La conquista de la voluntad

E. Rojas, La conquista de la voluntad: cómo conseguir lo que te has propuesto [1998], Temas de Hoy, Madrid, 2004, 40-41 y 156-162

LA EDUCACIÓN DE LA VOLUNTAD ESTÁ COMPUESTA DE PEQUEÑOS VENCIMIENTOS

La voluntad es una aspiración que exige una serie de pequeños ensayos y esfuerzos, hasta que, una vez educada, se afianza y produce sus frutos.

Para el niño y el adolescente, educar la voluntad significa en primer lugar huir del culto al instante (del latín instaras-antis: lo que está ahí), según el cual lo más importante es vivir lo inmediato. Goethe escribía: «Detente, instante, eres tan bello». Todos los poetas han cantado a esos «momentos privilegiados», a esas experiencias puntuales tan relevantes y fecundas, sobre todo para las personas dedicadas a las tareas creativas. Sin embargo, un síntoma frecuente de escasa voluntad es buscar sólo la exaltación instantánea de lo más próximo.

Lo primero que necesitamos para ir domando la voluntad es ser capaces de renunciar a la satisfacción que nos produce lo urgente, lo que pide paso sin más. Lo inmediato puede superarse y rebasarse cuando existen otros planes, a los que nos hemos adherido y que han sido incluidos dentro de nuestro proyecto de vida, el cual no se improvisa, sino que se diseña. Esta concepción, lógicamente, supone muchas renuncias.

La existencia es vectorial: va desde el presente hacia el futuro, pero en ella todo[1] tiene sentido, porque forma parte de un concepto general que tenemos de nuestra vida. Lo que empuja es el futuro, lo que está por llegar, y precisamente nos ilusiona porque nos conduce a la autorrealización. La alquimia de los estímulos se transforma merced a esa alegría de alcanzar algún día las metas propuestas.

La voluntad es determinación, firmeza en los propósitos, solidez en los objetivos y ánimo frente a las dificultades. Todo lo grande del hombre es hijo de la abnegación; así, por ejemplo, la entereza de volver a empezar, cueste lo que cueste, privándose uno de cosas buenas, pero que en ese momento exigen un recorte para después dirigirse hacia objetivos de mayor densidad. Quien tiene educada la voluntad es más libre y puede llevar su vida hacia donde quiera. El hombre de nuestros días, convulsionado y un tanto perdido, deambula de un sitio a otro, muchas veces sin unos referentes claros. Cuando la voluntad se ha ido formando a base de ejercicios continuos, está dispuesta a vencerse, a ceder, a dominarse, a buscar lo mejor. En este sentido, podemos llegar a afirmar que no se es más libre cuando se hace lo que apetece, sino cuando se tiene capacidad de elegir aquello que hace más persona, cuando se aspira a lo mejor; y para ello, hay que tener una cierta visión de futuro. La aspiración final de la voluntad es perfeccionar, aunque teniendo en cuenta que somos perfectibles y defectibles. Si hay lucha y esfuerzo, se puede ir hacia lo mejor; si hay dejadez, desidia, abandono y poco espíritu de combate, todo se va deslizando hacia una versión pobre, carente de aspiraciones, de forma que surge lo peor de uno mismo.

RACIONALIZAR EL ESTUDIO: APRENDER A PLANIFICARSE

La racionalización del estudio y una buena planificación es la base inicial desde donde se forma un buen estudiante. Antes incluso que midiendo su capacidad intelectual, salvo que estemos ante un caso en que claramente haya alguna deficiencia. Porque un niño que no tiene educada la voluntad será un adulto indefenso. Con el paso de los años, si esto no se corrige, las mejores ilusiones y los propósitos más interesantes irán al traste. No será suficiente, y por falta de base nada se consolidará ni dará los frutos deseados.

Las expresiones pedagogía, liceo y academia proceden de la educación griega. En el mundo ateniense la academia era un jardín donde Platón se reunía con sus discípulos, y en el liceo Aristóteles paseaba con sus alumnos y todos hablaban sobre temas diversos. Entonces, enseñar consistía en formar a un ciudadano para el diálogo entre el maestro y sus discípulos, que admiraban las respuestas de aquél, y a la vez, le discutían ardientemente sus teorías. Marrou ha señalado la permanencia estructural de la escala antigua durante más de un milenio. Toda la historia de la escuela en Occidente está elaborada a base de unos modelos concretos: así ocurre con la escuela romana con respecto a la ateniense, la universidad en relación con la Edad Media, el Barroco con respecto al Renacimiento, el Romanticismo en relación con la Ilustración.

