Cómo pone el demonio a Luisa con las imágenes, el rosario, al rezar... y cómo viene Jesús a recuperarla, le explica y le indica...
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De los escritos de la S.D. Luisa PiccarretaVol. 1-1 (90)Pelea con el demonio
(90) “Ahora, ¿quién puede decir el cambio que sucedió en mi interior? Todo era horror para mí, aquel amor que antes sentía en mí, ahora lo veía convertido en odio atroz, qué pena el no poderlo amar más. Me desgarraba el alma el pensar en aquel Señor que había sido tan bueno conmigo, y ahora verme obligada a aborrecerlo, a blasfemarlo como si fuese el más cruel enemigo, el no poderlo mirar ni siquiera en sus imágenes, porque al mirarlas, al tener rosarios entre las manos, al besarlos, me venían tales ímpetus de odio, y tanta fuerza en contra, que hacerlo y reducirlos a pedazos era lo mismo, y a veces hacía tanta resistencia, que mi naturaleza temblaba de pies a cabeza.
¡Oh Dios, qué pena amarguísima!” Yo creo que si en el infierno, no hubiera otras penas, la sola pena de no poder amar a Dios formaría el infierno más horrible. Muchas veces el demonio me ponía delante las gracias que el Señor me había hecho, ahora como un trabajo de mi fantasía y por eso poder llevar una vida más libre, más cómoda; y ahora como verdaderas, y me decían:
“¿Esto es lo bien que te quería?
Esta es la recompensa, que te ha dejado en nuestras manos, eres nuestra, eres nuestra, para ti todo ha terminado, no hay más que esperar”.
Y en mi interior me sentía poner tales ímpetus de aversión contra el Señor y de desesperación, que algunas veces teniendo alguna imagen entre las manos, era tanta la fuerza del desprecio que las rompía, pero mientras esto hacía, lloraba y las besaba, pero no sé decir como era obligada a hacerlo.
¿Quién puede decir el desgarro de mi alma? Los demonios hacían fiesta y reían, unos hacían ruido desde un lugar, otros lo hacían desde otro, unos hacían estrépitos, otros me ensordecían con gritos diciendo:
“Mira como eres nuestra, no nos queda otra cosa más que llevarte al infierno, alma y cuerpo, verás que lo haremos”.
A veces me sentía jalar, ahora los vestidos, ahora la silla donde estaba arrodillada y tanto la movían y hacían ruido que no podía rezar, a veces era tanto el temor, que creyendo librarme me iba a acostar en la cama, (porque estos escándalos sucedían la mayor parte en la noche) pero también ahí seguían jalándome la almohada, las cobijas.
¿Pero quién puede decir el espanto, el temor que sentía? Yo misma no sabía dónde me encontraba…
Era tanta la pena que no hacía otra cosa que llorar; a veces me ponía a rezar, y los demonios para acrecentar mi tormento, los sentía venir encima de mí, y quien me golpeaba, quien me pinchaba, y quien me apretaba la garganta. Recuerdo que una vez mientras rezaba, me sentí jalar los pies desde abajo, abrirse la tierra y salir las llamas, y que yo caía dentro;
fue tal el espanto y el dolor que quedé medio muerta, tanto que para recuperarme de aquel estado
tuvo que venir Jesús y me reanimó,
me hizo entender que no era verdad que había puesto la voluntad en ofenderlo, y que yo misma lo podía saber por la pena amarguísima que sentía, que el demonio era un mentiroso y que no debía hacerle caso, que por ahora debía tener paciencia en sufrir esas molestias, y que después debía venir la paz”.
Fiat Divina Voluntad