Entre lo Cierto y lo Verdadero

Publicado en mayo 18, 2013 de oscartenreirodegwitz

Como conozco ya las particularidades del ambiente arquitectónico venezolano, sabía que mis puntos de vista sobre el modo como respondió Villanueva al contexto político que le tocó vivir estarían lejos de suscitar un consenso general. Sabía también que la cuestión ideológica intervendría en el asunto y que tarde o temprano se me refutaría agitando los lugares comunes de siempre. Pero, de nuevo lo digo, uno se engaña con frecuencia en ambientes como el nuestro, tan poco habituados a la confrontación de ideas, y en estos últimos tiempos padeciendo un estancamiento extraordinario caracterizado entre otras cosas por el uso abusivo de la clasificación de los puntos de vista como “desviaciones” de derecha o de izquierda, con lo cual el clasificador se quita de encima la necesidad de argumentar. Así, en particular, han actuado quienes apoyan la opereta política que vivimos, pero también lo hace de cuando en cuando gente de los sectores disidentes. Ya superaremos eso, cuando el debate ya no esté limitado por compañerismos, parentescos o afinidades de segundo orden.

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Lo que pienso de los tiempos de la dictadura de Pérez Jiménez, en lo cual coincido con algunos, pocos ya, de los que la vivieron en la adultez (mis recuerdos son adolescentes), es que su política represiva no tuvo contenido ideológico sino esencialmente antisubversivo. No había pues demasiadas presiones políticas o ideológicas en los círculos intelectuales, lo que permitió el desarrollo de grupos, actividades o iniciativas que fueron vigorosas e incluso revolucionarias en el sentido de apertura hacia nuevos horizontes.

Eso pasó en el campo de la arquitectura y es lo que explica la “época de oro” vivida en ese tiempo que comenzó a quebrarse en los sesenta. La esfera privada por otra parte se expresaba vigorosamente y oficinas de arquitectura como Vegas y Galia, Bermúdez y Lluberes, Guinand y Benacerraf hicieran obra de trascendencia sin trabajar para el Estado. Y aparte de eso, trabajar para el Estado de ninguna manera implicaba estar “de acuerdo” con la dictadura. Venezuela no era aún, en realidad, un petroestado en el sentido actual del término. Y menos aún una farsa con expectativas totalitarias como la de hoy.

En apoyo de ese punto de vista puede ser útil referirse a dos manifestaciones o síntomas de mucha importancia para un país pequeño que despuntaba, con apenas 4 millones de habitantes. Uno es un caso, el del diario El Nacional, en cierto modo baluarte de una visión de avanzada que se mantuvo pese a unos cuantos incidentes relativamente inocuos, y otro un evento que resume ese espíritu de apertura cultural que podía expresarse.

El Nacional era dirigido por un hombre de abierta oposición a la dictadura como Miguel Otero Silva, y entre sus columnistas habituales se encontraba por ejemplo Alejo Carpentier, con su estupenda columna Letra y Solfa en la cual hacía gala de su amplísima cultura musical y que merece ser publicada “in extenso” si no se ha hecho ya, lo cual ignoro, o Pablo Neruda amigo personal de Otero Silva, quien publicó en El Nacional, semanalmente, sus “Odas” de las cuales recuerdo la “Oda al tomate” y revivo algunos versos: “Debemos, por desgracia asesinarlo: se hunde el cuchillo en su pulpa viviente, es una roja víscera, un sol fresco, profundo, inagotable, llena las ensaladas de Chile…” Intelectuales nada amigos del estado de cosas dictatorial, que disfrutaban sin embargo de una importante presencia en el mundo cultural venezolano contando con El Nacional como plataforma. Eso aparte de todos los periodistas claramente opositores que constituían su plantilla.

Los Festivales de Música Latinoamericana organizados y en buena medida financiados por Inocente Palacios (1914-1996), eran otra instancia que perfectamente podía considerarse “ideológica” enfocados como estaban a promover la música nueva, de ruptura, en cierto modo asociada a visiones de cambio político y social. Tanto el de Noviembre de 1954 como el de Marzo de 1957 fueron un verdadero acontecimiento en una Caracas de 600.000 habitantes escasos. La gente joven y particularmente el mundo estudiantil universitario veía como una obligación el asistir a un evento de calidad sorprendente para un país que apenas se asomaba al escenario cultural latinoamericano. Basta decir que el Jurado que premiaría los trabajos del Concurso que acompañaba los conciertos y encuentros, estaba constituido por grandes nombres de la escena musical americana de entonces y de siempre: Aaron Copland, norteamericano, Carlos Chávez, mexicano, Domingo Santa Cruz, chileno, Alberto Ginastera, argentino y Juan Bautista Plaza, venezolano, Jurado que examinó 110 obras de compositores de la región, teniendo las premiadas el privilegio de ser interpretadas durante el Festival por la Orquesta Sinfónica de Venezuela bajo la dirección de uno de los tres directores participantes: Pedro Antonio Ríos Reina, Carlos Chávez o Jasha Horenstein director de origen ucraniano, asistente en los años 20 de Wilhelm Furtwängler en Berlín, emigrado en el años 40 a EUA a raíz de la persecución nazi, establecido allí como uno de los grandes directores de esos años, y en lo sucesivo habitual Director invitado de nuestra Sinfónica.

