Luis de Córdova y Córdova (Sevilla, 4 de diciembre de 1706 - San Fernando (Cádiz), 29 de septiembre de 1796) fue un marino y militar español, 2º Capitán General de la Real Armada Española.
Luis de Córdova y Córdova
Hijo de Juan de Córdova Lasso de la Vega y Puente Verastegui, marino y caballero de la Orden de Calatrava, y de Clemencia de Córdova-Lasso de la Vega y Ventimiglia, hija del I. Marqués del Vado del Maestre. Fue bautizado en la parroquia de San Miguel, en Sevilla, el 12 de febrero de 1706. Desde muy joven sintió inclinación por la mar: a los 11 años comenzó su vida marinera acompañando a su padre, capitán de navío, y poco antes de los 13 ya había realizado dos viajes a América.
Sentó plaza de guardiamarina en la compañía del departamento de Cádiz, en 1721, y en 1723 ascendió a alférez de fragata. Sirvió con brillantez en los primeros grados del escalafón, prestando servicios en navegaciones, comisiones y acciones de guerra que merecieron la aprobación de sus superiores y el aprecio del rey Felipe V.
En 1730 fue elegido para escoltar al infante Carlos de Borbón en su viaje a Italia. Ascendió a alférez de navío en 1731 y a teniente de fragata en 1732, año en que participó de la toma de Orán. Dos años más tarde lo haría en la reconquista de Nápoles y Sicilia.
Información personal
Fallecimiento
Nacionalidad
Nacimiento
Española
En 1735 ascendió a teniente de navío y en agosto de 1740 a capitán de fragata. Este mismo año tomó parte en las luchas contra los piratas argelinos en el Mediterráneo. Fue nombrado capitán de navío en 1747, y al mando del navío América, en unión con el Dragón (ambos de 60 cañones), a las órdenes de Pedro Fitz-James Stuart (después marqués de San Leonardo), trabaron combate cerca del cabo de San Vicente contra los navíos argelinos Danzik (60 cañones) y Castillo Nuevo (54), el primero capitana de Argel. El Castillo Nuevo se retiró a las primeras descargas, pero el Danzik siguió combatiendo cerca de 30 horas en el espacio de cuatro días, hasta perder la mitad de su dotación. Hecho una criba arrió su bandera y hubo que quemarlo al no poderse utilizar. Se rescataron cincuenta cautivos cristianos. Por esta acción concedió el rey Fernando VI a Córdoba una encomienda de la Orden de Calatrava.
Información profesional
Rango
Ocupación
Militar y marino
Más adelante tomó parte en la escolta de diversos convoyes de la Carrera de Indias, y en el período 1754-1758 tuvo unas destacadas actuaciones en las que combatió el contrabando en Cartagena de Indias. Al no existir por entonces el grado de brigadier, que se creó en 1773, ascendió directamente a jefe de escuadra el 13 de julio de 1760.
Tomó entonces el mando de una escuadra con la que efectuó múltiples navegaciones, sobre todo por aguas de Norteamérica, y con la que participó en diversas comisiones, como la parada de gala realizada en 1765 en aguas de Cartagena para festejar diversos acontecimientos. Finalizó el mando de dicha escuadra a su retorno a Cádiz en marzo de 1774, y en diciembre de ese mismo año ascendió a teniente general, a los 68 años de edad.
Aliada España con Francia por los pactos de familia, en plena guerra de independencia norteamericana Luis de Córdova fue nombrado comandante de una escuadra española, que se unió a la escuadra francesa de Orvilliers cuando en junio de 1779 fue declarada la guerra a Inglaterra. La escuadra combinada franco-española, en la que se contaban 68 navíos -de los que el español Santísima Trinidad portaba la insignia de Córdova-, entró en el Canal de la Mancha para intentar la invasión de las Islas Británicas en agosto de 1779. Los buques ingleses se refugiaron en sus puertos, causando el colapso del comercio británico, y fue apresado el navío inglés Ardent, de 74 cañones, que quedó rezagado.
Por esta campaña meritoria recibió Córdova como obsequio del rey Luis XVI de Francia una caja de oro ricamente guarnecida de brillantes con la expresiva dedicatoria "Luis a Luis". Por su parte, el rey de España le concedió la Gran Cruz de Carlos III, por aquella época la más valiosa distinción.
