El ejemplo de una estudiante china

Diario de Navarra, 8 abril 2010, p. 12

El ejemplo de una estudiante china

Alejandro Navas

Un colegio madrileño me invita para hablar sobre la universidad a los alumnos que terminan ahora el bachillerato. Mientras en los días previos a mi conferencia pienso en lo que puedo decirles, cae en mis manos un suplemento dominical del periódico suizo Neue Zürcher Zeitung, dedicado monográficamente a China.

Dentro de las páginas que tratan la educación encuentro una entrevista a Cui Yue, estudiante de Relaciones Internacionales y Economía en la elitista Beijing University. Cui Yue tiene veinte años y procede de la pequeña localidad de Ziyang, provincia de Sichuan, en el oeste del país. Su padre es médico anestesista, y su madre, funcionaria. Con esos padres resulta evidente que se trata de una hija única, en cumplimiento de la legalidad vigente.

Como es conocido, el sistema educativo en China es extremadamente competitivo y selectivo. Cui Yue destaca desde niña como buena estudiante, lo que le permite acceder a los colegios mejor cualificados. Con quince años abandona el hogar familiar y se traslada a la capital provincial, Chengdu, para terminar la enseñanza secundaria en un exigente internado, que le facilitará el ingreso en las universidades más prestigiosas.

Cui Yue tiene ambición, y es uno de los 400.000 candidatos de su provincia que realizan cada año el examen de admisión en la Universidad de Beijing. Ingresan cien, y nuestra alumna obtiene el puesto cuarenta en ese exclusivo ranking.

Estar dentro es todo un triunfo, pero no hay tiempo para confiarse y bajar la guardia. Cui Yue trabaja quince horas al día, entre clases, estudio y el tiempo dedicado a AISEC, la asociación internacional de estudiantes de Economía, de cuya delegación en Beijing forma parte. “Trabajo bastante duro”, reconoce con sencillez. Pero su vida no se agota en los libros, pues también cultiva aficiones personales. Al preguntarle de dónde saca tiempo para todo, responde que no duerme nueve horas al día, por lo que hay margen para otras cosas.

Su familia financia los gastos que implica estudiar en Beijing, pero tampoco le sobra el dinero y se impone la austeridad: Cui Yue comparte una habitación de diez metros cuadrados con tres compañeras de estudios, y viaja a casa para estar con sus parientes una o dos veces al año como mucho.

Sacar adelante la carrera de su hija constituye el principal objetivo de sus padres, al que subordinan todo lo demás, pero tienen que limitarse a seguirlo desde la distancia. Cui Yue todavía no tiene claro lo que va hacer cuando se licencie. Por encima de todo quiere triunfar, y de momento le atrae la idea de trabajar en organismos internacionales y recorrer el mundo.

¿Qué relevancia tiene la peripecia biográfica de alguien como Cui Yue para nuestros bachilleres o estudiantes universitarios? Después de leer a esos alumnos madrileños algunos párrafos de la entrevista, les muestro la fotografía de Cui Yue que acompaña el texto: una joven agradable y sonriente, con su mochila de estudiante a la espalda.

“Fijaos bien”, les digo. “Es muy posible que dentro de unos años ella sea vuestra jefa. Esto se evitará únicamente si sois capaces de trabajar tanto o más que ella. ¿Os veis en condiciones de hacerlo?” Los bachilleres madrileños se quedan en silencio, pensativos. Lo consideran muy difícil, casi imposible. Alguno incluso cuestiona que ese tipo de existencia sea deseable: en la vida hay otras cosas, aparte de estudiar o trabajar. Más que de vivir para trabajar, se trataría de trabajar para vivir.

Les concedo una buena parte de razón: habría que aclarar con Cui Yue lo que significa exactamente “triunfar en la vida”; en su entrevista no hay espacio para profundizar lo necesario en esta importante cuestión.

Pero intento hacerles ver que sin esfuerzo y dedicación perseverante no conseguirán lograr sus objetivos, supuesto que los tengan: los informes sobre la juventud española registran que un considerable número de jóvenes se encuentran como paralizados, sin especiales proyectos para su vida, empujados por la inercia e instalados en el “presentismo”: el carpe diem como horizonte existencial, y no sólo para los momentos de ocio. Resulta de lo más inquietante que la novedosa categoría de los “ni ni” (los que ni estudian ni trabajan) incluya entre 500.000 y 700.000 jóvenes, dependiendo de los diferentes estudios.

Los adultos se comportan seguramente de modo hipócrita cuando adulan a la juventud y, al mismo tiempo, no le facilitan el acceso a trabajo y vivienda dignos, pero los jóvenes podrían mostrar más espíritu de iniciativa.

No pocos de ellos están inmejorablemente preparados, casi tanto como Cui Yue, y nada impide que se conviertan en gestores de su propia vida, sin esperar que el Estado o la sociedad en general les resuelvan los problemas.