CIRCULAR EN LA SELVA DE OZA.

Décimo tercera salida Senderista del Año 2024

TRAVESIA CIRCULAR EN LA SELVA DE OZA

Realizada el domingo 23 de Junio - 28 Km y 850 de Desnivel de Dificultad Media


Siete senderistas acudieron a las 7:00 al punto de encuentro en la puerta de la Estación Central de Autobuses para participar en la travesía prevista. Salieron a la hora indicada en dos vehículos. En el primero conducido por Diego montaron Mª Luz, Pilar R. y José Antonio; en el segundo, conducido por José Ángel, subieron Olga y Pascal. Llegaron a Echo y doce Km después a la explanada de acampada de la Selva de Oza, donde estacionaron los automóviles a las 9:20.

A las 9:30 comenzó la actividad montañera. En vista del ambicioso programa previsto para esta jornada, se optó por aligerar la carga de 28 Km de que constaba la marcha circular en torno a la Selva de Oza, por la de realizar la ascensión al Castillo de Acher  de 2.384 m. Consensuada esta segunda propuesta, empezaron el recorrido instantes después partiendo del campamento en Selva de Oza a 1.133 m. de altitud, encarando las primeras rampas por uno de los bosques de hayas y abetos del mayor valor ecológico, medioambiental y paisajístico que cabía esperar. La sombría humedad, la belleza de los corpulentos ejemplares, el rectilíneo fuste de las coníferas y de las fagáceas, componían un escenario irrepetible y asombroso. Se trataba del Parque Natural de los Valles

Atravesaron en unos cuarenta minutos aquel grandioso arbolado saturado de fragancias y saludable impacto sensorial. Superaron pronto la cota de los 1.500 m cargados de la energía vital y estimulante que rezumaba aquel entorno alpino y paulatinamente la masa forestal fue dando paso a la ladera cubierta de vegetación arbustiva y herbácea, salpicadas de servales y alisase. En la medida que ascendían y ganaban en altitud, la talla de las especies que componían aquel fragante ecosistema podía disminuir en función de su natural adaptación, pero su biodiversidad digna de ser analizada daba origen, ya más arriba, a un alfombrado verde de gran consistencia y densidad. A una hora del recorrido se presentaron en el cruce del Barranco de Espata, y media hora después dejaban el refugio de Acher a su derecha en un bucólico enclave de alta montaña.

La tentación de detenerse para estudiar aquel asombroso y tupido manto de verde esmeralda (que parecía cubrirlo todo, salvo algunas rocas que parecían tan vivas a juego con el entramado vegetal donde prímulas y ranúnculos, ralas pero consistentes que se jactaban de entretejerse dentro de una inusual urdimbre), no obedecía tanto al cansancio como a la atención despertada por el prodigio que el agua y la riqueza del suelo generaban. De facto, la nubosidad que desde el campamento se alzaba sobre el macizo montañoso, envolvió al grupo durante todo el camino. Es decir, caminaban en medio de la niebla como espectros incorpóreos.

Dos integrantes, después de haber salvado un importante desnivel, tal vez 600 m, a las dos horas de remontada, en previsión de las dificultades que el esfuerzo mayor del previsto podría deparar, renunciaron a seguir. El resto de los participantes, a unos 45 minutos del collado, decidieron continuar pese a la húmeda niebla que se condensaba sobre el atuendo en forma de gotas y barro bajo los pies, circunstancias que propiciaban resbalones sobre la lisura del elemento mineral. El paso de altura o col, añadió, mayor incertidumbre si cabe. Rocas de irregulares aristas se encrespaban frente a ellos y un muro pétreo compuesto de calizas, a primera vista infranqueable, hubo que trepar. La comitiva en su conjunto y cada uno por separado debía ingeniárselas para progresar adecuadamente de cara al objetivo, alcanzar el top para el que aún faltaban cincuenta minutos. El obstáculo amurallado estaba servido. Ahora había que medir con precisión donde colocar cada pie y cada mano en una ambivalente relación amor-odio con el elemento mineral.

Una ingente cantidad de montañeros en ese momento se descolgaban por los mismos riscos que el puñado de intrépidos agitados por evitar el descalabro. La avalancha de montañeros, tal vez una cincuentena, en su vía de descenso evitaron expectantes la colisión, con decoro y en formación parecían himalayistas en conquista masiva del Everest. El quinteto de referencia superó la prueba en su cambio de vertiente donde encontraría un sendero de altura que discurría por el cordal lamido por neveros que incidían en el sentido de la marcha sin obstaculizar demasiado, si bien el riesgo blanco y gélido alertaba a los marchadores. Veinte minutos más y toparían con el espolón cimero barrido por un viento helador que ponía término a la ascensión. Se sentaron en las rocas escasos minutos para recobrar el aliento semiprotegidos del embate eólico. Habían doblegado la cornisa de Acher poniendo la cumbre de 2.384 m. a sus pies. En estrechas cubetas al fondo de abismos inquietantes, se mantenían heleros de nieve virgen.

Habían invertido más de tres horas, sin contar los tiempos muertos, en capear un desnivel de 1.251 m a todo lo empinado de siete km si se pudieran medir en una teórica línea horizontal. Ahora tocaba volver abajo no sin antes detenerse al lado del arroyuelo para restaurar las maltrechas fuerzas. Cuando alcanzaron la base habían transcurrido 6 horas y 55 m, habiendo empezado a las 9:45 y habiendo terminado la travesía a las 16:40. Con todo ello llegarían a la ciudad de origen a las 21:15.