LUNES, 7 Y MARTES 8 DE SEPTIEMBRE DE 2020 3 PERIODO
Muchos de nosotros decimos “no sé orar”. No tenemos porqué sentirnos mal por ello. Recordemos que los apóstoles le dijeron a Jesús “enséñanos a orar” y Jesús les enseñó el Padrenuestro, la fórmula perfecta para orar. En el Padrenuestro, Jesús nos enseña que debemos alabar y dar gracias a Dios, pedir por nuestras necesidades y las necesidades de los demás y muy importante, perdonar y pedir perdón.
En la oración, Dios nos habla, pero tenemos que escucharlo. Para escuchar a Dios tenemos que dedicarle toda nuestra atención, dedicar tiempo. No tiene que ser mucho tiempo, pero sí poner nuestra mente y corazón en ello. Lo ideal es buscar un lugar donde nos sintamos cómodos y, diariamente y si es posible a la misma hora, detenernos a hablar con Dios.
Orar es un hábito que debemos adquirir de pequeños. Enseñar a los niños pequeños a orar no es complicado. Para los pequeños es muy fácil hablar con Dios. Ellos hablan con él sin temor. Pero tenemos que enseñarles la importancia de la oración y a madurar en su vida de oración. A cultivar una forma de conversación con Dios que les lleve a una relación personal con él, a conocerlo, hacerse su amigo. Esta relación es la base para una vida de fe madura centrada en la confianza y en la dependencia de Dios.
Es muy gratificante ver cómo la vida de oración de los chicos se va desarrollando.
Al principio, sus oraciones son una lista de peticiones, luego van progresando al descubrir otras formas de orar más allá de pedir cosas. Aprenden a pedir perdón y a perdonar y a dar gracias y a alabar a Dios.
Los salmos nos ayudan para alabar a Dios. Esto nos enseña a orar con la Escritura, a ver a Dios en la creación y a dar gracias por todo lo que ha hecho por nosotros.
Apreciemos y practiquemos el gran poder de la oración, en ella establecemos un contacto más personal con Dios y con nosotros mismos.
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