Alejandrina, la cocinera, está fregando los últimos platos, antes de sentarse, rendida de cansancio, a rezar el rosario para irse a la “estera”.
Este rosario de la pobre Alejandrina se resiente naturalmente de muchos cabeceos y aun de alguna que otra roncadita. Pero allá la Virgen lo sabrá excusar todo y lo aceptará benévolamente.
Mientras Alejandrina, con el estropajo, friega los platos, piensa con una dulce alegría en su “curita”, es decir, en el seminarista que está sosteniendo en el seminario.