Rousseau decía que el maestro es como un jardinero: él no es el autor de las flores, sino su estímulo, su auxilio y el testigo de su crecimiento. La pedagogía auténtica debe facilitar la tarea para que el niño llegue a ser lo que verdaderamente debe; promover todo lo bueno y positivo que lleva dentro.

En este sentido, uno de los primeros aspectos que hay que fomentar es aprender a hacer un plan de estudio. Para estudiar bien, debe existir el orden. Sin orden no hay posible avance en este campo, por mucho que uno lo intente. Debemos tener claro que el orden y el horario van unidos en un principio. A lo largo de toda la historia de las ideas pedagógicas este principio se constituye en el fundamento de todo lo demás. Uno de los primeros efectos del orden en relación con el estudio es que proporciona paz y hace ver las cosas que hay por delante con claridad y serenidad.

Para planificarse bien hay que ser realistas y exigentes al mismo tiempo. Lo primero quiere decir que debemos diseñar ese organigrama teniendo en cuenta y conociendo nuestras aptitudes y limitaciones, así como la densidad y la prioridad de cada una de las asignaturas que tenemos ante nosotros. Lo segundo significa ser valientes para arriesgar en la pelea, intentando aspirar a lo mejor, aunque de entrada sea costoso y el sacrificio para realizarlo parezca excesivo; ésa es la exigencia.

La planificación conviene hacerla por escrito. Es más, debe estar bien expuesta, de forma sistemática y con una buena presentación para ponerla en un sitio visible, donde una y otra vez la tengamos presente, pretendiendo no salirnos de lo propuesto en ella.

Debemos tener en cuenta un cierto margen de imprevistos: el momento de cansancio, el típico día malo, el cambio de fecha de un examen, la mayor dificultad específica para avanzar en una materia concreta o en una lección especialmente difícil o complicada, etc. La fidelidad al horario es uno de los primeros aprendizajes; su incorporación a la psicología del estudio es tan importante, que si no se consigue pronto, todo lo demás será inestable y frágil.

Asimismo, junto a cumplir el horario previsto, hay que buscar un lugar tranquilo y aislado donde todo invite a la concentración, con los cinco sentidos puestos en el libro o los apuntes que se tienen delante. Así se comienza a hacer las cosas bien; así, con esta metodología vamos creando el hábito de estudio. El clima de silencio, el aislamiento, el orden en la mesa, etc., son otros tantos elementos que facilitan la tarea. Pensemos simplemente en lo contrario: un chico está estudiando con la televisión puesta, con más gente en la habitación, en la que hablan unos con otros y donde es fácil distraerse, pendientes de varias cosas a la vez, menos del estudio. Este es un ejemplo para no conseguir un buen hábito, pero antes ha existido una falta de voluntad para planificar.

¿Cómo planificar el estudio? Aparte de estas consideraciones externas citadas, es necesario organizarse a corto y medio plazo. En una palabra: aprender a distribuir las materias y el tiempo con antelación suficiente. El mal estudiante siempre aplaza lo que tiene que hacer, con lo cual se va desentrenando y llega un momento en que no puede vencerse, porque no está habituado a hacerlo, pues han sido muchas las veces en que la dejadez, la apatía, el abandono, la falta de autoexigencia y la pereza desmesurada le han llevado al fracaso. El aplazamiento consiste en dejar todo para el último momento o para los últimos días. Todo está presidido por la prisa, la falta de tiempo... y ése no es el mejor estado para funcionar en el estudio. Toda esta serie de descuidos, pequeños y concretos, que se han ido sumando y que acaban mal[2], hacen a un mal estudiante.