Los frutos de esta campaña fueron, sin embargo, escasos, ya que surgieron diferencias de opinión entre el mando francés y el español. El primero quería a toda costa destruir primeramente la escuadra enemiga, para después efectuar el desembarco proyectado en la Gran Bretaña. El español abogaba por realizar inmediatamente el desembarco, basándose en que la escuadra enemiga no estaba en condiciones de evitarlo. Al final no hubo desembarco, y los hechos dieron la razón a los españoles. Con acciones aisladas, los ingleses entorpecieron las actuaciones de la flota combinada y lograron prepararse para hacer frente a la situación, lo que unido al mal tiempo, al escorbuto y a una epidemia de tifus que afectó a las dotaciones, hizo desistir a la escuadra aliada, que se retiró a Brest.
El general francés, conde de Guichen, se admiraba de que Córdova tomase ciertas precauciones de mal tiempo cuando aún lo hacía bueno y, por el contrario, que mandase suspenderlas cuando todavía se estaba en lo que eran finales de un temporal y a ellos les parecía plena fuerza de él. Preguntó el almirante francés a Mazarredo de dónde provenía semejante previsión y el mayor general el enseñó los barómetros marinos que los buques españoles habían empezado a usar cuando aún no los tenían los aliados franceses.
En aquella época, Luis de Córdova ya tenía 73 años de edad, y muchos franceses opinaban que, si bien en el pasado había sido un buen oficial, ya era muy viejo y le fallaba la cabeza. Pero Floridablanca, en una carta a Aranda fechada el 27 de noviembre de 1779, decía que le parecía que "el viejo es más alentado y sufrido que los señoritos de Brest", y añadía que ninguno de sus detractores había podido adelantar, mejorar o rectificar ninguno de sus planes de acción. Debido a ello, el 7 de febrero de 1780 fue nombrado director general de la Armada.
Mandando Córdova la misma escuadra combinada y sobre el cabo de Santa María, el 9 de agosto de 1780, con 27 navíos a su mando, apresó un rico convoy británico de 57 fragatas cargadas para el ejército inglés en Norteamérica y la India, escoltado por tres fragatas de guerra que pasaron a la Marina Real de España con los nombres de Colón, Santa Balbina y Santa Paula. Este golpe logístico ha quedado como el mayor sufrido en toda la historia por la Royal Navy: capturó uno de los más grandes y ricos convoyes que partió jamás de Portsmouth. Córdoba hizo aquel día 3.000 prisioneros de las dotaciones, más 1.800 soldados de las compañías reales de las Indias Orientales y Occidentales, valuándose el botín capturado, de mercancías y municiones, en 1 millón de duros. Pese a la persecución de que fue objeto por parte de las fuerzas navales enemigas, que constituían la protección más lejana del convoy, logró conducir sus presas a Cádiz, lo que tuvo gran eco en la prensa de la época y le convirtió en un héroe del momento.
En la campaña de 1781, asimismo en el canal de la Mancha, sufrió la escuadra violentos temporales sin experimentar descalabros y males de consideración, gracias a las acertadas disposiciones que tomó el general Córdova secundado por su mayor general José de Mazarredo. En dicha campaña también le cupo el éxito de apresar otro convoy británico de 24 barcos y llevarlo a Brest.
En estas navegaciones y combates sobresalió la buena instrucción de las dotaciones españolas, fruto de los desvelos del mayor general secundado eficazmente por Escaño, a la sazón ayudante de la mayoría. Se empezaban a sentir, antes de que fuesen publicadas, los efectos de lo que había de convertirse después en las Ordenanzas de la Armada, producto del laborioso trabajo y la experiencia de esos dos eminentes marinos.
El día del gran golpe de Luis de Córdova a la Armada inglesa
La madrugada del 9 de agosto de 1780, Luis de Córdova, director general de la Armada española, estaba a punto de hacer historia con 27 navíos y algunas fragatas, en un golpe logístico que ha quedado como el mayor sufrido en toda la historia por la Royal Navy. Acechando uno de los más grandes y ricos convoyes que partió de Portsmouth en el siglo XVIII logró la presa con una precisa mezcla de astucia y audacia sumadas a las dotes de gran navegante.
Todo había empezado semanas antes, con los espías españoles en la capital inglesa, que se hicieron con los datos de salida de un gran convoy. Inglaterra necesitaba en ese momento reforzar militarmente y avituallar a sus mejores unidades, que estaban luchando en ultramar, en las postrimerías de la guerra de Independencia Norteamericana, además de la expansión del Imperio en la India. Pero Gran Bretaña acababa de vivir, en el verano de 1779, con un terror desconocido desde tiempos de la Grande y Felicísima Armada de Felipe II, el acoso de la Armada combinada a las costas británicas. Era la primera acción importante después de que los Pactos de Familia pusieran a España en guerra con Inglaterra, un acoso por el que la población británica había abandonado incluso las localidades costeñas. Luis de Córdova capitaneaba la escuadra española y hubiera invadido Inglaterra aquel verano, pero las dudas continuas del almirante francés, Luis Guillouet, y una acción combinada del escorbuto y una epidemia de tifus echaron al traste esos planes y los obligaron a retirarse a Brest.
