¿Por qué el otro carril siempre va más rápido?
¿Dónde estás tú? En la derecha de la foto.
En la entrada de hoy y dentro de “Ahora que lo pienso…” estrenaremos una serie de artículos (aún no sé cuántos, posiblemente tres o cuatro) relacionados con una idea central: cómo afecta a lo que puedo deducir de lo que veo el hecho de que lo estoy mirando. Esto puede sonarte un poco a cuántica, pero no es exactamente lo mismo: vamos a hablar, no de que el hecho de que alguien observe una cosa modifica esa cosa, sino del hecho de que yo sea un observador y consciente de que lo soy. No hay ninguna modificiación física del Universo en este caso: el efecto se debe a que estoy seleccionando un observador (yo) y eso debe tenerse en cuenta acerca de los razonamientos hechos sobre lo que observo.
He decidido romper este asunto en varios artículos porque es bastante abstracto y, francamente, llega un momento en el que no viene mal parar un rato y reflexionar. Advertido quedas de que puede aburrirte o parecerte una tontería. También ten en cuenta que muchas de las cosas de las que hablaremos no sonciencia, es decir, no son susceptibles de experimentación. De hecho, esta serie de artículos es más filosófica que científica, y su objetivo principal es hacer pensar – si te resulta estimulante, genial. Si no, hay muchas cosas que leer en la red.
En esta primera entrega de la serie voy a tratar simplemente de definir el concepto central, que puede resumirse así: la selección del observador modifica las conclusiones extraídas del hecho observado. Dicho de otra manera: el otro sentido de la autopista probablemente se mueve más rápido que el tuyo.
¿Nunca has notado esto? Es una constante en nuestra vida: en el supermercado, la otra cola se mueve más deprisa. En una carretera de dos sentidos, el otro sentido tiene tráfico fluido y tú estás en un atasco. En una autopista con varios carriles, el tuyo es el más lento, etc. A veces trata de explicarse este hecho diciendo (y es cierto) que te fijas más en esas cosas cuando te tocan a ti, y no cuando todo va bien. Pero hay una explicación menos psicológica y más matemática.
Imagina que eres un observador externo a un supermercado (lo estás mirando, por ejemplo, con una cámara de video). En el supermercado hay dos cajas, y veinte personas están haciendo cola en total entre las dos cajas. Cada persona se dirige aleatoriamente a una caja o la otra. Te pregunto: ¿Cuál de las dos cajas tiene más probabilidad de ser la caja lenta? Probablemente, tu respuesta sea la correcta: hay un 50% de probabilidad de que cada una de ellas sea la caja lenta.
Pero ahora imagina el mismo caso visto desde dentro. Tú estás en una de las dos colas del supermercado, es decir, eres una de las 20 personas y estás en una de las dos cajas elegida al azar. ¿Cuál de las dos cajas tiene más probabilidad de ser la caja lenta? La respuesta correcta, naturalmente, es…la tuya. Por supuesto, “la tuya” ha sido elegida al azar, de modo que hay un 50% de probabilidad de que sea la primera o la segunda caja, pero es más probable que sea la caja lenta que la rápida.
¿Por qué razón? Porque tú estás en ella. Si hay un total de 20 personas indistinguibles, y tú eres una de ellas, puesto que en la caja lenta habrá más personas que en la rápida es más probable que estés en la caja lenta que en la caja rápida.
Míralo de este modo: eres una de las 20 personas y tienes los ojos cerrados. Si te pido que apuestes en cuál de las cajas estás (en la lenta o en la rápida), ¿por cuál apostarías? Si las 20 personas hacen lo mismo, ¿cuál es la estrategia que deberían seguir? Si apuestan al azar (por ejemplo, tirando una moneda) acertarán el 50% de las veces: en media, 10 de ellos ganarían la apuesta y 10 la perderían.
Pero aquí está el quid de la cuestión: sabiendo que ellos son parte del sistema observado, la estrategia inteligente es apostar que están en la caja lenta. Si, por ejemplo, hay 15 personas en la caja lenta y 5 en la caja rápida y los 20 (con los ojos cerrados) apuestan que están en la caja lenta, 15 ganarán y 5 perderán – un 75% de probabilidad de acertar en este caso. Puede que esto te parezca una perogrullada, pero a mí, la primera vez que vi este argumento, los ojos se me quedaron como platos.
Lo mismo ocurre, por ejemplo, en la carretera. En un tramo de autopista determinado, con dos sentidos, hay un 50% de probabilidades de que un sentido sea más fluido que el otro, es decir, haya menos coches en él. ¿Cuál es más rápido? No lo sé.
Pero si yo estoy en el coche en un sentido, es más probable que mi sentido sea más lento, porque al ser yo una muestra aleatoria de todos los coches de la autopista, es más probable que esté en el lado de la autopista en el que hay más coches. Lo mismo ocurre en una autopista con varios carriles: si yo estoy en uno, es más probable que sea el más lento.
¿Debo entonces cambiar de carril? Si todo es totalmente aleatorio….pues sí. Lo que pasa es que no es aleatorio (puedo ver si estoy en un carril más lento o no), y además, si todo el mundo hace lo mismo, el efecto neto es nulo, es decir, no afecta para nada al resultado.
Estos dos ejemplos (y muchos más) explican efectos que tienen algo en común: cuando sacas conclusiones de una observación, el hecho de que tú estés observando puede modificar las conclusiones que sacas, y debes siempre tenerlo en cuenta.
Las consecuencias de este hecho son muy interesantes, y nos zambulliremos en ellas en entregas posteriores de esta serie. Al fin y al cabo, si tú y yo pensamos juntos sobre el Universo, el hecho de que estemos pensando sobre él puede afectar a las conclusiones que saquemos. Para picar tu curiosidad, hablaremos de cosas como el Principio Antrópico y el Argumento del Día del Juicio Final. Si te gusta extraer conclusiones sobre el Universo con un mínimo de información, sólo dándole al coco, entonces creo que te gustarán. Si este artículo que acabas de leer te parece un fárrago insufrible, lo siento…es imposible contentar a todo el mundo.