Hist. de la Lengua Española

Bloque 0. Introducción

 

La Historia de la lengua y la Lingüística histórica: concepto, método y campos de estudio

El estudio de la Historia de la lengua debe enmarcarse dentro de la Lingüística histórica, una disciplina que atiende especialmente al estudio del cambio lingüístico; sin embargo, no es posible entender la Lingüística histórica con independencia de la Filología, pues el estudio de la lengua de otras épocas está estrechamente ligado al análisis de los textos que han llegado hasta nosotros y que nos sirven para trazar esa historia evolutiva que podríamos llamar estudio diacrónico. Este tipo de análisis es necesario para poseer un conocimiento global de la lengua, que otras disciplinas estudian desde un punto de vista sincrónico, es decir, atendiendo a la descripción de los hechos lingüísticos en un momento determinado, sin tener en cuenta su origen y evolución.

Dentro del ámbito de la Historia de la lengua se incluyen tradicionalmente dos perspectivas diferentes: la Historia de la lengua “externa”, que atendería a todos los aspectos culturales, sociales, históricos en general, que han envuelto a la lengua en evolución; y la Historia de la lengua llamada “interna”, que comprende los aspectos propiamente lingüísticos, a la que también podemos referirnos como “Gramática histórica”. En sentido estricto, el término gramática abarca los tres niveles clásicos de análisis (fonético o fonológico, morfosintáctico y léxico), pero en sentido más amplio suele incluir también el estudio semántico.

Sin embargo, aun siendo dos perspectivas distintas, el estudio de los aspectos internos de un sistema lingüístico y la historia externa de ese sistema deben entenderse como enfoques complementarios para entender los procesos de cambio que constituyen la evolución de una lengua. Podemos, por tanto, dividir el área de Historia de la lengua en bloques de contenidos con cierta autonomía derivada de la metodología propia de distintos campos de estudio, pero, en cualquier caso, la Historia de la lengua debe entenderse como disciplina unitaria, pues solo contando con todos los niveles de análisis, tanto lingüísticos como externos, podemos dar explicación satisfactoria a los textos, que son el nexo entre todas las disciplinas filológicas.

En este curso nos vamos a centrar en la Historia externa de la lengua, explicando cronológicamente las distintas etapas en la evolución del español, analizándolo dentro de la historia general, es decir, teniendo en cuenta la influencia del contexto histórico-social y cultural en cada momento de esa evolución. Por otro lado, daremos cuenta también, en cada etapa, de los principales cambios que se producen en los distintos niveles del análisis lingüístico, es decir, en la Historia interna o Gramática histórica: principales cambios en el plano fonético-fonológico, en el plano morfosintáctico y, por último, en el plano léxico-semántico. (En la UNED, la distribución de la materia de Perspectiva diacrónica en varias asignaturas de distinto carácter en la titulación de Grado en Lengua y Literatura persigue abarcar prácticamente todos los campos de estudio, pero esta asignatura introductoria debe ofrecer un panorama general de la evolución de la lengua en todos los aspectos. Más tarde, en Fonética y Fonología históricas se profundizará en los cambios en el nivel fonético-fonológico, y en la optativa de Morfosintaxis histórica se hará lo propio con los cambios de los niveles morfológico y sintáctico).

 

Historia de la lengua externa

Como hemos dicho, la historia de una lengua no puede desvincularse de la historia general, sino que es necesario analizar el contexto histórico, en primer lugar, desde un punto de vista cronológico, es decir, atendiendo a su periodización. La Historia externa intenta establecer relaciones entre la evolución de una determinada sociedad con las transformaciones simultáneas sufridas por el sistema lingüístico que utiliza, pero la complejidad de la evolución lingüística y la lentitud con que se operan los cambios en el sistema son difícilmente asimilables a momentos o sucesos importantes de la historia externa, salvo en aspectos muy concretos. En efecto, a pesar de que el contexto histórico influya de forma muy evidente en algunos casos, como por ejemplo en los préstamos o en la evolución de las formas de tratamiento, resulta peligroso buscar motivaciones externas para la mayoría de fenómenos que afectan al núcleo del sistema, es decir, a las estructuras fonológicas y morfosintácticas.

En segundo lugar, para comprender mejor los textos es necesario atender a las condiciones pragmáticas de su producción, a fin de describir la interacción entre las estructuras lingüísticas y su entorno sociopragmático. El conocimiento de las situaciones y formas discursivas concretas en las que se emplean los sistemas lingüísticos puede aportar mucho al estudio de un estado de lengua. Según Kabatek (Kabatek, J.: “¿Cómo investigar las tradiciones discursivas medievales?”, en Jacob, D. y J. Kabatek (eds.): Lengua y tradiciones discursivas en la Península Ibérica, Madrid, Vervuert-Iberoamericana, 2001, p. 97.), con la perspectiva de las “tradiciones discursivas”, se pueden aunar los objetivos de la Gramática histórica y de la filología sensu stricto, demostrando que diacronía y tradición textual no son campos de investigación diferentes. Este concepto puede considerarse también como un eslabón entre la lingüística “externa” y la “interna”, pues permite analizar las producciones lingüísticas dentro de un contexto no solo histórico sino de tradición textual, que vincula las dos perspectivas. Todo ello contribuiría a un mejor conocimiento de los sistemas lingüísticos en unas épocas determinadas.

No se puede pasar por alto los problemas que plantea la periodización de la Historia de la lengua española. Tradicionalmente, se ha adoptado una división bipartita en dos etapas: una antigua y otra moderna; esta última comenzaría en el siglo XVI, aunque algunos autores adelantan esta fecha hasta mediados del siglo XV. En torno a estos años se producen acontecimientos importantes: unidad política con la unión de Castilla y Aragón bajo los Reyes Católicos, conquista de América y fin de la Reconquista; en lo cultural, el castellano pasa a ser dominante en prácticamente todo el territorio y la lengua se convierte en materia de estudio y en instrumento de una literatura cada vez más elaborada. No obstante, si nuestro objetivo es delimitar unas épocas dentro de las cuales el objeto de estudio muestre una particular coherencia, al observar los cambios que se efectúan en los distintos niveles del sistema lingüístico, podemos distinguir tres grandes etapas:

a) En primer lugar, una fase antigua, que se extiende entre 1200 y 1450 aproximadamente, en la que se gestan algunas de las transformaciones posteriores, pero que en líneas generales presenta una relativa estabilidad de las estructuras esenciales de la lengua escrita; obviamente, esta situación debe vincularse a la reforma alfonsí.

b) La etapa siguiente, que podíamos llamar clásica, es una época en que el idioma se encuentra “en ebullición” y se gesta una serie de cambios que culmina en un reajuste del sistema, aproximadamente hacia 1650 (fecha que coincide con el agotamiento de la cultura de los Siglos de Oro).

c) A partir de entonces, podemos hablar de la etapa del español moderno, en la que los cambios se suceden a un ritmo cada vez más lento, y se dan sobre todo en las estructuras periféricas (léxico, lenguajes técnicos...), no en las nucleares; en este período no puede señalarse ninguna alteración fundamental en las grandes líneas de la estructura idiomática (Nos falta perspectiva para determinar cómo el uso del lenguaje a través de los nuevos medios de comunicación (Internet, correo electrónico, telefonía móvil...) provoca modificaciones en la estructura morfosintáctica, por ejemplo).

No deben interpretarse estas divisiones como períodos de estabilidad, sino como etapas de generalización y consolidación de una serie de cambios (Cf. Eberenz, R.: “Castellano antiguo y español moderno: reflexiones sobre la periodización en la Historia de la Lengua”, RFE, LXXI, 1991, pp. 79-106).

Así mismo, es preciso reflexionar sobre los límites de la Historia de la lengua, es decir, hasta qué momento consideramos que el objeto de estudio es histórico y a partir de dónde debe contemplarse como lengua actual y estudiarse solo desde un punto de vista sincrónico. Como acabamos de señalar, los cambios que se producen en la etapa que hemos denominado moderna no afectan al núcleo del sistema lingüístico, por lo que resulta complejo establecer un límite basado en hechos internos; en cuanto a los hechos externos, las circunstancias del español actual no inducen a considerar la posibilidad de un reajuste, sino que se centran más bien en la cuestión de la unidad del idioma. La Real Academia Española da cabida en los materiales del CORDE (corpus diacrónico) a los textos producidos hasta 1975, mientras que los posteriores forman parte del CREA (corpus de español actual); sin embargo, está previsto que se incorporen materiales nuevos al CREA cada cinco años, de modo que los primeros cinco años de este pasarán a engrosar el CORDE. Aunque este propósito inicial no se ha cumplido hasta ahora, nos sirve como referencia para entender que la RAE consideraba que el estudio diacrónico se ocuparía de toda la historia de la lengua, excepto los últimos 25 años. Es evidente que estos límites no deben entenderse sino de forma flexible, y que para establecer generalizaciones sobre el sistema lingüístico es necesario contar con una perspectiva mayor, si no se producen cambios importantes. Por otro lado, muchos estudios recientes se centran en explicar los cambios que se han producido en la época más reciente (por ejemplo, los cambios que se han producido los últimos decenios, ya en el nuevo milenio), algo que constituye sin duda una perspectiva diacrónica, aunque su objeto de estudio sea precisamente la diacronía más reciente.

 

 

Capítulo I  Los orígenes del idioma

 

1. Introducción

Se hace necesario saber la prehistoria de las lenguas, su origen, su influencia, y las lenguas de las cuales proviene, así como los puntos de contacto con otras lenguas del mismo período o anteriores. Se trata de un proceso evolutivo, en el que aparecen los primeros documentos escritos, que son el resultado, puede que de muchos años de evolución.

2: La aparición del idioma castellano

El castellano, lengua romance, románica o neolatina, surge del latín, y se considera una variante, que tiene influencias en las lenguas que ya había en la península. La tesis de la corrupción, en el siglo de Oro, decía que el castellano es el latín degenerado por el contacto con gentes bárbaras, aunque no se precisó los modos concretos de dicha corrupción.

Primitivos textos castellanos

Hay referencias a la lengua de los castellanos en textos en otra lengua, como el verso del Poema de Almería, hacia 1150. Mayor interés tiene su aparición directa, en principio en forma de palabras o frases en textos latinos, y por fin, ya textos propiamente castellanos, que ocurre a fines del s. XII. El romance castellano aparece en textos jurídicos, como privilegios y fueros reales y nobiliarios, hasta hacer desaparecer al latín, quedando reducido a fórmulas estereotipadas. Es un caso distinto al francés, que aparece en un texto completo en ya 842, con los Juramentos de Estrasburgo, pero muy similar al del resto de las lenguas peninsulares, que también empiezan a aparecer en los siglos XII-XIII.

Textos anteriores en zonas que eran o serán castellanas

Las Glosas Emilianenses, San Millán de la Cogolla, y las Glosas Silenses, Santo Domingo de Silos, son textos anteriores con rasgos lingüísticos no castellanos, pero que acabarían siendo castellanos, con influencia dialectal riojana o navarra. Los elementos mozárabes también son comunes (Fuero de Madrid).

La Fazienda de Ultramar tiene elementos occitanos, catalanes y aragoneses. El Auto de los Reyes Magos tiene una presencia que se duda si mozárabe, gascón o catalán.

El Cantar de Mio Cid es considerado el primer texto literario en castellano, aunque es más del s. XIII que de 1140 propuesto por Menéndez Pidal. Incluso Gonzalo de Berceo, primer poeta castellano de nombre conocido, incluye formas propias de su Rioja natal. Hata el siglo XIII no hubo una escritura propiamente castellana

Geografía del castellano primitivo

Montañas cántabras al norte, Pisuerga al oeste y País Vasco y diócesis de Oca al este. Es la Castilla Vieja, que se extenderá hacia el sur, conjunto de fortalezas defensivas organizado en condados dependientes de los reyes de Asturias y León, que irá creciendo con Fernán González, primer conde de toda Castilla, y con Fernando I, hijo del navarro Sancho el Mayor, primer rey de la monarquía castellana. Montañeses de León y vascos darán a Castilla su personalidad, lo que explicará los dialectalismos que señalábamos con anterioridad.

El condado castellano no surgía sobre un sustrato previo, sino que estaba en el límite de tres provincias: Gallaecia, Tarraconense y Cartaginense. La región había sido poco colonizada por Roma, por lo que el latín allí hablado era rudo, pero además con influencias de estos pueblos limítrofes, dando lugar al romance castellano.

3. Antecedentes históricos. El latín y las lenguas prerromanas

Latinización y romanización empiezan en Hispania en 218 a.C., en plenas guerras de Roma con Cartago, cuando llega a Ampurias Cneo Escipión

Situación lingüística de la Hispania prerromana

Toda la franja desde Andalucía Oriental hasta Valencia y Cataluña, y hasta el otro lado de la cordillera pirenaica, y por el valle del Ebro casi hasta su inicio, era la zona ibérica, de la que desconocemos si sus pobladores venían de África o eran autóctonos, si hablaban una o varias lenguas. En Cataluña convivieron con preibéricos (como los layetanos). En el Bajo Guadalquivir estaban los tartesios, túrdulos o turdetanos, cuya lengua no se considera de tipo ibérico. 

En el centro y noroeste de la península, de origen indoeuropeo, había una capa no céltica (algunos creen ver aquí a los míticos ligures), mezclada con pueblos más antiguos y otra posterior, céltica, en el centro y occidente del Guadiana norte, y todo el Tajo, celtas muy relacionados con los íberos (utilizaron el alfabeto silábico íbero para sus inscripciones, así como el latino); son los celtíberos. Con el primer grupo de pobladores indoeuropeos no célticos que entraron en la península hacia 1000 aC podrían relacionarse los cántabros  (ya no se les considera pueblo ibérico), astures, lusitanos, etc. Nada sabemos de las lenguas de estos pueblos.

El vasco llegaba desde su emplazamiento actual hasta el Mediterráneo, no solo propio de los vascones (actual Navarra), sino también de otros pueblos más occidentales, zona actual del País Vasco. Hay conexiones entre esta lengua y la ibérica, a nivel fónico, morfológico y léxico, quizá por una base común primitiva. Puede que el término 'íbero' tenga una raíz vasca, si viniera del río Iberus, del vasco ibai, ibar 'río'. La presencia céltica es notable en nombres de lugar: vascones parece tener raíz céltica.

Las colonias orientales del Sur y Levante más antiguas son las fenicias, factorías comerciales, y de carácter militar, los enclaves púnicos o cartagineses. También las colonias griegas podían mezclarse con las anteriores, aunque los griegos fueron los únicos en fundar poblaciones.

La herencia de las lenguas prerromanas

No nos queda nada, salvo el vasco. Así, la influencia de estas lenguas en castellano, o en cualquier otra lengua romance, no puede ser más que indirecta. Los nuevos habitantes impusieron su lengua, conviviendo al principio con las originarias, en forma de bilingüismo, dando como resultado una ruptura en el mantenimiento del latín, siendo influenciado por rasgos primitivos, hasta su sustitución por las lenguas romances. Es lo que se viene denominando como sustrato. La latinización fue mucho más intensa en zonas con alto nivel cultural que en zonas de escaso nivel cultural, que por cierto fueron las más tarde conquistadas. Las divisiones étnicas preexistentes fueron respetadas en el momento de hacer la división administrativa, lo que explica el hecho de las diferencias dialectales entre las diferentes provincias de Hispania.

Lamentablemente, nada sabemos de las lenguas anteriores, por lo que desconocemos qué se mantuvo, o qué se mezcló con el latín, ni si siguieron evolucionando en su mezcla con el latín, o lo hicieron de modo autónomo. Las Glosas Emilianenses tienen la primera documentación directa del vasco en el siglo X, y hay que tener en cuenta que el vasco ha seguido coexistiendo, primero con el latín y luego con el romance. En el resto de la península existe un vocabulario preindoeuropeo con accidentes geográficos (cueto>cerro), chaparro, sapo, sarna..., sufijos referentes a pueblos (lusitano, carpetano). 

Es muy difícil poder aislar una capa de vasquismos primitivos frente a los que entraron en el idioma en los siglos de bilingüismo vasco-románico al principio de la Reconquista. La toponimia recoge paralelismos entre el vasco y la lengua ibérica primitiva; hoy se cree que no se trata de que se hablara una misma lengua en la península de tipo vasco: puede tratarse de sustratos previos comunes. Topónimos orientales como Arán (valle), Esterri (lugar cercado); en el sur y Levante: Ili, Iri (ciudad): Ilerda (Lérida); Aranz (espino): Aranjuez, Aranzueque... Hacia el Oeste, va desapareciendo la influencia del vasco, como Iria Flavia, en Galicia, lo que hace pensar en sustratos antiquísimos relacionables con el vasco.

Un sufijo abundante en Levante, Sur y Portugal es -en, -ena, quizá ibérico, indicando, puede, que el primer poseedor: Leciñena (de Licinius), Villena (de Bellius), Mairena (de Marius). Otro sufijo, ya vasco, es -urri, -uri (ciudad): Crescenturi (Cataluña), como el preindoeuropeo calagurris > Calahorra.

Hay elemento no célticos, por la presencia de una /p/ que el celta perdió: capanna > cabaña, palantia > palencia. Al sufijo -asco se le atribuye procedencia ligur, en el norte peninsular: Velasco, Biosca, Benasque... Del léxico celta peninsular, el sufijo -iego: andariego, gallego, manchego. Toponimia celta es -briga (fortaleza): Segóbriga. Seg-: (victoria): Segovia.

Fenicios, púnicos y griegos dejaron algunos topónimos. Frente a la 'Iberia' de los griegos, los fenicios sirvieron a los romanos para llamarla 'Hispania', del i-sephan-im (costa de conejos). Cádiz < Gadir. De origen cartaginés es Cartagena (ibérico -ena). Del griego, quedan Ampurias, Rosas.

La acción de los diferentes sustratos en las comunidades del Imperio Romano en su proceso de latinización ha sido una de las causas que se han aportado para la fragmentación del latín: 

1. La inexistencia de fonemas labiodentales en vasco, ibérico o en la lengua cántabra sería responsable de la aspiración y pérdida de f- latina: filu > hilo, o de la confluencia fonológica de b- y v-: baca se pronuncia igual que vaca.

2. Sonorización de las consonantes sordas intervocálicas: apotheca > bodega, o la metafonía o inflexión vocálica por vocal cerrada final: feci > hice.

La romanización

Desde 218 a.C., el Levante ibérico y el Sur tartésico son sometidos a Roma. En el siglo II a.C. se consiguen las zonas indoeuropeas: Lusitania, Celtiberia. Hacia 29-19 a.C. son las guerras contra cántabros, astures y galaicos, hasta ser una provincia 'pacata' (pacificada). En general se alternaron los procedimientos represivos con la seducción pacífica. La romanización fue completa en el sur y este, parcial en el centro, y mínima en el norte y noroeste. Noticias contradictorias decían que en Córdoba se hablaba un latín puro, por el nivel cultural allí existente, mientras que el emperador Adriano despertó las risas de los senadores por su acento regional. Fue en las zonas monolingües latinas, en especial Italia, donde brotaron muchas innovaciones, mientras que en zonas bilingües el latín se mantuvo mejor, gracias a su carácter de lengua aprendida en la escuela.

La Bética, urbana y culta, tuvo romanos de mayor nivel social, con un latín más conservador. La Tarraconense fue habitada por soldados, colonos, comerciantes, abierta a la comunicación con Galia e Italia, con un latín más vulgar y receptivo a innovaciones que llegaban del Imperio. El latín de la Bética subió por el Oeste hasta gallegos, astures y cántabros, conservando el purismo originario de la zona. El latín popular de la tarraconense se expandió por el centro, hasta coincidir con la corriente anterior en la misma zona en la que, tras algunos siglos, nacería el romance castellano, tomando elementos de ambas. 

No obstante, existen algunas particularidades: el carácter dialectal del latín importado a la Tarraconense, con evoluciones que luego pasarían al catalán, aragonés o castellano, pero no al portugués o al resto del occidente, como las monoptongaciones au > o (tauro > toro). También se señalan concordancias léxicas entre el sur de Italia y la Península Ibérica, especialmente en los dialectos centrales y orientales.

Hay cambios peninsulares en los que se quiere ver la influencia suritálica, pero la distribución geográfica no corrobora esta visión: la metafonía o cierre de la vocal tónica por una vocal cerrada final totu > port. tudo, perro > ast. pirru, se da en portugués, no en gallego, y asturiano central.

La primera conquista romana en Europa occidental fue la Península Ibérica, si exceptuamos Córcega, Cerdeña y Sicilia, desde el s. III a.C. La presencia del latín en la Península es antigua, desde un período anterior a la época clásica, con formas que desaparecerán o serán arrinconadas por la lengua latina posteriormente. El latín de Hispania es arcaico, con elementos que existirán en los romances hispánicos. Ese carácter arcaizante también se puede deber a que Hispania era una zona marginal del Imperio, lo que implica las numerosas coincidencias de orden léxico sobre todo, entre los romances hispánicos y el rumano (la lengua románica más moderna: Dacia fue conquistada en el s. II d.C.) Si Hispania y Romania-Dacia son escenario de arcaísmos latinos, el francés y el italiano heredan un latín central más innovador.

Sin embargo, los arcaísmos afectan casi solo al léxico: en la evolución fonética y morfosintáctica la situación es distinta: los romances hispánicos son tan avanzados o más que el italiano, menos que el francés, y no suelen coincidir con el rumano.

4. De la Antigüedad latina al medievo románico

La latinización de Hispania fue en general completa, con la existencia de autores latinos: Séneca, Marcial, Columela, Lucano, y focos de latinidad: Hispalis, Corduba, Emerita, Tarraco, pero además porque era la única lengua, hasta en los escritos más humildes. De ese latín popular, vulgar (no literario), surgen las lenguas romances, como el castellano.

El latín vulgar

Distinguimos el plebeius sermo, del que hablaba Cicerón, utilizado en las cartas, y el vulgaris sermo o sermo cotidianus, la manera corriente de hablar. El sermo urbanus se distinguía del sermo rusticus, que podía conservar formas dialectales itálicas, con factores positivos el primero con relación al segundo. Agustín de Hipona opone 'latine' a 'vulgo', por lo que la forma no vulgar era la latina por antonomasia. El latín vulgar es el latín familiar o latín coloquial (el sermo cotidianus de Cicerín). Este es el valor de vulgar como nombre de la forma no literaria del latín.

El latín de Italia fue más popular, lleno de los viejos rasgos itálicos (latinos o no-latinos), mientras que el provincial presentó mayor homogeneidad, como toda lengua importada, al ser lengua enseñada en la escuela y usada por la Administración colonial. 

Desde el punto de vista diacrónico, como latín vulgar se entiende una realidad coetánea al clásico, diferenciada según los parámetros vistos. También el latín tardío, del fin del Imperio, hacia el s. III d.C., en que se degrada con vulgarismos, extranjerismos. La forma más cultivada será el latín medieval o bajo latín.

Muchos lingüistas llaman a ese latín intermedio, en los momentos finales del Imperio y los comienzos de la Edad Media, construido a partir de elementos diversos en el tiempo y el espacio, 'románico común' o 'protorrománico', punto de partida ideal sobre cuyo tipo de existencia real no hay por qué pronunciarse.

Por otro lado, no existen textos en latín vulgar (ni tiene por qué haberlos), sino textos latinos con vulgarismos o innovaciones. Sin embargo, la lengua literaria va siendo cada vez más diferente de la coloquial, sobre todo en los ss. III y IV d.C., según Coseriu, corriendo paralelo a la separación entre Oriente y Occidente en 395 (este último dejará de existir como tal en 476 d.C.).

Empiezan a surgir otros centros, las futuras capitales medievales, París, León, menos apegadas a la tradición culta latina, dejando campo libre a las formas vulgares, fruto del bilingüismo, con una lengua escrita fijada, lo que inicia una clara diglosia (Situación en la que coexisten dos lenguas en una comunidad de hablantes, de tal forma que, por gozar una de ellas de mayor prestigio social que la otra, se emplean en ámbitos o circunstancias diferentes (más familiar una y más formal la otra) latino-románica.

