El día del juicio, por la tarde, cubría la Tierra una tenue luz, amarillenta y melancólica, y había un gran silencio. Todos estábamos aguardando el momento anunciado para el juzgamiento del hombre. Yo caminaba con dos o tres personas que había conocido en la Tierra y las había amado mucho; íbamos nerviosamente cogidos de la mano. Era una mezcla de amor y de temor. No sabíamos para dónde íbamos. Éramos como unos autómatas.