Cesare Pavese
Placeres nocturnos

También nosotros nos paramos a sentir la noche

en el instante en que viento está más desnudo:

las avenidas están frías de viento, todo olor ha cesado;

las narices se levantan hacia las luces oscilantes.


Tenemos todos una casa que espera en la oscuridad

a que regresemos: una mujer que espera en la oscuridad,

tendida en el sueño: el cuarto está caliente de olores.

No sabe nada del viento la mujer que duerme

y respira; la tibieza del cuerpo de ella

es la misma de la sangre que murmura en nosotros.


Este viento que nos lava llega desde el fondo

de las avenidas abiertas de par en par en la oscuridad;

las luces oscilantes y nuestras narices contraídas

se debaten desnudos. Cada olor es un recuerdo.

De lejos, de la oscuridad, salió este viento

que se abate sobre la ciudad: de abajo, de prados y colinas,

donde solo hay una hierba que el sol ha calentado

y una tierra ennegrecida de humores. Nuestro recuerdo

es un áspero olor, la poca dulzura

de la tierra desventrada que exhala en invierno

el aliento del fondo. Se ha apagado cada olor

en la oscuridad, y a la ciudad no nos llega más que el viento.


Volveremos esta noche a la mujer que duerme,

con los dedos helados a buscar su cuerpo,

y un calor nos sacudirá la sangre, un calor de tierra

ennegrecida de humores: un aliento de vida.

También ella se calentó en el sol y ahora descubre

en su desnudez su vida más dulce,

que de día desaparece, y tiene sabor de tierra.


Cesare Pavese en Trabajar cansa (Lavorare stanca) [1936]

 Trad. Jorge Aulicino