Blas de Lezo

God damn you, Lezo !

Palabras pronunciadas por el almirante Edward Vernon,

tras su derrota y retirada, en Cartagena de Indias

¡Que Dios os maldiga, Lezo!

La curiosa medalla que podemos ver en la imagen fue acuñada en el s. XVII para conmemorar la toma por parte de los británicos en 1741 de Cartagena de Indias (en la actual Colombia), el que era en aquellos años el más importante puerto colonial del Reino de España en ultramar. La escena muestra al almirante de la Armada española, encargado de la defensa de la ciudad, arrodillado mientras hace entrega de su espada al victorioso almirante británico. En dicha medalla conmemorativa, además, podemos leer “The pride of Spain humbled by Ad. Vernon” – “El orgullo de España humillado por el almirante Vernon”. Se trataría, sin duda, de uno de los más brillantísimos y heroicos episodios militares, digno de ser conmemorado por una medalla como esta a fin de hacerlo perdurar en la memoria, y con un especial espacio reservado en las más gloriosas páginas de los libros de historia. A no ser que esta gran gesta militar jamás se hubiera producido…Y es que los británicos Sir Francis Drake, Sir Henry Morgan, Horatio Nelson o Edward Vernon encuentran su contrapunto en figuras como Antonio Gutiérrez de Otero o el personaje que ocupará las siguientes líneas: el almirante de la Armada española Blas de Lezo, cuya historia permanece como un capítulo semioculto tal vez por la querencia anglosajona de no airear demasiado sus derrotas y desastres militares. Un ejemplo claro y representativo de estos silenciados episodios lo constituye el ataque británico dirigido contra Santa Cruz de Tenerife en 1797 comandado por, nada menos, el almirante Horatio Nelson, que perdió su brazo derecho en esta acción tras fracasar en tres diferentes ofensivas contra tropas en clara inferioridad numérica.

En el duro y complicado siglo XVIII la estampa que presentaba el guipuzcoano Blas de Lezo y Olavarrieta es digna de atención debido a las numerosas y variadas heridas sufridas a lo largo de su vida militar y los retales de su propia persona que fue dejando repartidos entre algunos de los escenarios bélicos en los que tomó parte; su pierna izquierda en Málaga, su ojo también izquierdo en Toulon, su brazo derecho en Barcelona… por ello era conocido popularmente como Mediohombre, siendo probablemente la figura que inspiró a Benito Pérez Galdós cuando creó a Marcial, uno de los personajes de su novela Trafalgar perteneciente a sus Episodios Nacionales.

Blas de Lezo nació en 1689, en Pasajes (Guipúzcoa), un pueblo dedicado enteramente a la mar, aumentando la nómina de excelentes marinos vascos que ha dado la historia como Juan Sebastián Elcano, Cosme Damián Churruca o Antonio de Oquendo. Siendo apenas un niño de tan solo 12 años de edad, se enrolaría como Guardiamarina (aspirante a oficial) en la armada francesa, aliada en aquella época de la España partidaria de Felipe V de Borbón el Animoso (¿el primer campechano?) en la Guerra de Sucesión(1701 – 1715), la cual estallaría con la muerte del raquítico, enfermizo, estéril, y justito de inteligencia Carlos II alias el Hechizado, el último monarca de la casa de los Habsburgo, y que había dejado el trono comprometido al no dejar descendencia alguna. La batalla más destacable de esta guerra se produce en Vélez – Málaga, en 1704, donde la escuadra francesa que había partido desde Tolón, se une a otras naves españolas para enfrentarse a la escuadra dirigida por el almirante Rooke, sangriento episodio en el que una bala de cañón destrozó la pierna izquierda de Blas de Lezo, la cual tuvo que ser finalmente amputada por debajo de la rodilla, sin ninguna clase de anestesia y, según las crónicas, sin ningún tipo de lamento por parte del joven Guardiamarina.Este terrible percance no debió amilanar en absoluto al joven Blas de Lezo, pues no tardaría en volver a embarcarse para socorrer a las asediadas plazas de Peñíscola y Palermo, dirigir el posterior ataque al navío ingles de 70 cañones Resolution que resultó devastado por el fuego, o capturar otros dos navíos enemigos. Durante sus exitosas patrullas por el Mediterráneo logra apresar otro buen número de navíos ingleses logrando el permiso de llevar sus presas a su pueblo natal. En 1706 recibe instrucciones para poner en marcha su siguiente misión: el abastecimiento de los sitiados en Barcelona comandando una pequeña flota. Con tan solo 17 años de edad ya mostró su capacidad de estratega y su picardía, burlando constantemente el cerco inglés gracias a las densas nubes de humo que provocaban los montones de paja ardiendo que dejaba flotando sobres las aguas y que le permitían ocultarse, o las cargas incendiarias que disparaban sus cañones capaces de neutralizar los navíos británicos. Poco tiempo después entraría en combate, esta vez en tierra firme, en la fortaleza de Santa Catalina de Tolón (no lejos de Marsella), en un enfrentamiento frente a las tropas del príncipe Eugenio de Saboya, y donde tras un cañonazo contra la fortificación una esquirla acabaría por alojarse en su ojo izquierdo reventándolo en acto.La recuperación de Blas de Lezo sería rápida y pronto, en 1707, será destinado al puerto de Rochefort ascendido ya a Teniente de Guardacostas. En 1710 lograría un record al lograr rendir una decena de buques enemigos, el menor de ellos de 20 piezas de artillería, destacando el combate contra el poderoso Stanhope comandado por John Combs que contaba con una fuerza que triplicaba la del nuevo Teniente de Guardacostas. Debido a su inferioridad de potencia de fuego, Blas de Lezo trató de evitar cañoneo y optó por lanzar un rápido abordaje, una lucha cuerpo a cuerpo, que provocó el pánico y la rendición de los británicos. Acciones como esta, en la que nuevamente resultó herido, culminaron con su ascenso a Capitán de Fragata.

