Quino Villa: unas Pocas Semblanzas
Nací en Gistaín (Huesca), en 1957, entonces, un pequeño pueblo del Pirineo oscense agazapado entre moles de tresmiles; hoy, espacio natural protegido, pues forma parte del Parque Natural Posests-Maladeta.
Durante los primeros años de mi vida mis padres me enseñaron a amar muchas cosas "superfluas" —todo ello lo valoraría más tarde, ya inmerso en el seno de una vorágine que venera más la codicia que el desprendimiento, lo lucrativo sobre aquello que no lo es tanto, lo material sobre lo espiritual—. Y ellos me llevaron de la mano hasta un sin fin de espectáculos que aquel medio tan generoso nos brindaba a cambio de nada. El canto de la lluvia. El brillo arcoirisado de la nieve. La inigualable sinfonía del viento; en ocasiones —lo llevo bien grabado—, en el adagio del segundo movimiento se colaba una brisa huérfana; en el tercero podía ser sorprendido por los enérgicos tamborileos de la ventisca; ya en el cuarto, totalmente encandilado, me dejaba arrobar por un céfiro de poniente mientras el piar multicolor de infinidad de pajarillos iba dando paso al son orquestal de los grillos en la noche apacible y silente.
También aprendí con ellos —con mis padres— que la vulnerabilidad, que remite a nuestra más singular condición de seres necesitados, en contra de lo que pueda parecer, constituye una de nuestras mayores fortalezas.
El interés por desentrañar los secretos que ocultan los libros me acompañaría desde que mi madre, y un tiempo antes de entrar a la escuela de párvulos, me iniciara en los misterios de la lectura.
Cuando apenas contaba cinco años, mi padre, albañil de profesión, construyó una casita para mí; y si alguna vez me visitaba el aburrimiento —cuán importante es que los niños se aburran, ha señalado la neurociencia, pues es cuando el cerebro diseña estrategias de acción—, me retiraba a ella, adentrándome en un edén paradisíaco. ¡Parecía increíble cómo en una morada tan minúscula pudieran darse cita tantas hadas de las más diversas estirpes! Tan increíble como que en un mundo prácticamente aislado del exterior —los centros de comunicación más próximos se hallaban a 'varios días de camino'— pudiera dar alas a mi fantasía sin riendas, sin escollo alguno que pudiera detenerla.
Actividad Laboral
He dedicado un total de 38 años —toda mi vida profesional— a la docencia. Los 16 primeros, en el cuerpo de Primaria, y los últimos 22 en Secundaria, buena parte de ellos como orientador en un IES de Jaca.
Tampoco quiero olvidarme de los 11 años en que estuve aportando mi granito de arena en un centro de formación del profesorado.
En septiembre de 2017, justo al inicio de mi jubilación, pasé a formar parte de la entonces inaugurada Red de la Experiencia. Y en ella continué durante seis cursos escolares, y mientras ese proyecto institucional se mantuvo en el tiempo.
Mi Tarjeta de Presentación
Me considero una persona con un marcado perfil creativo, y ello conlleva determinadas fortalezas, y también peligros y debilidades.
Eso sí, la creatividad invita a uno a estar de una determinada manera en el mundo, tal vez en la línea que glosara Gregorio Marañón:
"Vivir no es sólo existir,
sino existir y crear,
saber gozar y sufrir
y no dormir sin soñar.
Descansar
es empezar a morir."
El hecho de darme permisos para crear en un sentido amplio también lo experimenté allí, en el pueblo que me vio nacer. Muchos de los juegos los inventábamos y reinventábamos cada vez; y los juguetes, cuando los había, los había porque les habíamos infundido vida casi casi de la nada —lógicamente, no existían jugueterías en las que pudiéramos adquirirlos—. De todo lo demás, se encargaban, con asombrosa diligencia, un sinfín de elfos y duendes.
Una reflexión. A pesar de que todos los contextos de socialización coartan el crecimiento creativo —también el educativo—, desde la escuela debería fomentarse por muchas razones y, entre ellas, por los grandes beneficios que aporta. Me conformo con señalar dos de ellos: alimenta la tolerancia y el respeto a las ideas ajenas, y también anima al optimismo.
Por otra parte, la creatividad es una potencialidad que cualquier persona puede cultivar. Eso sí, el peor enemigo tiene un nombre: crítico interno. No estaría de más acallarlo muy de vez en cuando.
¿Y qué aporta esa fortaleza a nivel personal? Mejor dicho: ¿qué me ha aportado a mí? Me ha enseñado a nadar en el mar de la ambigüedad, que de ello tiene mucho la vida. Me ha brindado importantes alianzas con el mundo de la fantasía, que no es poco. Me sigue animando a una constante apertura a la experiencia, ¡bien! Y, además, me está permitiendo fluir con aquello que estoy haciendo, ¡todavía mejor!