Así, hasta el 600 d.C. todavía puede hablarse de latín, mientras que desde el 800 ya tenemos inequívocamente el romance distinto en cada zona. El llamado latín tardío sería la manera de escribir la lengua hablada, y de acuerdo con la variación propia de toda comunidad lingüística, a la hora de escribir se elegirían las formas elevadas, sobre todo en el área morfosintáctica y en el léxico, pero los textos se leerían con la fonética propia de cada zona, con la coexistencia de modos fónicos antiguos y nuevos. En época y zona de Carlomagno (norte de Francia), en los Cánones del Concilio de Tours, frente a esa pronunciación latina, se señala que los sermones han de llevarse a la rustica Romana lingua (o a la Thiotisca, germánica, la otra lengua hablada del Imperio carolingio). 

En otras zonas fue más tardío: tanto en Italia como en la Península Ibérica, al ser menos avanzadas en su evolución lingüística, la conciencia de la diversidad no se presenta hasta el s. X-XI: en España las Glosas Emilianenses y las Silenses son la primera muestra. El latín queda como un superestrato lingüístico, lengua de cultura y lengua ritual, no solo en países donde ha generado nuevas lenguas, sino en toda la Europa occidental, suministrando préstamos léxicos (cultismos).

El francés, el español y el italiano son el latín de hoy. Sin embargo, queda como lengua independiente la única que desde los albores de la Edad Media recibe el nombre de latín, el latín tardío de la Edad Media. Por el contrario, la lengua viva latina lingua solo se mantuvo para uno de los dialectos retorrománicos suizos, el ladín de Engadina, el ladino que dicen los lingüistas para este dominio. En España, ladino se oponía a árabe (moro ladino era el que sabía romance)

El final del mundo latino: los pueblos germánicos

La llegada de los pueblos bárbaros originó en bilingüismo, con interferencias en el habla latina, románica ya, sobre todo en el léxico, pero también en características fónicas. La Península Ibérica queda separada del Imperio en 409, y suevos, vándalos y alanos se la reparten, a excepción de la Tarraconense. Los visigodos eliminan a los alanos, arrinconan a los suevos en el Noroeste y expulsan a los vándalos a África, pero pierden Tolosa ante los francos. En las instituciones, derechos, liturgia o poesía, el elemento gótico será importante, pero no así la evolución lingüística: los visigodos pierden su lengua gótica, que no actuó como un superestrato del hispanorrománico, que sí ocurrió con el galorromano respecto del idioma fráncico.

Los godos mantuvieron la misma estructura regional y los mismos centros de cultura de la época romana, añadiendo Toledo. Los grandes cambios constitutivos de las lenguas iberorrománicas deberían estar iniciándose, y con ello la escisión respecto de la antigua norma latina, pero no hay testimonios de ello. La aportación gótica es escasa, e incluso puede que elementos góticos hubieran sido ya incorporados al latín tardío. Algunas palabras en el léxico, el sufijo -engo (realengo, abadengo, abolengo). Algunos topónimos, que ya habían pasado por el latín (godos, godones, gudín, frente a los romanos, romanones, etc). El único topónimo germano de cierto alcance no es godo, sino vándalo: Al-Andalus, adaptación árabe de Portus Vandalus o Portus Vandalusius, el lugar (hoy, Tarifa), donde este pueblo embarcaba hacia África. La estructura lingüística de la Península Ibérica no continúa el latín desarrollado años atrás: la llegada en 711 de los árabes trastornó por completo la situación, y motivó una historia lingüística imprevisible.

 

 

Capítulo II La constitución de las lenguas medievales

 

1. La invasión árabe

La llegada de árabes, sirios y beréberes no es un paréntesis: la España que surgió tras su presencia fue en muy pocos sentidos continuadora de la Hispania gótico-romana. con la lengua sucedió lo mismo: se cortó la evolución iniciada, y llegó el árabe, como lengua oficial y de cultura. Al-Andalus fue una sociedad bilingüe árabo-románica hasta el siglo XII. Se continuó hablando latín en Emérita, Hispalis, Corduba, Tarraco o Caesaraugusta, sin normalización. En el norte surgieron nuevos centros, Oviedo, León, Burgos, Pamplona, Barcelona..., en los que se realizaron nuevos modos lingüísticos sobre un fondo de latín vulgar con elementos de sustrato. Son lenguas que se extenderán sobre el resto de la Península conforme avance la Reconquista.

El romance en Al-Andalus

Los recién llegados eran menos, y mantuvieron en sus tierras a los cristianos, por lo que el habla románica pervivió en Al-Andalus. Sin embargo, la arabización cultural sí fue intensa, imponiendo su organización y modos de vida entre los conversos al Islam ('musalima' o musulmanes nuevos, y 'muwalladum' o muladíes, sus herederos), y también en los que permanecieron fieles al Cristianismo ('mu'ahidun', confederados, o 'musta'rib', arabizados, origen de 'mozárabe').

El árabe era la única lengua de la administración y la cultura, con cambios que llevaron a un árabe vulgar. Con todo, la lengua más extendida en Al-Andalus era el romance, llamado por los lingüistas 'mozárabe', conocido en todo Al-Andalus, aparte de los propios cristianos, aunque el árabe sería la utilizada como lengua de cultura, sobre todo en la escritura. El bilingüismo era evidente, con la existencia en circulación de glosarios, vocabularios, y los poetas intercalaban en sus 'muwassahas' y 'zéjeles' palabras, frases y hasta versos enteros, en romance.

El bilingüismo árabe-románico se da en el Emirato, en el Califato y en los reinos de taifas, hasta el s. XI, pero cada vez van quedando menos mozárabes, en unos casos debido al avance de los reinos cristianos hacia el sur, en los cuales se integran, y por la llegada de almorávides y almohades a través del sur peninsular, procedentes de África, que ejercen una política represiva hacia estos mozárabes, forzados a emigrar hacia el norte peninsular, aunque ello no supondrá la desaparición del romance andalusí. En el reino de Granada se hablaba un árabe lleno de romanismos. 'Mozárabe' es más un término sociocultural que lingüístico. Los árabes emplearon una denominación genérica: 'ayamiya' > aljamía, término que se aplicaba a cualquier lengua de bárbaros o extranjeros no arábiga; también, 'latiniya' > unas veces significaba latín, y otras, romance (es decir, ladino). En cualquier caso, sabían que latín y romance eran dos realidades distintas. Los mozárabes, cuando no usan el árabe, utilizan el latín, y distinguen dos formas de latín, el 'latinum circa romancium' frente a 'latinum obscurum'.

No hay textos escritos en romance. Sería el 'latín' de sus himnos, historias, etc., y tampoco sabemos si habría diferencias dialectales, aunque suponemos que sería poco unitario. Lo único que conocemos es su léxico, y a través de él, el sistema fonológico y la fonética, que nos ha llegado a través de las referencias hechas en árabe.

Del siglo X al XV hay tratados de Medicina, Botánica, con mozarabismos o romanismos aún no integrados en árabe. Más interesantes son las cancioncillas romances que sirven de remate a 'muwassahas' árabes y hebreas: las jarchas, la más antigua lírica románica peninsular. Los zéjeles estarán escritos en árabe vulgar, con palabras o frases cortas en romance. Los glosarios tienen romanismos adoptados en préstamo por el árabe. Los hay entre latín y árabe, y otro del árabe al castellano. También toponimia andalusí de origen latino: Hispalis > Isbiliya > Sevilla, con cambios lingüísticos de origen árabe; Ónuba > Huelva, con evolución fonética mozárabe.

Los Libros de Repartimiento, que los cristianos reconquistadores hacen para inventariar las posesiones tomadas a los musulmanes, adecuarían esos términos a su lengua castellana, catalana, etc. Es posible que los dialectos románicos del norte se encontraran en su marcha hacia el sur con un sustrato mozárabe, de cuya unión nacieran leonés, castellano, catalán, etc. A ello hay que añadir la emigración de gentes descontentas en Al-Andalus, hacia el reino astur-leonés, considerado el más importante de los reinos cristianos.

En Toledo, bajo la presión mozárabe el castellano revolucionario e innovador refrena su marcha evolutiva, adecuándose a los dialectos vecinos en aquellos rasgos, más conservadores, que les eran comunes. Los mozárabes zaragozanos fueron determinantes, junto a las presiones castellana y catalana, para diferenciar el aragonés del Valle del Ebro de los dialectos pirenaicos, cuna oriental de dicho reino. En el siglo XIII hablamos de desaparición casi total de los mozárabes, por lo que las lenguas del norte solo tienen que competir con el árabe de los conquistados. Las coincidencias entre valenciano y catalán occidental no solo son por la procedencia de los repobladores, sino también por una vieja identidad étnica prerromana, ibérica., conservada por la población romanizada y que surge en el catalán de la reconquista por obra de los mozárabes valencianos.

El árabe pudo suministrar palabras de origen latino sin ningún intermedio mozárabe, caso de 'alcázar' < 'castrum'. También muchos mozarabismos entraron a través del árabe, por lo que determinadas características fónicas atribuidas tradicionalmente al mozárabe surgen de la adaptación de estos romanismos a una lengua de rasgos tan diferentes como es el árabe.

La influencia lingüística del árabe

A pesar de la reconquista de los territorios, los cristianos supieron valorar la esencia de una refinada cultura, la árabe de Al-Andalus, dándole la importancia que tenía, y en la lengua también es perceptible dicha huella. El árabe actuó como superestrato (lengua dominante) del romance andalusí, y como adstrato (lengua vecina) de los otros romances peninsulares. Pero las estructuras internas de las lengua, en absoluto equiparables, siguieron sus respectivos procesos históricos con total independencia, por lo que la influencia se centró en los aspectos más externos, como el léxico.

En cuanto a la posible influencia del árabe sobre el castellano en Andalucía, hay que descartarla, incluso en algunas aspiraciones, rasgos fonológicos, y por supuesto, gramaticales. Solo se ha citado el posible arabismo del plural español 'los padres' para referirse a la pareja de uno y otro sexo, es decir, el padre y la madre, no solo los varones que son padres.

Es de influencia árabe el sufijo -i: jabalí, muladí, ceutí, alfonsí, andalusí (esta, creada por Menéndez Pidal para diferenciar lo relativo al Al-Andalus); el prefijo a-: amenguar, avivar. El vocabulario científico es abundante, dada su alto nivel científico y cultural: algoritmo, guarismo, álgebra...

2. El romance en la España cristiana

A los originarios rebeldes que habitaban en las montañas del norte, Asturias, Cantabria y Pirineos, se les suman los que marcharon huyendo de la invasión musulmana, y se consideran herederos de los antiguos hispanorromanos y visigodos, lo que contribuye a la cristianización de gallegos, astures, cántabros y vascones, así como a su romanización lingüística. No quedan datos de supervivencia de ninguna lengua indígena, con la excepción de la lengua vasca. Es ahora cuando adquieren nueva forma los dialectos en que se escinde el latín peninsular.

Época primitiva (711-1002)

El núcleo astur cantábrico fue el más importante en este primer período, desde la zona gallega hasta las llanuras de Álava, y al sur el 'desierto estratégico' de la Meseta al norte del Duero, que será después repoblado en el siglo X, descendiendo la capitalidad a León. Era un territorio muy heterogéneo, con Galicia como entidad propia, importante centro religioso por albergar el sepulcro del apóstol, las montañas asturianas y cántabras, con poco contacto entre ellas, y con una escasa cultura, a pesar del barniz gótico-mozárabe que les iba llegando desde el sur; más al oriente, el condado de Castilla, donde se mezclan cántabros, godos y vascos, con una sociedad más guerrera que la de León.

La fragmentación lingüística era evidente: el gallego, arcaizante en muchos rasgos, aunque revolucionario en otros (latín de la Bética, aislamiento durante la época sueva). Hasta el siglo XIII no hay textos en gallego o gallego-portugués, en especial la poesía lírica de los Cancioneiros. Al sur de las montañas, el dialecto leonés, continuador del habla asturiana, tendría mayor homogeneización interna, con asimilación de elementos mozárabes conservados en el valle del Duero, aunque los documentos jurídicos escritos en latín, llenos de vulgarismos o romanismos, muestran diferencias entre el romance leonés occidental, más próximo al gallego, y el central. Los documentos orientales son más parecidos al dialecto románico del extremo del viejo reino: el castellano. Ese latín vulgar leonés era obra de escribas mozárabes, con casos de tratamiento fonético romance: neutralizaciones vocálicas, consonantes sonoras por sordas, etc.

En el Pirineo, la situación era distinta: enclaves nacidos a instancias de la monarquía franca, deseosa de tener una frontera meridional segura (la leyenda de Roldán narra la llegada de Carlomagno a Zaragoza), creando condados para contrarrestar el poder musulmán. Una rebelión vascona contra los francos dio lugar al nacimiento del reino de Navarra, aunque reconociendo como superior al rey astur-leonés, y llegan a La Rioja, con San Millán de la Cogolla como enclave importante. Los condados de Aragón, Sobrarbe, Ribagorza, Pallars, estaban entre la dependencia franca y la proximidad a Navarra. En el Pirineo Oriental, los condados (destaca el de Barcelona) constituyen una entidad de mayor peso frente a los musulmanes: la Marca Hispánica, de gran utilidad para el establecimiento de la frontera con los francos, germen de Cataluña, con llegada de mozárabes y fundaciones monásticas.

Así la política, así la lingüística: hablamos de navarro, y riojano, de aragonés, catalán, que tenía un mejor latín, producto del influjo franco. Las fronteras no son claras: para muchos filólogos navarro, riojano y aragonés son una sola entidad (hoy ya superado, hay que decir). Entre Aragón y Cataluña, los rasgos se entremezclan hasta hablar de catalano-aragonés, hablas de tránsito... Es aquí donde encontramos el primer texto romance de gran extensión: las Glosas o traducciones romances de palabras, frases o incluso una oración entera, de fines del X, por un monje de San Millán de la Cogolla, con rasgos no castellanos (riojanos, mejor que navarros), con dos frases en vasco. Del mismo tipo son las Glosas castellanas de Santo Domingo de Silos, también despojadas de la forma latina.

Época de expansión (1002-1250)

Muere Almanzor. Al-Andalus queda a merced de los reinos cristianos, primero como tributaria, y después como botín de guerra, después de experimentar cierto empuje durante los períodos almorávide y almohade, no hispanos (africanos), con fragmentación posterior en reinos de Taifas.

En la zona cristiana, los reinos más antiguos, León y Navarra, ceden el protagonismo a Castilla y Aragón, ya reinos por la dinastía vascona que Sancho el Mayor de Navarra instaura en los antiguos condados. León será absorbido por Castilla, y Navarra logra su independencia respecto de Aragón, pero perdiendo gran parte de sus territorios, absorbida temporalmente por Aragón, Rioja y las provincias vascas pasan a Castilla, arrinconada entre Aragón y Castilla, y sin posibilidades de expansión meridional; además, las dos dinastías francas que la dominarán la desvinculan de la política peninsular.

Portugal se independiza y se convierte en reino en 1139. Cataluña (el condado de Aragón) se une definitivamente a Aragón dos años antes. Será el período de las grandes reconquistas en la península. No solo se conquistan territorios abiertos, sino ciudades enteras, y pobladas. Habrá mudéjares, musulmanes en territorio cristiano, mozárabes como los toledanos, nuevos pobladores castellanos y aragoneses. En el XV la reconquista se detiene, quedando solo el reino nazarí de Granada.

Según Menéndez Pidal, esta época marca el límite entre la dialectalización románica en su lugar de origen, y la que es resultado del trasvase de lenguas hacia el sur gracias a la acción reconquistadora: mientras en el norte los límites dialectales se entrecruzan y se mezclan las fronteras entre lenguas y dialectos, incluso con hablas de transición, las fronteras sí son nítidas en el centro y sur, sin barreras de época romana o de antes, al contrario de lo que ocurre en el norte, donde sí se respetan estas fronteras.

El latín se sigue usando como lengua de escritura hasta el siglo XIII, momento en que el romance va adquiriendo forma propia. En el oeste, el nuevo estado independiente, Portugal, mantiene la lengua de Galicia, aunque habrá diferencias de tipo fónico: Alfonso III de Portugal prefiere las povenzales 'filho' y 'Minho' a las tradicionales 'fillo', 'Miño'. El leonés centró su área de influencia en la Extremadura conquistada, absorbido en parte por el castellano, y aparecerá en copias de textos castellanos, como el Libro de Alexandre y en la traducción del Fuero Juzgo.

El catalán cederá al occitano el rango de lengua propia de la poesía lírica, como lo hacían los trovadores provenzales. El aragonés se funde con el mozárabe zaragozano y sufre fuerte influencia catalana, aunque sin olvidar el castellano. Navarra, volcada hacia Francia, pierde el riojano, absorbido por Castilla. De Navarra son textos romances: el Liber Regum o las Crónicas navarras, ambos históricos. Pero es el castellano el que tendrá mayor expansión, asistiendo a su fijación como lengua escrita. Obras literarias, como el Auto de los Reyes Magos, las Paces de Cabreros, tratado de paz entre Alfonso VIII de Castilla y Alfonso IX de León, primer texto escrito enteramente en romance. Textos jurídicos, como la traducción del Fuero de Zorita de los Canes.

En la historia lingüística de la España medieval hay que tener en cuenta la aportación de los francos, venidos de más allá de los Pirineos, de habla galorrománica (franceses, provenzales, borgoñones). El reino astur-leonés estuvo más aislado, pero la influencia de mayor alcance se da desde comienzos del XI, con Sancho el Mayor de Navarra mejorando el Camino de Santiago o camino francés, donde se instalan los francos a lo largo del camino, y en Aragón y Navarra les reconocen barrios especiales, lo que no ocurre en León o Castilla. También observamos matrimonios transpirenaicos iniciados en Aragón, llegando a Castilla con Alfonso VI. El asedio a Barbastro inicia una serie de cruzadas desde los Pirineos para afianzar la Reconquista. La influencia más fuerte y duradera será la monástica: Cluny será la piedra angular de la Iglesia hispana, haciendo abandonar el rito visigodo o mozárabe en favor del romano, introduciendo el latín reformado que se leía y escribía en los monasterios europeos (aquí se consuma la diferenciación entre latín y romance, según Wright), y se sustituye la letra visigótica por la carolingia.

A este influjo franco se debe la gran oleada de galicismos y occitanismos en las lenguas peninsulares. Habrá documentos en gascón o provenzal de Navarra o Aragón, o en aquellos que presentan mezclas curiosas de lenguas, como occitano y romance autóctono, como en los Fueros de Avilés. Quizá el más notable de los galicismos medievales sea el término 'español', que nació como apellido en el sur de Francia. Primero en Occitania (sur de Francia) y luego en la Península, se convierte en adjetivo o sustantivo gentilicio que designa, desde fuera, a los habitantes de España. Los cristianos, si bien siguieron empleando 'Hispania' con el valor tradicional unitario, no sitieron la necesidad de ningún gentilicio común, pues usaban leoneses, castellanos, etc.

 

 

Capítulo III    El castellano medieval: Fonología histórica

 

Una vez que, durante los siglos XII y XIII, tenemos una lengua, el romance, diferente al latín, el principal problema es la grafía. Se trata, además, de sonidos que poco se parecen al latín, por lo que representar el sistema fónico se va a convertir en un problema.

I. El sistema vocálico

El castellano medieval tiene unos fonemas vocálicos que se mantendrán durante siglos, así como las reglas de combinación de vocales (diptongos, etc.). El vocalismo latino ya ha sufrido los procesos de transformación, ocultos tras la grafía, que continúa siendo la misma, por lo que hay un proceso de reconstrucción de los cambios entre la situación latina y la románica, castellana, inicial.

En castellano, los cambios que afectan a las vocales se centran en la distribución (presencia de unas u otras vocales en las palabras). Habrá cinco fonemas, /a, e, i, o, u/, con oposición clara en sílaba tónica, mientras que en sílaba átona parecen neutralizarse esas diferencias: e/i, o/u. En sílaba final la distribución es defectiva: no aparecen ni /i/ ni /u/. Suelen darse diptongos crecientes: /ié/, /ué/, mientras que otros se limitan al léxico culto: /au/: cautivo; dialectal /ei/: pleito.

El acento

El acento viene relacionado con la distinción entre sílabas tónicas y átonas. Son las vocales, como núcleos silábicos, las que tienen el realce acentual, pero no será hasta finales de la Edad Media cuando se utilizará la tilde o 'apex' para marcar las vocales tónicas.

Al igual que el latino, el acento castellano es culminativo (solo uno por palabra), con palabras que no lo llevan (preposiciones, etc.). Diferente en otros aspectos: es de intensidad (basado en la distancia máxima de las cuerdas vocales al vibrar), no melódico o tonal, como se cree que era el acento culto latino (según el nº de vibraciones).

Ese uso de un latín vulgar o rural se puede dar consolidado en el siglo V d.C. En el caso del castellano, el acento es libre, a diferencia del latín (salvo excepciones, no se solía dar en la sílaba final), y dependía de la sílaba penúltima: si esa sílaba era larga (su vocal) o la sílaba acababa en consonante, portaba el acento: 'amícus', 'amántis'; en caso contrario, pasaba a la antepenúltima: 'pópulus'.

El castellano conserva el acento en la misma sílaba que lo tenía en latín. Los únicos casos de traslado acentual se produjeron ya en los últimos momentos del latín. Las palabras con penúltima vocal entre oclusiva y líquida atraían a ella el acento, sin corresponderle: tinieblas < tenébrae.

Los hiatos vocálicos, siguiendo la tendencia a formar diptongos, trasladan el acento a la vocal más abierta ('filiólus'), o a la que va en segundo lugar (puteólus). El latín tardío acentuaba el radical de los verbos, no los prefijos.

Los helenismos, por su parte, mantienen su acentuación propia.

Las vocales en sílaba tónica

Las cinco vocales suponen una reducción notable del sistema latino, con diferencias entre vocales largas y breves, palatales o anteriores, velares o posteriores, central, abertura máxima, media o mínima. Si la vocal era larga o breve, determinaba también a la sílaba.

Ya al final, las vocales largas se pronunciaron más cerradas o tensas, mientras que las breves se realizaban más abiertas, o relajadas, salvo en A, que no adquirió ninguna nueva distinción.

Al desaparecer la función distintiva de la cantidad vocálica, su lugar es ocupado por lo que no era antes más que una diferencia fonética asociada a las distintas cantidades: cerrado/abierto, o tenso/flojo, sustituye a largo/breve; pero al no poder mantenerse un sistema de cinco grados de abertura, confluyen los grados intermedios, de menor rendimiento funcional.

Otro fenómeno es el de la metafonía o inflexión, por el que determinados elementos de carácter cerrado alteran el resultado esperable, produciendo, por lo general, cierre en un grado de la vocal anterior.

La /a/ castellana solo puede proceder en posición tónica de la misma vocal latina, larga o breve: ANSA > asa.

La /e/ remonta en español a diversas fuentes: de la relajación y vocalización de consonantes velares agrupadas: FACTU > *FAITO > hecho, TRACTU > trecho

Las vocales latines /E, I/ confluyeron en latín vulgar en /e/, uno de los orígnes más fecundos de la /e/ castellana: MENSA > mesa. La evolución no fue alterada, ni siquiera en casos donde surgiría una semivocal (una yod) por efecto del relajamiento de alguna consonante implosiva: DIRECTU > *DIREITO

A veces la E latina origina también /e/ castellana, y no /ié/. La /e/ del latín vulgar queda en contacto con semivocal palatal, en la sílaba inmediata siguiente: NERVIU > nervio

La /i/ en castellano de los primeros textos proviene de una doble vía: la /i/ latina, conservada: FILIU > hijo; la /e/ del latín vulgar genera una /i/  cuando es inflexionada por una semiconsonante palatal de la sílaba contigua: VINDEMIA > vendimia. En todos los casos, se conserva la 'yod' (la yod es un término lingüístico utilizado para designar tanto a la semivocal palatal que aparece en diptongo decreciente, como a la consonante aproximante palatal que aparece en diptongo creciente).