Castillo de Brest.
El navío Santísima Trinidad con sus cuatro puentes y 136 cañones. Museo Naval de Madrid.
El rey Felipe V.
Luis de Córdova
Cuando la información del convoy llegó al conde de Floridablanca, este alertó a la Armada comandada por Luis de Córdova, que contaba entonces 73 años. A sus fuerzas de 27 navíos se había sumado una flotilla francesa de 9 navíos y una fragata. A los franceses no les parecía nada bien el mando de un hombre tan mayor, pero lo cierto es que Floridablanca lo defendía como uno de los más válidos marinos de la época: “El viejo ha resultado más alentado y sufrido que los señoritos de Brest”, escribía el secretario de Estado al conde de Aranda apenas un año antes, cuando fracasaron los planes por la indecisión francesa.
Luis de Córdova estuvo acechando desde el Estrecho para encontrar el rastro del convoy. Y se aprovechó de que Londres, como consecuencia del ataque del año anterior que había detenido el comercio y parado la bolsa, ya no permitía a su flota alejarse del Canal de la Mancha. A la salida del Canal, el convoy quedó con la mínima escolta, apenas tres buques, y el resto volvió a defender las islas. Tratarían de alejarse de las rutas sabidas y confiarían su suerte a la noche y el viento.
Mientras tanto, las veloces fragatas españolas escrutaban grandes superficies alrededor de la flota, que se movía con prudencia en los primeros días de agosto de 1780. Pero todos sus esfuerzos dieron fruto en la madrugada de aquel dia 9. Poco después de la medianoche, desde el “Santísima Trinidad”, el Escorial de los mares, Luis de Córdova pudo ver cómo una lejana fragata, adelantada a barlovento para rastrear la zona, lanzaba una señal, disparando sus cañones. Sin embargo, por la extrema lejanía, no se pudo contar el número de disparos que indicaba el de velas avistadas.
¿Sería el convoy? Debieron ser momentos de gran tensión hasta que la fragata, siguiendo la ordenanza y avistando numerosas velas ya en el horizonte, y no de la escuadra combinada, repitió la señal y desde el “Santísima Trinidad” pudieron contarse los disparos.
En ese momento el navegante ordenó a virar a su escuadra y calculó el rumbo para lograr que se llegase a un punto en el que, al amanecer, se encontrarían con el convoy. A su dominio de la navegación añadió una añagaza: dejó un farol en lo alto del trinquete, el palo de proa, del “Santísima Trinidad”, que confundió a los del convoy hasta el punto de dirigirlos directamente a la trampa tendida.
Amanece el día 9. A las 4:15 de la madrugada se avista una vela en el horizonte. Inmediatamente le siguen muchas más, todas se encaminan a la luz del farol que camufla su suerte inmediata. Ellos creían que se trataba de una señal de su propio comandante.
Cuando ya es tarde, descubren su error y viran en desbandada. Luis de Córdova comienza a cañonear de manera selectiva a los aterrados ingleses para que se detengan y ordena una caza general para capturar y marinar las presas con dotaciones inmediatamente.
El Santísima Trinidad
A las 5 de la mañana ha capturado 26 buques con 10 navíos, pero la caza continúa durante toda la jornada, aciaga para el inglés, trepidante para la combinada. Al anochecer cuentan 41 naves. Solo se escapa un bergantín chico por el Este y seis o siete pequeñas embarcaciones por barlovento, de las que solo se podrá dar caza a una más tarde. Lo hará la fragata “Nereyda”. El recuento, acabado el día 10 será de 51 naves capturadas. A las huidas hay que sumar la huida del único navío, de 74 cañones, y las dos fragatas que escoltaban el convoy. ¡Y qué convoy!
Cuando los españoles empiezan el recuento apenas pueden dar crédito a lo que ven su ojos. Se trata de un convoy doble, apresado antes de separarse. Una mitad iba a las Antillas inglesas, con el fin de reforzar a las tropas que combaten en Norteamérica, y la otra mitad se dirigía a la India, con un valiosísima carga. Luis de Córdova, que además comprende enseguida el valor estratégico del material militar apresado, ordena a Vicente Doz que escolte las presas a Cádiz, en cuyo puerto fondean el 20 de agosto. Allí van los buques que además de pólvora en gran cantidad y armas, uniformes y vituallas para miles de soldados, portaban lingotes de oro por valor de un millón de duros (para comprender la dimensión, piénsese que el valor de tantas naves no pasaba de 600.000).
