Cesare Pavese
Aventuras
Sobre la negra colina está el alba, y sobre los techos
se adormecen los gatos. Un muchacho se ha caído
desde el techo anoche, y se partió la espalda.
Vibra un viento entre los árboles frescos: las nubes
rojas, en lo alto, son tibias y viajan lentamente.
Abajo, en el callejón, asoma un perrazo que olfatea
al muchacho sobre el empedrado, pero un ronco maullido
se alza entre las cumbreras: alguien no está contento.
A la noche cantaban los grillos y las estrellas
se apagaban en el viento. En la claridad del alba,
se apagan también los ojos de los gatos en celo
que el muchacho espiaba. La gata, si llora,
es porque no tiene gato. No hay nada que hacerle
-ni las puntas de los árboles ni las nubes rojas-:
llora a cielo descubierto como si aún fuese de noche.
El muchacho espiaba los amores de los gatos.
El perrazo que olfatea su cuerpo gruñendo,
ha llegado cuando aún no era el alba: escapaba
desde la claridad de la otra vertiente. Nadando
en el río que empapa como en los prados
el rocío, lo alcanzó la luz. Las perras
ululaban todavía.
Corre el río tranquilo
y lo espuman los pájaros. De entre las nubes rojas
se tiran abajo, de la alegría de encontrarlo desierto.