La /o/ tiene un origen muy variado. Paralelamente a AI > e, otro diptongo decreciente, existente en latín, se origina la vocal /o/: AU ya conocía la monoptongación , en lo que se consideraba rústico. TAURU > toro. También al perderse una vocal átona latina: AV(I)CA > oca

Las vocales latinas /o, u/ confluyen también en latín vulgar en /o/, origen de la /o/ castellana: TOTU > todo

La /u/, menos frecuente en español, tiene dos orígenes: de la /U/ latina: FUMU > humo; la /o/ se cerró en /u/ en ciertos contextos, ante consonante palatal, y en la mayoría de los casos es una u latina, por lo que probablemente nunca llegó a /o/ vulgar influida por la palatal: CUNEA > cuña

El diptongo /ie/ procede casi exclusivamente de la /e/ vulgar en la que confluían E y AE. SAETA > seda. -iente < ENTE (ardiente). También -iendo, -ienda, -iento, -miento

En unas pocas palabras que en latín tenían E encontramos en castellano /i/, sin diptongo intermedio. Dios < DEUS. Ignoramos si hubo formas como Dieus, conocidas en otros romances, simplificadas; o si se pasó directamente de EU a /ió/, diptongo creciente quizá favorecido por la desinencia -ió del pretérito.

Diptongo /ue/ procede de o clásica convertida en o vulgar. En sufijos: -uelo < OLU

/o/ queda ante una semiconsonante palatal (por medio de metátesis, Cambio de lugar de uno o más sonidos dentro de una palabra), dando un diptongo /oi/, para pasar después a /ue/: ante /n/ < -ni: sueño < SOMNIU

También ciertas palabras con -QU- pudieran provocar /ue/: cincuenta < QUINQUAGINTA. La diptongación es diferente en cada lengua. La más general afecta a las vocales abiertas /e,o/, y también en las cerradas. Las diferencias entre las diferentes lenguas impiden tener unas reglas. 

Por un lado, las vocales tónicas del latín tardío que tuvieron alargamiento por la intensidad. Por otro lado, la metafonía (Modificación del timbre de una vocal por influencia de un sonido que se halla en su proximidad. Un ejemplo del fenómeno de la metafonía es el cierre de /a/ en /e/ en los plurales asturianos). Las dos posturas presentan dificultades.

Hay explicaciones más particulares, como el expresivismo de las vocales abiertas (Menéndez Pidal) o el sustrato ibérico, que al desaparecer la norma latina permitiría los diptongos. La diptongación tendría como centro a Toledo. Bética y Tarraconense lo rechazarían por vulgarismo.

En castellano solo tenemos /uo/ en textos periféricos, como el Auto de los Reyes Magos.

El castellano, al contrario que los dialectos vecinos, deja de diptongar al tratar como átonas las conjunciones copulativas ET > e, frente a ye, ya del asturiano.

 

Las vocales en sílaba átona

Las neutralizaciones se producían en sílaba átona. También se igualaron, la /e/ y la /o/ entre consonantes del latín vulgar, quedando un sistema de cinco vocales, muy reducido, porque el español no utilizó las vocales finales con valor morfológico: /a/, /e/ procedente de todas las vocales palatales en sílaba final, /o/ de todas las velares, son las únicas en posición final del español.

El vocalismo en sílaba tónica se fija en el siglo XIII; las alternancias en sílaba átona llegan hasta el XVI.

El castellano desconocí los diptongos /ie/ /ue/ en sílaba átona. La alternancia /ie/ /ue/ para sílaba tónica, y /e/ /o/ para átona era propia del castellano medieval, tanto en derivación (bueno/bondad= como en conjugación (pierdo/perdemos).

Los orígenes de las vocales en sílaba átona corresponden a los señalados para la posición tónica, a excepción de los diptongos ie < E, ue < O. /a/ procede de A latina.

La secuencia -ai- se hace -e-. MAXILLA > mexilla. La /e/ se cierra en /i/: riñón < RENIONE. La /o/ se cierra en /u/: cuñado < COGNATU.

Por asimilación a la tónica varias vocales se convierten en /a/: BILANCIA > balanza. Por disimilación: OFFOCARE > afogar. El diptongo -au- por disimilación o por absorción de /u/ por una consonante velar congigua puede quedar como /a/: AUGUSTUS > agosto.

Interferencias léxicas con o sin relaciones semánticas como el cruce latino entre AERUGINE o AERIGINE, 'orín'. Reanálisis como prefijo del elemento inicial de palabra: Siet molinos > Somolinos.

Se intentan hallar motivos fonéticos en EPISCOPU > obispo, influjo de la labial.

La ausencia de acento llevó a las vocales átonas a su desaparición, las más afectadas las que quedaban entre dos acentos. En posición final, los pocos casos de pérdida son un falso análisis al confundir con la vocal del artículo: ELEEMOSYNA > la (a)limosna.

La pérdida de vocales intertónicas en sílaba interior de palabra se daba ya en latín. En latín tardío aparecieron estas vocales con R (VET(E)RANUS), con S, con L. Se perdía la vocal más cerrada de hiatos (o diptongos de época tardía): PARIETE > PAR(I)ETE > pared.

SOLITARIUS debió perder su vocal en latín, pues en soltero la T no se sonorizó, mientras que en BONITATE la pérdida fue románica, pues la consonante había podido sonorizar (bondad).

Encontramos la vocal conservada, pero con timbre 'vulgar': semeda < SEMITA, o con ultracorrecciones: episcupus < EPISCOPUS. 

Puede haber ejemplos de vocal perdida, pero con la consonante sin sonorizar, que es contrario a la lógica: Domenico < DOMINICU > Domingo. Esto se da en el Reino de León, siglos X y XI.

En sílaba final el castellano solo conoce /a, e, o/, con neutralización de mayor alcance en el vocalismo (así, ttodas las palatales confluyen en /e/ y todas las velares en /o/.

El fenómeno más tardío del vocalismo castellano es la pérdida de las vocales, desde fines del siglo X. A diferencia de Aragón y Cataluña, el castellano no pierde la vocal si hay consonante final (no conoce pastors, etc).

Las vocales sometidas a pérdida o apócope son –e y –o (-a solo en alguna expresión).

TALE > tal. La –o podía desaparecer en las mismas circunstancias (conuent), pero lo más normal era su pérdida en usos proclíticos de adjetivos (buen, mal, primer) y nombres propios: Fernan(d).

Es poco frecuente la adición (epéntesis) de vocal átona a palabra por razones fónicas. Hay anaptixis o inserción de una vocal entre consonante y líquida (Ingalaterra). También prótesis de /e/ ante s- latina (SCHOLA > escuela).

De las ultracorrecciones ha pervivido HISPANIA > Spania > (Spagna, Spain).

2. El sistema consonántico

Los primeros textos castellanos mezclan grafías en fonemas próximos, o varían arbitrariamente para un mismo fonema, lo que enmascara la realidad fónica. Será en el siglo XIII cuando se instaure al castellano literario. Ya no se entiende sobre el latín clásico, por simple, ya que desconocía los fonemas palatales y los fricativos sonoros. Además de las nasales líquidas /m, n, l, r/ solo tenía un trío de fonemas labiales con oposiciones sordo / sonoro (p, f/b), y dentro de la primera, oclusivo / fricativo (p / f), un par de fonemas dentales, como trío paralelo al anterior si vemos la /s/ como dental (t / d / s), y otro par en las velares (k / g), que podrían ser trío si consideramos la aspirada /h/, que casi desaparece en el s. I a.C. También los restos de fonemas labiovelares : uno sordo /kw/, escrito con qu-, y otro sonoro, de limitada distribución, /gw/. Lo verdaderamente productivo en el consonantismo ea que todo fonema contara con su correlato geminado, reduplicado, pero no lo era de forma equilibrada, al haber secuencias raras –bb-, -dd-, y –mm-.

Los cambios consonánticos del latín vulgar

Las transformaciones son conocidas, pero no permiten reconstruir un sistema consonántico del latín vulgar. Solo hay rasgos comunes evolutivos, como la aparición de un orden palatal, lo que opone todos los romances al latín, y otos más limitados (sonorización de consonantes sordas en zonas románicas occidentales, no en las orientales).

Tres cambios fundamentales, antecedentes directos del consonantismo románico : el primero, creación de un fonema fricativo sonoro. La w, variante asilábica de la vocal /u/ en posición inical ante vocal (VENIRE), entre vocales (COVA), y tras /r, l/ (SERVUS), se hace más cerrada, consonántica, manteniendo rasgos fricativo y sonoro. La variación de las labiales lleva a –B- intervocálica a relajarse en sonido fricativo sonoro. Desde el s. I d.C. se confunden una y otra grafía, en todas las posiciones (BALIAT / VALEAT). Las lenguas románicas seguirán dos caminos diferentes : o la desfonologización total de /b/ y /v/, con extensión de la variación oclusivo / fricativo a todos los casos de labial sonora, que se dio en las zonas más arcaizantes : sur de Italia, norte de la Península Ibérica, o bien se acepta la igualdad b=v en posición intervocálica en interior de palabra como fricativa, suspendiendo la variación en posición inicial distinguiendo B-/V-, en Francia e Italia, como oclusivo/fricativo.

La –J-, variante no silábica de /i/ en inicial + vocal (IAM) y entre vocales (MAIUS), toma articulación consonántica, fricativa sonora como articulación, y palatal como zona articulatoria. También palatalización y asibilación (conversión en sonido silbante, africado o fricativo) de ciertos grupos de consonantes + yod (yod es tanto la semivocal palatal que aparece en diptongo decreciente, como la consonante aproximante palatal que aparece en diptongo creciente), del paso de hiatos a diptongos en latín tardío : FA-GE-A > FAGIA. Conversión de –J- y –DJ-, -GJ- en consonante palatal AIUTOR por ADIUTOR. El latín tardío a veces utiliza la letra griega Z para –J-, -DJ-, desconociendo hoy su realidad fónica : ZABULLUS por DIABOLUS. –TJ- fue la primera en asibilarse : IUSTITIA como IUSTITZIA. –KJ- : MARSIANOS por MARCIANUS. Palatalización de las velares /k, g/ ante /e, i/ en posición silábica (BINTCENTE). También las primeras alteraciones de /g/ + /e, i/ (GERAPOLIS por HIERAPOLIS).

El tercer cambio lleva a /t/ con una una variante fuerte /T/ tras pausa o consonante, y débil /t/ entre vocales. Surge un nuevo fonema, fricativo sonoro de la /d/ débil : durante mucho tiempo fue distinta la –d- de todo < TÓTU o Dios < DÉUS, oclusiva, de la de sudar < SUDARE, fricativa. La cronología de los cambios es muy dispar y en nombres de origen griego, todas sonorizaciones de –T- y –K- (IDEM por ITEM), pues las de –P- y –F-  solo se encuentran desde el siglo VI (LEBRA por LEPRA, PONTIVICATUS por PONTIFICATUS. La conversión en fricativas de los fonemas sonoros solo puede seguirse con detalle en –B-, pues su variante fricativa fue la que confluyón con –V-. En otros casos fue pérdida : AUSTUS por AUGUSTUS, o de relajamiento : PERÉS por PEDÉS, ya que el fonema fricativo no pudo adquirir grafía propia. La simplificación de geminadas viene del latín antiguo, tras vocal larga o diptongo : CASSUS > CASUS, y dobletes : CUPA / CUPPA. Junto a reducciones como COMUNIS o ANURUM, hay también reduplicación ante yod, /t/ y wau : BRACCHIUM, LATTRONES, ACQUA.

Las consonantes del castellano medieval

La sonorización es el fenómeno más tardío y difícil de documentar, había producido resultados más definitivos. El sistema resultante de las palatalizaciones sufrirá muchos reajustes. Nos centraremos en las que en su constitución intervinieron solo los procesos de sonorización de sordas, relajamiento de sonoras y simplificación de geminadas (la lenición (en las lenguas célticas, las consonantes se relajan en ciertos contextos) románica).

Fonemas labiales

El castellano tenía en su inicio cuatro consonantes labiales :

/p/, surgida de la P latina en posición inicial : PATRE > padre, y de la –PP- interior

/b/, oclusiva por naturaleza, originada en B latina inicial : BONU > bueno, -P- intervocálica sonorizada

/v/, distinta de la anterior por su rasgo fricativo, de la v latina consonantizada : VENIRE > venir

/f/, nacida de F inicial latina : FUI > fui

En los primeros textos la igualación B=V entre vocales era general, por lo que el betacismo iniciado en latín tardío se había afianzado, dando el fonema fricativo. Ante líquida domina la grafía B : parabla < PARÁBOLA, salvo los futuros avré, devré. Detrás de líquida predomina V : barva < BARBA. No faltan casos de b : carbón. También detras de nasa había tendencia a b, con pronunciación puede que oclusiva : conbenir < CONVENIRE.

En posición inicial, es menos claro. Casi siempre, la dirección es v- > b-, por la disimilación (Fenómeno fonético por el que se altera un sonido para diferenciarse de otro igual o semejante dentro de una misma palabra) respecto de otra v interior : VIVERE > bivir. Es común que se confundan ambas grafías de modo incluso aleatorio, pero la aparición de la lengua literaria en el s. XIII va a reducirlos a los más constantes. No podemos pensar que el castellano diferenciaba ambas labiales como fonemas : las abundantes confusiones indican que buena parte de Castilla o bien desconocía por completo tal distinción, o la mantendría solo en muy pocas situaciones. Las dos labiales sordas que sonorizaron completaron la distribución de uno y otro fonema : -p- dio siempre –b- (con /b/ oclusiva entre vocales), distinta siempre de –v- (< V, B), y –f- (o –ph-) dio –v-.

La oposición entre /b/ y /v/ es oclusivo / fricativo. En posición inicial depende del contexto (en ‘boca’ y ‘vino’ se pronuncian como oclusiva, y ‘de boca’ y ‘de vino’ como fricativa. Esta situación solo perviviría en el caso de alguna distinción fonética, que en este caso fue la articulación labiodental de la fricativa. La –v- se perdió ante vocal velar : -IVU > -io (vacío, río). La –B- solo se pierde regularmente en el imperfecto –ia (< -EBAM, I(E)BAM), y, por disimilación en SABUCU > saúco.

La /f/ latina, sobre todo, en posición inicial, daba lugar a una aspirada, que podía desaparecer : FORTICIUS > Ortiço, Hortiz. Alguna vez la alteración se da en una F no inicial (i(l)hant, forma riojana de INFANTE).

Fonemas dentales

Si excluimos los sibilantes, el castellano medieval tenía los siguientes fonemas dentales :

La /t/, de T- latina inicial (TOTU > todo), y –TT- interior (GUTTA > gota). El resultado del grupo –PT- es el mismo (CAPTARE > catar).

La /d/, originad en D- (DIE > día), y en –T- sonorizada (VITA > vida). El castellano se halla entre el leonés, que pierde casi toda –D-, y el aragonés, que la conserva.

Estos dos fonemas se neutralizaban en posición final ; en tal entorno, las –T y –D latinas se habían confundido y desaparecido en época muy temprana (ET > e, y, ALIQUOD > algo), por lo que solo tenemos dental final tras la apócope (supresión o pérdida de uno o más sonidos en posición final de palabra. La palabra ‘buen’ está formada por apócope de ‘bueno’) : SALUTE > salud, MERCEDE > merced, con variantes ‘salut’ o ‘mercet’ como muestras gráficas de dicha neutralización.

Fonemas velares

El castellano solo tenía dos fonemas velares.

La /k/, de idéntico fonema en posición inicial (CAPUT > cabo), de la velar geminada sorda interior (VACCA > vaca), de la labiovelar sorda latina /kw/ escrita qu, no intervocálica (QUAERERE > querer), salvo en posición inicial seguida de /a/, que desarrolla cuá- (QUATTUOR > cuatro).

La /g/ procede de G- (GUTTA > gota) y de algunos casos de K- (CATTU > gato), de –K- intervocálica sonorizada (SECURU > seguro), -Kw- sonorizada, que pierde el apéndice labial (ALIQUOD > algo), conservándolo ante /a/ (ACQUA > agua). A veces la /g/ surge como refuerzo a partir de una semiconsonante (MINUARE > menguar).

Apenas se hallaban en castellano primitivo en posición implosiva (la p de la palabra ‘rapto’ es un sonido implosivo), pues los grupos –CT-, -GN- ya se habían reducido, la –C final ya había desaparecido (AD-ILLIC > allí), salvo en ciertas expresiones adverbializadas, donde sonorizó (HOC ANNO > hogaño, HAC HORA > agora).

Los tres fenómenos de sonorización, fricatización y degerminación, como partes de un mismo proceso, se condicionaron mutuamente de acuerdo con la antigüedad respectiva de cada una.

La sonorización pudo no producirse en determinados contextos : precedida de AU, la sorda se mantuvo CAUTU > coto, AV(I)CA > oca, lo que muestra lo tardío de su paso a /o/ (en pobre el étimo es el vulgar POPERE, no el clásico PAUPERE). AI solo parece haberla impedido en dos formas verbales muy irregulares (SAPIAM > *SAIPA > sepa), CAPIAM > *CAIPA > quepa), pero no en VAICA > vega. Tampoco la hubo cuando la pérdida de intertónica era muy antigua (SOL(U)TU > suelto). Aquí se encuadran habitualmente ciertas palabras donde la vocal átona desaparecida iba tras un grupo latino de dos consonantes, palabras en que la sorda intervocálica se mantuvo : COMPUTARE > contar. Por el contrario, sí se da ante consonante líquida, tanto la sonorización (DUPLARE > doblar) como la fricación y pérdida de sonoras (PÍGRITIA > pereza).

Los documentos más antiguos, de forma latina, oscilan constantemente entre la inercia de seguir escribiendo ls grafías tradicionales (es decir, las sordas) o reflejar ya las formas romances. Por tanto, no debemos apoyarnos en ellos para caracterizar las distintas zonas lingüística peninsulares por este rasgo. Sí es cierto que en los documentos de León de los siglos IX al XI hay abundante presencia de sonoras, no solo en las formas romances (eglesia, comde), sino también en las de transmisión erudita, o sin herederos románicos directos (ederno, católigo). Desconocemos hasta dónde esto puede caracterizar al romance leonés de la época, pues la mayoría de los escribas era de origen mozárabe. Esta extrema sonorización desapareción en el XII en León, hecho que no vemos en el resto de los territorios. 

Fonemas sibilantes

Su construcción era dental y alveolar. Los primeros eran además africados, y los segundos fricativos. También existía  la oposición entre sordas y sonoras. Se caracterizaban por lo que algunos fonólogos llamaban rasgo ‘estridente’ (un tipo de fricción más ruidosa de lo habitual), y para los lingüistas españoles era ‘rehilamiento’ (vibración característica que, en determinados contextos lingüísticos o geográficos, se produce en la pronunciación de ciertas consonantes como la [θ], la [s] o la [y]).

La sibilante dental sorda africada y realizada con el dorso de la lengua, en posición inicial provenía de la /k-/ ante vocales palatales : CAEPULLA > cebolla. A veces precedida de s- líquida : SCHEDULA > cédula, o generando una e- protética (SCAENA > escena).

Dentro de palabra, procedía de la K palatalizada latina o de –TJ-, -KJ- precedida de consonante que impidiera la sonorización : VINCERE > vencer. –CT- ante yod originó el sonido de ç : *DIRECTIARE > (a)dereçar.

El fonema sonoro /z/ viene de sonorización, y por ello no se da en inicial de palabra. Suele venir de K, TJ y KJ en posición latina intervocálica : DICERE > dezir, CORTÍCEA > corteza. Tj y KJ tuvieron comportamiento errático.

El grupo latino –RG- dio –rz- : ARGILLA > arzilla. –NG- da –nz- : GINGIVA > enzía, pero más frecuente era  el sonido ñ : LONGE > lueñe, con el significado de ‘lejano’.

El grupo de consonantes –KT- origina /z/ : PLACITU > plazdo

El castellano medieval distinguía las dos sibilantes dentales, empleando para la sorda c, ante vocal palatal, y ç ante cualquier vocal ; la sonora tenía reservada la z. Esto no funcionaba en posición implosiva, dentro o al final de la palabra, donde la oposición fonológica se neutralizaba y el castellano escribía solo z. Encontramos z donde correspondía sorda : PISCE > pez, y donde debía ser sonora : DECIMU > diezmo.

Antes del siglo XIII se usa siempre la grafía latina (face, serbitjo, en las Glosas), o bien la z de forma general (zierto, conzedimos). De un tipo especial de z de los ss. X-XII surge la ç. También se emplearon en época primitiva, para la sorda, c ante vocal no palatal : macanares, capeca, infancones, cc : maccanares, sz : cabesza. Como cultismo, se siguió luego usando sc o sç, que ya existía en el origen latino : COGNOSCERE > conoscer.

Numerosos casos de palatal africada con sonido /ch/ alternando con alguna de las sibilantes, o en su lugar : CICCU > chico. Se cree que son mozarabismos. Mozarabismos indudables : cauchil (depósito) < CALICE, Turruchel < TURRE + ICELLA.

Hoy ya no se cree que sean mozarabismos del sonido /ch/ por sh o zh, pues en mozárabe también se alcanzó el grado dental, con Lucerna, Mar(a)cena o Ar(a)cena, junto a Lucherna, Marchena o Archena. Parece que fueron los árabes los que fijaron ese grado palatal.

Las sibilante alveolares, fricativas ambas y realizadas con el ápice de la lengua solo se oponían como sorda frente a sonora en posición interior intervocálica. En los demás contextos, o solo había sorda (inicial o tras consonante), o una y otra se neutralizaban, en posición implosiva.

El fonema sordo /s/, escrito, pero no siempre, con ss, tenía estos orígenes :

-La –ss- geminada latina : GROSSU > gruesso.

-Los grupos consonánticos, asimilados ya en latín tardío : -PS- : IPSE > esse ; -RS- : URSU > osso.

La /z/ sonora, escrita con s entre vocales, procedía de :

-La –s- latina intervocálica, escasa, cuyo carácter fónico es dudoso : CASA > casa.

-El grupo –NS-, que simplificaba ya en latín, alargando y nasalizando por compensación la vocal anterior : MENSA > mesa.

Fueron frecuentes los trueques de estos dos fonemas por otros, pero nunca se mezclaron sordas con sonoras, al ser una distinción sólida. El más extendido fue el de /s/ por su correspondiente fricativa sorda palatal, estabilizado en algunas voces desde el principio : SAPONE > xabón.

Fonemas palatales

Salvo la problemática /y/, había dos fonemas sordos frente a uno sonoro ; los dos sordos se oponían entre sí como oclusivo (africado) frente a fricativo. Las oposiciones mutuas se daban en casi todos los entornos.

La /s/ palatal fricativa sorda procedía del grupo –KS- ; de ahí la grafía x. DIXI > dixe. Si dicho grupo estaba, o quedó, en posición implosiva, neutralizó inmediatamente en /s/ : SEX > seis.

La palatal sonora /z/ empleó diversas grafías, y las que permanecieron fueron i, j y g ante vocal palatal. Su origen parece ser africado. Sus orígenes :

-Algunos casos de I- semiconsonántica latina : IAM MAGIS > jamás

-Préstamos galorrománicos o catalanes con idéntico fonema : el sufijo –aje de salvaje

-El origen más frecuente por los grupos latinos –IJ-, FILIU > fijo, -C(U)L-, -G(U)L-, -T(U)L- : OC(U)LU > ojo, asimilado a –CL- tras la pérdida de la vocal.

La africada sorda /c/, escrita regularmente con ‘ch’, de origén francés, antes conocida como g, gg, etc, procede de varias fuentes :

-Grupos de consonante + PL, CL, FL : AMPLU > ancho

-Grupos de consonante + LJ, C’L, G’L, T’L : COCHLEARE > cuchara ; CINGULA > cincha

-Quizá más frecuente sea el grupo latino –CT- tras la relajación de la velar implosiva en –it-. NOCTE > noche. Sin embargo, también SANCTU > SANTU

-Finalmente, el grupo –LT- precedido de U originó en fonema /ch/ : MULTU > mucho.

El otro fonema palatal sonoro, representado habitualmente por y, pero también por i, j (y en época primitiva por g, ante cualquier vocal, y también ig o gi), plantea graves problemas de descripción, pues no se tiene claro si era un fonema plenamente consonántico, una variante no silábica de /i/, o un fonema vocálico peculiar. Sus orígenes también son muchos :

-En posición inicial procede del refuerzo de la J- latina inicial : IAM > ya. Del diptongo románico /ie/ en posición inicial : HERBA > yerba. La palatalización de G- puede ser el origen de GENERU > yerno. El castellano antiguo no admitia /ie/ en sílaba átona, por eso desaparece la palatal en GELARE > (h)elar.

