Cesare Pavese

Gentes sin arraigo

Demasiado mar. Hemos visto ya suficiente mar.

Al atardecer, cuando el agua se extiende lívidamente

y se desvanece en la nada, el amigo la escruta

y yo escruto al amigo y los dos nos callamos.

Tras caer la noche, nos enclaustramos en una taberna, arrinconados,

aislados entre el humo, y bebemos. Tiene sueños mi amigo

(son algo monótonos los sueños ante el fragor del mar)

en que el agua no es sino el espejo, entre una isla y otra,

de colinas, jaspeadas de flores salvajes y saltos de agua.

Me gustan las colinas y le permito que me hable del mar,

porque es de un agua clarísima que incluso deja vislumbrar las piedras.


No veo sino colinas y me cubren cielo y tierra

con las firmes líneas de sus contornos, próximas o lejanas.

Sin embargo, las mías son ásperas y rieladas por viñas,

fatigosas sobre un suelo quemado. Las acepta mi amigo

y desea cubrirlas de flores y frutas salvajes,

para descubrir, entre risas, muchachas más desnudas que frutas.

No es menester: a mis sueños más ásperos no le falta una sonrisa.

Si por la mañana, temprano, nos encaminamos

hacia aquellas colinas, podremos encontrar entre viñas

alguna moza morena, ennegrecida por el sol,

y trabando conversación, comer algo de su uva.

Cesare Pavese en Poesía completa [1991]

Trad. Carles José i Solsora