Una reflexión en voz alta sobre objetos, ámbitos... y Zelig el camaleón

TEORÍA

En el tema 1 veíamos la naturaleza de la Universidad e insistíamos en que se trata de una institución nacida del deseo de saber propio del ser humano. Decíamos también que, de hecho, la búsqueda del saber es uno de los pilares de lo que significa ser universitario y, de la mano de Ortega y Gasset, insistíamos en que ese saber y saber pensar es necesario para una vida auténtica.

Ahora bien, queda pendiente la pregunta sobre qué es pensar bien y por qué nos importa. Veámoslo.

Según explica el pensador y educador existencial Alfonso López Quintás, pensar con rigor consiste en ajustar fielmente nuestras ideas, pensamientos y métodos de conocimiento a la realidad con la que queremos tratar; sólo así --insiste-- podremos después obrar creativamente y orientar nuestra vida con cierto criterio y sentido. Pero esto implica aceptar que la realidad es más compleja de lo que aparece a simple vista y que, por tanto, hay que saber mirar para distinguir en ella sus diferentes niveles que, según Alfonso López-Quintás, se pueden resumir en:

    • Nivel objetual: se trata de la realidad considerada como objeto, en su aspecto “externo” (sensible y cuantificable). Las relaciones que establece el hombre con este tipo de realidades son impersonales; no está implicada su persona de manera radical. Por eso, la actitud adecuada en este nivel de realidad es la de dominio, posesión y manejo arbitrario de los objetos.

    • Nivel ambital: se trata de la realidad considerada como ámbito, en su aspecto suprasensible, en todo aquello que supera lo cuantificable. Aprender a percibir las realidades en su aspecto ambital exige vincularnos a ella para así conocerlas “por dentro”, genéticamente. Según López-Quintas, los ámbitos de realidad por excelencia son las personas, los valores éticos y las obras de arte. La actitud adecuada en este nivel de realidad es la de respeto, estima y colaboración.

Este es, a grandes rasgos, el núcleo de su teoría. Pero este resumen no responde a otra pregunta, y es que ¿por qué nos importa pensar bien? ¿Por qué nos importa captar esos matices en las cosas, en las personas, en las acciones? Precisamente porque, a medida que somos capaces de descubrir el aspecto ambital de esas realidades, dirá, recorremos un camino de verdadera humanización, y dejamos de vivir en el nivel plano y "objetivo" (donde rige la lógica del dominio, del proceso, de la eficiencia) y pasamos a desarrollar nuestra vida en un nivel más rico a nivel humano, donde rige una lógica distinta. López Quintás sistematiza este "camino" en torno a doce descubrimientos para descubrir la grandeza de la vida, de los que ahora me interesan los cinco primeros:

    1. Objetos y ámbitos: descubrir que las realidades no sólo puede conocerse en su aspecto “externo” (cuantificable, localizable) sino también “por dentro”, estableciendo vínculos con ellas. Eso sucede cuando uno se admira de la grandeza de las realidades que se muestran superiores a los meros objetos o cosas. A su vez, ello conduce a descubrir que cada nivel de realidad exige una actitud: dominio, posesión y manejo en el caso de objetos; respeto, estima y colaboración en el caso de ámbitos de realidad.

    2. Experiencias reversibles: relacionarnos con las realidades del entorno en toda la complejidad que presentan nos lleva a descubrir el aspecto “ambital” de las mismas y, con ello, se amplía nuestra comprensión de ellas. Esto es, la entrega a las realidades más concretas nos devuelve en cierto modo una imagen más amplia de ellas, que trasciende su aspecto externo. Esto es posible cuando uno sabe recibir activamente las posibilidades que me ofrece una realidad (sobre todo, las que ofrecen obras de arte, valores éticos y personas) para actuar de modo creativo.

    3. Encuentro: es el modo privilegiado de unión que establecemos con las realidades personales (obras de arte, valores éticos, seres humanos), que son ámbitos. Cuanto más elevada en rango es la realidad con la que nos relacionamos, más valiosa puede ser nuestra unión o vínculo con ella.