-En interior de palabra procede de las secuencias latinas –J-, -DJ-, -GJ-, siempre entre vocales : MAIU > mayo ; RADIU > rayo ; EXAGIU > ensayo. La –G- latina palatalizada se perdió : LEGERE > leer.

Fonemas nasales y líquidos

Las nasales latinas mantienen la oposición entre labial /m/ y alveolar /n/. MATRE > madre. La geminada no tenía rendimiento : SUMMU > somo (cima, punto elevado). También proviene del grupo –MB- : LUMBU > lomo. Había vacilaciones : amos y ambos < AMBO

El fonema /n/ hereda idéntico fonema latino : NIGRU > negro.

Los dos fonemas se neutralizaban en posición implosiva. Una n en tal situación podía provenir de M : COMITE > conde. Pero también una /n/ latina podía aproximarse al sonido de [m], adoptando su grafía : embiar < IN·VIARE. La m implosiva solía escribirse con n : canpo. En posición fianl solo había –n, pues la –m latina había desaparecido ya, perviviendo en algunos monosílabos como –n : TAM > tan.

Creación romance fue una nasal palatal surgida de numerosos orígenes :

-Secuencias de n + yod, a partir de -NJ- : SENIORE > señor ; y de –NG- : CINGERE > ceñir

-Grupo –GN-, nasal velar + nasal : SIGNA > seña. En posición implosiva se pierde : PIGN(O)RA > peindra (luego prenda)

-Nasal geminada latina –NN- : ANNU > año. El grupo –MN- SCAMNU > escaño

En las líquidas, a la lateral /l/ el romance creó una palatal.

 

 

Capitulo IV        El Castellano medieval: Morfosintáxis histórica

 

Lo que más caracteriza a una lengua es su estructura gramatical, lo que permite usar los signos para hablar y manifestar experiencias, donde se configura a la vez el primer nivel de organización del contenido. Desde el principio, el castellano es una lengua perfectamente diferenciada: el castellano de los textos del s. XIII y el español de hoy son la misma lengua.

Sin embargo, las diferencias de estructura gramatical entre castellano y latín son numerosas, más allá de los cambios fónicos o las nuevas palabras introducidas, lo que hacen que castellano y latín sean dos lenguas distintas, no variedades temporales de un mismo sistema lingüístico. Pero tienen las mismas categorías primarias o clases de palabras: nombres, verbos, preposiciones, etc, idénticas categorías secundarias o accidentes gramaticales: género, número, tiempo, modo, etc, organizados sobre los mismos principios (flexión de las palabras por medio de desinencias), y pueden detectarse las mismas funciones oracionales (sujeto, objeto...), así como los mismos esquemas sintácticos básicos.

Son cambios en los elementos, en la ordenación o en ciertos aspectos significativos de las categorías. No ha habido desaparición de ninguna categoría: se ha eliminado, por ejemplo, el género neutro, pero el género pervive. Incluso algo tan radical como la desparición de los casos en el nombre para marcar las funciones gramaticales se puede considerar como la eliminación de una de los fomas de manifestar tales funciones, pues las funciones siguen existiendo. No ha habido creación de categorías nuevas, ni siquiera en el caso de la aparición de los tiempos compuestos, que son la ampliación de las diferencias de aspecto o de anterioridad temporal, ya existentes en latín. Incluso la aparición del artículo es el desarrollo de un nuevo determinante. Las reestructuraciones han sido numerosas y profundas, lo que hace que se separen las gramáticas de ambas lenguas.

Cambios gramaticales son también los que suponen alteración de las formas gramaticales, que puede ssr la repercusión de los cambios fónicos, solo que puede haber una compleja red de evolución fonética e interferencias analógicas entre formas de un mismo paradigma, de distintos paradigmas, etc. No tiene por qué haber relación con el cambio de los contenidos gramaticales: el paso de amaveram a amara no tiene que ver con su conversión de pluscuamperfecto de indicativo en imperfecto de subjuntivo, aunque otras veces sí.

 

En español, tiene variación de género y de número, con una función gramatical, la de establecer identidad formal derivativa o concordancia entre todos los elementos (determinantes, adjetivos...), que depneden del mismo núcleo nominal, lugar que suele ser ocupado por un sustantivo, cumple determinadas funciones en la frase, y es aquí donde se da uno de los cambios más notables en la historia sintáctica de las lenguas romances.

 

Historia del género en el nombre

Todos los sustantivos en castellano son o masculinos o femeninos, pero en algunos casos la diferencia se da en el interior del sustantivo (fijo/fija). Se afirma que en los sustantivos de rasgo animado la distinción de género se asocia a distinciones de sexo; en los inanimados, no parece ser significativa. Es por ello que se plantea el problema de si el género no es más que un modo de clasificar los sustantivos con vistas a la concordancia sintáctica, o si lleva consigo alguna diferencia semántica.

El latín conocía además el género neutro. Ya no era una hipotética distinción animado (masculino / femenino) / inanimado (neutro), por lo que se fueron reasignando los antiguos sustantivos neutros a cualquiera de los otros dos géneros, bien por terminación o por otro motivo más particular, como es el caso del neutro que se mantuvo en el sistema pronominak gracias a haber desarrollado un valor abstracto, genérico o colectivo.

El latín no tenía terminaciones específicas para el género de los sustantivos. En período tardío se pudo dar un proceso de reanálisis morfológico, cristalizado luego en romance, por el que determinados finales se atribuyeron a uno u otro género, dependiendo de que ciertas clases formales de sustantivos o declinaciones tuvieran mayoría de unos u otros. Por ello, los de la 1ª declinación en –a eran en su mayoría femeninos, y los de la 2ª, en –us (>o), masculinos. Muchos adjetivos de tres terminaciones dejaban la forma en –a para concordar con cualquier nombre femenino, y la forma en –us para los masculinos, aparte de –um para los neutros. Así, queda –a para el femenino, -o para masculino, y el resto de finales, indiferentes, pues en los demás adjetivos latinos ya no habia distinción formal de género. La otra declinación que pervivió, la 3ª, no tenía mayoría de un género.

Así, la historia del género en castellano antiguo, aparte de la consevación etimológica del género latino, son los cambios de género para adecuarlo a la desinencia o al significado, a los cambios de terminación para adecuarla al género, y a veces, los dos fenómenos a la vez.

Había parejas de heterónimos cuya diferencia de género se hacía con palabras distintas (pater / mater, frater / soror). El castellano conservó hombre / mujer, perdió hermano / hermana, y ganó caballo / yegua, fraile / monja, aunque también monje / monja.

En sustantivos animados son raros los cambios de género en función de la desinencia, ya que suele depender de su significado. En el s. XIII ya hay masculinos en –a que tienen concordancia femenina: evangelistas, profetas... Al ser de origen culto mantienen su género etimológico, que coincide con el real: pirata, rapsoda, y los terminados en –ista.

Es más usual este cambio de género en sustantivos inanimados. Los masculinos cultos en –a  tienden al femenino (cometa, planeta). Pero los árboles, muchos terminados en –us, se hacen masculinos: pino, fresnol. A pesar de la terminación, día conserva su género originario. Los cambios de género no tienen motivos claros: VALLE (fem) > valle, una val oscura; cfr. Valbuena. Los abstractos en –or son masculinos en latín que pasan en románico al femenino (labor, calor).

En los neutros latinos los –um se hacen masculinos (vinu > vino), y los –us (pectus > pecho). Los en –a, aunque fueron al masculino como género nomarcado, fueron atraídos al femenino de forma estable (chusma, calma). En los demás casos, o han ido al masculino, o al femenino, o han vacilado (mare > mar), sin explicación que conozcamos.

Muchos casos de un plural neutro en –a que pasa como femenino singular, pero manteniendo el valor colectivo de su origen (ligna > leña; compárese con el masculino leño). En ocasiones se llega a una diferencia semántica radical (velo, vela). Probable razón del origen del valor aumentativo de femeninos como cuba, hoya, incluso con realidades distintas (punto / punta).

En sustantivos animados es donde se dan los cambios de terminación de acuerdo con el género, cambiando la terminación por otra más regular: socru > suegra. También, creando formas propias para un género, normalmente el femenino: infanta, señora. Diferenciar los génereos mediante la concordancia (el / la sirviente), emplear el género epiceno para ambos sexos (avestruz, cigüeña) ha sido muy habitual.

 

El número en los sustantivos

Pocas variaciones. Singular y plural se mantienen con el mismo contenido (los restos latinos del dual: duo, ambo, ya se trataban como plurales.

No había marca específica para el número, con desinencias distintas de caso en singular y plural (dominus o dominum frente a domini o dominos), pero sin aislarse en esas terminaciones la parte del número. Uno de los casos más utilizados, como el acusativo, terminaba en –s en plural (dominos, rosas). Formas del latín arcaico volvieron a implantarse, trayendo la utilización de la –s en plural, por lo que asumió la expresión del plural, que se mantuvo en el romance castellano, por lo que pechos < pectus (singular), hubo de transformarse del pechos singular pero con –s, en el pecho singular, ya sin –s.

La evolución fonética elimina vocales finales, como –e, surgiendo un alomorfo de plural, -es, cuando la palabra termina en consonante (leon(e) / lenones > león / leones). Cuando acaba en vocal acentuada hay forma vacilante, pero era más normal maravedís que maravedíes. También las terminadas en semivocal, buey, vacilaban, bueis, bueyes.

En los nombres contables el plural indica cantidad superior a la unidad (niños), mientras que en los no contables, como abstractos, colectivos, puede indicar clases (las aguas del lugar), objetos hechos con materia (hierros como objetos de hierro), acciones con cualidad (vergüenças son afrentas). El singular con valor genérico (son aves pequeñas el papagayo e orior). Singular y plural con significados distintos: letra y letras (actividad literaria).

Desde el principio, significados polisémicos: reyes (rey + reina, o rey + rey...), al igual que padres, duques..., se cree que de origen arábigo, aunque esto ya se daba en latín, y hoy presente en otros dialectos románicos.

Un sustantivo plural atraía al plural a otros sustantivos con él relacionados: metieron manos a las espadas.

 

Funciones sintácticas del sustantivo

Las funciones del sustantivo en latín venían mediante el sistema de casos, usuales en los morfemas de género y número, y con clases formales de sustantivos según los distintos tipos de desinencias empleadas (declinaciones). Con casos como acusativo y ablativo se podían emplear preposiciones, precisando valores significativos. Esto se rompe al final, siglo I d.C. Las lenguas romances se desentienden de ese sistema, con algo en galorrománico y en rumano). Las preposiciones, el orden de palabras o la interpretación del sentido, nos darán a conocer las funciones sintácticas.

Determinados casos son sustituidos por sintagmas preposicionales: el genitivo cede su puesto a de + abl, y el dativo a ad + acus. En los últimos momentos del latín, es frecuente el uso erróneo de los casos.

Esta confusión puede tener motivos fónicos, en el uso de pérdida de consonantes finales como –m y –s: nom rosa, acus rosam y abl rosa.

El sistema de casos era complejo. Había frecuentes homonimias: rosae podía ser genitivo o dativo singular y nominativo plural. Las terminaciones eran distintas, según fuera la 1ª, 2ª o 3ª declinación. Las preposiciones, en cambio, se mantenían idénticas, y podían incorporarse nuevas unidades sin tener que reorganizarlo todo.

Casi todos los casos eran polisémicos, sobre todo el acusativo, genitivo y ablativo. Por ello surgen las preposiciones, para precisar el valor semántico-funcional. Ya al final se va generalizando el orden verbo + objeto o también sujeto + verbo + objeto, frente al clásico objeto + verbo, lo que permitía distinguir las funciones, pese a la ausencia de marcas casuales.

La teoría de que el acusativo se impuso sobre el resto de casos es superada hoy, con la afirmación de que hubo un sincretismo de casos que llevó a un caso oblicuo, a partir de acusativo y ablativo (ya hemos dicho que genitivo y dativo habían sido sustituidos por de + abl y ad + acus, respectivamente), pero que hacía cualquier función como complemento, opuesto a un caso recto procedente del nominativo y que haría de sujeto.

Hay casos de sustantivos que no siguen la regla general por proceder de casos latinos precisos:

Del genitivo, topónimos que vienen de nombre genérico: villa, eclesia..., más el poseedor: sancti emeterii > santander. Sintagma latino con genitivo: filiu eclesiae > feligrés

Del ablativo, adverbios (hac hora > agora), más todos los terminados en –mente.

Del nominativo, nombres propios, tanto religiosos (Deus > Dios; Deum > Dio de los judíos), como de su uso sintáctico como predicativos quedaron convertidos en adverbios los nominativos laxus > lejos.

El castellano mantiene e incrementa el uso de preposiciones, que ya utilizó el latín clásico, pero hubo funciones en las que no hubo procedimiento sustitutivo, como las de sujeto y objeto, lo que Lapesa llama restos sintácticos de los casos en español.

Las relaciones entre sujeo y objeto se marcan por la concordancia en número y persona con el verbo, y la posible sustitución por los pronombres, y la de pasar a sujeto de la correspondiente frase pasiva. No se establecía orden fijo, pero la secuencia verbo + objeto se consideró la más usual. El orden dependerá de factores estilísticos y rítmicos, semánticos. En lengua medieval era frecuente anteponer los complementos al verbo en las frases subordinadas, no por latinismo como sucedía en las Glosas, sino por arcaísmo.

El objeto, función del acusativo, tiene en castellano la preposición a en ciertos contextos, rasgo igual en otros dialectos románicos peninsulares, como portugués y catalán.

‘A’ es frecuente con pronombres personales o nombres propios de persona, frecuente con otros nombres propios, como geográficos, y vacila con el resto de pronombres (normal con los demostrativos, pero no con los indefinidos). El uso de a parece deberse a la necesidad de indicar el objeto (qui matare a vezino), o por realce expresivo (vere a la mugier a todo mio solaz, a mis fijas bien las casare yo). Si no interesa destacar a ese personaje, la preposición falta (casastes sus fijas).

Encontramos también a en casos concretos de objeto no personal, cuando se destaca por énfasis (Dios alunbra e escalienta a toda cosa segunt conviene).

Complementos circunstanciales en castellano sin preposición, ya que heredan  que la función venía indicada por la desinencia de caso (ablativo):

Expresiones de duración temporal, de un acusativo sustituido por ablativo: e uiuas muchos annos

Expresiones de localización temporal, que ya pedían uso de preposición: In illo tempore.

Expresiones locativas, en dos ocasiones: con sustantivos como oriella seguidos de un sintagma con de: Uedia me en un fiero lugar oriella de un flumen; y con sustantivos seguidos de adverbios como arriba, adelante...: vansse Fenares arriba.

Expresiones fijas, de valor causal: fe que devedes...

Construcciones semi-independientes de sustantivo + adjetivo (o participio, sintagma preposicional...) con carácter descriptivo, del antiguo ablativo latino modal. Un participio con valor verbal, no adjetivado, expresando anterioridad temporal son participio absoluto: la missa dicha, penssemos de cavalgar.

Casi la totalidad de los complementos en castellano tienen una preposición como elemento introductor:

Sintagma a + sustantivo:

-complemento indirecto, valor del dativo latino, sustituido en castellano por le(s): Fijo, a tus vasallos non les seas irado

-de dirección, del dativo y acusativo, con valor de aproximación o entrada: e entrando a Burgos.

-de finalidad: del dativo: fijemos estas leyes a seruicio de dios & a pro comunal

-situación espacial: afeuos los a la tienda del Campeador, o temporal: uayamosnos al matino.

-a + sustantivo, analizable como complemento indirecto parece ser procedencia: Minaya Albarfañez al buen rey se espidio. Un sintagma con a, de valor agentivo, con infinitivos dependientes de dexar, fazer, etc, en forma refleja: A los judios te dexeste prender. Usos de a como causal: las firiestes a çinchas e a espolones, y modal: a gran ondra lo reçiben al que en buen ora naçio.

De + sustantivo:

-complemento de origen, tanto de espacio como de tiempo, como de desplazamientos metafóricos. Punto de partida: partios de la puerta. Procedencia: myo Çid es de Bivar. Agente: dexadas seredes de nos. Asunto: fablar de. Causa: nol pueden catar de verguença. Instrumento: firieronse de las lanças.

-todo el genitivo latino viene en romance por construcciones con de: complemento partitivo: diez de sus parientes. Partitivo dependiendo del verbo: dandos del agua, pero también como sujeto: murien de los de Greçia, o tras otra preposición: e mezclola con del agua en la copa. Con valor posesivo o de relación: ‘de largos reynos señor’, denominativo: ‘robredo de Corpes’, subjetivo: ‘el amor de myo Çid ya lo ivan provando’, u objetivo: ‘fallola bien çerrada por miedo del rey Alfons’. Abundan construcciones con nombres con intención cualitativa: ‘el perro de aquel Çid’, o adjetivo sustantivado: ‘la mesquina de Espanna’. En interjecciones: ‘Ay de mí’.

En latín era común la aposición de un sustantivo a otro, en el mismo caso: Urbs Roma. El castellano continúa aplicando a denominaciones geográficas: la ciudad de París.

La estructura apositiva es única con título y nombre propio, tanto si precede (señor abad) como si sigue (don Paulo apostolo), menos habitual. Es frecuente la aposición de adjetivo sustantivado por artículo, con intención especificativa (Alfonso el castellano) o realzadora (Tarquinio el sobervio). Aposiciones bimembres, separadas por pausa del nombre al que especifican o explican, son características de la lengua épica: Felez Muñoz so sobrino del Campeador, doña Jimena, la mi mugier tan complida.

Sintagma formado por ‘en’ y sustantivo presenta menor variedad de usos:

-Cada vez menos, valor direccional del IN + acusativo en latín, en el sentido de entrar: ‘guía los romeros que van en Ultramar’

También el valor de finalidad, también IN + acusativo: ‘el tesoro de la glesia non serie derechura darlo en malos usos’

-El valor es el de indicar localización en el espacio (que viene de IN + ablativo y restos del ablativo locativo), como en el tiempo: ‘vedada l’an conpra dentro en Burgos la casa’, ‘vayamos en la mannana alas vinnas. De aquí en adelante, surgen asunto: fablar en, creer en, o modo: en paz o en guerra.

Las preposiciones latinas pro con ablativo y per con acusativo experimentaron un proceso de extensión semántica que les llevó a aparecer en algunos romances. Debido a su complejidad, se combinó ‘por’ con ‘a’, dando ‘pora’, y después ‘para’.

Valores de por heredados de pro:

-Sustitución o equivalencia: ‘por mano del rey douos estas dueñas’

-Valor final de por: ‘muchos se juntaron por ver esta lid’. Este valor final viene de frases como ‘rogar por’, para las que en latín competían dativo y pro + ablativo.

-Valor causal: tanto de pro como de per: ‘por amor de mío Çid rica cena les da’, ‘Mas por las grandes guerras muriera la gente’. De ahí la conjunción causal ‘porque’.

Derivados de per:

-Espacial, con valor de ‘a través de’: ‘partíos por la puerta’; lugar aproximado: ‘por todas esas tierras yuan los mandados’; ‘lugar sobre el que se coge’: ‘priso la por los cabellos’.

-Tiempo: momento: ‘que bueno es el gozo por aquesta mañana’ (de ahí la expresión ‘por la mañana’. Duración: ‘non fue bien por dos dias en su recuerdo tornado’.

-Instrumental: ‘Por lanças e por espadas auemos de guarir (curar)’. De aquí el sentido próximo al de agente de pasiva: ‘conosco que por ti so guarida (curada)’.

El valor de modo está en expresiones frecuentes en la lengua medieval: ‘por verdad’, ‘por qual guisa (manera)’, ‘por juego’, ‘por vero’, ‘por burla’, ‘por ventura’.

‘Pora’, como preposición compuesta, que además está cambiando ya a ‘para’, evoluciona en dos vertientes, debiendo todavía competir con por:

-Finalidad: ‘non amanesçio pora mi tan buen dia’, ‘aquello que y convinie poral servicio de Nuestro Sennor’.

-Virtualidad en el espacio, esto es, dirección: ‘De Castiella uos ydes pora las yentes estranas’, Tiempo, indicando momento futuro: ‘sean adobados poral tercer día’, o duración futura: ‘pora siempre jamás’.

 

Capítulo V       EL CASTELLANO MEDIEVAL: PROBLEMAS LÉXICOS

 

1. ASPECTOS GENERALES

El léxico de cualquier lengua se constituye sobre una triple base: el vocabulario 'patrimonial', heredado desde las primeras etapas de existencia del idioma como tal, donde se manifiestan los principales cambios (fónicos, morfológicos...), que dan forma a esa lengua ; el vocabulario « creado » dentro de la lengua por los mecanismos de ‘formación de palabras’, generalmente dos : ‘derivación’ mediante sufijos, prefijos o ambos, y ‘composición’ o unión de palabras preexistentes ; y el ‘préstamo’ de vocablos (o sufijos, etc.) de otras lenguas : en las lengual romances el léxico de origen latino no transmitido por herencia sino tomado directamente se denomina ‘cultismo’, aludiendo al nivel cultural de los grupos sociales en que se produjo la adopción.

Ya hemos analizado las diferentes fuentes de ‘préstamo léxico’ en castellano medieval (además del vocabulario de ‘sustrato’, integrado por lo general en el latín hispánico) : arabismos, galicismos... También se ha visto el léxico ‘patrimonial’ dentro del estudio de los cambios fónicos, etc. : no hemos profundizado sobre las zonas significativas que cubre este sector del léxico castellano, pero parece referirse a los seres, objetos, ocupaciones, hechos..., que pueden considerarse «básicos» tanto en líneas generales como en los momentos primitivos de la comunidad castellana. Préstamo ‘culto’ y creación de léxico con los aspectos que hemos de repasar.

2, EL VOCABULARIO ‘CULTO’ HASTA EL S. XIII

Es complicado definir el concepto ‘cultismo’, establecer sus criterios distintivos o aplicar ese rótulo en muchos casos ; más aún, si añadimos una categoría intermedia como ‘semicultismo’ no haremos sino deformar la realidad histórica. La consideración de cultismo no puede hacerse desde una sola perspectiva (fonética, sociocultural...) ; al mismo tiempo, su estudio ha de vincularse a la historia literaria y cultural de la comunidad hablante.

Entendemos como vocabulario culto el sector del léxico que por su especial significación, por su empleo preferente en los sectores elevados de la comunidad (tradicionalmente conservadores en materia lingüística), o por su pertenencia a determinadas áreas conocieron un tratamiento peculiar, sobre todo en la forma fónica : en general, no sufrieron los cambios que hubieran correspondido a su forma originaria ; de este modo, el castellano pudo mantener o recuperar, por ejemplo, grupos consonánticos que la evolución fonética había eliminado (nocturno con noche < NOCTE), o darles un tratamiento especial (así, luto o luctuoso < LUCTU).

En este vocabulario debemos incluir todos aquellos términos de transimisión oral hereditaria, siempre vivos en la lengua, que por los motivos señalados se sustrajeron a la acción de algunos cambios ; no es que en ellos influyera la « pronunciación latina », sino que « quedaron a la cola », según Wright, en el desarrollo de esos cambios, prefiriendo la variante conservadora de las formas en lucha : SAECULU > sieglo (no *sejo). Entrarían aquí los ‘semicultismos’ ; pero también ‘cultismos’ primitivos (la diferencia solo es de grado, según el número, mayor o menor, de cambios sufridos) ; unos y otros procederían de la época en que las fronteras entre ‘latín’ y ‘romance’ aún no estaban fijadas y en los cambios competían numerosas variantes.

Los propios cultismos pertenecen al momento en que latín y romance están diferenciados, y el primero ha adquirido, de nuevo, pronunciación propia en el llamado « latín medieval ». Estos cultismos son los que ya pueden considerarse ‘préstamos’ (como los de cualquier otra lengua), y proceden del latín hablando por clérigos y otros hombres cultos o, lo que es más frecuente, de los textos escritos en latín ; en ellos ya no hay cambio fónico, sino adaptación a las reglas generales del castellano ; en muchos casos, sin embargo, tal adaptación producía « deformaciones », de acuerdo con tendencias fónicas constantes del idioma (disimilaciones vocálicas, simplificación de grupos consonánticos...)

