Cesare Pavese - Una generación
Un muchacho venía a jugar en los prados
adonde ahora llegan las avenidas. Encontraba en los prados
muchachones descalzos, y saltaba de alegría.
Era lindo descalzarse en el pasto con ellos.
Un atardecer de luces lejanas, resonaban disparos,
en la ciudad, y sobre el viento llegaba temeroso
un clamor interrumpido. Callaban todos.
Las colinas desgranaban puntos de luz
sobre las laderas, y el viento los avivaba. La noche
que caía terminaba por apagarlo todo,
y en el sueño quedaban sólo frescuras de viento.
(A la mañana, los muchachos vuelven a pasear
y ninguno recuerda el clamor. En la prisión
hay obreros silenciosos y alguno está ya muerto.
En las calles han cubierto las manchas de sangre.
La ciudad lejana se despierta en el sol
y la gente sale. Se mira en la cara).
Los muchachos imaginaban la oscuridad de los prados
y miraban a las mujeres a la cara. Hasta las mujeres
no decían nada y dejaban hacer.
Los muchachos pensaban en la oscuridad de los prados
adonde iba alguna chica. Era lindo hacer llorar
a las chicas en la oscuridad. Éramos los muchachos.
La ciudad nos gustaba de día: a la noche, callar
y mirar las luces en la distancia y escuchar los clamores.
Vienen aún los muchachos a jugar en los prados
adonde llegan las avenidas. Y la noche es la misma.
Al pasar se siente el olor de la hierba.
En prisión están los mismos. Y están las mujeres,
como antes, que hacen chicos y no dicen nada.
Cesare Pavese en Trabajar cansa (Lavorare stanca) [1936]