Realidad

La niña miraba cómo su madre se preparaba cada mañana para ir a trabajar. La observaba atenta. Algún día ella también tendría que ganarse el pan y alimentar a sus hijos.

Dormían en la misma habitación, y cada movimiento significaba un sonido. Cuando su madre se levantaba, la pequeña curioseaba a través del fino lienzo que hacía las veces de sábana. La que compartían en la única cama que ocupaba casi todo el cuarto.

Veía cómo cepillaba su cabello y lo ajustaba lo suficiente hasta armar un minúsculo rodete.

El uniforme de trabajo era sobrio y de líneas rectas, demasiado rectas para su gusto. Ella hubiera escogido alguna blusa floreada y una pollera con tablones, pero su madre le decía que no siempre se podía elegir.

Tampoco llevaba cartera, ni tacos altos. Nunca se ponía aros, ni color en las mejillas.

Cada mañana a las seis y treinta el timbre sonaba. La madre tomaba su abrigo y salía. La niña sabía que debía seguir durmiendo y casi siempre obedecía. A excepción de ese día. Ese maldito día que nunca olvidará. Ese día en que escuchó que a su madre la llamaban Mario.



Autora: Liliana Marina Mecchia