Racionalidad instrumental

Texto 1: ejemplo de racionalidad instrumental

Si el agresor está dotado de esa racionalidad que constituye un supuesto básico para que pueda darse la disuasión, antes de lanzarse a la aventura realizará un cálculo de los riesgos que corre y de sus expectativas de ganancia. El cálculo se produce sin duda de manera esencialmente intuitiva, pero en é1 podemos discernir los siguientes elementos:

1) Valoración de sus objetivos de guerra (o en términos más generales, de la acción vetada);

2) expectativas de costes para las distintas respuestas posibles;

3) probabilidad de cada una de esas respuestas, y

4) probabilidad de vencer con cada una de las respuestas contempladas.

El tercer punto representa la credibilidad. Para asignarle un valor tiene que conjeturar cuál sea el cálculo del disuasor, que a su vez se compone de los siguientes elementos:

1) Su valoración del objetivo que intenta preservar de la agresión o usurpación;

2) el coste que espera tener que pagar por su respuesta;

3) la probabilidad de éxito, y

4) la incidencia de la respuesta en la futura capacidad disuasora.

Tanto a la estimación de los objetivos y de los costes como a las distintas probabilidades que entran en el juego se les pueden asignar valores numéricos, convirtiendo así el cálculo en matemático.

Manuel Coma, “¿Qué es disuasión? (Relaciones internacionales antes de la caída del muro de Berlín)”, Revista de Occidente, nº 78 (1987)

Texto 2: crítica de la racionalidad instrumental

Cuando estaban vivas las grandes concepciones religiosas y filosóficas, los hombres pensantes alababan la humildad y el amor fraterno, la justicia y el sentimiento humanitario, no porque fuese realista mantener tales principios, ni porque muchos creyeran en ellos, ni porque fueran expresión de deseos subjetivos ni tampoco por su permanencia en el tiempo.

Se atenían a tales ideas porque percibían en ellas elementos de la verdad, porque las hacían armonizar con la idea del logos, bajo la forma de Dios, de espíritu trascendente o de la naturaleza como principio eterno. No sólo se entendía así a las metas supremas, atribuyéndoles un sentido objetivo, una significación inmanente, sino que hasta las ocupaciones e inclinaciones más modestas dependían de una creencia en la deseabilidad general y en el valor inherente de sus objetos o temas.

Max Horkheimer, Crítica de la razón instrumental (1967)