Las voces ‘cultas’ en los primeros textos castellanos pertenecen, en su inmensa mayoría, a los ámbitos religioso y jurídico : al ser los únicos sectores de la sociedad conocedores del latín (o de la fomra latina de la escritura) y emplear un vocabulario propio y prestigiado, los elementos de éste mantuvieron mejor sus formas primitivas ; como, al mismo tiempo, ese vocabulario debía ser oído, y empleado, por los demás hablantes, ello nos explica sus posibilidades de pervivencia en la lengua general. Esto último, así como la vitalidad de ciertos cambios en la época, nos explica las variaciones que pueden mostrar esos vocablos y su distinto resultado ; a veces subsiste la forma más « pura » y en otras la más « alterada ».

Al léxico religioso pertenecen, entre otros muchos : angel < ANGELU, apostol(o) < APÓSTOLU (también entraban helenismos asimilados por el latín desde los primeros tiempos del Cristianismo).

Las proporciones de introducción y uso de cultismos ascienden en determinados textos, como los poemas del Mester de clerecía, en especial los de Gonzalo de Berceo, en el que ya predominan las formas ‘cultas’ sobre las ‘semicultas’ (aunque con notables vacilaciones aún de forma) : absoluçion, abstinençia, exorcismo, laude, etc, con latinismos crudos, como ‘nulla res’.

Podrían incluirse términos de carácter « moral », una de las áreas preferidas de la actuación religiosa : ambiçion, avariçia...

El ámbito jurídico ha dejado una mayoría de voces ‘semicultas’, con diversos grados de evolución : au(c)toridad < AUCTORITATE.

Dentro de este mismo mundo laico, aunque en este caso relacionados con la vida y actividades de las clases altas, pueden señalarse : águila < AQUILA...

En estrecha relación con el mundo religioso (en la Alta Edad Media toda enseñanza venía de la Iglesia) se encuentran los que suelen llamarse cultismos « escolares », antecedentes del vocabulario culto científico, que se desarrolla notablemente desde mediados del s. XIII, cuando el castellano empieza a convertirse, por obra, entre otros, de la Corte de Alfonso X, en una lengua receptora, y a veces creadora, de ciencia. En los textos castellanos este tipo de ‘cultismos’ (aquí escasean los ‘semicultismos’, debido a la poca difusión de estos vocablos) se encuentra en los poemas de « clérigos », con especial intensidad en Berceo, en las obras didácticas cmo El Bonium o Poridad de poridades, y en los escritos alfonsíes (con distintos tipos según la naturaleza de cada obra).

Así, encontramos las denominaciones de las ciencias medievales : as-, es-trología, arismetica o aritmética...

Hemos tratado casos de vacilación formal, tanto en las voces cultas primitivas como en las de introducción posterior ; en general, se refieren a alternancias vocálicas : be-/  bi-stia ; alteraciones de consonantes intervocálicas : eclesia / eglesia, o grupos consonánticos : bap-/ bab-/ bau-tismo, y metátesis (cambio de lugar de uno o más sonidos dentro de una palabra): miraglo / milagro.

En bastantes casos, la variación formal acabó produciendo una verdadera disociación léxica, de modo que se oponían formas ‘cultas’ y ‘populares’ (es decir, las que habían sufrido todos los grados de evolución): anima / alma, bestia / bicha, o diversos grados de formas ‘cultas’, rezagadas en la evolución fónica: capítulo / cabildo, ancora / ancla; incluso puede haber oposición de tres términos: antenado / alnado / añado. Como puede observarse, los dobletes subsistieron solo en el caso de que se lograra la diferenciación semántica, en mayor o menor grado, de los términos ej juego; de otro modo, alguno de ellos desaparecerá, bien el culto, o el popular, en cualquier caso por motivos individuales.

 

  

Capítulo VI               LA EVOLUCIÓN DEL CASTELLANO MEDIEVAL

 

El castellano evoluciona desde sus orígenes en los siglos XII y XIII. Es una evolución interna, convirtiéndose en lengua propia de Castilla en el ábito literario, jurídico, científico, etc, quedando el latín para la actividad litúrgica y ciertas actividades intelectuales. El castellano se convierte en excludivo, con una gama cada vez más amplia de textos, lo que además incita a su desarrollo, que antes se centraba en las necesidades prácticas de la comunicación inmediata.

Es un desarrollo literario, con procedimientos expresivos, estilos cada vez más personales y géneros cada vez más variados. También es el desarrollo de la propia lengua, ya que hay que llegar a un alto nivel de abstracción, con nuevos contenidos. Para ello, tiene que ganar universalidad, llegar a todos los sectores, para lo cual ha de incrementarse el léxico, pero también en complejidad o capacidad expresiva, para lo que se necesita una sintaxis cada vez más flexible.

Pero esto no sucede en el castellano exclusivamente, y con el castellano solo, sino que se necesita el influjo de otras lenguas utilizadas como vehículos de cultura, por lo que latín y árabe van a servir a este propósito. Todo ello, unido a los cambios en diferentes sectores del sistema, ya muy debilitados por la irrupción del castellano, marcará la tónica de la evolución de la historia lingüística del castellano medieval.

Luego está la expansión externa, con nuevos territorios conquistados, absorbiendo y desplazando las formas lingüísticas y arrinconando a los dialectos centrales, mientras se va consolidando la expansión de la Reconquista, la unión con León y la expansión por las zonas no catalanas de Aragón.

 

En el siglo XIII el castellano es la única lengua que usa la Cancillería regia, así como en los textos jurídicos y normativos, lo que la convierte en lengua de avanzadilla en el marco de las lenguas romances. Es lengua ‘oficial’ por práctica habitual, pero no por una voluntad regia de Fernando III o de Alfonso X. Más bien fue una necesidad, ya que los territorios recién conquistados, la cantidad de población (más del doble) que en ellos había, con musulmanes y extranjeros, donde había que aplicar fueros, repartimientos, concesiones, y de un modo rápido y efectivo, aconsejó utilizar una lengua conocida por todos, a lo que hay que unir la necesidad de manifestar el poder regio de Castilla a través de una lengua propia.

Conoceremos las compilaciones de textos legales durante el reinado alfonsí : el Fuero Real, el Setenario (con referencias religiosas y culturales), las Siete Partidas, con una nueva concepción jurídica basada en el Derecho Romano.

El castellano se convierte en lengua de cultura, con capacidad de expresar contenidos que en muchos casos y lugares aún estaban reservados al latín.

El castellano comienza haciéndose lengua literaria en la poesía épica, desvinculada de la tradición latina de épica culta, cun un modo oral de transmisión y unos orígenes aún poco claros, a través de juglares que además de transmisores en ciertos casos eran también compositores, en obras para pueblo y señores, que requerían el uso de una lengua ‘vulgar’. Poemas completos solo tenemos el Cantar de Mío Cid, fragmentos de Roncesvalles y otras refundiciones : en verso, el Poema de Fernán González, y en prosa los Siete Infantes de Lara. Todo ello apunta a que la tradición épica castellana se remonta al 1000. El propio Cantar, a pesar de ser copia datada en el XIV, tiene arcaísmos, como mu(o)rt, H(u)osca, la –e paragógica (agregar un fonema o más, etimológico o no y por lo general una vocal, al final de un vocablo, como por ejemplo en felice por "feliz", en huéspede por "huésped"), epítetos como Mío Cid, el uso de demostrativos.

Ya en el ámbito culto y clerical, se utiliza el castellano en poemas aún juglarescos, pero de carácter religioso: Vida de Santa María Egipcíaca, o profano: Razón de Amor, y las composiciones en cuaderna vía (tipo de estrofa de la métrica española utilizada por el Mester de Clerecía, escuela narrativa medieval que surgió alrededor del siglo XIII y de la que Gonzalo de Berceo y Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, fueron los primeros escritores conocidos.) de Gonzalo de Berceo, o los Libros de Apolonio y Alexandre, todo ello considerado ya literatura escrita, a pesar de la posibilidad de recitarse, con influencias latina y francesa, también obra de clérigos a partir de las bibliotecas monacales, por lo que entraron en Castilla influencias europeas, basadas en la Antigüedad Clásica, con escritores que ya son conscientes de una nueva técnica literaria, aportando la mayor parte del vocabulario culto.

Las traducciones sirvieron para abrir el castellano a su evolución, dándole nuevos contenidos para expresarse. La traducción en España data del s. X, con centro en Toledo desde la época del arzobispo don Raimundo, en la Escuela de Traductores de Toledo, grupo de sabios atraídos por el saber musulmán, asentado sobre el griego, con la intención de traducir al latín para hacerlo llegar al mundo cristiano. Así entró la cultura griega y el saber musulmán, pasando al latín con el castellano en el medio.

No sabemos el motivo por el que la traducción de didáctica, astronomía-astrología o medicina se detiene en la fase castellana. Se pensó en una cultura desvinculada de lo monástico, la influencia de sabios judíos, importantes en la corte alfonsí, la falta de tradición latina, o el propio espíritu emprendedor castellano en la Reconquista, alentado por el propio rey, participando en las obras y velando por las traducciones. La mayoría de obras son de origen semítico, con versiones del hebreo y de la Vulgata latina (la Fazienda de Ultramar), pero más comunes son las traducciones de la literatura didáctica oriental, encontrando unos catecismos político-morales de los reinados de Fernando III, Alfonso X con consejos de un sabio: Libro de los doce sabios, Libro de los buenos proverbios, etc.

También didácticos son los apólogos o e(n)xemplos provinientes de la India: Calila e Digna y el Libro de los Engaños. También hay Libros del Saber de Astronomía.

La influencia árabe y hebrea, no obstante, no fue tan amplia como cabría esperar. Algunos giros sintácticos se consideran de influencia árabe, pero los más influyentes fueron los de base románica. Lo que sí parece clara es la intencionalidad de la construcción de una sintaxis propia en castellano, al igual que en el léxico, que tiene un número reducido de préstamos del árabe, que crecen en las traducciones técnicas, luchando por prevalecer junto a las influencias latina o romance. Es más habitual el calco semántico, esto es, imitación del significado arábigo con términos romances, prefiriendo  la derivación (alguna composición), con mucho empleo de –miento, -anca para los nombres abstractos de acción, -eza en cualidad. Más frecuente que el recurso a arabismos fue al latín, bien por correspondencia con el árabe (septentrión...).

Otro terreno de expansión del castellano fue la prosa histórica, con antecedentes como los Anales toledanos, aunque hasta el XIII la historia estaba en latín. Habrá traducciones de historias latinas como la Estoria de los Godos, versión del De Rebus Hispaniae, aunque el protagonista vuelve a ser Alfonso X, iniciando la Estoria de España o Primera Crónica General y la Grande e General Estoria, basadas en la Biblia, Ovidio, cantares de gesta coetáneos.

No hubo latinismos de sintaxis, por la voluntad de construcción de moldes sintácticos propiamente castellanos, pese a la riqueza de los textos originarios. Destaca la preocupación por la ilación, la cohesión en el texto, que obliga a utilizar mucho la coordinación con e(t), además de la subordinación oracional, sin olvidar que la versión alfonsí realiza ampliaciones para mejorar la comprensión. En el léxico hay nuevas palabras por derivación, entrada de cultismos, arabismos, como también léxico de origen dialectal, provenzal, etc; para garantizar la comprensión, es normal explicaciones en el mismo texto, obra más bien de lexicógrafos.

Se cree que el castellano literario se hizo sobre la lengua de Toledo, siendo el innovador castellano viejo frenado por el conservadurismo mozárabe. Lo cierto es que la mezcla con otros dialectos, como el leonés dio una forma más integradora, fundiendo variantes, siendo utilizada como lengua culta. Pero no podemos hablar de toledanismo del castellano literario hasta el siglo XVI.

Son pocas las muestras de ese influjo toledano:

-Conservación de f- o el diminutivo –iello  (por –illo) pueden ser formas conservadoras de todo el castellano.

-Oposiciones de b/v o de sibilantes sordas/sonoras no indican un influjo toledano o mozárabe en su mantenimiento.

-Rasgos frecuentes en los documentos de Toledo no pasan a la norma culta (pero sí aparecen en textos alfonsíes): -ll- < -LJ-, -CL-, grupos –mn- o –mr- (< M’N), contracciones de preposición y artículo (enna, conna).

Puede que lo que Toledo transmitió al castellano culto no son tanto rasgos individuales como una cierta ralentización en la evolución, y predilección por formas conservadoras.

 

Hay que destacar la extensa obra alfonsí, que va a marcar el camino para los dos siguientes siglos en la lengua literaria, tanto internamente como en los géneros. El contacto con las corrienes culturales, sobre todo italianas, hará surgir nuevos modos literarios.

Continuará la literatura didáctica, pero las fuentes árabes ceden ante la irrupción de la tradición cristiana europea, que llevará a la hagiografía (biografías de santos) o tratados apologéticos cristianos. Los refranes ceden ante los diálogos, más extensos, con estilos más depurados.

Del siglo XIII son aún Castigos e documentos (Sancho IV), el Lucidario, los Dichos de santos padres (Pedro López de Baeza). En el siglo XIV destaca como continuador de Alfonso X el infante don Juan Manuel: Libro de los Enxiemplos del Conde Lucanor et de Patronio dentro de esta literatura didáctica, plenamente consciente de ser autor de sus obras.

En el XIV hay obras didácticas, originales o traducciones (ya ha desaparecido el árabe como fuente), religiosas (Vergel de consolaçión, Libro de las consolaciones de la vida humana, de Pedro de Luna (antipapa Benedicto XIII)), los Soliloquios de fray Pedro Fernández Pecha. Apología cristiana y antisemitismo en el ‘Libro declarante o de las tres creençias’ de Alfonso de Valladolid. Fray Juan García de Castrojeriz escribe el ‘Regimiento de príncipes’, traducción de la obras de Egidio Colonna, en la tradición de consejos a príncipes. Colecciones de ‘enxemplos’, de fuentes cristianas y latinas, a principios del XV, en el ‘Libro de los Gatos’.

También en el XIV, la prosa histórica, con manuscritos que continuaban la ‘Estoria de España’ alfonsí, con la ‘Crónica de 1344’, traducción de la portuguesa de Pedro de Barcelos. La ‘Crónica de Alfonso XI’, entre otras, pero hay que destacar la ‘Crónica abreviada’ de Don Juan Manuel, resumen de la alfonsí, y destacar también las ‘Crónicas’ del Canciller Pero López de Ayala, especialmente la primera, al rey Pedro I, más las de Enrique II, Juan I y Enrique III, todas con relato histórico que llevan a la reflexión moralizante. De la prosa histórica derivan hechos legendarios o ficticios que llevan a la narración novelesca. Al convertirse las crónicas en historias de reinados, se inicia el género de la biografía, histórica o ficticia, futuro de las novelas de caballerías.

Solo en el ’Libro del caballero Zíjar’ se ven influencias arábigas, aunque sea narración caballeresca. El resto son tradiciones europeas, con leyendas artúricas, que llevarán al ‘Amadís de Gaula’. Leyendas y crónicas de las Cruzadas en la ‘Gran Conquista de Ultramar’.

Otros temas clásicos como la guerra de Troya, de Roma, sobre Vespasiano. Imaginaria es la ‘Historia de Apolonio’; hagiográficas son la ‘Estoria del rey Guillelme’.

El XIV ve también caer los grandes géneros desarrollados en Castilla. En la épica, las ‘Mocedades de Rodrigo’, muy lejos ya del ‘Cantar de Mío Cid. A mediados de siglo se inicia la composición de romances, nacidos de gestas épicas, con hechos históricos, temas novelescos, pero también líricos, con transmisión oral juglaresca.

De este siglo es también el ‘mester de clerecía’, siguiendo una vía tradicional en la ‘Vida de San Ildefonso’, tono moral pesimista en el ‘Libro de miseria de omne’ y los ‘Proverbios de Salomón’. Pero los hitos serán el ‘Libro de Buen Amor’, de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, amorosa, paródica, religiosa..., mezclando formas populares con cultas, variadas composiciones poéticas, junto a las estrofas propias de la clerecía. También el ‘Rimado de Palacio’ del Canciller Ayala, cerrando con sus reflexiones el género de ‘Alexandre’ y de Berceo.

Los judíos se suman a los poemas de clerecía y el espíritu didáctico-moral, destacando los ‘Proverbios morales’ del rabino Sem Tob de Carrión, a Pedro I, mezclando hispánico y hebreo, en una expresión intelectual judía. De este período también es la primera literatura ‘aljamiada’: las ‘Coplas de Yoçef’, con caracteres hebreos, y el ‘Poema de Yuçuf’, en arábigos.

Finalmente, en el mismo XIV el gallego-portugués ya no es lengua de la poesía lírica, igual que el provenzal, dando paso al castellano, paralelamente al ascenso de la poesía lírica popular, como los villancicos, que solo eran orales.

Durante el XV, la literatura señalada anteriormente prosigue su andadura. La literatura didáctica, con el ‘Corbacho’ de Alfonso Martínez de Toledo, Arcipreste de Talavera, o el ‘Diálogo de vita beata’, de Juan de Lucena, dialogado.

Las crónicas de reinados continúa la prosa histórica, y también personajes eminentes, como el favorito de Juan II, don Álvaro de Luna, yendo a veces a relatos fantásticos, como la ‘Crónica Sarracina’ de Pedro del Corral, o biografías como la ‘Crónica de don Pero Niño’ de Gutierre Díez de Games, o autobiografías como las ‘Memorias’ de doña Leonor López de Córdoba. Fernán Pérez de Guzmán cultiva la Antigüedad clásica con las ‘Generaciones y semblanzas’, y Fernando del Pulgar, los ‘Claros varones de Castilla’. Los relatos caballerescos siguen en la narrativa de ficción, y aparece la novela sentimental, con el ‘Siervo libre de Amor’ de Juan Rodríguez del Padrón, o la ‘Cárcel de Amor’ de Diego de San Pedro.

El siglo XV es de novedades, llegando el Humanismo, centrado en el mundo clásico, sobre todo, latino, e influenciada por la literatura latina posterior a Dante, entrando a través de traducciones. Don Enrique de Villena traduce la ‘Eneida’ de Virgilio, aunque también se traduce del italiano, del francés. El Humanismo se limita a ún a héroes y mitos clásicos, con latinismos. Villena y Nebrija son paradigmas en la exposición de esa forma más acabada e intelectual.

El castellano se va a consolidar como lengua de la poesía lírica, entre el recuerdo a la poesía trovadoresca (provenzal y galaico-portuguesa), el recurso a la tradición popular o el empleo de nuevas formas, junto al nuevo lenguaje del Renacimiento italiano. Los poetas se agrupan en Cancioneros, como el ‘Cancionero de Baena’, mientras que el ‘General’ agrupa a los de final de siglo. Aparecen fuertes autorías, como el Marqués de Santillana, Jorge Manrique y Juan de Mena, con su ‘Laberinto de Fortuna’, en forma y contenido humanista y latinizante.

La literatura teatral estará vinculada a temas religiosos con elementos pastoriles, pero el diálogo supremo es la comedia humanística o novela dialogada la ‘Tragicomendia de Calisto y Melibea’, de Fernando de Rojas, con un lenguaje sabiamente utilizado en lo culto y en lo popular.



El castellano se extiende por la península en el s. XIII, en la Baja Edad Media, además de evolucionar internamente. 1212 es el punto de arranque del avance final castellano en las Navas de Tolosa, y la subida de Fernando III al trono, conquistando todo el valle del Guadalquivir, Córdoba, Sevilla, Tarifa, hasta llegar a las fronteras con el reino nazarí de Granada con Alfonso XI.

Los musulmanes conquistados huyeron o fueron expulsados por los nuevos pobladores castellanos, leoneses en Andalucía occidental, y con pequeños grupos comerciantes de catalanes, genoveses y francos. Generalmente usaron el castellano, la forma toledana, y formas leonesas en la zona occidental.

Granada terminará siendo tomada desde Sevilla en 1492, pero también desde Jaén y Castilla la Nueva. Los musulmanes permanecieron en los campos, pero se les obligó a bautizarse. Después de la rebelión granadina 1568 fueron expulsados.

El castellano se afianza en el centro peninsular. El leonés mantendrá ciertos rasgos fónicos, morfológicos o léxicos. En el XIII el ‘Forum Judicum’ visigótico es traducido al leonés, y otros textos jurídicos como ‘el de las Leyes’ tiene rasgos leoneses. También la alfonsí ‘Estoria de España’, pero el retroceso leonés es claro, quedando como base del ‘sayagués’ ( lengua romance histórica del antiguo Reino de León), convencional, utilizado por Juan del Encina durante el Siglo de Oro para personajes rústicos en teatro.

En el caso aragonés, la presión es catalana, ya con tradición literaria. Juan Fernández de Heredia destacará en el aragonés literario, vertiendo numerosas obras griegas al aragonés. La cercanía estructural entre aragonés y castellano, y las continuas influencias de éste en aque, mucho antes de la unión de 1492, dan lugar a la castellanización de Aragón.



Se consolidarán cambios iniciados en épocas anteriores, continúa la variación, y anuncia cambios que se consolidarán en el Siglo de Oro.

Alteraciones en las vocales

Los cambios ya se han dado en época anterior, por lo que esta es de consolidación. Tendencia al cambio de posición del acento para formar diptongos: reína < REGINA > reina.

Reducción de /ie/ a /i/ en el sufijo heredado de –ELLU. Se prefiere –iello, pero la forma más vulgar –illo de Castilla la Vieja se impone. Vi(e)spera < VESPERA.

La presencia de –s implosiva y de líquida (r o l) en el entorno de estos casos de /ie/ > /i/ se ha explicado como motivo, y Menéndez Pidal señala el carácter palatal de /s/ castellana, de efecto similar. Otras reducciones, como Cifuentes < Cient fuentes, se dan al quedar átono el primer elemento del compuesto.

Primeros casos de reducción de /ue/ a /e/, donde hay disimilación (se altera un sonido para diferenciarse de otro igual o semejante dentro de una misma palabra) de sonidos labiales: cu-l(u)ebra < COLOBRA. También cuando /ue/ procede de metátesis (cambio de lugar de uno o más sonidos dentro de una palabra) de yod: Bur(u)eba < BOROVIA

La reducción /ue/ > /u/  se da pocas veces, por el desgaste del uso frecuente: lu(e)go < LOCO, y en los posteriores tratamientos usted < Vuestra Merced y usía < Vuestra Señoría.

La apócope o supresión de uno o más sonidos en posición final de palabra, de vocales finales, -e y –o, va decayendo. Los textos alfonsíestienen una abundante apócope extrema, pero en los prólogos regios y en los últimos textos se extiende el rechazo a la apócope. Desde entonces, la pérdida de vocales finales se limita a documentos de zonas laterales, al habla rústica, como las ‘serranas’ del Libro de Buen Amor, y a los textos judíos. Desde el XIV solo queda la apócope en algunas formas verbales, con finales consonánticos normales (faz, bien, val), y en enclíticos ‘le’ y ‘se’.

Razones de tipo interno de este retroceso son la simplificación de los grupos consonánticos en interior de palabra, con proceso paralelo en los finales: si ya no hay vendgar < VINDICARE, tampoco habrá cond < COMITE. En la recuperación de vocal influyeron las formas de los plurales: ‘naves’ ayuda a recobrar ‘nave’, por ‘naf’. Si el grupo consonántico se había ya simplificado, o la consonante estaba normalizada, no hay lugar a restauración vocálica: gran(d) vs. grande, san vs. sant(o).

Motivos externos son la integración de los francos en la sociedad castellana, sentimiento de independencia con la creciente escritura en romance, desarrollado en Castilla, rechazando lo foráneo, lo extranjero.

Cambios en el sistema consonántico

Sigue la lucha de variantes en casos como los de f-, sibilantes y palatales. Ninguno de los procesos llega a solución definitiva, habiendo que esperar al español clásico para solventar el problema.