SABER ESTUDIAR

Los factores del éxito académico son diversos, pero todos ellos giran en torno a una idea central: saber estudiar. De ahí deriva cualquier análisis que podamos hacer. La mejor técnica de estudio está apoyada en una voluntad esforzada. Hay que obligarse al principio a hacer las cosas que cuestan, pensando en la satisfacción posterior cuando éstas salen bien. Necesitamos practicar ejercicios de voluntad repetidos para conseguir la meta, proponernos retos pequeños, pero continuos. Produce una enorme alegría ver que se puede avanzar si uno se lo propone de verdad[3] . La preparación descrita para saber estudiar es interesante tanto desde el punto de vista externo como interno. En el primer caso, el orden de la habitación, el silencio, el recogimiento, la temperatura, la amplitud de la mesa de estudio, etc., son ingredientes que se deben cuidar. En el segundo caso se alinean también algunos puntos que conviene recordar: dejar preparado el libro por el que uno va a empezar; saber echarle una ojeada al capítulo del libro para ir de lo general a lo particular; estar pendiente de vencer las distracciones, hacer resúmenes y clasificaciones, aprender a subrayar con distintos colores, elaborar reglas mnemotécnicas, marcarse objetivos en la hora /horas de estudio, utilizar libretas diferentes para cada asignatura en las que se resuman de forma muy didáctica las cuestiones fundamentales.

Hay un asunto previo a todo esto: saber tomar apuntes en clase, o lo que es lo mismo, estar atento en ella siguiendo las explicaciones del profesor y anotándolo todo. Cuando he visto en mis clases algún alumno que me mira, que parece que sigue el contenido de la exposición, pero que no toma ni una sola nota, suelo pensar que no le sacará mucho partido a las explicaciones del profesor, sobre todo porque el esfuerzo por anotar lo importante, lo mantiene en tensión y le ayuda a seguir con atención lo que se dice.

Conviene hacer descansos cada cierto tiempo cuando estudiamos, dependiendo del tiempo previsto para hacerlo. No es lo mismo estar sólo una hora, que toda una tarde. Los descansos pueden ser de unos minutos, en los que uno se relaja o se premia tomándose un café o algo refrescante, o, simplemente, estirando un poco las piernas. La buena dosificación de estas pausas se complementa perfectamente con el esfuerzo de estar concentrado.

Recuerdo, cuando yo era estudiante de Medicina, el efecto tan positivo que me producía entrar en la biblioteca: el ambiente de silencio y ver a tanta gente estudiando me estimulaba. Años más tarde, ya médico, en la biblioteca del Hospital Clínico de Madrid, de la Universidad Complutense, tenía la misma sensación, pero ahora con más fuerza, porque al estar más ocupado con las tareas clínicas, docentes y de investigación, el tiempo libre para estudiar era un bien escaso al que había que saber sacarle su jugo.

Cuando las circunstancias para estudiaren la propia casa no sean favorables, el recurso de la biblioteca es excelente. Mantener la atención sobre una asignatura que cuesta, que es más densa, o que nos atrae menos, va a estar en relación directa con la lucha personal por no ceder en el empeño, volviendo al libro siempre que se observe que la mente se escapa a otras cosas. Cuando nos damos cuenta de estas distracciones es cuando se aprende a retomar la ruta una y otra vez, sin desaliento, sin cansarse.

El cansancio psicológico en el estudio se da con mucha frecuencia. Es una especie de fatiga anterior al intento, que se vive con una mezcla de agobio, aburrimiento, debilidad para continuar con lo ya emprendido... un hastío extraño que pide abrirse paso e instalarse en medio de la actividad del estudio. El buen estudiante, acostumbrado a insistir en la pelea, mantiene la tensión y la firmeza necesarias y no se desmorona cuando arrecia la dificultad. Esta reacción de constancia y fuerza psicológica presenta dos tipos de beneficios: por una parte, la identidad de un hombre tiene mucho que ver con los titánicos esfuerzos de voluntad por no abandonar su labor; y por otra, el que se vence una y otra vez en lo pequeño se entrena para dominarse cuando llegue lo grande. Hay que contar con ese cansancio, pero lo realmente importante es no dejarse vencer por él.

