Trabajo de la asignatura (2012-2013)

Objetivos

1. Aprender a leer e investigar en Humanidades.

2. Reflexionar sobre conceptos y asuntos clave de la Ética.

3. Discutir críticamente con autores de relevancia.

Requisitos

1. Leer alguno de los textos propuestos para el trabajo.

2. Leer el tema del manual de la asignatura que corresponda al asunto del texto.

3. Poner por escrito un trabajo que aúne reflexión e investigación personal en torno a la cuestión fundamental que plantee el texto escogido (naturaleza de la Ética, experiencia moral, virtud).

4. La redacción del trabajo puede seguir el orden y formato que se desee pero, en todo caso, hay ciertas partes que no deben faltar y que no deben ocupar más de lo especificado:

Introducción (500 palabras máximo), que puede incluir:

o procedencia del texto y recepción crítica y popular del mismo; relevancia del autor y su obra (150 palabras).

o resumen del contenido del texto y destacado de sus ideas fundamentales (350 palabras).

Análisis y puesta en relación (750 palabras mínimo):

o definir la problemática o asunto general del que participa el texto (¿en qué discusión general se enmarca?); describir el problema o problemas que afronta el texto (¿cuál es el tema concreto que se aborda?); identificar la tesis fundamental que propone el autor (¿qué solución se ofrece?).

o relacionar el tema del texto escogido con la explicación que del mismo tema se ofrece en el manual de la asignatura (comparar enfoques, destacar diferencias, localizar cómo se define lo mismo en ambos lugares).

Síntesis y valoración (250 palabras mínimo):

o poner de relieve por qué el autor del texto escogido dice lo dice (explicarlo o justificarlo) y valorar la validez de sus argumentos.

o contrastar lo que el texto dice con la experiencia humana efectiva y las evidencias que de ella extraemos.

Justificación de la actividad

La Ética vuelve a la Universidad. Por suerte. Por necesidad. Una sociedad en la que impera el relativismo en cuestiones morales no puede sostenerse, asegurar un futuro más humano ni aspirar a mejorar la calidad de vida de sus miembros. Y es que, justamente, donde ha hecho más furor el relativismo ha sido en el terreno moral, y así vemos que hoy en día cuesta mucho encontrar personas dispuestas a juzgar y a defender con razones y argumentos sus juicios valorativos sobre los hechos que ocurren a su alrededor.

Los defensores del llamado pensamiento débil entienden que es esta racionalidad débil y poco comprometida la que asegura la convivencia democrática en sociedades pluralistas. Pero lo cierto es que la generalización de este escepticismo sobre cuestiones morales, esta reticencia a aceptar que pueda hablarse de “bien” o “mal” como algo objetivo y cognoscible, ha generado una sociedad de jóvenes sin convicciones ni grandes ideales. Y, sobre todo, sin criterios con los que manejarse por la vida.

Urge, por tanto, recuperar la reflexión ética, como han alertado muchas voces, entre otras, el psicólogo Howard Gardner en su reciente Verdad, bondad y belleza reformuladas (2011). Ahora bien, ¿qué Ética queremos? A grandes rasgos, dos han sido las tradiciones que han marcado el pensamiento moral en Occidente. Por un lado, la que proviene de Aristóteles y entronca con los maestros medievales, y que podemos denominar tradición clásica realista. Aquí, la reflexión ética comienza a partir de la observación de cómo somos y cómo actuamos en nuestra vida corriente para, desde ahí, descubrir qué debemos hacer para llegar a ser lo que somos en plenitud. La otra rama del pensamiento moral en Occidente proviene de Kant y podemos denominarla tradición moderna idealista. Aquí, la reflexión ética comienza a partir del razonamiento abstracto y de una idea de lo que debemos ser con pretensión de universalidad.

¿Qué Ética queremos, entonces? En lo teórico, ambas tienen sus detractores y defensores. Pero, aunque suponga simplificar un tanto las cosas, vayamos a sus efectos, esto es, ¿a qué da lugar una tradición u otra? Puede decirse que la aristotélica es una ética de virtudes que empieza a partir de la experiencia y, por ello, la reflexión realista da lugar a orientaciones generales y claves para el desarrollo personal de cada uno. La kantiana, en cambio, es una ética de deberes que empieza a partir del pensamiento y, por ello, da lugar a normas, códigos de conducta, regulaciones y leyes fundamentadas con validez lógica… pero que no tienen por qué mejorar a la persona que las acata, pues la ética kantiana no entra en consideraciones sobre qué hace a un ser humano mejor.

La primera, en definitiva, permite comprender el carácter de una persona, ayudarnos a distinguir qué rasgos conviene imitar y orientarnos en la búsqueda de la felicidad, como hace con mucha brillantez Raja Halwani en “Homer y Aristóteles” (2009) cuando se pregunta si Homer Simpson es una persona virtuosa y, si no lo es, por qué nos parece que tiene rasgos admirables. Además, la tradición aristotélica nos permite reconocer y afinar cómo juzgamos y valoramos, cómo hacemos ese paso de la situación concreta al principio general y la vuelta del principio a lo concreto, como destaca Michael Sandel en el primer capítulo de su popular Justicia, ¿hacemos lo que debemos? (2011). Algo que, en contra de lo que Kant creía, no se hace en soledad ni se basa sólo en razonamientos lógicos con validez universal e imperativa. En Ética y política (2008), Alasdair MacIntyre ha insistido en este punto, desde la tradición aristotélica-tomista, al subrayar que la deliberación es una actividad social o colectiva cuando trata de asuntos importantes y que, por su misma naturaleza, en la deliberación no se pregunta “¿qué debería hacer yo aquí y ahora?” sino “¿qué deberíamos hacer aquí y ahora?”. Y es que, en la deliberación, se busca superar la parcialidad del propio punto de vista recurriendo al consejo y la experiencia transmitida por otros.

