¿Cuál es tu Tesoro?
Aquí no encontrarás más que palabras. “Cáscara, cáscara, cáscara”. No sigas leyendo. Es mejor que te preguntes fría, serena, profundamente, en tu soledad, en tu silencio, dentro de ti... ¿Cuál es mi Tesoro?
Viajé a los países más exóticos; pregunté a la gente, indagué entre los ancianos del lugar. Las respuestas no me satisfacían. Busqué en los océanos, en las selvas de todo el planeta, fui a los desiertos, a las montañas, recorrí los ríos más caudalosos. Lo que encontraba no me satisfacía. Me infiltré en rebaños de ovejas, en bandadas de golondrinas, en las cuevas de las hormigas y en los panales de las abejas. Lo que allí había no me satisfacía. ¿Dónde estará el Tesoro?
Seguiste leyendo...; de verdad, no merece la pena. Nunca se cansa el ojo de ver, ni el oído de escuchar... Me temo que aun no te has hecho la pregunta: ¿Cuál es mi Tesoro? Y la respuesta a esta pregunta puede cambiar muchas cosas, puede cambiar la Historia, al menos tu historia
Cambié de táctica. Me encerré en las salas de las más grandes bibliotecas. Toda la sabiduría humana está contenida en los libros; ellos me darían la respuesta, era cuestión de tiempo. Leí física, química, biología, astronomía, matemáticas, historia, medicina, economía, psicología...... ¡qué se yo! Sus argumentos no me complacían. Estudié la Biblia, el Corán, el Upanishad, el I Ching..... Nada me contentaba. ¿Dónde estará el Tesoro?
Dicen que los monjes Zen pasan años haciéndose la misma pregunta, intentando dar solución a un koan propuesto. ..!qué tontería, con todo lo que tengo que hacer¡ ... ¡con lo ocupado que estoy!... ya lo haré.... ¿cuál es mi....?
Intente un nuevo procedimiento. Pregunté a quienes eran tenidos por sabios. Me tomaron por loco. Me fui a los suburbios y pregunté a los incultos; se rieron de mi y me apedrearon. Fui a la gente sencilla de las aldeas, me acerqué a los estudiantes, pregunté a los niños y a los adultos... ...me miraron con cara de lástima.
Dejé el mundo; todo lo abandoné. Dejé de viajar, quemé los libros, renuncié comunicarme con la gente, y busqué con la sola ayuda de mi pensamiento. La solución no llegó. Me recluí en la meditación durante años. Tampoco me contentó.
Desesperado grité al Cielo. Ante su enmudecimiento, arrodillado, demandé con lágrimas, supliqué, rogué..., recé. ...Y el cielo no contestó. Todo estaba perdido; me sentí desesperado, abatido, decepcionado.
¿Quién calmará mi sed? ¿Quién reducirá mi angustia? ¿Quién secará mis lágrimas? ¿Quién consolará mi pena?
(¿Cuál es tu Tesoro? ¿Te lo has preguntado alguna vez? La respuesta puede ser sencilla: Mis hijos, mi mujer o mi hombre, mi saber, mi experiencia, mi salud... Si son tus hijos tu Tesoro, seguro que has sabido hacerlos dichosos, que te has preocupado seriamente por su educación, que le has dedicado tu tiempo (no todo el tiempo que has podido, sino “tu tiempo”) Y es verdad, ellos son el gran tesoro. Bueno, el tema no es tan fácil ¿Cómo hacer dichoso a alguien si tu no eres dichoso? ...y es que sólo podemos dar aquello que tenemos, lo demás son pantomimas, engaño, mentira. El Tesoro has de tenerlo tu. ¡Claro que los hijos, la experiencia, la vida..., son tesoros! )
Me había cansado de buscar. Había consumido mis energías. Me encontraba perdido, hundido, exhausto. ¿A quién recurrir? ¿Dónde buscar? Muchos me habían dicho: La respuesta está en tu interior. Pero eso no son más que palabras, palabras, cáscara, cáscara...
Estimado lector, quien quiera que seas, ya que estas palabras no tienen valor para ti (seguiste leyendo pese a la recomendación inicial) permite insista en la necesidad de que te hagas la pregunta: ¿Cuál es mi Tesoro? (segundo incumplimiento a la recomendación inicial). Mientras no te preguntes, la solución no puede ser revelada.
aurguki
8 Octubre 2001