó hacia la cama dispuesta a consolar a su amante con el calor de su cuerpo y sus caricias.

Autor : Ramón González Reverter