La sede del Festival era la Concha Acústica de Bello Monte, construida por el Estado venezolano con ocasión del Primer Festival de 1954, en un terreno cedido por Inocente Palacios al efecto según proyecto del arquitecto nacido en Argentina Julio Volante, residente aquí y con familia venezolana, hombre de obra muy extensa con no pocos logros de mucho interés (cito especialmente las instalaciones de servicio de la Electricidad de Caracas en Chacao, de 1956), activo participante de los tiempos de oro de nuestra arquitectura en esa década de los cincuenta. En el límite Oeste de ese terreno, que forma un anfiteatro natural orientado al Norte, se propuso construir el Museo de Arte Moderno según el soberbio proyecto de Oscar Niemeyer que de forma tan completa ha documentado la colega Carola Barrios.

En la “Concha Acústica” se realizaban todos los conciertos principales. Su peor inconveniente ha sido siempre el contexto urbano (rodeada de casas unifamiliares) y su carencia de estacionamiento; pero se niega a morir podría decirse, y hace poco fue rehabilitada una vez más. Así y todo los conciertos se llenaban con entrada libre, se estacionaba y se formaban como romerías que subían animadamente las empinadas calles (los vecinos parecían soportarlo sin problemas) hacia el anfiteatro, que a los adolescentes que comenzábamos a abrirnos hacia la arquitectura nos parecía una obra de avanzada.

Recuerdo en particular, porque da la clave exacta de lo que quiero trasmitir acerca de la relativa flexibilidad de la dictadura, que en uno de los conciertos, el inaugural de 1957, la orquesta ejecutó “El retrato de Lincoln” de Aaron Copland, pieza corta que acompaña una narración que pese a ser para voz masculina fue interpretada en ese momento por Juana Sujo (1913-1961) actriz argentina co-fundadora del teatro moderno venezolano.

La voz de Juana resonaba profunda en el espacio de las gradas y su figura frente a la orquesta con un traje largo que me imagino azul se perfilaba enmarcada por los rectángulos blancos del escenario. Y la música de Copland preparaba el espíritu para oir ” esto es lo que Abraham Lincoln decía: “es la eterna lucha entre dos principios, lo correcto y lo incorrecto…” la dicción impecable marcaba las sílabas del discurso de Gettysburg: “… y con Dios esta nación renacerá en la libertad; y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la tierra..” Culminaron los últimos compases de Copland y hubo un corto silencio antes de aplauso clamoroso. Las autoridades estaban en primera fila y creo que aplaudieron por igual. Fue un momento único que aún recuerdo y me impulsa a escribir.

Menos de un año después, la dictadura cesó.

VILLANUEVA Y NOSOTROS (3)

(Publicado en el diario TalCual de Caracas el 18 de Mayo de 2013)

Oscar Tenreiro

VILLANUEVA Y NOSOTROS (conclusión)

III

Es obligada conclusión de todas las reflexiones anteriores, decir que la realización de la Ciudad Universitaria debió mucho a la habilidad de Villanueva como navegante en las aguas del Poder político y social y mucho menos a la acción de instituciones o tradiciones culturales, como ocurre en sociedades menos frágiles. Si eso ha sido bastante común en América Latina, en el caso nuestro ha sido habitual; y en tiempos en los que Venezuela se iniciaba en la formación de una cultura urbana, era condición indispensable. Pero esa habilidad era la de un hombre con una capacidad singular de asimilación de los caminos que se abrían para la arquitectura, una intuición que le permitió dejar en segundo plano lo subsidiario en provecho de lo decisivo, de lo que constituye la energía central del edificio. Un artista además en todo el sentido de la palabra, lo he escrito otras veces. Y, finalmente, un intelectual honesto. Por todas esas razones, la coincidencia entre habilidad, circunstancias y singulares valores personales, el caso de Villanueva luce hoy como aislado, lejano, demasiado distante del actual estancamiento cultural venezolano, ejemplificado por nuestro estridente atasco político, objeto de burla o desdén, cuando no de admiración desde el radicalismo.

Esta feliz asociación de virtudes mayores y menores con circunstancias también excepcionales no se repite muchas veces en la historia, por lo cual sacar conclusiones que justifiquen conductas puede resultar oportunista. Y me refiero específicamente a la idea, muy del relativismo actual, de que la posibilidad de realización de una obra justifica bajar los ojos y la conciencia ante los abusos antidemocráticos. Es la vieja idea de “usar” el Poder para obtener beneficios más amplios. Asunto que se ha planteado con frecuencia en el contexto actual venezolano para justificar silencios, omisiones y complacencias con el abuso de Poder y la violación de derechos ciudadanos.