    4. Valores y virtudes: para que el encuentro tenga solidez y estabilidad, debemos cumplir ciertas exigencias o adquirir ciertas virtudes como la fidelidad, la generosidad, la entrega, el espíritu de colaboración, etc. Los valores y las virtudes no son una imposición escrita y cerrada que anulan la libertad del hombre. Son, más bien, una propuesta dinámica que otorga fuerza y capacidad al hombre para fundar modos valiosos de encuentro.

    5. Unidad: el fruto más valioso del encuentro es encontrar el ideal de la vida. la experiencia del encuentro (vínculos que se dan entre ámbitos) le revela al hombre que él es un ser de encuentro. Cuando una persona experimenta un verdadero encuentro o vínculo con los seres del entorno, se descubre plena, alegre, en paz. Es entonces cuando el hombre cobra conciencia de que su plenitud está orientada a conseguir formas cada vez más altas de unidad, de vinculación creadora con las realidades más valiosas.

Y con esto basta para entender mínimamente la teoría lópezquintasiana.

PRÁCTICA

La teoría de López Quintás, ciertamente, está formulada con un fin pedagógico y educador, pero tiene un fondo que merece la pena reflexionar y valorar. En todo caso, dado que él mismo emplea ejemplos en sus textos y que en muchas de sus obras explica su teoría con novelas y películas, me ha parecido oportuno hacer el mismo ejercicio con una película del gran Woody Allen, Zelig (1983), de la cual he seleccionado unos fragmentos a través de los cuales se ve, justamente, el proceso por el que una persona pasa de ser tratada como simple objeto a ser descubierta en su identidad profunda, lo cual sólo ocurre cuando otra persona se toma en serio la labor de conocerle vinculándose a él y no sólo estudiándole como un fenómeno más o menos curioso.

Zelig es un falso documental sobre un tipo con una enfermedad peculiar (adopta la personalidad y rasgos físicos de las personas con las que trata). Es tan extraño su caso que llama la atención de periodistas, médicos y hasta de su propia familia: todos le tratan como objeto de sus propios intereses. De hecho, es internado en un hospital y sometido a distintos tratamientos mientras, al mismo tiempo, en la calle se genera un intenso debate social en la calle: médicos, marxistas, católicos, freudianos, ciudadanos de a pie, miembros del Ku Klux Klan… todo el mundo intenta encasillarle y ofrecer una explicación (pero nadie le conoce de verdad).

Lo más llamativo es el caso de los médicos, pues no hay dos médicos que coincidan con el diagnóstico. Todos, excepto uno, la doctora Fletcher para quien el paciente no está enfermo físicamente sino psicológicamente. Es decir, que su dolencia no es exterior sino interior.

Eudora Fletcher, en efecto, no comparte los criterios naturalistas de sus colegas sobre el fenómeno Zelig, y pasa a ocuparse del caso... pero "estudiándolo", es decir, todavía sin relacionarse a fondo con él. Y llega a un diagnóstico: "es como un camaleón"...

Al mismo tiempo, al darse a conocer el caso de Zelig, se desata una especie de fenómeno social, pues a la prensa, al cine, a la industria editorial, a las fábricas de juguetes, a todos le interesa sacar partido de este extraño paciente sin personalidad, capaz de mimetizarse físicamente con la persona que tiene al lado. Pero Eudora, sin embargo, está decidida a “rescatar al ser humano que hay detrás de ese rostro inexpresivo, de esa mirada de zombi... encontraré la técnica, un nuevo modo”, como dice el personaje que la interpreta en una de las películas que se hace sobre Zelig.

El caso es que, para lograr "sacar" al hombre, lo intenta (sin éxito) durante varias semanas en que Zelig se comporta con ella como si él mismo fuera también un psiquiatra.

Ahora bien, hagamos una pausa. Es cierto que Eudora va más allá que el resto, pues no parece que quiera explotar ni dominar a Zelig como sus familiares o como la industria del entretenimiento, que tratan a Zelig como un objeto (de comercio). Es decir, parece que Eudora está pasando a tratar a Zelig como ámbito más que como objeto, porque se fija en la psicología de Zelig (su personalidad) y no sólo en aquellos rasgos que son susceptibles de ser medidos. Pero no es así. La explicación psicológica de una persona también es, en cierta medida, un modo de “objetualizarle”. De alguna manera, como dice Vittorio Hössle en su muy lúcido comentario sobre la película, Eudora,“aunque no cree en una explicación fisiológica del fenómeno Zelig, objetiviza a su paciente y, de hecho, ella misma habla de encontrar “la técnica” para sacar al verdadero Zelig (un comentario que es muy revelador del enfoque que está siguiendo)".

