Tirada de juglar en tierra de trovadores

Con el calor nutricio de Provenza

que todo lo consume y lo renueva,

quise hacer otro día una deshecha

en viaje hacia el nacer de mi conciencia.

Me encargaron el odre de hidromiel

aun con los ingredientes sin mezclar:

¿a quién se le ocurriera confiar

el bien más necesario | a un calamidad?:

olvidé el barrilete en la parada

del autobús de un barrio tunecino,

las alpargatas en el quinto andén

y los pertrechos en el quinto hangar.

Pero nadie me reprochaba nada,

y todo era alegría en el periplo

a pesar de que, en pago de mi olvido,

los dioses nos mandaron, de un soplido,

a un invierno caliente de Madrid,

sabor y olor como a aceituna asada.

Estaba, pues, en un Madrid clemente

que se inclinaba así sobre el paciente

y le soplaba al rostro padeciente

su aliento fétido.

Esta vez el encargo

era llevar las actas | al teatro real:

llovía y escampaba a voluntad

del ojo que asomaba | por el ojo del taxi

a escrutar el tempero | y el tiempo que quedaba

hasta la reunión | del juicio riguroso

que estipulase a cuánto | la medida de pipas.

Carameleras tuertas | despachaban, en tanto,

celemín de algarrobas | y cuentas de rosario...


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Notas para la próxima existencia, por Luis Cañizal de la Fuente 2017