Pessimismo dell’intelligenzia, ottimismo della volontà es una fórmula recurrente en varios escritos de Gramsci1. Si bien el político y pensador italiano no se refería a cuestiones de índole artística –aunque tiene interesantes ideas al respecto–, esta fórmula, aplicada a la música, resume y grafica muy bien la clase de relación que hoy el artista puede tener con la estética y los principios rectores o métodos con los que trabaja, por lo menos desde que los grandes relatos históricos y paradigmas de pensamiento entraron en crisis y ya no dan la seguridad que parecían otorgar en su momento, aunque, por supuesto y por suerte, todavía no haya llegado el fin de la historia –ni del arte–.
A este respecto es muy ilustrativa la anécdota que relata Arnold Schönberg en su libro Harmonielehre sobre las posiciones encontradas de Mahler y Brahms en cuanto a las perspectivas del futuro de la música: "Aquí corre la última onda de agua", dijo un día –señalándole un río– Gustav Mahler a Brahms cuando éste, en una crisis de pesimismo, hablaba de un punto culminante de la música que para él sería el último.2 También es interesante lo que el mismo Schönberg, con mucho optimismo, le escribió en 1921 a su amigo Josef Rufer: He hecho un descubrimiento que asegura la hegemonía de la música alemana para los próximos 100 años.3 O lo que escribió en 1952 Pierre Boulez: … todo aquel músico que no haya sentido –no decimos comprendido, sino sentido– la necesidad del lenguaje dodecafónico es INÚTIL. Pues toda su obra se sitúa fuera de las necesidades de su época.4
Boulez fue uno de los principales impulsores del llamado serialismo integral, cuyos adherentes creían estar en el camino de alcanzar un punto culminante de la música europea occidental –y en algún sentido lo fue– al proponerse como objetivo que el compositor pudiese controlar la correspondencia de hasta el más mínimo elemento musical con la forma global de una composición, y todo esto organizado en base a un plan predeterminado que, se pensaba, garantizaría que toda la obra estuviese desarrollada a partir de las características intrínsecas del material básico utilizado. De esta manera se buscaba controlar y relacionar entre sí ya no sólo las alturas, sino también la rítmica, la métrica, las intensidades, la tímbrica, los ataques, la forma, los tempi, etc.
Podríamos seguir citando ejemplos de creencias pesimistas u optimistas que en determinado momento sostuvieron muchos grandes artistas, ideas a las que llegaron a veces luego de mucha reflexión, tanto sobre la obra de sus predecesores como sobre sus propias experiencias creadoras –sin duda el caso de Schönberg–, aunque luego otros hayan considerado que dichas ideas finalmente fracasaron, al menos en algunos aspectos. Por ejemplo, el filósofo y sociólogo Theodor Adorno escribió sobre algunas de las obras tardías de Schönberg cosas de este tenor: Son obras grandiosamente fracasadas. No es el compositor el que fracasa en la obra: la historia rechaza la obra.5 O esta otra: … el dodecafonismo se aproxima a la forma pre beethoveniana de la variación que glosa sin meta, la paráfrasis […] Objetivamente, el programa de una composición dodecafónica consiste en construir sobre la preformación serial del material lo nuevo y todos los perfiles en el interior de la forma como segundo estrato. Precisamente esto fracasa: lo nuevo se añade siempre a la construcción dodecafónica accidental, arbitrariamente y, en lo decisivo, antagonista-mente. El dodecafonismo no deja elección. O bien se queda en una pura inmanencia formal, o bien lo nuevo se le incorpora gratuitamente.6
Tampoco tiene palabras muy amables hacia Stravinsky, del que escribió: Como su propósito es más bien el de dominar rasgos esquizofrénicos mediante la consciencia estética, en conjunto querría vindicar la demencia como salud.7 Adorno también ataca violentamente, aunque por otros motivos, a importantes compositores tales como Sibelius, Britten, Shostakovich, Satie y Elgar. Otra importante personalidad que atacó con virulencia a Schönberg fue el entonces joven Pierre Boulez en su famoso artículo Schönberg ha muerto 8, acusándolo, entre otras cosas, nada menos que de reaccionario e inconsecuente.