La fila de la izquierda

American Vertigo, Ariel, Barcelona, 2007, pp. 47-48

La fila de la izquierda

Bernard-Henri Lévy

Otra vez en marcha. En la autopista. La gran Interstate 94 que conduce a Chicago, donde debo estar antes de la tarde. Distancia. Espacio. Esos centímetros en el mapa, tan traidores para un europeo. Ese sentido del espacio y, por lo tanto, de la duración que es el auténtico sexto sentido que hay que adquirir cuando se viaja a América. Y luego ese legalismo, ese sentido de la regla y de la ley, que modelan las conductas en general y la de los automovilistas en particular. Ningún exceso de velocidad. Ninguna bronca de coche a coche como hacemos nosotros en Francia. Y ningún modo, ni siquiera en los accesos a Battle Creek, donde la circulación está completamente bloqueada, de tratar de ganar algo de tiempo tirando por el arcén de seguridad.

O bien otro detalle, más inquietante y que dice aún más sobre la antropología de las costumbres automovilísticas norteamericanas. La gracia, en Europa, de una vía con varios carriles es que hay una para los vehículos lentos y los rápidos, los apresurados, que, bastante a menudo, resultan ser los vehículos más bonitos y más caros, se reservan la fila de la izquierda, por donde pueden circular tan deprisa como deseen.

Aquí no. Los dos carriles, a la misma velocidad. Rápidos y lentos, grandes y pequeños y por lo tanto ricos y pobres, poderosos y débiles, por la fila que prefieran. Y ni se te ocurra, si vas con retraso, pitarle a ese culo gordo que te impide el paso y que, en Francia, cedería; atrévete a soltarle un «quítate de ahí que me meto yo, estúpido», que, entre nosotros, bastaría para que se doblegara: no tan sólo no se doblegará, no tan sólo seguirá con su paso de culo gordo imperturbable y seguro de su derecho, sino que verás a través del cristal, si a pesar de todo consigues adelantarlo, su cara de indignación, pasmado e incrédulo: «¡Eh, tío, todo el mundo a la misma velocidad! ¡Grandes y estúpidos, el mismo combate! ¡Democracia automovilística en Norteamérica!»… Toda una lección, sobre el terreno, de igualdad de condiciones allí donde nosotros exhibimos nuestras distinciones sociales y nuestros privilegios. Y verdadero ejemplo, de nuevo, de la perspicacia de Tocqueville, que, mucho antes del nacimiento de las highways, como obertura a la «sección» que dedicaba a los «sentimientos de los norteamericanos», apuntaba que «la primera y más viva pasión que hace nacer la igualdad de condiciones» es «el amor a esta misma igualdad». En eso estamos.