Cesare Pavese - Disciplina

Los trabajos comienzan al alba. Pero nosotros lo

        hacemos

un poco antes del alba para encontrarnos a sí mismos

en la gente que va por la calle. Cada uno recuerda

que está solo y con sueño, descubriendo a los pocos

transeúntes —cada uno en su propio entresueño

y sabiendo que al alba tendrá que abrir los ojos.


Al llegar la mañana, nos encuentra aturdidos,

contemplando el trabajo que ahora comienza.

Pero no estamos solos ya y nadie tiene sueño

y pensamos con calma las ideas del día

hasta que sonreímos. Bajo el sol que regresa

ya estamos convencidos. A veces una idea

menos clara —una risa burlona— nos toma de sorpresa

y volvemos a ver como antes de que amaneciera.

La ciudad clara ayuda en trabajos y risas.

Nada puede alterar en la mañana. Puede ocurrir

cualquier cosa y nos basta levantar la cabeza

del trabajo y mirar. Muchachos que escaparon

y que aún no hacen nada caminan por la calle

y no falta el que corre. Las hojas de las avenidas

le dan sombra a la calle y sólo falta el pasto

entre las casas que yacen inmóviles. Muchos

a la orilla del río se desnudan al sol.

La ciudad nos permite levantar la cabeza

para pensarlo, y sabe bien que luego la inclinamos.