No perdamos de vista que también existe un cansancio de la vida, que es más amplio y que tiene unos ribetes más abstractos aún, difusos, desdibujados y sin referencias claras y precisas. Aquí la fatiga afecta a la vida como totalidad, por lo que no hay que desistir y abandonar, sino que se debe seguir con la fatiga, pero buscarle una solución adecuada. El cansancio de la vida es mucho más grave que el psicológico y sus síntomas o rasgos son: el desaliento, el pesimismo, la melancolía y un cierto sentimiento de impotencia ante la vida. Emerge, lentamente, una especie de agobio extraño, decepcionante, una mezcla de estar herido y roto a la vez, por esa lucha permanente contra los reveses, sinsabores y frustraciones que cualquier vida trae consigo.

En el cansancio del estudio hay una amenaza: dejar lo que uno está haciendo de forma inmediata; en el cansancio de la vida el riesgo está en acabar con el proyecto personal. En ambas el hombre se vuelve débil, lánguido, aplanado, envuelto en una bruma de tonalidad gris que anuncia dos males inmediatos: la indiferencia y la desmoralización. Ese registro de captación psicológica conduce a la pérdida de la ilusión de los anhelos personales y a dejarse llevar por la corriente, que acaba con todo.

Es el momento de volver a empezar, de echar mano de la voluntad, tras un descanso, y retomar el propósito decidido del estudio, con determinación férrea, decisión esforzada, empeño inquebrantable. Lo que late en el fondo de la voluntad es la pasión por llegar a donde uno se había propuesto.

[1] Por todo entiendo aquí los más diversos avatares que puedan sucederle al hombre. Si hay un proyecto coherente y bien edificado, el dolor, el sufrimiento, la decepción, la humillación, el fracaso... tienen sentido. ¿Por qué?, ¿de qué manera? El sufrimiento, en sus diversas formas, cura al hombre de su profunda soberbia y lo va volviendo más amoroso con los demás. A la corta, lo frena; pero, a la larga, lo hace más humano, más comprensivo y tolerante. Cuando estos impactos negativos no son recibidos así, el hombre se neurotiza y se torna agrio, amargado, resentido, echado a perder...

El mismo sufrimiento que hace madurar a unos conduce a otros a uno de los peores capítulos de la psiquiatría: la personalidad enferma. La diferencia está en el modo de aceptarlo en el contexto del proyecto personal.

[2] Los precursores de la nueva educación los empezamos a encontrar en la segunda mitad del siglo XVIII, en esa época en que triunfan las ideas francesas del siglo anterior.

Hay que destacar el Emilio de Rousseau, donde el ideal educativo está centrado en la sencillez, excluyendo la educación prohibitiva y la negativa, aspirando al equilibrio y la autenticidad. María Montessori hizo del mundo escolar de los niños un ambiente de confianza, en el que se podían sentir seguros.

Freinet hizo al revés: la escuela es la vida misma; por eso, cada uno debe hacerse entender. El fue el primero en hablar del sistema de fichas, bibliotecas de trabajo, archivadores, así como del material de enseñanza que uno mismo corrige.

Wallon y Decroly fueron más lejos y concretaron aún más.

[3] La educación de la voluntad para el estudio tiene como objetivo conseguir una disposición estable para el trabajo de lectura. Porque mejorar no es otra cosa que repetir actos positivos, buenos, esforzándose, yendo contracorriente, negando el capricho del momento o lo que apetece.

Hacer esto cuesta, pero así se va fraguando la persona sólida, en la adquisición de hábitos que buscan lo mejor, aunque eso implique la renuncia y la negación.

Ya lo he comentado antes: toda educación de la voluntad necesita pasar por el «Cabo de Hornos» de la ascética. El secreto está en saberse negar en los comienzos, aprender a decirse uno a sí mismo que no, siempre que la ocasión lo exija. De ahí la dificultad: hacerse persona libre e independiente. Es un desafío que tenemos por delante, pero si hay motivación, si la ilusión de alcanzar la meta es grande, todas las barreras se salvan. Y no digamos nada si se tiene delante a una persona ejemplar que ayuda con su presencia; es decir, tenerlo como modelo de identidad.

La figura del modelo de identidad sirve de guía; es un norte hacia donde dirigirse. Este modelo nos aporta pautas de conducta atractivas, sugerentes, reales y cercanas que valen más que mil libros sobre educación. En tales casos, uno se siente atraído a imitarlo.