Japón en el periodo Edo

El establecimiento de Edo (la actual Tokio) como cuartel general del sogunado Tokugawa en 1603 tuvo un impacto profundo e irrevocable en el paisaje artístico japonés.

A principios del siglo XVIII Edo tenía una población de un millón de habitantes, convirtiéndola en la ciudad más grande del mundo. Ostentaba además una vibrante cultura que competía con la de Kioto, la residencia del emperador y la corte, y tradicionalmente el corazón cultural de Japón.

Durante el periodo Edo, Japón disfrutó de la paz y estabilidad nacional más duradera de lo que hasta ese momento había conocido. Una de las consecuencias más inmediatas de esta paz fue un cambio en la naturaleza de la clase gobernante militar o samurái. Con el final de las guerras internas, muchos de estos hombres se trasladaron a la ciudad y asumieron puestos burocráticos. Como ya no podían distinguirse en el campo de batalla, tenían que demostrar sus habilidades a través de una sabia y hábil administración de la nación.

El cambio en el enfoque de las artes de la guerra hacia las artes de la paz también contribuyó a un énfasis nuevo en todo tipo de intereses culturales. El mecenazgo y la práctica artística no fueron simples vocaciones personales sino que fueron fundamentales para la expresión y demostración de la autoridad de la clase dirigente.

Los sogunes Tokugawa promulgaron muchas medidas para extender su autoridad de un extremo a otro de la nación e instituyeron lo que equivalía a una política de aislamiento nacional ante el temor hacia el cristianismo y a las potencias europeas. El periodo Edo coincide más o menos con este periodo de reclusión nacional, iniciado con la imposición de la política de aislamiento y finalizado con el reestablecimiento de los derechos de comercio con los EEUU y con otros países en la década de 1850, y la restauración en 1868 del gobierno directo imperial.

El periodo Edo fue testigo del florecimiento de una cultura urbana de extraordinaria riqueza, diversidad y originalidad. Esta prosperidad fue el resultado tanto de la transformación creativa y la comercialización de formas culturales anteriormente asociadas con la nobleza y la élite militar, como de nuevos avances, muchos de ellos resultado de estímulos procedentes de las provincias y del extranjero.

Hasta el siglo XVI, el mecenazgo artístico había sido del dominio exclusivo de la corte, del sogunado y de las instituciones religiosas, quienes a través de sus preferencias artísticas dictaminaban la ideología política y el dogma religioso. En el periodo Edo, el extraordinario crecimiento de centros urbanos con grandes concentraciones de ciudadanos acaudalados desafió los esfuerzos de la élite gobernante por mantener un control centralizado sobre la producción artística. El poder económico de la burguesía, especialmente en Edo, Kioto y Osaka, no sólo socavó la hegemonía artística del sogunado, sino que, al hacer posible las opciones estéticas, contribuyó a un nuevo pluralismo artístico.

Como el talento artístico era un indicativo del cultivo personal, altamente valorado en todos los niveles de la cada vez más alfabetizada sociedad de Edo, muchos hombres y mujeres de todas las clases emprendieron la práctica de una o más formas artísticas. Disponían de una amplia variedad de especialidades entre las que escoger. Los «Cuatro Talentos», música, pintura, caligrafía y juegos de habilidad, gozaban de la máxima popularidad y distinción. La relación íntima entre pintura, poesía y caligrafía fue característica de la expresión artística en Japón.

Aunque el sogunado pudo controlar los temas y estilos del arte oficial por medio de su labor de mecenazgo, no pudo imponer este canon del gusto sobre los comerciantes, artesanos y agricultores, o incluso sobre sus vasallos. Los señores feudales no podían ignorar el canon oficial en la decoración de sus residencias, pero podían seguir sus gustos e intereses personales al encargar obras para su disfrute privado. Por consiguiente, muchos artistas innovadores se expresaron con formas que no habían sido sancionadas oficialmente por el gobierno. De hecho algunos, al reconocer las ventajas de establecerse en oposición al gusto oficial, crearon una especie de tímida contracultura.

Las opciones estéticas implican competencia, y uno de los factores básicos para la supervivencia artística en el entorno urbano era encontrar y mantener un público. La competencia contribuyó al eclecticismo estilístico y a la búsqueda de la novedad, características de las artes del periodo Edo.

Que el arte asumiera el aspecto de un artículo de consumo también ayuda a explicar por qué se atribuyó gran importancia a la cuestión sobre el estatus artístico amateur frente al profesional.

La rivalidad entre las regiones de Kioto y Osaka, y Edo, es un leitmotiv llamativo en la historia cultural japonesa.

Los habitantes de Kioto se afirmaban e identificaban con las tradiciones estéticas refinadas de la corte imperial, que había residido en Kioto durante siglos. Los de Edo, que no poseían semejante legado, se enorgullecían por su modernidad y eran especialmente receptivos a la novedad. Los residentes en Kioto creían también que poseían un sentido más elegante y discreto de elegancia urbana frente a sus homólogos de Edo, más vulgares.

Durante los primeros años del periodo Edo, las artes de Kioto se alimentaron principalmente de los valores y lenguajes de la nobleza, según fueron adaptados e interpretados por y para los recién enriquecidos comerciantes y artesanos. La influencia de esta estética cortesana no se limitaba a las artes pictóricas sino que aportaba también un carácter particular a las cerámicas, lacas y especialmente a los textiles empleados para las vestimentas de moda creadas en esta ciudad.

En el siglo XVIII, la prosperidad y el prestigio de Kioto comenzaron a declinar frente a la actividad comercial y cultural en expansión de otras ciudades, especialmente Edo. Sin embargo, el ambiente artístico e intelectual de Kioto continuó haciendo que fuera un imán para artistas, especialmente aquellos que buscaban expresar a través de su arte su alienación respecto del arte sogunal. Mientras unos sondearon las tradiciones imperiales y cortesanas ancestrales de Kioto, otros se inspiraron en nuevas influencias provenientes de China y Occidente.

Edo asumió una identidad cultural reconocible y autónoma a mediados del siglo XVIII, más o menos simultáneamente con la llegada de la estampa xilográfica policroma. Aunque las estampas no fueron de ninguna manera la única forma artística producida en Edo, fueron las más omnipresentes. Como podían ser producidas de una forma barata y en grandes cantidades, hicieron posible la producción y el consumo de arte a una escala previamente desconocida en Japón. Conocidas popularmente como ukiyoe, «imágenes del mundo flotante», las xilografías conmemorando la belleza y fama efímera de las cortesanas y actores de Edo así como las atracciones estacionales de los lugares pintorescos de la ciudad se convirtieron en el distintivo del arte de Edo.