Por toda Castilla se extendió la difusión del cambio f- > h- o ‘cero fonético’ en este período. La lengua culta prefirió la opción conservadora, impidiendo seguir el proceso. La presencia de formas como ‘hijo’ indican que la aspiración de f- dejó de ser un rasgo dialectal castellano-viejo, considerado como vulgarismo. El habla de Castilla la Vieja perderá la aspiración. La aspiración de f- fue general ante vocal: FEMINA > hembra. Nunca ante líquida: FRONTE > frente, y vacilante ante diptongos /ie/: FESTA > fiesta; FERRU > hierro, y /ue/: FONTE > fuente; FOSSA > huesa. Cultismos y semicultismos conservaron f-: forma, fortuna, fama; con vacilaciones: FIDE > fe / he. Arcaísmos jurídicos: fallar vs. hallar.

Aspiración de –f- interior, en frontera de compuestos, tal interpretada: DEFENSA > dehesa, y de –f- < -NF-, existente en latín: CONFINIU > Cohiño.

F y h no pueden considerarse hasta el s. XIII fonemas distintos, sino variantes de una unidad, adaptando voces de fueran con aspirada: ár., hatta > a(d)ta / hasta; ár., faniqa > fanega / hanega. Casos de f- antietimológica que hablan de esa situación de fluidez: fallar < AFFLARE, finchar < INFLARE. [f] era la variante culta, y [h] la vulgar, dialectal, situación que cambiará en el XV con la entrada de cultismos, con una ‘f’ ante vocal que no varía con la aspiración, oponiéndose a la aspirada para distinguir signos lingüísticos: faz / haz, forma / horma.

En el medievo literario castellano se distingue una labial sonora oclusiva /b/ escrita con ‘b’ y procedente de B- y -P- latinas, y una fricativa sonora, /v/ escrita ‘u’, ‘v’ y derivada de –B- y V latinas: bien, lobo / dever, vino, lavar.

El siglo XIV riojano muestra en Berceo ‘berguenças’ y ‘uondades’, ‘sauer’, ‘sauio’ y ‘deber’. En poetas del XV, como fray Íñigo de Mendoza hay rimas como reçibo-escriuo-biuo, yua-arriba-esquiua, suaue-sabe. Es una norma castellanovieja que iguala ambos fonemas, mientras los textos antiguos distinguían de forma regular.

Algo parecido sucederá con los fonemas sibilantes y palatales, en los que la distinción gráfica es sordo / sonoro. Solo la diferencia gráfica ss / s no solía respetarse, igualándose ambas en ‘s’. Hay igualdad de fonemas palatales: fixo por fijo < FILIU, concexo, ouexa (Fuero de Alba de Tormes, a fines del XIII). Son posteriores las confusiones de ‘ss’ por ‘s’: prouechossa, cassase. Y ç-z: façer, raçon, rayçes. Parte de Castilla y Galicia, León, Aragón y Norte de Cataluña habían eliminado o desconocían la correlación de sonoridad en estos fonemas.

Sin embargo, continúan los cambios entre fonemas. Xierra, ximio, xastre, xerga vs. sarga, enxerir < INSERERE, y precediendo a /k/: caxcara, moxca, coxquillas, rasgo que caracterizaba tanto al sayagués ( lengua romance histórica del antiguo Reino de León) como al morisco.

Las grafías –s y –z eran muy parecidas y desde el XV se usaba un solo signo. En el reino de Sevilla habrá una confluencia entre sibilantes dentales y alveolares, con confusiones gráficas que apuntan a una situación vacilante al principio, pero pronto habrá una igualación de ambos órdenes en los fonemas dentales. Esta confluencia será en final: ‘dies’, ‘diesmo’, ‘Roblez’, ‘fijoz’; entre sonoras: ‘alguasyl’, ‘gosarnos’, y entre sordas, habitual desde el comienzo: ‘Bruçelas’, ‘escaçeza’, ‘çufrir’, ‘sirios’ (=cirios). Confusión también con el rasgo sonoro: fiçieçe por fiziesse.

La secuencia –dg- se convierte en –zg- por neutralización de dentales sonoras: ‘judgar’ < IUDICARE > juzgar. Algunas consonantes implosivas vocalizan, pero sin que los diptongos resultantes se alteren, como había ocurrido en la época de orígenes: -b’d-: cabdi(e)llo < CAPITELLU > caudillo. Tras vocal labial hubo asimilación: co(b)do < CUBITU > co(b)dicia. La neutralización de –t y –d solo se verá en la grafía –d: merced, bondad...



Va a haber pocos cambios en este sistema en la Baja Edad Media, pues lo que hay es continuación de variaciones que vienen de la época de orígenes. Las mayores novedades se refieren a la disposición de los elementos en la oración y en el período: el orden de palabras se verá alterado, algunas veces por poco tiempo, por el fuerte latinismo sintáctico, responsable a su vez de la apertura de un abanico de posibilidades en el campo de la sintáctica y de sus elementos.

Cambios en el sistema nominal

Los femeninos se forman por la adición de –a en el nombre: clienta, priora. En adjetivos: hirvientas. Los agentivos en –or (compradora). En plural se fijan reyes, leyes (reis, leis se mantienen hasta el XV). –issimo para el valor superlativo en alza por latinismo, aún no es regular. ‘a’ ante objeto directo depende de los rasgos ‘personal’ y ‘determinado’, perdiéndose el valor deíctico ( palabras cuyo significado es relativo a la persona hablante y que puede conocerse únicamente en función de ella: este, ese, aquí...)  del principio. A + sust se usa como dativo latino de posesión: A las ánimas siniestras / es tal terror...

La colocación de verbo y objeto es influencia latinizante en el orden de palabras; no solo pervive la anteposición de este por énfasis: Tan sotil e alto engenio auia, que..., o por el caracter temático del complemento: la manera del libro entiendela sotil..., sino que se extiende el afán por colocar el verbo al final de la frase, al igual que en latín: por tal que... no menos délficos que marçiales honores & glorias obtengades.

Más usual es la anteposición del adjetivo al nombre, con epítetos y adjetivos explicativos: E... bueltas a su voluntad por continuados ruegos e dulçes palabras las Esperides, entro en el maravilloso vergel, non deteniéndose en los menores arboles... onde vio el muy alto arbol e preçioso... También con adjetivos de valor restrictivo: la ordenada caridad, el loco amor... Traen a vuestra alteza los orientales indios los elefantes mansos es una variación de orden que responde a un contrapeso rítmico.

Cambios en los pronombres

Generalización del afijo os por vos. La minusvaloración de vos como tratamiento lleva al empleo de formas indirectas, de valor elevado: vuestra merced, vuestra señoría, etc. Aparición de los plurales: nos-otros. Formas que durante el XV tienen valor enfático y contrastivo: sy pesa a vos otros, bien tanto pesa a mí.

Aumentan las interferencias entre los afijos de 3ª persona: el leísmo de persona, pero limitado al masculino, y en singular. El interés por distinguir el género empuja a usar ‘le’ para cualquier objeto directo masculino, frente al ‘lo’ neutro: [el laúd] vesle. Se extiende el laísmo: faziendo la seruiçio. Es mucho más limitado el loísmo, más normal en plural: los deue seer buen compañero.

‘Se’ tiene un valor originario medio-pasivo; el sentido impersonal se muestra por la falta de concordancia del verbo y el supuesto sujeto paciente: Muy pocas reynas de Grecia se halla / que limpios oviessen guardado sus lechos (Mena, Laberinto). También, conversión en Obj. Dir. con a: como se suelen recibir a los reyes (Crónica de Juan II).

El sistema de posesivos termina de configurarse: junto a tu(s), su(s), únicas formas usadas en posición proclítica, ya que ya no hay to(s) ni so(s), se daba la diferenciación mio / mi < mi(e) < mia. Para regularizar el paradigma mio desaparece, quedando el antiguo femenino mi, como forma de apariencia menos marcada. Mio / mia, tuyo / suyo, tuya / suya se afianzan como predicados: es tuyo, con artículo: lo mío, tras preposiciones: de suyo, tras sustantivo: el pensamiento es mío, cartas suyas, que empieza a sustituir a la secuencia de artículo y posesivo antepuestos: la tu alteza.

Respecto de los pronombres indefinidos, alguién, heredero de ALIQUEM, puede que a través del port. alguém,, ambos con influjo del relativo procedente de QUEM > quien. En sentido opuesto, la variante nadie (de nadi, aún frecuente).

El verbo: alteraciones formales

La raíz verbal va a sufrir apenas cambios, salvo la fijación de –sk- > -zk- en los verbos –ecer ante vocal no palatal, puede que por analogía con la sibilante del resto del paradigma: parezco, conozco, por paresco, conosco.

En las desinencias hay más modificaciones. Desaparece –udo para los participios de los verbos –er (algún tenudo). Imperfectos y condicionales en –ie dejan paso a –ia. La rareza de un paradigma tenía-teniés-tenié... muy separado del tipo –ava, -avas..., provocará su rechazo. Tampoco se darán pretéritos como comiemos-comiestes, partiemos-partiestes. Los futuros sincopados combré, conoç(t)ré son eliminados por las formas plenas: comeré, conoceré. Pervivirán los de verbos muy usados, con combinación consonántica fácil: sabré, querré...

La 2ª persona del plural sufrirá el cambio más importante en cuanto a desinencias. La terminación –des (cantades) perderá la –d-, y si queda, será como arcaísmo. –aes, -ees (no hubo *-ies, solo –is), poco usadas, evolucionaron, la primera al diptongo –áis, y la segunda a la contracción –és.

Las formas contractas cantás, yrés, etc., van siendo vulgarismos, ya que en algunos verbos podían ser equívocas con el singular: das, des, estás, estés, vas, ves, así que la lengua culta prefiere cantáis, yréis.

La alteración antes descrita solo alcanzó a las formas llanas en presentes y futuros, mientras que el resto siguieron con –des: amávades, amaríades, amáredes.

Cambios en el contenido verbal

Tiempos y modos continuaron sin cambios, al igual que los usos habituales. Se añadió el uso del subjuntivo en oraciones causales reales introducidas por como (reminiscencia del cum histórico temporal causal latino): ‘Como yo fuesse mortal, sabía que auía de morir el que yo engendrara’ (Celestina). La forma en –ra, conserva su valor de pasado de indicativo y de pluscuamperfecto de subjuntivo: ‘si tuviera, diera’ es el único esquema admitido para el valor irreal en el pasado, que irá evolucionando hacia el carácter temporal no marcado de la forma en –sse.

Habrá un incremento de construcciones absolutas con gerundio y participio en las sintaxis de las formas no personales, siendo el infinitivo el que más se amplía. Introducido por artículo puede llevar sus propios complementos: el abraçar al amada (Libro de Buen Amor). En estructuras completivas, imitando construcciones latinas de Acus + Infinit: testifican las coplas seguientes auer seydo coronado el prudentísimo... (Mena, Coronación).

Estar + participio se afianza en las perífrasis con valor pasivo para indicar estado resultante de acción anterior: ‘¿está desocupada la casa?’ (Celestina).



Creación de palabras por derivación o composición, según las normas, con voces de otras lenguas, especialmente, latín.

En el XIV siguen apareciendo cultismos igual que en el XIII. Al estar terminados los cambios fónicos, no hay dobletes entre formas cultas y semicultas. Latinismos jurídico-administrativos son administración, execución, juridic(c)ión; de carácter religioso: asunción, consagración; ciencia: asimilar, definición, examen.

El siglo XV, muy por encima de los anteriores, es el de la introducción de cultismos, de los poetas clásicos: Ovidio, Marcial, con intención estética, no habiendo subsistido posteriormente. Continúan los latinismos eclesiásticos, abundando los conceptos abstractos: absoluto, ceremonia... Se prefieren a Mena o Santillana por los esdrújulos (béllico, ínclita), y compuestos de forma latina: clarífico, belígero... ; por adaptación de participios de presente latinos: fulgente, ingente... Así entró el sufijo –eo, para formar adjetivos, en forma culta: férreo, y la terminación –ico en nombres geográficos: líbico...; aparece –ista: Romançista.

Finalmente, el cultismo semántico, que devuelve a las palabras el sentido que tenían en latín: inmenso (desmedido), surgir (hacer levantar), impetrar (conseguir)...

No constatamos aquí la introducción de helenismos, ya que los textos griegos se traducían sobre versiones latinas, aunque se van a introducir nombres de plantas (jancinto), animales (áspid), términos académicos (academia, comedia, etimología, prólogo, tragedia), mitológicos (sirena, laberinto, musa).

La influencia francesa continuó, y empieza a imponerse la italiana, por el mundo pre-renacentista europeo. Los italianismos más antiguos vienen de la marinería: corsario, tramontana, piloto; del comercio: banco, mercante, ducado, florín: de la novela, soneto; políticos: embaxada; militares: bombarda, cañón; vestimenta: capucho, chinela En el mundo caballeresco abundan los galicismos, militares: brida, heraldo; cortesanos: gala, galán, damisela; vestimenta: jarretera, brazalete.

 



Capítulo VII     El Español Clásico (siglos XVI y XVII)

1.    Introducción

En el XVI el castellano es la primera lengua de un Estado unificado, en estado de expansión, y de obligado conocimiento, en Europa, por las conquistas, y en América, por el descubrimiento.

Además, es la Edad de Oro de la Literatura española, cultivada durante la Edad Media, con el influjo de la Antigüedad Clásica y del Renacimiento italiano, que le hace adquirir madurez y flexibilidad como ninguna otra lengua. Edad de Oro por la altura de los personajes, así como de las escuelas. El influjo español sobre las literaturas inglesa y francesa se prolongaba incluso cuando España ya no era pontencia.

Fue la primera lengua ‘vulgar’ en tener una gramática: Gramática de la lengua castellana, 1492, por Antonio de Nebrija. En el prólogo ya habla de la vinculación entre el idioma y la grandeza del Imperio, al nivel del latín y el griego.

2.    Lengua y expansión política de España

En la EM, ‘España’ era una realidad geográfica, pero también evocaba la unidad de los reinos peninsulares, de la Hispania romana o de la Monarquía visigótica, y sobre todo, ese entramado que se estaba gestando con la Reconquista. Pero cada reino se guiaba de modo independiente: terminada aquella en el s.XIII, Portugal se vuelca al Atlántico, Castilla se enfrasca en sus conflictos internos, Aragón se proyecta comercialmente en el Mediterráneo, y Navarra se une cada vez más a Francia.

 

Unificación política y lingüística

El matrimonio de Isabel y Fernando es en realidad una confederación de reinos independientes bajo unos mismos reyes. La unidad viene realmente por la lengua: Fernando escribía según Menéndez Pidal al modo castellano viejo. Se abandonaron modos dialectales aragoneses, pero en el léxico quedaron dialectalismos hasta mucho después. Pervivió la lengua catalana tanto en Cataluña como en Valencia, aunque en la literatura las clases cultas pasaron a utilizar el castellano.

Algo parecido en Navarra, incorporada a Castilla en 1515: excluyendo las zonas vascófonas, sin expresión literaria, el viejo romance navarro cedió el paso al castellano.

En Granada, la población cristiana se superpuso a los musulmanes, prohibiendo el árabe (un motivo de su rebelión). El centro y sur del reino nazarí recibieron desde Sevilla un castellano dialectalizado, que no sucedió en el norte y este, conquistados desde Castilla, y las repoblaciones con gallegos o asturianos no cambiaron ya el panorama granadino.

No hubo unificación con Portugal: anexión en 1580, pero ruptura definitiva en 1640, con clara conciencia de su identidad independiente. Aún así, Camoens escribiría en español, y Gil Vicente y Jorge de Montemayor son literatos castellanos por derecho propio.

 

El español en Europa

La primera potencia europea en los siglos XVI y XVII, sumando los dominios de la Corona aragonesa (Nápoles y Sicilia), la herencia de su rey Carlos I, más Austria y territorios dependientes (desvinculada, desde Felipe II, de la monarquía española), Flandes y Países Bajos, el Franco Condado, y más tarde, el Ducado de Milán. Además, Carlos, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, como moderador de la política europea, hasta que el Tratado de Westfalia dejó a España tras la estela de Francia, perdiendo numerosos territorios.

Gramáticas y diccionarios circulaban por Europa, tratando de dar a conocer el idioma español. Carlos I ya se manifestó al embajador francés ante el Papa, insistiendo en la necesidad de entender el español como lengua de la política y diplomacia europeas. La realidad es que ni siquiera en los dominios españoles en Europa el idioma llegó a arraigar.

La cultura, en cambio, duraría más. No llegó a arraigar en español el pensamiento reflexivo, y el del exterior encontró muchos obstáculos, como el erasmismo, pero los escritos religiosos, políticos, morales, y todo tipo de literatura fueron bien acogidos en Europa, con numerosas traducciones. Podemos decir que la novela nace en España (el Lazarillo, Cervantes).

Aparecen hispanismos en otras lenguas (it. sussiego, grandioso, grandiosità; fr. désinvolte, brave).

 

El español en el Nuevo Mundo

Antes de la llegada a través del Atlántico, hubo una parada en las Islas Canarias, incorporadas a la corona castellana en 1496, tras pasar por manos portuguesas, y llegando sobre todo el acento andaluz, ensayo de lo que sucederá luego en América.

América no era el oriente esperado, sino algo nuevo, que fue llamado Indias Occidentales (América fue utilizado por los otros europeos). Entre 1519 y 1540 se conquistó el Imperio azteca, el incaico, y desde México y Lima, el centro y el istmo de Panamá, llanos de Bogotá y Venezuela, Chile y Río de la Plata.

Se debatió entre las lenguas autóctonas y el castellano, entre la intención de extenderlo y mantener las propias lenguas (por motivos religiosos), extendiendo algunas, como el nahua, quechua, guaraní: las lenguas generales, así como también se debatió sobre las varias formas de español que llegaron a América.

Casi todas las lenguas del Caribe desaparecieron junto con sus pueblos, manteniéndose las que tuvieron menor contacto con los llegados, así como las de culturas más desarrolladas, generalizadas por los mismos españoles (misioneros sobre todo). La política oficial oscilaba entre la castellanización y el respeto de las lenguas autóctonas. Con influencia de esas lenguas en el español, y también con influencia de unas lenguas sobre otras, transmitida por los españoles. Lo normal es a través del léxico, con las nuevas realidades del nuevo mundo, que recibían denominaciones más o menos afortunadas que ya existían en España. El contagio de elementos fónicos o morfológicos es menor, dándose sobre todo en bilingües.

Tan variados eran los que llegaron a América, que tuvo que darse un proceso de homogeneización de las diferencias. El mayor número de llegados era de andaluces, casi la mayoría del Reino de Sevilla, seguidos por extremeños, castellanos viejos y leoneses. La primera sociedad colonial antillana fue andaluza, con sus hábitos lingüísticos.

Posteriormente, aumentaron las gentes del norte,  (Reino de Aragón excluido). En Chile y Río de la Plata hubo castellanos viejos, riojanos y vascos. México y Lima recibieron nobles y funcionarios que frenaron las tendencias dialectales y vulgares. En las costas el contacto periódico con marineros llegados de Sevilla marcó el carácter dialectal del español en América.

3.    De castellano a español. La norma lingüística

Jamás en la EM se le dio nombre  al idioma nacido en la Castilla vieja y usado por Alfonso X. Al común romance, muy usado en el tiempo, hay que añadir especificaciones: en el s. XIII, romance castellano o de Castiella, lenguaje castellano o de Castiella, y a fines de siglo castellano se usa ya como sustantivo para designar a la lengua propia del Reino de Castilla, una vez diluido en ella el leonés (hubo también lengua vulgar, frente al latín de los cultos). Ya Alfonso X usa una vez espannol, y varias lenguage de España, y en un poema francés espaignol parece significar ‘castellano’.

Español, demasiado exclusivista, en palabras de Lapesa, empieza a ser dominante en el siglo XVI. No lo usan humanistas como Nebrija o Valdés, pero sí Fernando Colón, y cada vez más general según avanza el siglo. Las Gramáticas y Diccionarios hablaban de la lengua española. El término asumía la nueva realidad, y en el término se veían reflejados también quienes no eran castellanos, por lo que era una lengua en la que todos podían entenderse.

Castellano era la denominación tradicional, mantenida por los más conservadores. También, la modalidad más pura: así lo refiere una Gramática anónima de Lovaina, o Gonzalo de Correas en el siglo XVII.

El lexicógrafo Covarrubias habla de “lengua Española o Castellana”, y otros utilizan “Lengua Española Castellana” (como especificando a cuál de las lenguas de España se refieren) o “Lengua Castellana Española” (realzando el carácter “español” por antonomasia del castellano).

Encontramos dos tipos de norma, que pretenden configurar el ideal de lengua española o castellana:

Por un lado, la de Juan de Valdés, basándose en la traducción sobre el cortesano, de Castiglione, se centra en los modos sociales refinados y el empleo adecuado del idioma, estilo Garcilaso de la Vega. Hay que recordar que la corte se ha trasladado a Madrid, por lo que Toledo pierde su influencia. Solo alguna vez  se cita la aspiración de hazer, halagar (frente a acer, alagar de Castilla la Vieja), rasgos ni exclusivos ni originarios de Toledo.

Por otro lado, el modelo literario, despejado de localismos. Es la crítica al habla toledana, llena de arabismos. Es la idea del sevillano Fernando de Herrera, frente a la primacía castellana, sin pretender ningún tipo ‘andaluz’. Según Menéndez Pidal, esta propuesta tiene un mayor carácter nacional.

 

Los gramáticos

La Gramática de la lengua castellana (1492) de Nebrija fue la primera de una larga serie de estudios de todo tipo sobre el español. Esto es desde Alfonso X, y en el XV el Arte de trovar de Enrique de Villena, o el Universal Vocabulario de Alfonso de Palencia. Ahora Nebrija con su Gramática y su Ortografía inicia los estudios sistemáticos sobre la lengua española. Nebrija coloca al español al nivel del latín o el griego, frenando así la entrada masiva de latinismos, y teniendo entidad propia. Juan de Valdés, con su Diálogo de la Lengua, sitúa al español a un nivel más coloquial, menos sistemático, y en las formas vacilantes, su elección suele ser acertada.

Las sucesivas gramáticas estudian la ortografía, morfología flexiva (verbo especialmente), con notas de tipo sintáctico, declaraciones de frases hechas y refranes, reglas métricas y poéticas. Tienen intención pedagógica, por su uso en la enseñanza del español. Hay dos obras anónimas en Lovaina, la de Cristóbal de Villalón, las Instituciones de Ximénez de Patón, el Trilingüe de tres artes de Gonzalo Correas. Extranjeras como las del italiano Juan de Miranda, el francés César Oudin, el inglés Richard Percyvall. Muchos tratados sobre ortografía y pronunciación (los de Alejo Venegas, Antonio de Torquemada, López de Velasco, Mateo Alemán, Ximénez Patón, pero sobre todo, la Ortografía castellana de Gonzalo de Correas (especial atención a su ‘una letra para cada sonido’). Obras también lexicográficas, en relación con el español y otra lengua: Vocabulario toscano-castellano, de Cristóbal de las Casas, Diccionarios español-inglés de Percyvall, y francés-español de Oudin, o del español solo: Tesoro de la lengua castellana o española de Sebastián de Covarrubias.

Hay también alusiones a los orígenes de la lengua española, y sobre las lenguas primitivas de España. En el primer aspecto, se hablaba de la ‘corrupción del latín’, que defendió Nebrija y desarrolló Bernanrdo José de Aldrete, con excelentes correspondencias fonéticas latino-castellanas en su Del origen y principio de la lengua castellana. Sobre cual fue la lengua española primitiva, Valdés propuso el griego, otros el vasco, algunos otros referían una lengua ‘tubalina’ (de Túbal, nieto de Noe, por tanto, caldeo), hasta de un castellano primitivo, anterior al latín, según López Madera, con seguidores, a pesar de lo absurdo de la propuesta, pero que protegieron al castellano de la entrada de cultismos y latinismos (por eso Quevedo atacó con tal vehemencia al culteranismo).

4.    La lengua literaria

En los ss. XVII y XVII todos los géneros fueron cultivados, lo que nos lleva a hablar del Siglo de Oro español, con más acierto literario que cronológico.

 

El primer Renacimiento

Influencia total del Humanismo renacentista italiano. Pedro Mártir de Anglería o Lucio Marineo Sículo enseñaron en la corte de los RR.CC. El diálogo, el soneto, el verso endecasílabo son cultivados, en poesía es admirado Petrarca. El latinismo extremo del siglo XV desaparece. Domina el criterio de selección, a lo que ayda el mejor clasicismo de Italia y el influo de Erasmo de Rotterdam.