Y frente a esa manipulación es necesario hilar más fino.

Comencemos por dejar claro que la comunidad de los arquitectos en tiempos de Pérez Jiménez muy poco fue violentada en sus aspiraciones de construir, en un momento en el cual se había lanzado a lo ancho de un país carente de casi todo un ambicioso programa de construcción institucional. Los mecanismos represivos dictatoriales eran selectivos. Se dirigían hacia el ahogamiento de la subversión o buscaban acallar la disidencia abierta limitando la libre expresión y el derecho de asociación política. Pero se dejó espacio para una participación que no exigía lealtad abierta. Fui testigo de ello como estudiante que observaba atentamente a su alrededor (estudié entre 1955 y 1960). Y pese a los excesos, que los hubo como en todo autoritarismo, no se le cerraron espacios a quienes desde un saber profesional aspiraban a ser parte de la tarea de hacer país.

IV

Y los arquitectos venezolanos eran muy pocos, escasas dos o tres docenas. Entre ellos había gentes que se definieron después como vigorosos opositores al estado de cosas político, pero trabajaron en la arquitectura pública porque había espacio para el aporte personal y comenzaba a despuntar un sector privado que buscó el talento. La prueba más clara de ello es que esa década es vista por los historiadores y cronistas como una época dorada de la arquitectura venezolana, en la que brilló una decena de nombres, jóvenes y muy jóvenes que dejaron obras que son parte de nuestro patrimonio moderno.

Hoy la situación es de abierta amenaza a la libertad de participación en la tarea de dar forma a una arquitectura de las instituciones, a la de avanzar hacia una mejor calidad de vida urbana. La democracia se ha venido usando como un disfraz, asfixiada por un Poder personal casi ilimitado que secuestró todos los poderes públicos e insiste en “aplastar” la disidencia. La exclusión ejercida contra el adversario (que se califica de enemigo mortal) se hizo norma. Sólo los incondicionales se aceptan, para darles acceso al disfrute de un sistema de tráfico de influencias que se ha hecho distintivo. Todo alentado por el discurso agresivo y descalificador de los más altos funcionarios. El resultado ha sido que en los doce años que han visto la mayor afluencia de divisas extranjeras de toda nuestra historia sólo pueden mostrarse un puñado de edificios públicos de mínima calidad hechos por amigos políticos que han recorrido los caminos de la adulación y el silencio.

Agrego a lo anterior lo anecdótico: escribo estas líneas al día siguiente de que las bandas armadas gubernamentales violentaron los accesos al Aula Magna, lanzaron bombas lacrimógenas e incendiarias, agredieron a estudiantes, quemaron automóviles, en el intento de boicotear unas elecciones estudiantiles donde su línea política había sido derrotada. Fue una más de las docenas de salvajes agresiones que estos grupos han perpetrado a estos edificios patrimoniales, mientras arquitectos y profesores que se formaron y desarrollaron en ellos, que discurren sobre su valor cultural, hoy comisarios políticos del Régimen, temerosos de comprometer sus posiciones, han evitado pronunciarse. ¿Puede ese silencio ser encubierto con alegatos interesados sobre el contexto en el que se dio la experiencia de la Ciudad Universitaria? No lo creo. Pienso más bien que ahondar en la complejidad del camino vivido por Carlos Raul Villanueva como arquitecto y como hombre, permite denunciar la hipocresía, situar mejor momentos de nuestra historia que pese a los errores permitieron aportes que son parte de nuestra cultura. Y nos orienta hacia un futuro más transparente.

(Este texto fue escrito en Diciembre de 2011).

Siguen fotos de aspectos de la Plaza Cubierta y los accesos al Aula Magna, incluyendo otra imagen de ese espacio interno que aún nos emociona.

1.Plaza Cubierta Henri Laurens

Publicado en mayo 11, 2013 de oscartenreirodegwitz

Cuando como estudiante en la Facultad de Arquitectura. Charles Ventrillon, querido profesor de dibujo que gustaba de formar corrillos con sus estudiantes para hablar de cosas que siempre nos interesaban, nos decía que lo que distinguía a Villanueva como arquitecto era la primacía que le daba al espacio entre todos los atributos de la arquitectura, me pareció que esa podía ser la explicación de impresiones que había tenido y que no alcanzaba a expresar con propiedad. Eran días en los que aún no estaba construido el nuevo edificio de nuestra Facultad que se inauguraría, si recuerdo bien, en los primeros meses de 1957. Pero ya me había podido pasear por los pasillos de la Ciudad Universitaria y por la Plaza Cubierta que anuda a la Biblioteca, el Rectorado y el Aula Magna. Había percibido ese peculiar fluir del espacio que desde cualquiera de los accesos va con uno, colándose bajo techos de muy diversas alturas trazados con geometrías múltiples que pierden presencia (a menos que uno detenga la mirada) gracias a la sensación de que se transita como llevado por una corriente que lo abraza todo. Esa prescindencia de límites marcados por la huella de volúmenes construidos de tan diversa importancia, cualidad que entonces, repito, me era difícil señalar con palabras, hoy me parece el mayor logro de ese lugar donde, además, el clima benéfico de esta ciudad puede disfrutarse y agradecerse. Y el transeúnte puede llegar hasta las puertas mismas de la Gran Sala, del Paraninfo, de la Sala de Conciertos, del Rectorado, de la Biblioteca sin que haya necesidad de pedirle permiso a nadie. Un problema de control sin duda, pero tan nimio que durante sesenta años ha podido manejarse con apenas dificultades.