1714, segundo asedio a la ciudad de Barcelona. Blas de Lezo cuenta ya con 25 años de edad y el navío que está bajo su mando, el Campanella de 70 cañones, se aproxima decididamente a las defensas británicas. Nuestro protagonista vuelve a resultar herido; esta vez es el disparo de un mosquete el que le inutiliza para el resto de su vida su brazo derecho. El cuadro del oficial de marina Blas de Lezo comienza a mostrar ya su perfil de Mediohombre: cojo, manco y además tuerto. Sea como sea, su más que lamentable estado físico no le supondrá ningún impedimento para continuar en activo. En 1715, al mando del Nuestra Señora de Begoña de 54 cañones, y junto a una gran flota, lograría reconquistar Mallorca, esta vez, sin necesidad de efectuar un solo cañonazo.Con la finalización de la Guerra de Sucesión en España Blas de Lezo recibe el novedoso reto de limpiar la costa Pacífica del virreinato de Perú de los numerosos piratas y corsarios que se dedicaban a hostigar tanto puertos como rutas comerciales. La misión se completaría con notable éxito, pues generalmente los navíos piratas emprenderían la desesperada huida ante la presencia de los buques de guerra españoles y la fama que Lezo se había ganado durante los últimos años. Además, en aquella época, en 1725, se casaría en Lima con la abnegada y sufrida Josefa Pacheco, que deberá aguantar todas las incertidumbres y penalidades derivadas del ajetreado y peligroso trabajo de su esposo.En 1730 Blas de Lezo da por concluido su periplo por las costas americanas y regresa nuevamente a España donde es nombrado jefe de la escuadra naval del Mediterráneo. Una de las más curiosas misiones que recibiría en esta nueva etapa mediterránea consistiría en personarse en la República de Génova al mando de seis navíos de guerra para reclamar el pago de 2 millones de pesos que por diferentes avatares esta república debía al Reino de España. Lezo llegaría al puerto genovés con la muy escasamente diplomática intención de cañonear desde sus buques la ciudad si no se efectuaba el pago dentro de un plazo que con anterioridad él mismo había designado. El pago se efectuó con rapidez y presteza, y Lezo, además, invitó a las autoridades genovesas a rendir homenaje a la bandera real de España, cosa que, como no podía ser de otro modo, hicieron muy gustosamente.

El episodio de Orán le valió el ascenso a Teniente General de la Armada, para comenzar en 1735 labores dentro de la corte, donde permaneció durante un breve periodo ya que “tan maltrecho cuerpo no era una buena figura para permanecer entre tanto lujo”. Y es que el habitat natural de un hombre de acción de aquella época como Blas de Lezo se encontraba en las cubiertas de los navíos de guerra, por lo que no tardó en solicitar formalmente permiso al Rey para volver a embarcarse. Su petición fue aceptada y en 1737, con los navíos Fuerte y Conquistador, puso rumbo de nuevo a América donde ocuparía el puesto de comandante general del más importante puerto de ultramar: Cartagena de Indias.

