Cesare Pavese
Ocio
Todos esos grandes carteles pegados a las paredes,
que presentan, sobre un fondo de fábricas,
al obrero robusto que se yergue contra el cielo,
caen en pedazos por el sol y el agua. Masino maldice
al ver el rostro fiero sobre las paredes
en las calles, mientras da vueltas en busca de trabajo.
Uno se levanta a la mañana y se para a mirar los diarios
en los quioscos, con vivos rostros de mujeres a color:
los compara con las que pasan y pierde el tiempo,
pues todas tienen ojeras y caras de cansancio.
Comparten la calle
con carteles de cine sobre sus cabezas,
y, con pasos lentos, los viejos vestidos de rojo.
Y Masino, mirando las caras extenuadas
y los colores, se palpa las mejillas y las siente huecas.
Después de comer, Masino vuelve a dar vueltas,
hace de cuenta que ya trabajó. Cruza las calles
y no mira ya la cara de nadie. De noche regresa
y se acuesta un rato en el campo con alguna chica.
Solo, le gusta estar en los campos también,
entre las casas aisladas y los ruidos apagados
y a veces duerme un poco. No faltan mujeres,
como cuando era todavía mecánico: ahora es Masino,
que busca una sola para serle fiel.
Una vez -cuando buscaba trabajo- derribó a un rival
y los colegas, que lo encontraron en una zanja,
debieron vendarle una mano. Tampoco ellos hacen nada
y tres o cuatro, hambrientos, formaron una banda
de clarinete y guitarras -querían llevarlo a Masino
para que cantase- y andaban por las calles pasando la gorra.
Masino dijo que él canta por nada,
a veces, cuando tiene ganas, pero andar molestando sirvientas
por la calle es un trabajo para napolitanos. Y los días que come
se va con pocos amigos a las colinas:
allá se meten en alguna hostería y cantan un poco.
solos, entre hombres. Antes también se subían a una barca,
pero desde el río se ve la fábrica y te hacés mala sangre.
Después de gastar los zapatos delante de los carteles,
a la noche Masino termina en un cine
donde trabajó una vez. Hace bien esa oscuridad
a los ojos agotados de ver tantos faroles.
Seguir la historia no da mucho trabajo:
siempre hay una chica y a veces unos hombres
que se matan a golpes. Hay países
en los que valdría la pena vivir, en lugar
de los estúpidos actores. Masino imagina,
sobre un país de peladas colinas, de prados y fábricas,
su cabeza agrandada en primerísimos planos.
Al menos no dan la rabia que dan los carteles
de colores en las esquinas, y el morro de mujeres pintadas.