2.Plaza Cubierta HL y Aula Magna

Es una vivencia análoga a la que un par de años después, ya construida la Facultad y aún no inaugurada, tuve al recorrer su Planta Baja y pasar desde los bajos de la torre de aulas al hall de la zona de exposiciones y biblioteca o, en la dirección contraria, ir hacia los talleres; movimiento de un lugar a otro que se da también como si se navegara, sin cortes o saltos, en un continuo espacial en el que los distintos cuerpos del edificio no definen barreras, identificándose sólo con la mayor o menor proximidad de los techos y las columnas que los soportan, o con la presencia de paredes que estrechan o amplían. Lograba pasearme por allí cuando muy pocos lo hacían porque me las había arreglado junto a un par de compañeros para hacer un trabajo en el mismo salón donde los estudiantes de último curso, el de mi hermano Jesús, preparaban un trabajo para ser presentado ante la Bienal de Sao Paulo de 1957. Ellos disfrutaban de autorización para usar un salón entero, hoy ocupado por actividades administrativas, y tenían a su disposición todo tipo de materiales de trabajo hasta para hacer una enorme maqueta que nos producía una particular fascinación. El tema era una colonia obrera para las Minas de Carbón de Naricual en nuestro Edo Anzoátegui y quien dirigía el equipo como profesor era el mismo Villanueva, que visitaba todas las tardes el salón avanzaba críticas y hacía sugerencias para la ejecución de la maqueta (más densidad de verde aquí, fue una de las observaciones que recuerdo) ante el activo entusiasmo de todo el grupo, que culminó por cierto en un Primer Premio compartido con la Universidad japonesa de Waseda, una de las más prestigiosas de ese país.

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No recuerdo nada que pudiera interpretarse como presión política ni abierta ni a la sordina en el ambiente de la Facultad de Arquitectura cuando comencé mis estudios en 1955. Es verdad que era demasiado joven y mis preocupaciones giraban sobre todo en cuanto a mi capacidad para responder al reto de ser estudiante y haber escogido correctamente lo que habría de ser en lo sucesivo un tema central en mi vida. Demasiada tensión sentía en las primeras clases de modelado en barro con el profesor Iranzo, español emigrado, o de Dibujo a Mano Suelta que dictaba mesié Ventrillon, cátedras en las que por primera vez me enfrentaba a mi capacidad de hacer porque el Diseño se iniciaba sólo en Segundo Año. Eso, y las típicas cuestiones de tiempos adolescentes con la presencia preponderante del intercambio personal dejaban muy poco espacio de atención a lo que ocurría políticamente en el país. Prueba muy clara por cierto de que la dictadura poco se ocupaba de cualquier tipo de debate ideológico que no tuviera un carácter propagandístico más bien superficial o de penetrar de alguna manera los ambientes académicos, más allá de la “detección” de personas en actividades consideradas subversivas. Actividades por cierto que en esos años iniciales míos parecían bastante ocultas en el ambiente general, en el cual personas que ya en los tiempos democráticos fueron definiendo posiciones antagónicas parecían actuar de modo bastante libre de presiones internas o externas. Es así como por ejemplo Abel Vallmitjana (1910-1974) pintor, musicólogo e intelectual catalán de muy alto nivel que dirigía el Dep. de Extensión Cultural, hombre de izquierdas, republicano emigrado, trabajaba bajo las órdenes del Decano Willy Ossot (1913-1975) hombre nada militante en términos de política o de actitud personal, visto con benevolencia por la dictadura como para merecer un cargo (la Universidad dependía del Ministerio de Educación, es decir, carecía de autonomía) que cumplió con mucha dignidad. Y es que entre los profesores existían sin duda posiciones políticas cercanas o lejanas a las de la dictadura sin que eso se manifestara en persecución o presión aparente, tal como ocurría entre los estudiantes. Una situación que iría cambiando a medida que se agudizaban las contradicciones que explotaron en 1958.

En efecto, ya en 1957 se comenzaron a perfilar situaciones internas entre los estudiantes (y presumiblemente entre los profesores, pero no puedo dar fe de ello) que dejaban vislumbrar posiciones políticas capaces de producir tensiones, pero ellas nunca se manifestaron en términos agudos sino en los últimos meses de1957, cuando ya la situación general del país anunciaba el derrumbamiento del Régimen.