¿Qué ocurre? Que no funciona. De modo que cambia de táctica, se hace pasar ella misma por paciente para pedirle consejo y gana la confianza de Zelig, que finalmente reconoce no ser médico. Como no puede trabajar sobre él, tiene que trabajar con él: cambiar de un método objetivador a un método dialógico. Y ahí sí que consigue ir, poco a poco, sacando al verdadero Zelig. De hecho, descubre que, más allá de que parezca un tipo sin personalidad, en el fondo es activo y gracioso, cosas que no se ven a simple vista (a simple vista, lo que se ve es que adopta la personalidad de los que tiene cerca). Pero para ver esto no basta con aplicar técnicas, hay que relacionarse de un modo activo para conocer a alguien de verdad. ¡Y tanto! De hecho, al final Eudora y Fletcher se enamoran.

Como es de notar, en estos fragmentos se ve genial cómo es el proceso por el que descubrimos lo que hay más allá de la apariencia y entramos al "núcleo" de la realidad más valiosa por excelencia, que es el ser humano. Además, muestra algo que López Quintás aborda también en sus obras, a saber, lo que vemos realizado aquí es el ideal de la unidad: dos personas que se van descubriendo la una a la otra y sólo en la medida en que se descubren construyen un vínculo auténtico. Es cierto que este conocimiento comienza con la iniciativa de Eudora (al principio, interesada, aunque sea con interés "científico"), pero si Zelig no se deja conocer... jamás podría ser conocido. Es decir, que aquí vemos que la relación de conocimiento funciona sobre el esquema de apelación-respuesta. Bien, eso es fácil de ver en el caso de las personas, pero ¿en qué sentido me "responde" una realidad no personal? Esto es más difícil de apreciar, y nos llevaría lejos, hasta las aguas de la teología.

Pero, sin llegar a tanto, conviene recordar que, según López Quintás, el ser humano (ámbito) establece vínculos sobre todo con otros ámbitos, pero que también son ámbitos --además de las personas-- los valores éticos y las obras de arte. Lo cual plantea la siguiente cuestión, a saber, si los ámbitos son realidades con iniciativa y con las que me puedo vincular ¿en qué sentido una obra de arte o un valor ético es “ámbito”?

Una obra de arte o un valor ético, ciertamente, no tienen “iniciativa” como una persona. La persona humana es el ser ambital por excelencia porque, de acuerdo con su sociabilidad natural, se desarrolla creando relaciones, es decir, ámbitos de diversa índole: familiares, educativos, sentimentales, artísticos, profesionales, etc. En realidad, se podría incluso decir que sólo se realiza y alcanza su plenitud realizando de manera correcta este tipo de relaciones (la cultura, en cierto sentido, refleja en cada momento histórico el modo de relacionarse del hombre con su realidad circunstante, la manera de crear ámbitos y vínculos).

La persona humana es fuente de posibilidades ambitales y, es más, se realiza con la creación de ámbitos de realidad. Las obras de arte y los valores éticos son ámbitos por ser realidades con las que me puedo vincular y porque tienen una complejidad propia irreductible a lo cuantificable.

Perfecto, pero ¿qué se puede decir de todas aquellas realidades que parecen tener menor carga ambital? Pues, aunque parezca mentira, prácticamente lo mismo: el científico puede estudiar y medir su objeto de estudio de un modo distanciado y "aséptico", sin vincularse para nada a lo que estudia. Es más, hasta puede conseguir grandes resultados y avances. Pero ¿puede valorar la importancia de lo que hace de un modo aséptico? ¿Sería capaz de ver la calidad y la trascendencia (si la tiene) de sus descubrimientos sin vincularse ni implicarse para nada en lo que hace? Más todavía, ¿vería el sentido de todo ello (para una vida plena, por ejemplo)?

En el fondo, a lo que nos urge López Quintas es a vivir más a fondo en lo que hacemos, y evitar la desvinculación, la cosificación de todo, no sólo porque aumenta en nosotros la voluntad de poder a costa de la voluntad de sentido, sino porque a la larga termina por cosificarnos a nosotros mismos.