Cesare Pavese
Retrato de autor

[a Leone]


La ventana que mira el empedrado se ahonda,

siempre vacía. El azul del verano sobre la cabeza

parece en cambio más firme y despunta ahí una nube.

Aquí no despunta nadie. Y estamos sentados en el suelo.


El colega -que huele mal-, sentado conmigo

sobre la vía pública, sin mover el cuerpo

se sacó los pantalones. Yo me saco la camiseta.

Sobre la piedra está frío, y el colega disfruta

más que yo, que lo miro, y no pasa nadie.

La ventana, de pronto, contiene una mujer

de color claro. Tal vez sintió el mal olor

y nos mira. El colega está ya de pie y observa.

Tiene una barba, el colega, desde la cara a las piernas,

que le excusa estar sin pantalones y brota entre los agujeros

de la camiseta. Es una barba que se basta sola.

El colega ha saltado por esa ventana

dentro de la oscuridad, y la mujer desapareció. Se me van los ojos

a la franja de cielo, bien sólido, desnudo también.


Yo no huelo mal porque no tengo barba. Me hiela, la piedra,

esta espalda mía desnuda, que les gusta a las mujeres

porque es lisa: ¿qué cosa no les gusta a las mujeres?

Pero no pasan mujeres. Pasa, en cambio, una perra

seguida de un perro que seguro se mojó con la lluvia,

porque huele muy mal. La nube sola, en el cielo,

mira inmóvil: parece un montón de hojas.

El colega ha encontrado la cena esta vez.

Tratan bien, las mujeres, a quien está desnudo. Aparece

finalmente en la esquina un muchachito que fuma.

Tiene las piernas de anguila también, la cabeza rizada,

piel dura: las mujeres querrán desvestirlo

un buen día y olfatear si tiene buen olor.

Cuando llega, extiendo un pie. Se va al suelo

y le pido un pucho. Fumamos en silencio.

Cesare Pavese en Trabajar cansa (Lavorare stanca) [1936]

Trad. Jorge Aulicino