El marino predilecto de la Armada Española pronto tendría una nueva misión sobre la mesa que le llevaría a embarcarse en el navío Santiago para poner rumbo junto a otros 53 buques a la conquista de la ciudad otomana de Orán (en la actual Argelia). Blas de Lezo completaría con notable éxito esta misión, que finiquitaría en 1732. Pero poco tiempo después el pirata Bay Hassan logró reunir un buen número de tropas para sitiar la recién conquistada ciudad hasta que Lezo regresó al mando de 6 navíos y 5000 hombres, provocando la huida del pirata argelino tras una dura y reñida lucha. Lezo no dudó en salir en persecución de la nave capitana de Hassan, que se refugió dentro de la fuertemente fortificada y bien defendida bahía de Mostagán, donde le aguardaban 4000 hombres bien armados y dos fuertes perfectamente artillados. Sin embargo, el implacable perseguidor no se amedrantó por ello y penetró seguidamente en la bahía desafiando el constante cañoneo proveniente de los fuertes que caía sobre sus buques para finalmente lograr incendiar la nave capitana del pirata y arrasar por completo las fortificaciones. Después de acabar con todo lo que se le puso por delante permanecería vigilante evitando que los argelinos recibieran refuerzos desde Estambul, hasta que una epidemia derivada de la corrupción de los alimentos le obligó a poner rumbo a Cádiz.

El curioso y decisivo capítulo acaecido en Cartagena de Indias en 1741, silenciado a lo largo del tiempo por los cronistas, se desencadenó por una oreja. Esa oreja perteneciente al corsario Robert Jenkins fue la excusa perfecta para que los ingleses iniciaran un conflicto bélico contra España conocido popularmente como la Guerra de la oreja de Jenkins. Todo comenzó en 1739 cuando un navío español comandado por Julio León Fandiño abordó y capturó un barco corsario frente a las costas de Florida para, seguidamente, cortar la oreja a su capitán; “Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve”. Y es que el tráfico marítimo comercial de aquella época entre América y España se veía constantemente cortado y entorpecido por las acciones y el constante acoso de piratas y corsarios ingleses, que atacaban incluso ciudades y puertos españoles escasamente defendidos. En la cámara de los Lores, Robert Jenkins con su oreja en la mano, denunció el hecho desencadenando un conflicto que suponía una oportunidad inmejorable para arrebatar la supremacía marítima oceánica a los españoles.

Inglaterra nombra al marino Edward Vernon comandante de las fuerzas británicas en las Indias Occidentales, quien pone rumbo desde Port Royale (Jamaica) hacia el puerto español de Portobelo situado en Panamá con el objetivo de proceder a su saqueo y destrucción. Portobelo formaba parte de la ruta que periódicamente seguía la Flota de Indias y se encontraba pobremente defendido. El éxito de esta acción fue celebrado y proclamado a los cuatro vientos, y Vernon, entre numerosos homenajes, se convertiría en un héroe nacional en Inglaterra. Incluso el mismísimo Jorge II de Inglaterra asistió a una cena homenaje en honor a Vernon donde se presentó por primera vez el actual himno nacional británico God Save the King (que se transforma en God Save the Queen cuando el trono lo ostenta una mujer). Además dos calles, una en Londres y otra en Dublín pasarían a denominarse Portobello Road. En una carta fechada el 27 de noviembre de 1739 Vernon comunica a Lezo que los prisioneros de Portobelo están recibiendo un excelente trato a pesar de no merecerlo. Pocos días después Lezo envía su respuesta:

Puedo asegurarle a Vuestra Excelencia, que si yo me hubiera hallado en Portobelo, se lo habría impedido, y si las cosas hubieran ido a mi satisfacción, habría ido también a buscarlo a cualquier otra parte, persuadiéndome de que el ánimo que faltó a los de Portobelo, me hubiera sobrado para contener vuestra cobardía.

1741, la mayor de las flotas que viera la historia hasta la lanzada contra las costas de Normandía en 1944, (186 naves, más de 23.500 hombres, y más de 2600 piezas de artillería) ponía rumbo hacía el puerto de español de Cartagena de Indias, el más importante de los puertos del Virreinato de Nueva Granda, bajo el mando de Edward Vernon. ¿Qué otra flota o puerto podría interponerse ante a semejante escuadra? Ante este desalentador panorama Blas de Lezo pasa revista a sus escasas fuerzas en la magníficamente fortificada Cartagena de Indias, comprobando que se reducían a 6 navíos de guerra para apoyar a sus defensas, a unos 2500 soldados del ejército regular español reforzados con unos 600 arqueros indios traídos expresamente desde el interior, y a menos de 1000 piezas artilleras. Resultaba, pues, realmente complicado asegurar que Cartagena de Indias continuara siendo española en los próximos años. Aún así Lezo opta por la resistencia a toda costa. Cartagena de Indias no se iba a rendir.

La formidable escuadra de Vernon ya se encuentra muy próxima a las murallas y fortificaciones defensivas y a su orden se inicia un incesante cañoneo que castigó con dureza la ciudad. Las defensas apenas podían aguantar la constante lluvia de fuego que sobre ellas caía y que se prolongó durante, nada menos que, 67 días. Los contendientes españoles optan por hundir sus propios navíos en la bocana del puerto para obstaculizar el asalto inglés, pero la maniobra finalmente no impediría que la escuadra de Vernon penetrara en la bahía. Vernon sintiéndose claro vencedor, se dispone a enviar un correo a Inglaterra confirmando su victoria, noticia que sería recibida con una euforia aún mayor que la vivida tras la destrucción y saqueo de Portobelo. Los defensores españoles se apresuran para guarnecerse en la fortaleza de San Felipe de Barajas, el último obstáculo que se interpone entre la ciudad de Cartagena de Indias y las fuerzas del almirante Edward Vernon. Ahora San Felipe de Barajas, donde resisten tan solo 600 hombres bajo el mando de Lezo, está en el punto de mira de los cañones ingleses.