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Guillermo Morón (1926) historiador venezolano muy reconocido declaraba hace poco en una entrevista televisada que la dictadura de Pérez Jiménez sólo se metía “con los políticos” y que por eso mismo se diferenciaba de modo radical con nuestra dictadura actual, que ha invadido todos los niveles de actividad y ha intentado penetrar en todos los ambientes, atacando directa o indirectamente a todo grupo formalizado o no, institucionalizado o no, que se resista a esa invasión. No estoy totalmente de acuerdo con ello porque en tiempos de Pérez Jiménez se dieron muchísimos casos de represión hacia ciudadanos que no militaban en política pero que sostenían, como es lógico siempre, posturas políticas que ponían en duda la legitimidad del Régimen. Pero interpreto lo que dijo (lo cual por cierto expresó junto a muchas otras cosas muy ciertas y en gran medida irrefutables) en el sentido de que se trataba, aquella, de una dictadura que no tenía aspiraciones totalitarias como sí las tiene la que actualmente padecemos. El asunto puede ilustrarse de múltiples modos pero basta decir que pocos días después de la declaración de Morón, nada menos que el Ilegítimo presidente en funciones irrumpió en epítetos contra Morón a la vez que lo “invitaba” a debatir con uno de esos personajillos que rodean al Régimen y saben algo de historia.

La anécdota es muy reveladora; rige en Venezuela un proyecto político que quiere imponer a la fuerza (de esto no hay duda ya) una visión única de la realidad venezolana y por supuesto de nuestra historia; y cuando alguien dentro de los espacios que se dejan a la libre opinión (la televisora que trasmitió la entrevista es la única que disiente del Gobierno) hace sentir un punto de vista que refuta esas pretensiones totalizadoras, se pone en marcha todo el aparato comunicacional del Estado para erosionar esa opinión y contrarrestarla con sus fabricaciones ideológicas. Por eso las comparaciones entre esto de hoy y lo de hace más de medio siglo resultan tan descaminadas y falaces.

CONTEXTO Y ACCIÓN

Oscar Tenreiro

Continúo con el texto que comencé a publicar aquí la semana pasada en el cual abordo el tema del contexto político en tiempos de Carlos Raúl Villanueva. Expongo en él un punto de vista fundamentado en hechos y testimonios, sobre su actitud como arquitecto al servicio de una Institución pública en tiempos dictatoriales.

VILLANUEVA Y NOSOTROS (2)

Habría de venir luego del derrumbe de la Dictadura de Marcos Pérez Jiménez en Enero de 1958, una etapa venezolana caracterizada por la búsqueda de una institucionalidad democrática que retomara el hilo interrumpido en 1948. Propósito entorpecido por los sectores marxistas que luchaban con el discurso y la acción a favor de un desenlacerevolucionario que si bien borroso en los primeros meses, aspiraba a seguir el modelo de la Revolución Cubana que llegó al Poder en Enero de 1959, justo un año después del cese de lo que parecía ser nuestro último autoritarismo.

El panorama se hizo políticamente muy complejo. Se cruzaron todas las tendencias y la supervivencia de los modos democráticos se hizo extremadamente problemática. Se llegaron a establecer focos de guerrilla urbana y rural y la controversia política se polarizó abriéndose no pocos episodios de violencia que generaron una inestabilidad que duró varios años.

Y en Villanueva se produce un cambio.

La persona de Villanueva en el sentido de Jung, su personalidad pública, asumió un talante crítico con lo que ocurría políticamente, sorprendente por su contraste con tiempos anteriores. Pasa de ser pasivo y cauteloso a asumir una muy discreta beligerancia en el debate universitario, conectándose con sectores marxistas que lo tomaron como símbolo de una actitud de rebeldía ante el establecimiento político de entonces. Fue lanzado sin éxito como candidato a Decano de la entonces única Facultad de Arquitectura del país, y los más inclinados a la fabricación ideológica insistían en señalar que su conducta de funcionario público dedicado a construir la Ciudad Universitaria era ejemplo de una modestia que entendía al arquitecto como parte de una acción pública en la que la visión personal daba paso a una colectiva para la cual el ejercicio privado era una concesión al ego, inaceptable y contaminada, imagen constitutiva de un capitalismo en decadencia. En resumen un moralismo interesado que quiso hacer de Villanueva lo que nunca fue. Moralismo cuyas resonancias aún persisten en el discurso de aquellos fabuladores de entonces que hoy intentan justificar el uso de las parcelas de Poder que les concedió la farsa política retro que hoy padece Venezuela.

II

Avanzo la hipótesis de que la aparente transformación de Villanueva fue dictada por dos asuntos principales. Por una parte, en un momento en el cual sobreabundó la justificación ideológica y se atacaba sin piedad a la dictadura última como fuente de todos los males, lo poseyó la mala conciencia respecto a su conducta anterior. Se produce así una curiosa inversión característicamente compensatoria. Se hace políticamente crítico cuando serlo no era más que una disidencia difícil. Una actitud análoga a la de las izquierdas radicales de los grandes países democráticos, que buscando preservar un prestigio basado en el cuestionamiento a los usos políticos predominantes, son acusadores en sus contextos locales mientras se mantienen silentes, pasivos, frente a los abusos de regímenes autoritarios en el resto del mundo que consideran ideológicamente aceptables. Una conducta que vemos con estupor e indignación los venezolanos de hoy porque funciona como aprobación y hasta estímulo a los abusos de nuestra dictadura actual.

