Cesare Pavese
Tolerancia
Llueve sin ruido sobre el prado del mar.
Por las sucias calles no pasa nadie.
Ha descendido del tren una hembra sola:
entre el abrigo se vio la clara enagua
y las piernas desaparecer en la puerta ennegrecida.
Se diría un pueblo sumergido. La noche
gotea fría sobre todos los umbrales, y las casas
esparcen humo azulado en la sombra. Rojizas,
las ventanas se encienden. Se enciende una luz
entre los postigos arrimados en la casa ennegrecida.
Al día siguiente hace frío y está el sol sobre el mar.
Una mujer en enagua se cepilla la boca
en la fuente, y la espuma es rosada. Tiene cabellos
rubio-áspero, como las cáscaras de naranja
esparcidas por el suelo. Protegida por la fuente,
atisba a un mocoso negruzco que la mira encantado.
Mujeres oscuras abren los postigos sobre la plaza
-los maridos dormitan todavía, en la oscuridad.
Cuando vuelve la noche, recomienza la lluvia
crepitante sobre muchos braseros. Las esposas,
aventando el carbón, echan miradas a la casa
ennegrecida y a la fuente desierta. La casa
tiene los postigos cerrados, pero adentro hay una cama
y sobre la cama una rubia se gana la vida.
Todo el pueblo reposa a la noche,
todo, menos la rubia, que se lava a la mañana.