Paisaje y noche truncada

Pasarán esas nubes y no serán lo mismo

volando sobre el coso vacío de la tarde.

Partir, pues, el pan grande de la Pascua,

partir el ancho dulce de la Pascua.

Partirlo con el cielo porque es justo,

símbolo de nuestro pasar a pie enjuto a Citerea

comiendo las rosquillas de la escarcha.

Arrastra la clámide de nuestro frío

con que nos prueban los mares de los cielos, que no tienen medida.

El signo en nuestra frente, las estrellas,

como marchamo de que respiramos.

Únicos nuestros ojos despiertos por los mundos

y mi cabeza, infrutescencia helada de la noche,

errantes a conciencia por el río

que viene de otra vida:

la carretera, esa bufanda sempiterna

que baja de los montes entre triunfos.

Tras los montes, los apretados yacimientos de luceros;

a su lado, qué pobres son los pueblos,

las geodas de luz donde viven los hombres.

Encabalgados viven nuestros pensamientos.

Respiran por la noche: son hermosos

durmiendo amontonados como esclavos.

El quinqué de la nieve de la sierra,

que no han hecho los hombres, y sólo está despierta...


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