Por otra parte es altamente probable que Villanueva en su intimidad (porque no lo expresó nunca abiertamente) se resintiese muy legítimamente de la tibieza del nuevo escenario político respecto a la conclusión de la Ciudad Universitaria, consecuencia de la visión populista de la acción pública que ya despuntaba. Se había interrumpido drásticamente la construcción de la Zona Rental, para la cual había proyectado una torre de oficinas con estructura de concreto de 52 pisos que había sido comenzada a construir en 1957. Las obras de la Facultad de Farmacia habían avanzado con marcada lentitud; las de Economía se detuvieron hasta ser concluidas luego de casi diez años; y sólo se mantuvo el ritmo de construcción que había sido característico de tiempos anteriores durante el primer año del nuevo régimen debido a la necesidad de terminar la Piscina Olímpica y el Gimnasio Cubierto para cumplir el compromiso de montar los Juegos Centroamericanos y del Caribe en Enero de 1959. Una muestra adicional de esa torpe indiferencia fue que nunca se concluyó el techo de concreto del Gimnasio Cubierto, cáscara de doble curvatura a la manera de silla de montar, calculada por Rodolfo Kaltenstadler; un edificio que aún hoy, cincuenta años después, languidece en un sitio prominente, en un costado de la Ciudad Universitaria, ostentando para nuestra vergüenza el mismo techo provisional. Pero lo peor de todo fue que se hizo común decir desde el Poder Político: que obras como la Ciudad Universitaria eran faraónicas o elefantes blancos; manifestación temprana de la trama de prejuicios que el populismo político ha hecho moneda corriente en la sociedad venezolana.

En resumen esa radical indiferencia y evasión de responsabilidades frente a una obra que ya se había convertido en el incuestionable monumento de la arquitectura moderna venezolana, tiene que haber afectado duramente a Villanueva. Justifica el resentimiento, si lo hubo; y desde luego, sin atenuantes, el rechazo a la ceguera de quienes actuaban como soporte político del nuevo estado de cosas.

Villanueva en su estudio de la Ciudad Universitaria en 1958. Detrás el Gimnasio Cubierto

Villanueva en su estudio de la Ciudad Universitaria en 1958. Detrás el Gimnasio Cubierto

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Publicado en mayo 4, 2013 de oscartenreirodegwitz

La semana pasada toqué el tema de la ceguera en personas de rango académico, incluso de los más ilustres pensadores, en relación a los conflictos de opresión y supresión de los derechos de la persona humana. Me movió a hacerlo, aparte de la larguísima historia que el tema tiene, la experiencia que tuve recientemente en relación al texto que hoy comienzo a publicar sumada a la actitud de un profesor de alto escalafón a quien tuve la ingenuidad de pedirle solidaridad.

En ambos casos pude comprobar la fuerza que tienen los esquemas ideológicos independientemente del nivel intelectual de la persona que cede ante ellos. Lo que me lleva a considerar, lo he dicho otras veces, como la más positiva consecuencia de situaciones como la que vivimos en Venezuela el que nos haya permitido derrumbar ciertos lugares comunes, y entre ellos el muy extendido de que la gente estudiosa es más capaz aproximarse a la verdad, oculta o encubierta por los hechos.

El otro lugar común tiene categoría de Mito, el de la Revolución, al que también le he dedicado espacio, en nombre del cual se divide la humanidad entre buenos y malos, haciendo que todo lo que hagan los buenos, por ruin que sea, resulte enteramente justificable gracias a su excelsa condición de instrumento para derrotar a los malos.

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La supuesta mayor capacidad del estudioso para aproximarse a la verdad es puesta constantemente a prueba. Pero de todos modos resulta sorpresivo e inesperado, en contextos como el que hemos vivido, ver como algunos prestigiosos se han convertido en piezas pasivas (o activas según el caso) del engranaje perverso de un Poder manipulador e ilegítimo. Los acontecimientos recientes de agresión a diputados de la Asamblea Nacional sumados a las ilegales presiones para forzarlos a aceptar el resultado de unas elecciones plagadas de vicios, el permanente abuso de las cadenas televisivas y radiales para bloquear los mensajes opositores que se trasmiten por un solo canal de alcance limitado, y el discurso radicalmente autoritario y excluyente de los más altos jerarcas del Régimen, demuestran de forma inequívoca que en Venezuela la democracia ha sido confiscada como culminación de un largo proceso a cargo de un hombre que falleció sin abandonar sus esfuerzos para erosionar la conciencia democrática de los venezolanos.

