Cesare Pavese
La paz que reina

El placer del viejo es sorprender las últimas estrellas

en el alba, después tomar otra vuelta y vagar por la calle.

Uno siempre supo que el mundo se termina así:

nos encontramos entre rostros de gente inaudita

y no basta mirarlos y pensarlos con calma.


Mi viejo comienza al alba a vagar por las calles

y ninguno sabe que mira y nos piensa, 

él, que en un tiempo era joven, como era joven el mundo.

No hay ni un perro que sepa cómo es el cuerpo del viejo,

desnudo y débil, y cómo transcurre la mañana para él,

mientras ve los cuerpos de jóvenes y mujeres

y de todos sabe el vigor. Pero los ojos de los jóvenes,

que no se ocupan del viejo, recorren la calle,

inquietos, y tienen todos una vida que el viejo no sabe.


Ciertamente, las calles son siempre las mismas

y la mañana tiene el mismo esplendor. Pero un joven

que golpeara y apedreara a mi viejo

no sería más que justo. Mi viejo no sabe,

aunque piensa cada cosa, que esta es la suerte:

pensar en los jóvenes y los viejos que son toda la vida.


Inquieto se pone también el viejo al pensar que un día

serán viejos también ellos, y quién sabe

con qué mirada los desconocidos mirarán las cosas.

Pero una mirada sobre el mundo la tiene cualquiera

y a la mañana cada cosa se despierta. Envejeciendo,

todavía es un placer sorprender el alba

y descender la calle entre la muchedumbre viva.


Cesare Pavese de Poemas inéditos [2023]

Trad. Jorge Aulicino