Muchos elementos de la EM anunciaban el Renacimiento, por lo que fue una transición, no una ruptura total. Este es el período dorado del Romancero. Los relatos caballerescos continúan en la novela de caballerías (Amadís de Gaula, narración medieval). Se siguió con la poesía concioneril, como en el XV, conceptuosa e impersonal, alejada de los nuevos aires poéticos: el Cancionero General se reimprimió varias veces, y un poeta como Cristóbal de Castillejo fue enemigo de la nueva poesía. Un prosista como Antonio de Guevara mantiene la forma ciceroniana y el cultivo clásico las formas de la Retórica medieval.

El Renacimiento, clásico e italiano, se manifiesta en los diálogos de los hermanos Alfonso y Juan de Valdés, los más avanzados. Juan formula el ideal estilístico de la época: ‘el estilo que tengo me es natural y sin afectación ninguna escrivo como hablo’. Se busca la ‘elegancia natural’, en colecciones de refranes, adagios de la Antigüedad clásica o coetáneos, en los que se encontraba esta ‘filosofía vulgar’.

En poesía, Boscán y la cumbre del primer Renacimiento en la poesía española, Garcilaso de la Vega, quien emplea el latinismo sintáctico, como el llamado ‘acusativo griego’ (‘Sin sentillo muere, / las venas dulcemente desatado’), y el cultismo semántico (comprehender ‘ver, percibir’, diputar ‘señalar’, felice ‘fértil, feraz’, etc.), todo ello integrado en el lenguaje, sin sonar a foráneo.

Estos estilos e ideología se prolongarán en los dos géneros novelísticos españoles del xvi, el Lazarillo de Tormes, primera novela picaresca, estilo preciso, exacto, refinado, perfecto para la crítica social y religiosa, y lo bucólico neoplatónico en la novela pastoril, con su primer ejemplo en la Diana de Jorge de Montemayor, aunque en el futuro este estilo se amanerará, como en la anteposición de adjetivos epítetos al nombre.

 

Clasicismo y Contrarreforma

En época de Felipe II, España se cierra a la entrada intelectual del mundo exterior, centrada en su Contrarreforma, pretendiendo que la elaboración estilística se reflejara en una lengua más artificiosa, con el principio ‘selectivo’, pero ahora la sencilla elegancia natural está dejando de ser un ideal.

Los escritores son ascéticos y místicos, que no quieren problemas de tipo estilístico, pero que buscan expresiones de conceptos que muevan a piedad, forzando el idioma (metáforas inusuales o en combinaciones como ‘gozosa pena’, ‘desasosiego sabroso’. Santa Teresa de Jesús aúna vulgarismos lingüísticos (acer, relisión, naide, iproquesía, descuidos de sintaxis, etc.) con riqueza lingüística para expresar sus emociones. San Juan de la Cruz, en cambio, tiene una poesía con huellas bíblicas, de la poética tradicional o de Garcilaso, apasionados versos de amor divino.

Fray Luis de Granada, en prosa, también de carácter religioso, con una oratoria grandilocuente que recuerda a Cicerón. Fray Luis de León, tanto en poesía como en prosa, es el intento más consciente de lograr una lengua clásica y estética en español, eligiendo cuidadosamente las palabras, recurriendo al latinismo semántico: así, la prosa ha de tener número (‘ritmo’).

En la poesía se intensifica el clasicismo ya visto, en el tono petrarquista: Gutierre de Cetina, Francisco de la Torre, Francisco de Aldana, y sobre todo, Fernando de Herrera, autor de una edición comentada de las poesías de Garcilaso. En su obra poética busca el ornato estético y el artificio  como el mayor de los objetivos, lejos del uso común: por eso vulve al latinismo, léxico y sintáctico.

Otra muestra de clasicismo es la recuperación de la epopeya, como en La Araucana, de Alonso de Ercilla, coetáneo de la conquista de Chile.

 

La época barroca

Consgración definitiva de las tendencias estéticas en el s. XVII. Solo se valora lo artificioso en detrimento de lo natural, la ostentación de ingenio en el manejo de palabras, preocupación por la forma, con la búsqueda de novedad en la expresión, desatando críticas, pesimismos, expresiones de lo desagradable, que no huyen de lo pornográfico o lo mordaz.

Los procedimientos lingüísticos no son nuevos, pero sí su exageración. Latinismos sintácticos como el ‘acusativo griego’ (Góngora: ‘Vagas el pie, sacrílegas el cuerno’). Sustantivo predicativo (‘más chupa sanguijuela que besa reverente’, en Quevedo). También puede intensificarse un procedimiento autóctono como lo con sustantivos: ‘lo sumo pontífice’, ‘lo cuerno’ (Quevedo). O apositivo (‘toros leones para hércules caballeros’, en Lope de Vega). Latinismos semánticos y léxicos (sobre todo en Góngora y sus seguidores). Se juego con el doble sentido de las palabras, y la elipsis, constituyendo el ‘zeugma dilógico’ (cuando se usa esa palabra que se omite, con dos significados al mismo tiempo): Fernando…, apretóme más entre sus brazos… y con esto y con volverse a salir del aposento mi doncella, yo dejé de serlo’ (Cervantes).

Encontramos grandes individualidades, como Cervantes, en quien aún vemos renacentismo: erasmismo, naturalidad, pero con desengaño. Empieza la novela moderna. La picaresca sirve a la crítica social: si en Mateo Alemán vemos un converso marginal, en Quevedo vemos a un cristiano viejo amargado en un mundo decadente. Quevedo y Gracián son moralistas, Góngora se vuelca en la Antigüedad clásica, Lope y Calderón exaltan el pasado heroico español.

5.    Cambios lingüísticos en el español clásico: plano fónico

La fonología, la gramática y sus usos se estabilizan, ayudado por la actuación de la lengua literaria y la actividad de los gramáticos (en el s. XVIII la actividad de la Academia). Pero no todo era unidad: muchas vacilaciones eliminadas de la lengua culta pervivieron en la rústica. Los cambios fónicos dieron lugar a la división dialectal más importante: el español centropeninsular, normativo, y el atlántico (andaluz, canario, americano).

 

Cambios en las vocales

Hay distribución de vocales átonas en palabras que habían conocido vacilaciones: se desecha la /a/ en rencor, renacuajo y rebaño; se escoge la /i/ por /e/, en igual o en los cultismos (h)istoria, vanidad, y la /u/ por /o/ en lugar, pulgar, ruido, rufián, abundar o riguroso; triunfa (h)ospital sobre espital, pero escuro por oscuro dominó hasta el XVII. En cultismos con el sufijo –ión la vocal átona precedente, en especial si era /e/, podía verse inflexionada, aunque de forma vacilante: alternaban lección y lición, lesión y lisión (lisiar), perfección y perfición, y llegaron a diferenciarse afección y afición. El cultismo latinizante mantuvo la –e en palabras que habían tenido un grupo consonántico delante de ella: peçe < PISCE, miesse < MESSE, hoce  < FALCE. Felice e infelice fueron también muy usados.

 

Cambios en el sistema de consonantes

Aquí es donde se producen los cambios fónicos más importantes, los que van a dar el español moderno, y las variantes meridional y americana. Son cambios no de esta época sino de productos relegados por ser incultos, dialectales, pero que son retomados y llevados a la Corte. En cambio, los cambios que se producen en estos dos siglos, ninguno llega a implantarse, como el yeísmo.

Había tres diferencias entre la lengua culta y la de textos castellanos de Castilla la Vieja. La aspiración en /h/ (de f- latina; a veces se escribe una h- ultracorrecta: hermano < GERMANU, y ante /ue/ es normal la h- (huerto, huevo) para evitar la pronunciación [gwe]; distinguía /b/ oclusiva (< B-,  -P- latinas) de /v/ fricativa, para muchos labiodental (< -B-, V latinas); y diferenciaba, como sordas frente a sonoras, /s/ dental (c,ç), /s/ alveolar (-ss-), y /s/ palatal (x). En el sistema reflejado en otros textos ya no se aspiraba, por lo que se escribía ijo, oja, acer, ni se distinguían  b/v sibilantes y palatales sordas/sonoras (saver, vien, amaba, pabor; o conozer-decir, paso-cossa, lejos-(h)ixo).

Los tres fenómenos se achacan a las gentes de Castilla la Vieja, montaña santanderina o Vizcaya (en vasco no hay sibilantes sonoras), pero el ensordecimiento de sibilantes y palatales lo hay en textos de la zona meridional desde el s. XV. La generalización no se dará hasta el XVI, y hasta entonces se seguirán dando oposiciones fonemáticas, y desde entonces habrá más confusiones gráficas.

Las razones de estos cambios son complejas. Casi todos los elementos constituyen un sistema inestable: la /h/ estaba aislada, pues no había más aspiraciones laríngeas. La oposición b/v era la única que diferenciaba dos fonemas sonors como ‘oclusivo’ frente a ‘fricativo’. /d/ y /g/ tenían realizaciones ‘oclusivas’ y ‘fricativas’ como simples variantes debidas al contexto. La oposición ‘sorda’/’sonora’ de sibilantes y palatales no estaba demasiado bien aprovechada: en las alveolares solo se daba en posición intervocálica, y en las dentales no se daba en principio de palabra; además, había demasiados fonemas en las zonas centrales de la boca (dentales, alveolares, palatales), por lo que los trueques entre ellos eran abundantes. Todo indica la necesidad de un reajuste fonológico, más allá de las razones fonéticas del contexto.

Puede que se trate de un cambio de norma lingüística, debido al prestigio de la corte madrileña, a la que llegó gente del norte de Castilla, donde se producían los cambios que tratamos: un habla cortesana con rasgos norteños. Aunque la norma seguía siendo Toledo, la influencia de Madrid durante el XVII era clara, por razones políticas y culturales.

La oposición b/v y sordas/sonoras desapareció, perviviendo solo algunos reductos en el Centro peninsular (zonas entre Cáceres y Salamanca, y en el interior de Valencia). La aspirada se mantuvo en el Este astur-leonés y en puntos de Castilla, y en zonas meridionales próximas al área leonesa (Extremadura y Andalucía Occidental, llegando con los conquistadores a Granada, Canarias y América).

Tras ensordecimiento de sibilantes y palatales, otros dos fenómenos para evitar confusiones o trueques entre fonemas:

Primero, la conversión de la /s/ (revisar libro de texto para la grafía) palatal, (en la que estaban las antiguas /s/ y /z/ en un fonema velar, fricativo y sordo, con oposición con /k/ y /g/ paralela a la de /f/ con /p/ y /b/. Al principio había confusiones entre las grafías h de la aspirada y x o g, j de las antiguas palatales. Debido al entorno, debió ser un cambio vulgar: hentil por gentil, mexior por mejor, oxios por ojos. En las zonas donde se mantenía h- < F-, esta y el nuevo sonido velar confluyeron en la realización aspirada (Andalucía y Extremadura). Las grafías de este período así lo recogen: paharito, gerida, jumo, mohar, y americanas: muher, gazía, garta, mahestad.

Segundo, conversión de /s/ (revisar libro de texto para la grafía) en una articulación fricativa, no africada como antes, que pudo ser anterior al ensordecimiento, y desde entonces, sonido ‘ciceante’ e interdental, formando el sonido /c/ (revisar libro de texto para la grafía) castellano, más distinguible de /s/. El cambio no se produjo hasta el siglo XVIII.

Ahora se da la consolidación definitiva de la confusión andaluza, y más específicamente sevillana, entre las dentales (revisar libro de texto para la grafía) y las alveolares, tras el aflojamiento de las primeras en fricativas: resibir, coser (por cozer), soçiego (por sossiego), cazada (por casada). Aunque los trueques gráficos van en las dos direcciones, confusión de c por s y al revés, la confluencia debió darse hacia las dentales, siendo una sustitución de la alveolar por la dental, aunque no parece que la primitiva /s/ andaluza o mozárabe fuera más dental que la castellana. De hecho, los gramáticos solo hablan del çeçeo andaluz (y de zezeo, para la confusión de sonoras: seseo quedaba para la confusión valenciana en alveolar), pues las articulaciones vencedoras eran herederas de los fonemas escritos con c (ç) y z. Aunque debió haber muchas variantes de realización, la más antigua de tipo ‘siseante’ que se instaló en el habla urbana de Sevilla (y hacia Córdoba). Otra después, más vulgar, de tipo ‘ciceante’, por el campo, hacia Granada (de ahí la distinción entre seseo y ceceo andaluces).

No se pueden admitir como buenos ninguno de los sustratos propuestos (mozárabe, morisco…) Parece ser una simplificación de un sistema precario, como el de las sibilantes castellanas, con gentes de diversos orígenes, por la Reconquista y por el viaje a América. Todo trajo en Andalucía una nivelación lingüística, recibida de buen grado por la población, con un claro sentimiento de identidad.

Cambio, de Andalucía a Canarias y a América, con fuerte presencia andaluza, lo que se ve en las frecuentes confusiones gráficas que afectan a todas las zonas citadas. La primera habla criolla de América fue confundidora, debido a la presencia andaluza, sobre la que se construyó el habla americana. La nivelación fue mayor, pues salvo el ceceo de ciertas zonas del centro y sur americanos, solo hay pronunciación ‘siseante’ (el seseo americano). Al igual que todas las variantes andaluzas, es también heredero de las antiguas dentales /s/ y /z/ (revisar libro de texto para la grafía).

Los demás cambios consonánticos no son admitidos en la norma culta, por lo que son variación sociocultural o dialectal.

Hay vacilaciones en simplificar en los cultismos los grupos consonánticos según las reglas del idioma o mantenerlos en su forma latina. No se producen casi ultracorrecciones. Mientras escritores más conscientes del español emplean conceto, efeto, leción o lición, dino, coluna, pronto, los más latinizantes seguirán apegados a concepto, efecto, lección, digno, columna, prompto

Aparecen los primeros datos de yeísmo, o confluencia de /l/ (revisar libro de texto para la grafía) en /y/: cuando /y/ adquiere articulación consonántica más estrecha, desaparecida por ensordecimiento, la otra palatal sonora. Ya en la EM había casos: ayo por hallo, o ultracorrecciones como sullo, llema (aunque algo se mantuvo: pulla, de puya < púa, con –y- antihiática. Del XVI, casos en andaluces: caldiyo, humiyo. Amado Alonso creía que el yeísmo americano surgió antes: hoyando, allan (de haber), cogoio.

También viene del medievo la confusión entre –r y –l, sobre todo en entornos de disimilación: mármol < MARMORE, cárcel < CARCERE, y los esporádicos arcalde, Arbarez, corrare, en el centro peninsular, quizá de origen mozárabe. Desde el XV los ejemplos llegan de Andalucía: abril por abrir, arguarysmo por algoritmo, comel, leartad, Bercebú… En América gorgaría por holgaría, y perdiendo consonantes en posición final: hazé, mujé…

La omisión de la letra s puede ser un olvido, sin relación con la aspiración y pérdida de –s implosiva. Desde el XV se observa especialmente en Andalucía: ‘escriuano publicos’, y también en Toledo: muetra, ‘a las entrada de’. Sevillanos en América: démole, mimo por mismo, decanso… El fenómeno de aspiración y pérdida se generaliza en el sur español y costas americanas.

Desaparición de –d- procedente de –T- latina, de momento limitada a los participios –ado, -ido: quedao, perdío, deseá, tó por todo. Desaparición de –d final (bondá, mercé), también en imperativos (callá, poné, vení).

 

    6. Cambios gramaticales en español clásico

Menos importantes son los cambios en la estructura gramatical. Casi todos vienen de época medieval, pero su uso ahora asegura los elementos gramaticales para el futuro del español. Quedan algunas situaciones de variación (empleo de preposiciones), y casos de leísmo y anexos, que no lograrán imponerse como preferencias castellano-viejas, al contrario de lo ocurrido en el sistema fónico.

 

Cambios en el nombre

Discordancias entre el género y sus desinencias: cada vez más nombres masculinos en –a (monarca, poeta, artista) y femeninos en –o que al no ser personales imponen el género de su terminación (la método, la sínodo); designaciones de persona a partir de la ocupación conservan el género original de terminación: la guarda cuidadosa, la espía, la escucha, la camarada.

Uso de a ante objeto directo personal y determinado, pero puede faltar la preposición si la tendencia es genérica, en plural: ‘conoscer hombres sabios’, ‘el que enriquece los súbditos’. La ausencia puede ser por cosificación del objeto: ‘acordé enbiar este mensajero’, o no hay razones claras: ‘¿Veré mi hijo?’, ‘acusaron los escribas… la mujer adúltera’.

Muchas alternancias en el uso del resto de las preposiciones. Verbos transitivos con preposición (‘huir (de) algo’, ‘contemplar (en) algo’). Diversas preposiciones introducen un mismo complemento (‘dudar de / en algo’, ‘hablar de / en algo’, ‘ser querido de / por todos’

 

Cambios en pronombres y artículo

Los cambios afectan a los pronombres personales. Desaparece el afijo vos, ge en la secuencia de 3ª persona (‘ge lo di’ fue sustituido por ‘se lo di’, pese a posibles confusiones con el reflexivo: ‘se lo hizo’), o la variante ell, por él; la asimilación partillo (= ‘partir lo’), tenello, muy frecuente en el primer XVI, quedará solo para la poesía. La metátesis poneldo (= ‘ponedlo’), tomaldo, sobrevive hasta el XVII. Nosotros y vosotros pierden el valor de contraposición y quedan como formas de plural (nos y vos quedan como singulares de majestad o respeto).

En el fin de la EM se fue perdiendo la separación entre el vos nobiliario y el de confianza. Vos se usaba ya entre iguales, en clases elevadas y no elevadas, dejando de significar respeto, pero en el XVII recupera su valor antiguo, quizá por la comedia histórica. Su igualación con llegó a desplazarlo en el habla: ‘façételo vos’.

Tratamientos abstractos del XV: Vuestra Alteza, Vuestra Señoría. El más extendido fue Vuestra Merced, deformado en vuesa merced, vuesarced, vuesasté, voarced, vucé, usted. Algo parecido con Vuestra Señoría > usía y Vuestra Excelencia > vuecencia.

Los pronombres afijos seguían siendo enclíticos, sin iniciar frase, y así se posponían al verbo o elemento inicial: ‘mirele su coraçon’, ‘que no me acuda después el sueño’. Así, el pronombre se antepone a infinitivo, gerundio o imperativo: ‘en no se las reyr’. Aunque también detrás de todo el tiempo compuesto: ‘no han querido, antes atádome mucho’, o intercalarse entre los miembros de la perífrasis: ‘Hurtado nos avéis ese vocablo’. Futuros y condicionales: ‘escusarse hía’. Arcaísmos: afijos separados del verbo: ‘lo no aproveché’. Esto desaparecerá a favor de la proclisis o anteposición del afijo respecto del verbo, salvo si es infinitivo, gerundio o imperativo.

Reduplicación del objeto, directo o indirecto, por un afijo cuando aquél se antepone al verbo (por énfasis o constituir el ‘tema’ de la oración): ‘al que huye nunca le falta viento’. La reduplicación se generaliza cuando el complemento es otro pronombre (‘creedme a ’).

Interferencias funcionales entre los afijos de 3ª persona: los dos tipos de leísmo, tanto el que emplea le para objeto directo personal, como para el que lo extiende para cualquier referencia masculina, personal o no. El laísmo, y menos, el loísmo, no aparecen fuera de Castilla la Vieja o León.

Construcciones impersonales con se y sintagma de persona están asentados desde el XVI. Existe también la pasiva refleja: ‘allí se catibaron judíos’. Pero ese sintagma aparece ya en forma de objeto directo, y el verbo, así, siempre en singular: ‘si no se tuviera muy delante a Dios’. La impersonalidad puede extenderse a construcciones con sintagma referido a cosa, que se ve cuando hay ruptura de concordancia: ‘se puede pasar algunas horas’, aunque no se consolidó. Con verbo intransitivo, la construcción es normal: ‘se habla’, ‘se camina’…

Surge un nuevo leísmo cuando el sintagma con forma de objeto se convierte en pronombre: ‘se les mandó presentar los papeles a los procuradores… se les citó por el dicho obispo’. Puede que se intente evitar la homonimia con las secuencias ‘se lo dijo’ (= ‘lo dijo a otros’.

También se normativiza el artículo: ell desaparece, y la variante el (< el(a)) queda solo ante sustantivos iniciados por á-, y a veces también ante adjetivo: ‘el alta sierra’.

El artículo deja de combinarse con posesivo ante sustantivo: ‘la tu vida’, que ya es un arcaísmo o dialectalismo. Pero pasa a usarse ante construcción de infinitivo con sujeto propio: ‘el yr yo allá’, y ante oraciones interrogativas indirectas: ‘el cómo es esta que llaman… yo no lo sé’.

 

Cambios de forma en el verbo

Se fija la forma definitiva en procesos antiguos del verbo, sobre todo en la raíz verbal y en algunas desinencias.

En la raíz afecta al vocalismo. En los verbos –ir, la yod de las desinencias -íó, -íeron, -iera, -iendo va a dar inflexión constante sobre las vocales radicales –e, -o- (siguió, pidieron, sintiera, durmiendo), igual que en los perfectos ‘fuertes’ y formas derivadas (hubieron, pusiera, pudiese) Pudiendo es el único gerundio de verbo –er con inflexión vocálica.

La alternancia –ie-/-e-, -ue-/-o- ve casos de extensión: fregar-friego (< FRICARE), regar-riego (< RIGARE). También nivelación o hacia la vocal simple: presta, entrega, mora, templa (por priesta, entriega), o hacia el diptongo: diezmar, adiestrar, amueblar. Los verbos –ir de vocal radical velar extienden la –u- a todas las formas (cumplir, cumplo, cumplieron). Solo dormir y morir mantienen el diptongo con la raíz acentuada, con la única excepción de oír, para no confundirse con huir, y de forma vacilante, podrir, o pudrir. Los verbos –ir de vocal palatal se estabilizan en cada uno de los tipos existentes: o –ie- (radical tónico)/ –i- (radical átono)/ -e- (radical átono ante i) (siento- sintió-sentimos); o –i-/-e- (radical átono ante i) (pido/pedimos); o solo –i- (vivo-vivimos).

En el consonantismo radica., extensión de –g- nacida en digo y tomada por otros verbos, en especial los que tenían –y- en la raíz: oigo (< oyo), caigo (< cayo), traigo (< trayo), aunque no arraigó en muchos casos: huigo, atribuigo, destruigo, haiga, vaiga.

En las desinencias de 2ª persona plural hay reparto geográfico de variantes: las formas con diptongo (cantáis, tenéis, sois) se generalizan en la Península y América; frente a ellas, las contractas (cantás, tenés, sos) se mantuvieron en zonas de menos peso cultural (Río de la Plata), donde vos había desplazado a , porque las formas estás, das, vas, ves, podían equivocar el singular y el antiguo plural de respeto. Las terminaciones con diptongo desplazan a –des de las formas esdrújulas. El diptongo se extendió también a la 2ª plural del pretérito, que en el XVII de –stes (< STIS) se hizo –steis.

Un elemento y (< IBI) se añade en el impersonal hay y en la 1ª persona de los presentes soy, estoy, doy, voy. En los futuros la metátesis verné, terné, porné, cede ante vendré, tendré, pondré, y desaparecen las formas escindidas ‘besar te he’, ‘escusarse hía.

 

Cambios sintácticos en el verbo

En estos dos siglos se estructuran los usos del subjuntivo español, que se usa en oraciones independientes de duda o posibilidad, con adverbios quizá, acaso, pero aumenta en el XVI.

Fijación definitiva de –ra como subjuntivo, ya que como indicativo se consideraba arcaizante. Continúa alternando el valor ‘anterior’ de plsucuamperfecto con el ‘no-anterior’, equivalente, pues, a –se en expresiones de deseo: ‘Pluguiera a Dios… yo entonces entendiera o tú agora supieras…’ En la condición irreal se distinguen ‘si tuviese, daría’ (no-pasado); pero –ra se introduce en el primer tipo, originando ‘si tuviese, diera’, ‘si tuviera, daría’, e incluso ‘si tuviera, diera’ llega a ser más usada para la condición ‘no pasada’. En la pasada se desarrollan formas compuestas: ‘si hubiera, -se tenido, habría / hubiera dado’. –ra pasó a poder emplearse en todos los usos antes comunes de –se, igualándose los dos como imperfectos de subjuntivo.