Ahora bien, ¿sobre qué fundamento deliberamos qué deberíamos hacer? Frente al positivismo, que afirma la ley o el código escrito y consensuado como orientación exclusiva para la conducta moral, para los defensores de la ley moral natural, esta se manifiesta en una serie de tendencias o inclinaciones naturales que sirven de impulso a los actos de todos los seres (conservación de la vida, integridad física y moral, procreación, trabajo como transformación de la realidad, tendencia al descanso y a la actividad lúdica, la vida social, el arte, la religión). El problema que presenta la ley moral natural no consiste tanto en admitir su existencia y su principio básico (haz el bien, evita el mal) cuanto más bien determinar qué preceptos se deducen de ese principio básico. Por eso, otro modo de valorar qué deberíamos hacer consiste en descifrar qué valores o qué virtudes se promueven —en lo social, en mi vida— al realizar tales actos. Y, a continuación, escoger aquellas acciones que me llevan a la adquisición de virtudes. Teniendo en cuenta, eso sí, que el conocimiento humano es limitado, que no siempre sabemos qué ganancia en virtud lleva aparejada cada acción y que, a la hora de elegir, se tienen en cuenta muchos más factores que los puros datos (para empezar, se tiene en cuenta nociones no estrictamente empíricas como “valioso”).

La objeción que, a veces, se plantea a la ética de virtudes es su pretensión última. Dicho de otra forma, mantener la integridad personal o buscar encarnar ciertas virtudes, ¿es algo más que una obsesión interesada y narcisista por tener la “conciencia limpia”? Es el problema del egoísmo moral que denunció Jean Paul Sartre: parece que las virtudes cardinales se refieren al propio perfeccionamiento y a la mejora de uno mismo, pero ¿qué pasa con los demás? Si, encima, resulta que apenas podemos conocer qué son “bien” y “mal” en sí, ¿puede decirse, entonces, que la decisión basada en la adquisición de virtudes apunta a lo bueno en sí, a lo que es el bien? ¿No parece, más bien, que una decisión así sólo tiene en cuenta el propio bien, el de cada uno, lo que a mi me parece bien, lo que me conviene a mí? No está del todo claro pues, al fin y al cabo, la prudencia o la fortaleza pueden producir grandes bienes sociales. Pero, además, en “La perversa teoría del fin bueno” (1999) el filósofo alemán Robert Spaemann ya demostró que ciertas virtudes —como la justicia— incluyen como elemento constitutivo el bien y el interés del otro y son, por ello, esencialmente solidarias y no sólo adornos cosméticos de una persona que presume de su propia talla moral.

Y es que, pese a todos los malentendidos, la adquisición de virtudes es un auténtico camino interior que recorre el ser humano que busca ser feliz —esto es, que busca ser auténticamente humano— del modo más completo posible. Tarea para la cual necesita ir conociendo, poco a poco, la propia naturaleza —lo cual nos lleva irremediablemente a una mejor comprensión del otro— y ser capaz de dirigir de algún modo la propia vida.

Entrega y evaluación

a) El trabajo debe estar paginado e incluir, al principio, autor y título. A continuación se redactará el texto del trabajo, sin necesidad de portada adicional, y se finalizará con la bibliografía empleada. El texto contendrá 1.500 palabras como máximo, sin contar bibliografía.

b) Se entregará al correo electrónico del profesor (j.serra.prof@ufv.es) en documento de Word Office. El título del archivo soporte del trabajo debe ser: dos apellidos en mayúsculas separados por espacio, nombre en minúscula, guión y Ética. Por ejemplo: BARREDA PÉREZ, Juan - Ética.

c) No se tolera el plagio. En el momento que sea detectado, el trabajo se calificará con “0” y se avisará a la dirección de la carrera. Más información sobre el plagio en la web: <http://www.indiana.edu/~wts/pamphlets/plagiarism.shtml#original>.

d) Este trabajo supondrá el 50% de la nota final de la asignatura.

Bibliografía

Agejas, J. A., Parada, J. L. y Oliver, I., La tarea de ser mejor: curso de Ética, Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, 2007.

Gardner, H., Verdad, bondad y belleza reformuladas: la enseñanza de las grandes virtudes en el siglo XXI, Paidós, Barcelona, 2011, pp. 97-130.

Halwani, R., “Homer y Aristóteles”, en W. Irwin, M. T. Conard y Aeon J. Skoble, Los Simpson y la Filosofía, Blackie, Barcelona, 2009, pp. 23-43.

MacIntyre, A. “Tomás de Aquino y el alcance de las controversias morales”, en Ética y política: ensayos escogidos II, Nuevo inicio, Granada, 2008, pp. 111-138.

Sandel, M., Justicia: ¿hacemos lo que debemos? Debate, Barcelona, 2011.

Spaemann, R. “La perversa teoría del fin bueno”, Cuadernos de Bioética, XII/46 (2001), pp. 355-364 [online].