Maderno

La felicidad está siempre en el horizonte de un lago italiano. (Eso, visualmente. Menos mal que, para el oído, está siempre mucho más cercana en el risucchio de remo lamido que hace el agua contra el embarcadero. El primero que lo supo fue Fogazzaro.) El clima de Maderno se la gasta ─la felicidad─ en malhumor de evaporación constante, contra montes de un azul increíble, uno más soñado que otro. El lago Trasimeno, en nubes redondeadas que emigran

Residuo de poema desechado por desmaño: último verso, este sí, válido:

«...De las nubes sin mancha del lago Trasimeno».


Muchos años después (2017), en unas prosas juveniles repescadas del Unamuno más ioven (1889, verano) se comprueba esto:

«...El lago Trasimeno. La niebla envolvía a los montes, y, a los reflejos del sol, el agua blanca respiraba apenas entre los montes y la llanura verde. Castiglione del Lago velaba la quietud de este. Parecía el agua tranquila meditar en la horrible matanza de los romanos y entre el agua blanca tendida al sol blanco y ardiente y los azules montes ocurría a la imaginación la sombra...»

[Única corrección a Unamuno: no era niebla lo que envolvía a los montes: era foschia, la evaporación masiva cuando se nace visible.]


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