No es casual que buena parte de mis hobbies tengan que ver con ese universo:
-La escritura en diferentes formatos (ensayo, relato, novela y poesía), y tanto en mi lengua materna como en castellano.
-La investigación etnológica y etnográfica.
-La creación musical.
-La creación videográfica.
-La fotografía.
Vinculados al ámbito comunitario, si bien hay otros, únicamente señalaré el que ha inspirado este sitio Web, y en el que expongo mi modesta contribución a la Red de la Experiencia.
Deambular por la Vida y Formación Académica
A los 10 años tuve que abandonar el pueblo y marchar lejos, a estudiar los reglamentarios seis años de bachillerato y COU, y digo 'lejos' pues entonces, cuando aún no había llegado la carretera a mi aldea natal, casi todo se encontraba muy lejos; y sólo podía volver a casa por vacaciones, como el turrón por Navidad.
A propósito, no hace mucho, uno de mis alumnos, que desconocía aquel plan de enseñanza, me echó en cara, sin poner freno a su fresca espontaneidad: "¡Y cómo es que tuviste que repetir bachillerato tantas veces!"
Luego continué con estudios de magisterio; estoy convencido de que la forma de enseñar de Pilar, mi querida seño de párvulos, seguidamente la de Eloy, un maestro entrañable , y la de José María, un guía que me ayudó a descubrir nuevos horizontes, provocaron en mí una fascinación indeleble por lo que aún no tenía nombre, y en la línea que proponía Howard Hendricks: "La enseñanza que deja huella no es la que se hace de cabeza a cabeza, sino de corazón a corazón." A ellos tres les estaré eternamente agradecido.
Al muy poco continué con estudios de psicología; en 4º y 5º curso opté por la especialidad de clínica; durante los veranos de aquellos dos cursos, unos oportunos suplementos académicos me acercaron a la práctica clínica de un modo desdramatizado, y a la vez me animaron a continuar con un máster que, durante dos años, me formaría como psicoterapeuta.
Completé mi formación con otro máster de dos años sobre drogodependencias. Fue por aquel entonces cuando un grupo de personas de diferentes ámbitos iniciamos la andadura de un proyecto comunitario, el Proyecto Oroel de Salud, que llegaría a cumplir sus 25 años como proyecto de la RAPPS (Red Aragonesa de Proyectos de Promoción de la Salud); en él coordiné siempre la sección de educación sexual.
Y fue a mitad de la década de los noventa cuando decidí formarme como sexólogo, dedicando cuatro años de mi vida a ese cometido, uno de ellos centrado en investigación.
Pero he olvidado lo más importante. Desde la visión panorámica que ofrece la edad, yo diría que además de haber tenido gran suerte con casi todos mis profesores y profesoras —en los estudios de postgrado, en las especialidades universitarias, en el bachillerato y, por supuesto, durante mis felices años escolares en mi pueblo natal—, di con los mejores mentores y mentoras en las numerosas acciones del proyecto comunitario, en cada desafío innovador que acometíamos en la escuela rural, en cada taller, en cada empeño de aprendizaje-servicio, en cada proyecto de formación en centro en el IES —casi todos ellos, sobre educación emocional—, en los fantásticos Erasmus...
Sí. Debo reconocer que aprendí mucho de mis compañeros y compañeras de trabajo, también del colectivo de madres y padres; y cómo iba a olvidarme del personal de administración y servicios —¡ay, las conserjes!, ¡qué corazón más grande!; ¡qué buenos ratos compartimos!—. Y de mis alumnas y alumnos lo aprendí casi todo, pues ellas y ellos fueron, sin duda alguna, mis mejores maestros.
Nota aclaratoria.
Las imágenes que he elegido para ilustrar esta sub-página, además de servir de presentación en este fugaz bosquejo, podrían ser leídas como un afán narcisista un pelín desmandado; no obstante, por mi faceta de realizador audiovisual, no sólo no acostumbro a exhibir imágenes de mi persona —tampoco en las redes sociales—, sino que prácticamente siempre he preferido colocarme detrás de la cámara.
Todas esas imágenes pretenden dejar constancia de una de las grandes señas de la vida, como es la impermanencia: todo fluye, nada permanece —como ocurre con las diversas manifestaciones del arte efímero, ya sea carboncillo, acuarela o grafiti—. Y puesto que nada permanece, una invitación a aprovechar cada instante vital, que es un tesoro. Ya nos lo recordaba Ortega y Gasset: "No podemos posponer el vivir hasta que estemos preparados. El rasgo más característico de la vida es su urgencia: 'aquí y ahora' sin aplazamiento posible. La vida nos es disparada a bocajarro."