Vernon sin dejar de cañonear San Felipe desde sus navíos, ordena un desembarco en tierra para atacar la retaguardia de la fortaleza e iniciar el asalto. Pero para lograrlo antes debe atravesar una zona de selva que provocaría estragos en los ingleses; centenares de hombres caerían víctima de la malaria. Pese a todo, las tropas de Vernon llegarían a las puertas de San Felipe para iniciar su ataque con la infantería, que será lanzada a la estrecha rampa que da acceso a la fortaleza. Lezo rápidamente ordena a 300 hombres armados con armas blancas situarse en el estrecho paso para que se emplearan a fondo hasta repeler el ataque. El incidente deja 1500 bajas entre las fuerzas asaltantes. La malaria, las numerosas bajas derivadas del fallido asalto a San Felipe, y la dura resistencia de los defensores pasa factura a la moral inglesa mientras que el nerviosismo se va apoderando de un Vernon que ya había enviado la noticia de su victoria a Inglaterra. Tras una acalorada reunión con sus oficiales decide construir una serie de escalas que les permitiera superar los altos muros de San Felipe para así sorprender a los defensores de San Felipe la noche del 19 al 20 de abril de 1741.

Los casacas rojas junto con los granaderos y un grupo de macheteros jamaicanos avanzan lentamente debido al lastre que supone mover las piezas de artillería y al continuo fuego que cae sobre ellos desde lo alto de la fortaleza, el cual provocaría numerosas bajas cuando los ingleses atravesaran una zona descubierta que está justo antes de llegar a los altos muros de San Felipe. Los asaltantes, asombrados, comprueban que sus escalas resultan totalmente inútiles, pues un previsor Lezo había ordenado cavar previamente un profundo foso en torno a los muros que provocaba que las escalas se quedaran cortas. Entre los ingleses, totalmente expuestos al fuego de los defensores, reina la confusión. Las bajas se iban multiplicando hasta que Lezo lanza a sus hombres en una rápida carga bayoneta en mano que resultaría en una despavorida y desordenada huida de las tropas inglesas. La masacre entre las filas invasoras dirigidas aquella noche y aquella mañana por el general Woork hace que el nuevo día amanezca mostrando un paisaje sembrado de cadáveres y heridos en torno a la fortaleza de San Felipe.

Edward Vernon ya es consciente de la imposibilidad de tomar San Felipe, y ordena la retirada hacia sus barcos que aún permanecerían cañoneando las defensas de Cartagena de Indias durante 30 días más, mostrándose incapaz de aceptar la derrota. La escasez de víveres, las enfermedades y la baja moral trajeron consigo la orden de retirada. Las últimas naves abandonaron la zona el 20 de mayo, y la situación era tan crítica que algunos de estos navíos tuvieron que ser incendiados por los propios ingleses ante la falta de tripulantes. God damn you, Lezo ! Para venir a Cartagena es necesario que el rey de Inglaterra construya otra escuadra mayor, porque ésta sólo ha quedado para conducir carbón de Irlanda a Londres, lo cual les hubiera sido mejor que emprender una conquista que no pueden conseguir. Blas de Lezo.Algunos meses más tarde Blas de Lezo acabaría irónicamente siendo víctima de sus enemigos y moriría debido a una enfermedad derivada de los cuerpos ingleses insepultos que los combates habían dejado repartidos por toda la zona. Lamentablemente nadie sabe hoy en día donde fue enterrado.El balance de este episodio es desolador: entre 8.000 y 10.000 muertos y más de 7.500 heridos entre las filas inglesas, entre ellos lo mejor de la oficialidad imperial británica. Las bajas entre los españoles se eleva a 800 muertos y 1.200 heridos. Sin embargo en Inglaterra se estuvo celebrando la “victoria” hasta que se supo lo que realmente ocurrió y el rey Jorge II prohibiera cualquier mención al capítulo acaecido en Cartagena de Indias. Aún así, y enterado de la muerte de Lezo, Vernon volvió con sus navíos a las inmediaciones de Cartagena de Indias pero sin decidirse a atacar. España pudo mantener su hegemonía atlántica comercial durante 70 años más.

Nada menos que 22 batallas y expediciones, decenas de barcos enemigos rendidos, Blas de Lezo, el mediohombre que nunca rehuía del combate, jamás se arrodilló ante nadie.