Esta propuesta es una variante, o mejor, una consecuencia de la actividad anterior cuyo objetivo es inventar el final del final. Saber jugar literariamente con diferentes claves: humor, tragedia, drama… imaginar qué ocurre después en un cuento que ha llegado a su fin, después de comer las perdices.
Veamos el tamborilero mágico
Érase una vez un tamborilero que volvía de la guerra. Era pobre, sólo tenía el tambor, pero a pesar de ello estaba contento porque volvía a casa después de tantos años. Se le oía tocar desde lejos: barabán, barabán, barabán…
Andando y andando encontró a una viejecita.
– Buen soldadito, ¿me das una moneda?
– Abuelita, si tuviese, te daría dos. Incluso una docena. Pero no tengo.
– ¿Estás seguro?
– He rebuscado en los bolsillos durante toda la mañana y no he encontrado nada.
– Mira otra vez, mira bien.
– ¿En los bolsillos? Miraré para darte el gusto. Pero estoy seguro de que… ¡Vaya! ¿Qué es esto?
– Una moneda. ¿Has visto cómo tenías?
– Te juro que no lo sabía. ¡Qué maravilla! Toma, te la doy de buena gana porque debes necesitarla más que yo.
– Gracias, soldadito –dijo la viejecita-, y yo te daré algo a cambio.
– ¿En serio? Pero no quiero nada
– Sí, quiero darte un pequeño encantamiento. Será este: siempre que tu tambor redoble todos tendrán que bailar.
– Gracias, abuelita. Es un encantamiento verdaderamente maravilloso.
– Espera, no he terminado: todos bailarán y no podrán pararse si tú no dejas de tocar.
– ¡Magnífico! Aún no sé lo que haré con este encantamiento pero me parece que me será útil.
– Te será utilísimo.
– Adiós, soldadito.
– Adiós, abuelita.
Y el soldadito reemprendió el camino para regresar a casa. Andando y andando… De repente salieron tres bandidos del bosque.
– ¡La bolsa o la vida!
– ¡Por amor de Dios! ¡Adelante! Tomen la bolsa. ¡Pero les advierto que está vacía!
– ¡Manos arriba o eres hombre muerto!
– Obedezco, obedezco, señores bandidos.
– ¿Dónde tienes el dinero?
– Lo que es por mí, lo tendría hasta en el sombrero.
Los bandidos miran en el sombrero: no hay nada.
– Por mí lo tendría hasta en la oreja.
Miran en la oreja, nada de nada.
– Os digo que lo tendría incluso en la punta de la nariz, si tuviera.
Los bandidos miran, buscan, hurgan. Naturalmente no encuentran ni siquiera una moneda.
– Eres un desarrapado –dice el jefe de los bandidos-. Paciencia. Nos llevaremos el tambor para tocar un poco.
– Tomadlo –suspira el soldadito-, siento separarme de él porque me ha hecho compañía durante muchos años. Pero si realmente lo queréis…
– Lo queremos.
– ¿Me dejaréis tocar un poquito antes de llevároslo? Así os enseño cómo se hace ¿eh?
– Pues claro, toca un poco.
– Eso, eso –dijo el tamborilero-, yo toco y vosotros (barabán, barabán, barabán) ¡y vosotros bailáis!
Y había que verlos bailar a esos tres tipejos. Parecían tres osos de feria.
Al principio se divertían, reían y bromeaban.
– ¡Ánimo, tamborilero! ¡Dale al Vals!
– ¡Ahora la polka, tamborilero!
– ¡Adelante con la mazurca!
Al cabo de un rato empiezan a resoplar. Intentan pararse y no lo consiguen. Están cansados, sofocados, les da vueltas la cabeza, pero el encantamiento del tambor les obliga a bailar, bailar, bailar…
– ¡Socorro!
– ¡Bailad!
– ¡Piedad!
– ¡Misericordia!
– ¡Bailad, bailad!
– ¡Basta, basta!
– ¿Puedo quedarme el tambor?
– Quédatelo… No queremos saber nada de brujerías…
– ¿Me dejaréis en paz?
– Todo lo que quieras, basta con que dejes de tocar.
Pero el tamborilero, prudentemente, sólo paró cuando los vió derrumbarse en el suelo sin fuerzas y sin aliento.
– ¡Eso es, así no podréis perseguirme!
Y él, a escape. De vez en cuando, por precaución, daba algún golpecillo al tambor. Y enseguida, las ardillas sobre las ramas, las lechuzas en los nidos, obligadas a despertarse en pleno día…
Y siempre adelante, el buen tamborilero caminaba y corría, para llegar a su casa.