Pero la crisis política que vivimos no puede ocupar todas nuestras energías. Tendrá que estar allí y muy próxima mientras la vamos remontando, ahora con un liderazgo respetado y con arraigo popular indiscutible. Y puede ser el momento para pensar en otros momentos de nuestra historia y particularmente, en otros momentos del transitar de los arquitectos venezolanos en contextos difíciles de algún modo análogos a los que vivimos en la actualidad.

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Y surge entonces la historia personal de Carlos Raúl Villanueva como referencia casi inmediata. Que transcurrió precisamente en un tiempo en el cual la sociedad venezolana, tal como digo en el texto que comienzo a publicar hoy, luchaba con los mismos fantasmas. Lo cual ha llevado a muchos a justificar su actitud actual.

En efecto, hay un puñado de arquitectos de talento decente que han creído justificar su aquiescencia con lo que aquí viene ocurriendo en la esfera pública, un par de ellos su figuración como “arquitectos oficiales”, apoyándose en la conducta de Villanueva en el escenario de dos dictaduras interrumpidas por un breve interregno democrático. Justificación completamente descaminada como trato de demostrar en el texto que publicaré en tres partes, por razones que allí doy y que pueden ampliarse haciendo uso de muchos testimonios recientes y de la época, entre ellos el que hace un par de días daba Guillermo Morón un historiador nuestro de mucha trayectoria, cuando se refería al carácter del régimen de Marcos Pérez Jiménez, durante el cual se construyó la parte más significativa de la Ciudad Universitaria de Caracas.

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Uno de esos arquitectos, de gama alta podría decirse, José Fructuoso Vivas (1928), no solamente el arquitecto vivo más conocido en Venezuela, sino uno de los poquísimos que está en Wikipedia, escenificaba hace poco un arrebato compungido y lacrimoso en honor del Ausente durante una entrevista en la cual explicaba cómo había diseñado el catafalco que se encuentra en el Museo de Historia Militar. Era no sólo una conmovedora demostración de tristeza, sino un homenaje a la forma relampagueante como se ejecutó el catafalco gracias a la abnegada actividad de una cuadrilla de diligentes trabajadores, los mismos que en una semana habían improvisado una capilla católica en el Hospital Militar de Caracas para poder orar con más comodidad en beneficio de la salud del Caudillo que se encontraba allí gravemente enfermo. Sus palabras, aparte de su, repito, muy bien ilustrada demostración de tristeza que me recordó las que suscitó recientemente el líder de Corea del Norte, me pareció un curioso homenaje a la improvisación cuando quedó claro que el catafalco se había diseñado y construido en una semana para responder a los deseos del más alto gobierno quedando como resultado unas cuantas láminas de granito de dos centímetros de espesor pegadas con epoxi siguiendo un diseño en el piso en forma de flor.Toda la escena era sorprendente, pero más sorprendente aún era la comparación que podía establecerse entre el monumental memorial a Kubitschek construido por Oscar Niemeyer en Brasilia y esta especie de pobre migaja de último minuto edificada(?) para el Estado más rico en divisas extranjeras de América Latina.

Pero ese es el destino caricaturesco de esta Venezuela tan particular, emergida del petróleo y la admiración por los caudillos…caricaturescos.

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Nada como eso ocurrió en tiempos de Villanueva porque nunca, pese a la presencia autoritaria de una dictadura, se le llegó a exigir, o incluso sugerir a personas que estaban donde estaban en virtud de un valor personal indiscutible, como Carlos Raúl Villanueva, que expresaran en público otra cosa que lo que les correspondía desde su nivel intelectual no comprometido ideológicamente.

Con lo cual queda dicho todo para ilustrar lo inexacto de comparaciones que prescinden de los momentos históricos y sobre todo que pasan por alto el espesor cultural y humano de los protagonistas. No hay comparación posible entre los tiempos de nuestro maestro y profesor admirado de hace medio siglo y lo que escenifican hoy un puñado de adulantes. Si ya hemos mencionado un ejemplo actual podríamos mencionar otros de quienes por supuestamente cumplir un sueño de hacer determinadas cosas han caído en el foso de dar soporte a lo insoportable. Allá ellos con sus conciencias y su determinación “revolucionaria”. Darán cuenta, si cabe, en algún momento de su actitud. Pero por favor no incurran en la ligereza de citar a Villanueva para justificarse.

