Le han puesto un puente para
que no se pierda, pero
quiere olvidarse de la vida,
de los sesos del cielo,
del humor y el mugido,
de la placenta y de cuánto puede envidiar un tranvía al atardecer.
Cuando los ríos se olvidan, por ejemplo,
dan a besar una mejilla fría semejante
a la de una moneda,
y, al caer la olvidanza en la palma del recuerdo,
levanta sólo un penachito de ceniza.
Olor a mar: corona y lata,
aureola de espinas azulencas.
Para sacarse la espina de la desembocadura,
la mar se aleona de saliva
contra la más mansueta:
en una luna de canela
se hace secar los pies por el costado.
El Duero, cavaleiro
desembocando. Viva el rumbo
y descrísmese enhorabuena el mar al lado.
RÍO SÍ,
MAR NO.
(Quedan unas pavesas humeantes de algo
que fue la vida.)
Porto, 15 de setiembre 82 y
29-30 de marzo 83.
Notas para la próxima existencia, por Luis Cañizal de la Fuente 2017