El mayor desastre logístico de la historia británica incuía 37 fragatas, 9 bergantines, 9 paquebotes; sumaba 294 cañones; portaba 1692 hombres de equipajes, 1159 hombres de la tropa de transporte y 244 pasajeros, entre ellos algunos importantes. De las fragatas había algunas de 700 toneladas, muchas de 400, más de 10 de 200 y el resto de 300 toneladas. Tres de ellas pasaron a la Armada española con los nombres de “Colón”, “Santa Balbina” y “Santa Paula”.
Las noticias de la captura hicieron caer la bolsa de Londres. El toma y daca se repetirá, varias veces casi en las mismas aguas durante los siguientes 25 años, hasta Trafalgar, pasando por las batallas del Cabo de San Vicente y la del de Santa María. En la última, en 1804, un año antes del desastre de la Armada combinada en Trafalgar, estalló por los aires la “Mercedes”, tan célebre desde hace unos años por culpa del expolio de los cazatesoros de Odyssey.
De regreso a España, en 1782 mandó las fuerzas navales combinadas que se habían reunido en la bahía de Algeciras para bloquear Gibraltar e intentar su toma. Participó con ataques directos a la plaza, en la ocasión en que Antonio Barceló mandaba las empleadas directamente en el ataque a corta distancia, y después se produjo el ataque de las baterías flotantes, a las órdenes del general Ventura Moreno, apoyó con los fuegos de sus buques de este desgraciado ataque del invento del francés d’Arçon. Cuando fueron incendiadas éstas por las balas rojas de los defensores, envió sus embarcaciones menores a apagar los fuegos y salvar a las dotaciones. En los incendios y voladuras de estas pesadas baterías, en teoría insumergibles e incombustibles, con circulación de agua "como la sangre por el cuerpo humano", hubo 338 muertos, 638 heridos, 80 ahogados y 335 prisioneros. Pero los efectos fueron superados en mucho por el bombardeo de las lanchas cañoneras inventadas por Barceló, que lo hacían efectivo.
Continuó el bloqueo de Gibraltar, que era defendida por el gobernador Elliot. Los barcos permanecían en el mar y sólo tomaban refugio en Algeciras con tiempos duros. La situación de la plaza llegó a ser muy apurada, por lo que los ingleses decidieron enviar un gran convoy, escoltado por una fuerza de 30 navíos al mando del almirante Richard Howe. El inglés entró en el ¨Mediterráneo corriendo un temporal del sudoeste y Córdova salió a su encuentro, pero Howe aprovechó el temporal y logró introducir en la plaza los barcos del convoy con los tan ansiados recursos, sin que Córdova pudiese evitarlo. En el temporal se perdió un navío español, el San Miguel, arrojado por la tempestad bajo los mismos muros de Gibraltar, y otros barcos españoles sufrieron muchas averías.
Cuando lord Howe volvía al Atlántico, Córdoba le salió de nuevo al paso y el 20 de octubre de 1782 se trabó la batalla del cabo Espartel. Los británicos admiraron "el modo de maniobrar de los españoles, su pronta línea de combate, la veloz colocación del navío insignia en el centro de la fuerza y la oportunidad con que forzó la vela la retaguardia acortando las distancias".
Tras cinco horas de combate indeciso, los 34 buques británicos, de más andar que los 46 hispano-franceses, rehuyeron continuarlo. El coloso español, el navío Santísima Trinidad, sólo pudo hacer una descarga completa de todas sus baterías.
Se firmó la paz con la Gran Bretaña el 30 de enero de 1783, por la que se restituía a España la isla de Menorca y la Florida. El rey premió los servicios de Córdoba nombrándole director general de la Armada el 7 de febrero de 1783 y poco después capitán general. Córdova arrió su insignia de la escuadra combinada el 1 de mayo siguiente.
El 2 de julio de 1786 puso la primera piedra del Panteón de Marinos Ilustres de la Isla de León (hoy San Fernando), localidad en la que falleció el 29 de julio de 1796, a los 90 años de edad, siendo enterrado en la iglesia de San Francisco. En 1851 se decretó el traslado de sus restos al Panteón de Marinos Ilustres, lo que tuvo cumplimiento en 1870.
Luis de Córdova y Córdova, casado con María Andrea de Romay, tuvo un hijo, Antonio de Córdova y Romay, que también ingresó en la Armada y falleció en 1782 tras haber alcanzado el grado de brigadier.
Cordova (Alaska): nombrada en 1790, por el explorador español Salvador Fidalgo.