HACIA ALLÁ VAMOS

Oscar Tenreiro

En Venezuela se impondrá la verdad. Ahora cuando los jerarcas del engaño han sobrepasado todos los límites, más confiado estoy en que el Régimen cesará vencido por su corrupción moral. Y sin dejar de estar atento, regreso a lo habitual publicando aquí lo que la ceguera académica impidió publicar en otro lugar. Trata sobre el contexto político en el cual nuestro Villanueva debió trabajar y sobre las analogías con el hoy venezolano. Mantengo el título original. Irá en tres partes, hoy la primera:

VILLANUEVA Y NOSOTROS (1)

I

Carlos Raúl Villanueva, pese a lo que podría suponerse a raíz de sus logros como arquitecto, actuó en un medio que bajo una apariencia de normalidad padecía la misma lucha contra la ignorancia, fricciones entre opuestos, inmadurez y abuso político que vivimos hoy los venezolanos. Todo era más simple, porque el país contaba con 25 millones de habitantes menos, los conflictos eran más limitados y las estridencias se ocultaban tras una frenética actividad, pero los obstáculos a la modernización eran análogos a los que hoy padecemos. Se disfrutaba sin embargo de un ingrediente que hoy ha desaparecido: el optimismo y la confianza en el futuro, rasgos compartidos con un momento universal caracterizado por la idea de que la transformación física del paisaje usando la construcción como instrumento era el requisito de toda posible superación social. Eso y la resuelta decisión de formar el país construyéndolo fueron fuerzas centrales para la concreción del Proyecto de la Ciudad Universitaria de Caracas.

Y Villanueva tenía la enorme ventaja de actuar desde una posición cercana a las fuentes del Poder, heredera de una ascensión social protagonizada por su padre bajo la sombra de un Dictador, Juan Vicente Gómez. Estaba también vinculado familiarmente a una alta burguesía próspera y ambiciosa, por lo que puede decirse que había nacido en cuna de orocondición siempre útil para un arquitecto y particularmente significativa en un pequeño país que se iniciaba en los beneficios del rentismo petrolero. Durante sus años más activos como arquitecto no había todavía irrumpido en las conciencias de la clase política (porque todavía no existía una clase política) el populismo de inspiración marxista, suerte de enfermedad latinoamericana a lo largo de todo el siglo veinte, que por aceptación o por rechazo habría de marcar hasta hoy el proceso político venezolano.

Y esto último equivale a decir que la arquitectura no había sido asediada por la justificación ideológica que décadas después habría de denunciar Aldo Rossi y hoy casi no se recuerda, a pesar de su preponderancia en los años del surgimiento hippie, mediados de la década del sesenta del siglo pasado.

Villanueva era además uno de los pocos arquitectos de su generación cuyo espesor cultural y pasión por el oficio podía interesarlo en la maduración de una obra. Lo ayudaba, como le ocurre con frecuencia a algunos herederos cultos y ricos, un cierto desdén por aumentar una fortuna personal ya considerable. Y si agregamos lo fundamental, su temperamento y talento artístico, sus destrezas y su interés por el mundo de las artes plásticas, se comprende que desease dialogar como arquitecto con las corrientes intelectuales y artísticas de su tiempo, que conocía bien gracias a su formación europea.

Porque a veces se olvida que Villanueva se formó fuera del medio provinciano venezolano. Se puede decir en tono de caricatura que era una especie de francés local que hasta hablaba el español con acento. Y puede ser visto también como una rara avis que resolvió dejar de lado el universo especulativo que caracterizaba la actividad de su suegro, el promotor inmobiliario más importante de esa Venezuela que se iniciaba, y enfocarse en el manjar de oportunidades arquitectónicas que era el proyecto de la Ciudad Universitaria, que siguió inmediatamente a la experiencia de El Silencio, una obra de gran magnitud que se llevó adelante, privilegio petrolero, en tiempos de grave crisis internacional (1941-44).

II

A ese campus universitario dedica todas sus energías hasta 1958, cuando expulsado del Poder Marcos Pérez Jiménez, la Ciudad Universitaria fue sometida a las revisiones e interferencias populistas que iban a frustrar o hacer incompletos los aspectos finales de su desarrollo.

Pero durante 14 años la posición de Villanueva como motor intelectual de la Ciudad Universitaria fue respetada. Era figura central en el Instituto de la Ciudad Universitaria como arquitecto responsable, como promotor de la intervención de artistas, de consultores técnicos, como interlocutor de empresas de construcción extranjeras y nacionales de alto nivel, en un país que apenas se iniciaba en el dominio de las nuevas tecnologías.

Se sucedieron en esos años tres gobiernos cuyo origen y desempeño ilustran el difícil transitar venezolano; y sorprendentemente Villanueva navegó sin mayores sobresaltos por esos mares, contando siempre su obra con financiamiento generoso sin que se objetara su presencia o se vulnerara su capacidad de decisión. Logró convivir con el ambiente político de todos esos años practicando una difícil neutralidad o, si somos más exigentes, manteniendo una calculada pasividad. Pareció no reparar en las arbitrariedades que fueron progresivamente aumentando, en las limitaciones de la libertad de expresión, la violación de los derechos humanos, o las múltiples historias de corrupción. Sobrevivió al entrecruce de intereses, de violencias, de oportunismos, y ya en los últimos días previos al derrocamiento de Enero del 58, evitó cualquier pronunciamiento, mientras que, paradójicamente, su Ciudad Universitaria se convertía en importantísimo centro de protesta.

La obra maestra de Villanueva: el Aula Magna de la Ciudad Universitaria.

La obra maestra de Villanueva: el Aula Magna de la Ciudad Universitaria.

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