El futuro hipotético en –re se convierte en forma arcaizante.

Aver se convierte en el único auxiliar en los tiempos compuestos, desplazando a ser de verbos intransitivos y pronominales: ha salido, se han arrepentido. Esto se debe a la pérdida del sentido transitivo de posesión de aver en favor de tener y que el participio se inmoviliza en formas compuestas (es muy rara concordancia como ‘recebida que houe tu carta e leyda’. Esta ampliación se acompaña con  con la expansión en (h)e cantado, (h)e venido, ya que indicará cualquier acción pasada en relación con el ‘presente ampliado’. A este respecto, tener en cuenta que los valores de ‘resultado presente de acción pasada’ y ‘acción reiterada hasta el presente’ aparecen ya en tener + Partic.: ‘trabajos que me tienen cercado’, ‘todo lo que tengo dicho hasta hoy’.

Algo parecido, es + Partic. de verbos transitivos es desplazado del valor de perfecto en la pasiva: su puesto lo ocupaban (h)a sido + Partic. si se insistía en la acción pasiva, o está + Partic. si se realzaba el estado resultante de la acción. Además, incremento de la pasiva por influencia latina, lo que lleva a la construcción pasiva con todos los tiempos de ser, en cada caso con el valor temporal del auxiliar (es + Partic. = presente, (h)a sido + Partic. = perfecto, fue + Partic. = pretérito.

 

Adverbio y elementos de relación

Desaparecen adverbios como y (< IBI), en(de) (< INDE), lueño, suso, yuso. Las preposiciones cabe y so entran en decadencia. El olvido del sustantivo guisa elimina las locuciones adverbiales y conjuntivas que con él se hacían. Para formar adverbios se mantiene –mente. Agora pasa a ahora. Se estabiliza no para la negación. En los conectivos, se fija y para la copulativa (e solo para i- inicial). El relativo quien se complementa con el plural quienes. En la concesiva, desaparecen maguer(a) y comoquier que en favor de aunque. Puesto que fue concesiva hasta que tomó valor causal en el XVII.

 

7.    La expansión del léxico en los siglos de Oro

Es sabido que los ss. XVI y XVII son los de mayor desarrollo del vocabulario, por las condiciones históricas y por la amplia y variada producción literaria. Nuevo léxico por derivación y composición, y también por el préstamos de las lenguas clásicas u otras.

Con sufijos y prefijos ya existentes, pero también con entrada de nuevas voces, en casi todos los ámbitos posibles. Se crean palabras con distintas intenciones expresivas. Lapesa cita derivados de voces cultas (languideza, lassamiento), burlescos (diablazgo, desantañarse), con prefijos cultos (archipobre, protomiseria), de tipo conceptual (cautelar, semihombre).

Más usual es el préstamo léxico. Casi todos los países relacionados con España dejaron su huella.

Los cultismos tuvieron varias fases. Una primera etapa de pausa y selección, primera mitad del XVI, seguida de un periodo de latinismos y helenismos en los manieristas de fin de siglo, alcanzando el máximo en el Barroco, en los culteranos.

Nebrija documenta cultismos, unos usuales en su tiempo, y otros introducidos por él: conversar, oratoria, pronosticar, relatar, residuo. En la primera mitad del siglo surgen circunloquio, corruptible, crédito, emular, escrúpulo, exclamación, imbécil. Dominan los términos ‘intelectuales’ y relacionados con literatura y retórica. Herrera y Góngora buscan en el cultismo sus cualidades sonoras: cerúleo, flamígero, hórrido, horrísono, melancólico, náutico, purpúreo, luxuriante…

La lengua clásica griega es conocida, lo que posibilita la entrada de helenismos. Términos botánicos: acanto, anémona, cálamo, crisantemo, menta, mirto; médicos: antídoto, asma, cráneo, dosis, epidemia, laringe, náusea, reuma, síntoma, tisana; filológicos: apólogo, crítico, dialecto, enciclopedia, énfasis, episodio, filología, frase, idioma, léxico, metáfora, patético; filosóficos: análisis, axioma, categoría, energía, hipótesis, idea, método, problema,  símbolo, teoría; políticos: amnistía, compuestos con   –arquía: anarquía; -cracia: democracia. Otros referidos al clasicismo mitológico: hercúleo, atlas, coloso, esfinge. Su integración se demuestra en sus derivados: cetáceo, digonal.

Italianismos procedentes de la influencia literaria: madrigal, terceto, cuarteto, humanista, bufón, comediante; artísticos: actitud, capricho, diseño, esbelteza, modelo; pictóricos: cartón, escorzo, fresco, claroscuro, encarnado; arquitectónicos: balcón, campanil, cornisa, cúpula, fachada, muralla, nicho; musicales: dúo, contralto, soprano, concierto, lira, violín. Militares españoles en Italia trajeron alerta, asalto, emboscada, atacar, saquear, batallón, centinela, escolta, escopeta, mosquete, términos de fortificaciones: bastión, ciudadela, explanada, foso, parapeto; disminuyen los marinerismos, algunos dialectales: chusma, dársena, fragata. Términos cormerciales: bancarrota, desfalcar, contrabando. Artesanía: porcelana; vestimenta: turbante; vida social: cortejar, cortesano, espadachín, carnaval.

De origen francés, militares: carabina, convoy, bagaje, barricada, calibre, brecha, rancho, recluta, trinchera; marineros: babor, estribor, chalupa, izar, ‘a pique’. Prendas de origen cortesano: manteo, ponleví, chapeo, perruca, peluca; empleos: furriel, ujier; arquitectura: chapitel, claraboya,  dintel, bisel; objetos diversos: bufete, taburete, servilleta, paquete.

Del portugués, contínua influencia por la vecindad, en el léxico marinero y en los dialectos del oeste español. Fue apreciado en todo el Siglo de Oro: adaptación de achar menos (= ‘hallar menos’) en echar de menos, voces de emoción como enfadar; vestimenta: basquiña, corpiño; actos sociales: sarao; alimentos: mermelada, caramelo.

De las lenguas indígenas de América, por la necesidad de nombrar las nuevas realidades. Nebrija hablaba de canoas; Cervantes y Lope incluyen americanismos sin ninguna connotación especial. Los textos sobre el Nuevo Mundo recogen infinidad de conceptos. Las lenguas más antiguas, las del Caribe (arahuaco y caribe): huracán, sabana, barbacoa, hamaca, cacique, batata, maíz, caníbal, caimán. Del náhuatl de Mexico: jícara, petate, petaca, hule, chocolate, coyote, mapache, tomate, cacao, cacahuete, aguacate. Otras lenguas, muy extendidas por su cultura, ejercieron sin embargo menor influencia: del maya henequén; del quechua mate, pampa, cancha, papa, cóndor, llama, vicuña; del guaraní (puede que a través del portugués) cobaya, tiburón; del araucano o mapuche: maloca.

 

 

 

CAPITULO VIII                  EL ESPAÑOL MODERNO (SIGLOS XVIII A XX)

1.    Introducción

En el XVIII acaban los procesos que constituyen la lengua española. Desde entonces es español ‘moderno’, pero también ya estable, en cuanto a difusión geográfica, pues no hay nuevos territorios, pero sí se ha asentado en los ya existentes, especialmente en América, y en cuanto a la estructura idiomática, que no varía, ni en el plano fónico ni en el morfosintáctico.

Pero los problemas históricos serán importantes: una lengua de naciones que no han estado en primera línea, ni en el dominio político ni en el desarrollo cultural y científico de los últimos tres siglos: tiene que adaptar términos nacidos en otros ambientes lingüísticos, lo que genera conflictos, y dicha influencia que proviene de distintas fuentes, puede ser asimilada de modo distinto en cada zona, lo que pone en riesgo la unidad del idioma. El español ha de convivir en muchos casos con otras lenguas (románicas en la Península y prehispánicas en América).

El español no es un sistema homogéneo: de antiguo existe una absorción de dialectos como el leonés o el aragonés por el castellano, además del desarrollo divergente del castellano meridional y las diferentes modalidades que van a existir en América. Además, diferencias sociales que se entrecruzan con las geográficas, estilísticas, etc. Gracias a una norma suprarregional, considerada ‘académica’, se frenó la dispersión, aunque esa norma sea constantemente cuestionada.

2.    La norma académica, gramatical, literaria

En 1713 se funda la RAE, unificando el idioma, y dando normas, como ya lo habían hecho Italia y Francia con sus respectivas Academias. La primera gran obra fue el Diccionario de Autoridades, finalizado en 1739, seguido de la Ortografía, la Gramática, declarada oficial por Carlos III. La 2ª edición del Diccionario dejó paso a su forma actual sin citar ‘autoridades’. Estas obras han sido reformadas continuamente durante los ss. XIX y XX, decidiendo sobre lo correcto y lo incorrecto. A este respecto, se echa de menos una Gramática académica hoy, dado el atraso teórico de la última versión (1931). La Academia publicó un Esbozo de una nueva Gramática de la Lengua española (1973), si bien en el mismo prólogo ya afirma que ‘carece de validez normativa’. En el s. XX se inició un Diccionario histórico, publicación iniciada en 1960.

Desde el principio, la Academia conjugó la etimología, origen de las palabras, con los usos fónicos a la hora de decretar la ortografía aconsejable. Purista en la selección del léxico, y no rechazó las voces de procedencia o uso regional, ni excluyó las innovaciones o los extranjerismos. No hubo centralismo al recomendar los usos aceptables, sino que basó la corrección en la lengua literaria más común. Conservó hasta 1924 la denominación de castellano para el idioma. El éxito radica en su atención al español americano y sus excelentes relaciones con las Academias de allende los mares.

Los estudios lingüísticos y gramaticales fueron trabajados desde el s. XVIII. Preocupación por los orígenes de la lengua en Mayáns y Siscar, Sarmiento, Capmany. Aparece el comparatismo en el Catálogo de las lenguas del jesuita Hervá y Panduro. Influencia de las gramáticas logicistas, como la del P. Benito de San Pedro, acentuada en el XIX con las obras de Calleja y Gómez de Hermosilla.

Dos buenísimas Gramáticas en el XIX, basadas en el uso culto y en los grandes clásicos, por lo que ayudaron a fijar la norma. Fueron la de Vicente Salvá (1830), ‘según ahora se habla’, pero sobre todo la del venezolano Andrés Bello (1847), destinada al uso de los americanos, queriendo conservar la pureza de la lengua. En 1874 el colombiano Rufino José Cuervo añade ‘Notas’ de índole histórica. La Lingüística científica hispana nace a finales del XIX con el mismo Cuervo, los alemanes afincados en Chile Federico Hanssen y Rodolfo Lenz, además del español Menéndez Pidal.

La lengua literaria es más cambiante en cuanto al estilo, en comparación con épocas anteriores. Se suceden con rapidez escuelas y movimientos literarios (s. XX) que impiden hablar de una norma literaria como se hacía en el XVI-XVII. Había numerosos y distintos estilos personales. Los rasgos que definen la ‘lengua literaria’ son difíciles de establecer.

Del Barroco sobreviven en el XVIII muchos rasgos en géneros, modos, pero muy desdibujados, ya que predomina la norma clásica y el racionalismo, como en la Poética de Luzán, 1737. La literatura neoclásica española se debatía entre seguir las normas grecolatinas aparecidas en la literatura francesa del XVII-XVIII, o tomar como modelo a los clásicos españoles del Siglo de Oro (las ‘autoridades’ de la Academia Española). Por eso vemos galicismos que incluso violentan las estructuras idiomáticas, y como reacción, un ‘purismo’ que vuelve a  resurrecciones eruditas como la de cantara, tuviera como tiempo pasado (pluscuamperfecto o simple pretérito) de indicativo. Lo vemos en Feijoo, Jovellanos, Forner o Moratín.

El Romanticismo llega hacia 1830, con la literatura ‘sentimentalista’ del XVIII-XIX (Cadalso, Jovellanos, Cienfuegos) y l a poesía exaltada que se enfrentará a Napoleón, aunque no tan intensamente como en Alemania, pero liberó a la lengua literaria de rigideces normativas del XVIII, aunque la tendencia a la lengua clásica continuó: la novela histórica, los romances o el teatro resucitaban o imitaban en formas al Siglo de Oro, con el ‘casticismo’ como actitud de muchos autores. Incluso el romántico Larra tiene influencias de Quevedo (aposiciones de sustantivos: ‘hombre patata’).

La segunda parte del XIX no rompe con el Romanticismo: escriben los más puros románticos españoles: Bécquer y Rosalía de Castro (colaboradora activa en la resurrección del gallego como lengua literaria, en sintonía con los ideales románticos de recuperación de lenguas regionales). Pero será el Realismo el protagonista, en especial la novela, recuperando una forma más directa en la expresión, con Valera y Pérez Galdós como valedores.

Será el Modernismo y la Generación del 98 los que recuperen la lengua literaria como creación estética e individual, preocupándose por la forma lingüística y viendo los problemas de España todos los autores del momento. La renovación viene del hispanoamericano Rubén Darío, ejemplo de que la guía del idioma no ha de venir solo de la Península, participando un desaliñado Baroja, un artífice Valle-Inclán, o un agobiado Unamuno. Es lo que llamamos la Edad de Plata, con poesías de A. Machado, JR Jiménez, o los del 27 Salinas, Guillén, Lorca, Alberti o Cernuda, o prosa de Pérez de Ayala, Gómez de la Serna.

3.    Problemas lingüísticos del español moderno

El idioma consolida su estructura en los XVI-XVII, y lo más cambiante está en el exterior, como la ortografía, o la incorporación de léxico de origen foráneo, por lo que habremos de referirnos a estos extranjerismos.

Reformas ortográficas

El Siglo de Oro había traído tales cambios fonológicos que dejaban sin sentido el sistema gráfico de los tiempos de Alfonso X, mantenido por Nebrija y los gramáticos. Ello llevó a la lucha entre quienes defendían la grafía tradicional y quienes querían volver a la latina, además de un caos en la escritura de los desconocedores de ambas. La Academia (1726) adoptará una actitud etimologista, a lo que responde el reparto de b y v (u se reservó para la vocal) según se escribiera el étimo latino: bueno, amaba, probar / voz, vivir enviar; b también para la originada en –P- (lobo, bodega), pero en la herencia de –f- se separó la procedente de –F- latina (provecho, devesa) y la de –φ- griega (rábano, Esteban), también con inconsecuencias por desconocer la etimología latina: berza < (VIRDIA), ovillo < (GLOBELLU), barrer < (VERRERE), maravilla < (MIRABILIA). Apreciamos etimologismo al restaurar la h- latina (hoy, hombre), y la de F- (hijo, hembra). Pero se convino al desterrar la ç y repartir c y z según la vocal que siguiera (ciudad, hacer, mecer / zapato, esfuerzo, azufre). La ss desaparece hacia 1763, y en 1815 se elimina x para el fonema /x/, reservando la j, pero conservando g(e,i) por etimología, y por eso las vacilaciones en palabras no latinas: jefe / jefe, garaje / garaje.

Los cultismos presentan vacilaciones: se recuperan pt, ct, gn, mn, y x con valor latino de /ks/, menos en formas ya usuales: luto, afición. Pero desaparecen ph, th, ch de los helenismos con φ, θ, χ, por lo que desaparecen philosophia, theatro, Christo, igual que y (myrto). También desaparecen geminadas como accento, annual, o grupos como prompto, sumptuoso. También se contraviene la etimología cuando se normaliza la grafía de /k/ (ca,o,u / que,i), eliminando qu = [k + u] (quando, frequente). Hay que destacar que después de las normas de 1815 los cambios ortográficos se limitan a cuestiones de acentos y puntuación.

Cuestiones fonéticas

Los cambios fónicos que se dan en los ss. XVI-XVII, los de mayor alcance son el yeísmo (del sur peninsular, más Madrid, Canarias y América), y la desaparición de la –d- intervocálica (en todo el mundo hispánico, aún a pesar de considerarse vulgarismo). Los grupos consonánticos cultos dan lugar a asimilaciones o vocalizaciones (doctor > dotor, doutor, doitor). El seseo o la aspiración y pérdida de –s permanecen en sus zonas de origen.

Problemas gramaticales

Continúa el problema del empleo de los pronombres afijos de 3ª persona. La mayor parte del mundo hispánico distingue lo(s), la(s) por su función (‘acusativo’ / ‘dativo’), pero se mantiene el uso de le para acusativo personal masculino (‘a Juan le vi’, ‘a Vd. no le saludo’). Por otro lado, en la antigua Castilla la Vieja y León, el interés por distinguir el género gramatical lleva al leísmo de ‘cosa’ (‘el libro no le tengo’) frente al neutro de ‘todo lo sé’ y al laísmo de ‘la dije que se fuera’. A este respecto, decir que el loísmo es poco frecuente, debido a su consideración de vulgarismo. El habla culta ha ido restringiendo prácticas ‘correctas’, y por ello las condenas al laísmo y al loísmo, en 1796 y 1874, respectivamente.

Es antigua la lucha entre ‘aposiciones’ y sintagmas con de (‘el año (de) 1500, ‘el río (de) Ebro’. Hoy se prefiere la primera para  las denominaciones (‘la calle Ancha’, ‘el teatro Goya’, aumentando el uso para compuestos: coche cama, año luz, psicología siglo XX, traje hechura sastre, obra cumbre, con alguna inmovilización del segundo sustantivo: coches cama.

Reciente es el añadido de solo –s para el plural de extranjerismos terminados en consonantes raras en español: clubs, soviets, carnets, coñacs, records, o latinismos ‘crudos’ como ultimatums.

El sistema verbal no sufre alteraciones; solo desplazamientos de uso, como la pervivencia erudita de –ra como pasado de indicativo, o imperfecto o presente de indicativo en condiciones ‘irreales’ (‘si tenía dinero, me compraba un coche’).

Desarrollo del léxico

No dejan de entrar cultismos, latinos o griegos. A veces, con novedades como la creación, por derivación o composición, de vocabulario culto dentro de la lengua española. La mayoría proceden del lenguaje técnico o científico, por lo que en español no entran por el latín o el griego, sino por otra lengua: francés o inglés, e inglés americano desde 1840.

Feijoo hablaba de la introducción en el XVIII de amputación, proyección, conmixtión (forma de adquirir la propiedad de las cosas en Derecho Romano), conmiseración, excreción, undulación, excavación. Mucosa, papila, retina o virus en el campo médico; sistema, civilización, cultural, ilustración, de la filosofía. También sufijos como –ión, y verbos en –ionar, -al para formar adjetivos (educacional); -ario, -orio, -(t)ivo, formación de verbos –izar, o –ificar. Prefijos: des-, in-, infra-, inter-, post-, sub-, super-.

No dejamos de ver la presencia del griego en nombres de ciencias: botánica, zoología, psicología, paleografía, biología; médicos: abulia, asfixia, autopsia, clínico, drástico, higiene, microbio; geométricos: base, periferia, prisma, simetría; filosóficos: anómalo, criterio, didáctico, ecléctico, fenómeno; políticos: autarquía, autonomía, cosmopolita, demagogia, hegemonía; filológicos: antología, ateneo, biografía, elipsis, parodia, seudónimo; técnicos: eléctrico, hélice, mecanismo. Formaciones con –ismo (–ista), -fobia, -filia, -logía. También anti-, auto-, micro-, tele-. Híbridos gregolatinos son automóvil, televisión.

De este XVIII es también la entrada de galicismos, en el léxico, pero también el calco sintáctico: ‘máquina a vapor’, ‘bolso en piel’, ‘decreto disponiendo que…’ se introducen términos militares: jefe, brigada, cadete, bayoneta, fusil, corbeta; de las costumbres diarias: canapé, berlina, botella; alimentos: frambuesa, compota, galleta; prendas: pantalón, corsé, muselina; sociedad: petimetre, coqueta, musulmán.

Los galicismos no paran en los siglos posteriores, a pesar de la importancia del inglés. La importancia de la vecindad se ve en burocracia, finanzas, patriota, con dominio absoluto en el vestuario: chal, frac, levita, chaqué, satén; de la vida social; champán, hotel, restauran(te); alimentos: croqueta, escalope, bechamel, paté; objetos: somier, bidé; otros: bulevar, etiqueta, camión, cremallera; más recientes, como tren, reportaje, avión, vodevil, ruleta, chófer. Si el galicismo ha mantenido su forma original, trae problemas de pronunciación: boite, buffet, debut, toilette. Mencionar también la introducción de cultismos latinos: prefectura.

Desde el XVIII el italiano pierde influencia: algunos términos teatrales: polichinela, payaso (desde el francés); artísticos: boceto, difuminar, acuarela; arquitectónicos: escalinata, frontón; musicales: aria, adagio, barítono, cantata, libreto, partitura, sonata, soprano, violonchelo; otros: premura, fiasco, estrafalario.

Los anglicismos entran desde el Romanticismo, de forma imparable (imperio británico, e influencia estadounidense): club, dandi, (e)snob, vagón, rosbif. Muchos se han integrado: tranvía, yate, bote. Deportes: fútbol, tenis, béisbol, boxeo; objetos: revólver, champú; alimentos: yogur(t), pudin; vestuario: esmoquin, jersey, suéter; sociedad: reportero, turismo (turista), mítin, líder; políticos: bloqueo, boicoteo. Los que mantienen su forma original, con problemas de pronunciación y adición de morfemas de género y número: confort, golf, film (pero filmar), gángster, lunch, jazz, cocktail (> cóctel), derby, jockey, bestseller, record, folklore, whisky y whiskey (> güisqui), clown, sándwich, hándicap, standard (>estándar).

Más fuerte es el contagio semántico de términos españoles preexistentes (grado no conseguido por el latín en los períodos de su mayor influencia). Se trata de una razón importante de alteraciones en el idioma, debido a la rapidez en su difusión a través de los medios de comunicación. Este cambio semántico afecta a palabras de forma semejante a las inglesas: agresivo (‘dinámico’), asumir (‘suponer’), base (‘base militar’), cartel (‘monopolio’), contemplar (‘tener en cuenta’), crucial (‘decisivo’), editor (‘director’), encuesta (‘investigación’), eventual (‘que ocurre’), explotar (‘estallar’), firma (‘empresa’), humor (‘ingenio alegre’), lenguaje (‘código’), planta (‘fábrica’), romance (‘relación amorosa’), serio (‘importante’), sofisticado (‘muy elaborado’), tráfico (‘tránsito’). Otras ocasiones, el anglicismo semántico viene de la traducción de términos ingleses: acento (‘énfasis’), estrella (‘actor/actriz importante’), muestra (‘en estadística’); traducciones como rascacielos, baloncesto…

La presencia del inglés aumenta la productividad en la derivación, y la frecuencia de los tipos de compuestos, o de aposición de sustantivos. Igual que en el ejemplo anterior, la forma (patrimonial o culta) es española, pero la semántica es inglesa: adjetivos en –al derivados de sustantivos en –ión (así, verbos en –ionar o –izar) o sustantivos en –dad sobre adjetivos en –ivo (competitividad, permisividad). Aposiciones como coche bomba, prueba sorpresa, ciudad dormitorio, situación límite, cine club, ciencia ficción, hora cero. Sintagmas de sustantivo y adjetivo: guerra fría, mesa redonda, perro caliente, larga duración, o compuestos: entrevista, tocadiscos.

Para muchos filólogos, la mayor prueba que está sufriendo el idioma se está dando en la convivencia entre inglés y español, especialmente en las zonas estadounidenses de hispanohablantes.

 

Enlaces

https://sites.google.com/site/linguisticaveronicahdez/clasificacion-articulatoria-de-los-sonidos/alfabeto-fonetico-internacional

https://static.docsity.com/documents_pages/2019/11/20/453259c71716d91f87df692090f1f06c.png

 

 

 

A consultar para transcripción fonética. AFI y Revista Filología Española:

http://liceu.uab.es/~joaquim/phonetics/fon_transcr/transcripcion_fonetica.html#RFE

http://liceu.uab.es/~joaquim/phonetics/fon_esp/fonetica_espanol_segmental.html

https://www.hf.uio.no/ilos/tjenester/kunnskap/sprak/nettsprak/spansk/portal/fonetica/index.html