Candelæ vel ducentæ

Alumbran con piedad o cabellera pelirroja

el lugar de la luz y de la confluencia.

¿Cantan o alumbran? Vienen de muchos siglos

y aglomeran de fustes la vega del perdón,

allí donde las fauces se hacen compasivas

y el ermitaño de barbas de patata se ignora a sí mismo.

Cuánta candela antigua,

cuánto rumor de maravilla

y cuánto pulso joven y burlón esperando

que el fraile diga el tiempo

y se convierta en piedra.

Mientras pasa otro siglo

y se acerca el terror del segundo milenio,

bueno es gozar la fresca juventud

rascándose una pierna con el pie contrario

atentos a oscilar y no caerse

de risa contenida,

jugar a ver si desde aquí diviso

las barbas del varón bendito e ignorante.

Ya debe haber entrado en trance de susurros

que estremecen las carnes de jayanes caberos:

mira cómo de allí desciende el río

llenas sus aguas de pecados flotando.

Son bellos los pecados

como los que pecaron.


[Río de San Juan, río Duratón,

cueva de los Siete Altares,

29 de octubre '82.]


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