Cesare Pavese
Gente que no entiende

Bajo los árboles de la estación se encienden las luces.

Gella sabe que a esta hora su madre regresa de los prados

con el delantal repleto. Mientras espera el tren,

Gella mira entre el verde y sonríe al pensar

en pararse ella también, entre los faroles, a recoger hierba.


Gella sabe que su madre, de joven, estuvo en la ciudad

una vez: ella, todas las tardes al oscurecer, regresa,

y en el tren recuerda vidrieras espejeantes

y personas que pasan y no miran a la cara.

La ciudad de su madre es un patio encerrado

entre paredes, y la gente se asoma a los balcones.

Gella regresa cada tarde con los ojos distraídos

en colores y deseos y, mientras el tren se aleja,

piensa, al ritmo monótono, netos perfiles de calles

entre las luces, y colinas atravesadas de avenidas y de vida

y alborozo de jóvenes, de andar franco y risa dominante.


Gella está harta de ir y venir, y regresar a la noche

y no vivir entre las casas y en medio de las viñas.

A la ciudad la querría sobre aquellas colinas,

luminosa, secreta, y no moverse más.

Así es muy distinta. A la noche reencuentra

a los hermanos, que vuelven descalzos de algún trabajo,

a la madre atezada, y se habla de tierras

y ella se sienta en silencio. Pero todavía recuerda

que, muy chica, volvía ella también con su montón de hierba:

sólo que aquellos eran juegos. Y la madre que suda

recogiendo la hierba, porque hace treinta años

la recoge cada tarde, bien podría una vez

quedarse en casa. Nadie la busca.


También Gella querría quedarse, sola, en los prados,

pero llegar a los más solitarios, y tal vez a los bosques.

Y esperar la noche y ensuciarse en la hierba

y tal vez en el fango y nunca más volver a la ciudad.

No hacer nada, porque no hay nada que le sirva a nadie.

Como hacen las cabras, arrancar solamente las hojas más verdes,

y que se le empapen los cabellos, sudados y quemados,

de rocío nocturno. Endurecer las carnes

y ennegrecer y arrancarse la ropas, para que en la ciudad

no la quieran más. Gella está harta de ir y venir

y sonríe con el pensamiento de entrar en la ciudad

desfigurada y descompuesta. Hasta que las colinas y las viñas

desaparezcan, y pueda pasear por las avenidas

donde estaban los prados, cada noche, riendo,

Gella tendrá estos deseos, mirando desde el tren.

Cesare Pavese de Trabajar cansa (Lavorare stanca) [1936]