La otra mirada

TAL CUAL MARTES 30 DE OCTUBRE DE 2001

CULTURA

el ojo de la serpiente

La otra mirada

"La cultura audiovisual venezolana pide a gritos la intervención de la formación de sus autores, de sus gestores y gerentes, del mismo público"

Rafael Marziano Tinoco

Hace meses recordé a Jerzy Toeplitz, historiador del cine, rector de la Escuela de Cine de Lodz, más tarde fundador de la Escuela de Cine Australiana. Recordé el envidiable sentido común de su propuesta, mezcla del más honesto y sencillo pragmatismo, de un profundo respeto por el empirismo de los oficios del cine, y de la más sólida erudición académica. Rara mezcla, dirá quien desconoce los sofisticados artificios estéticos, y los más humildes -y no por ello poco engorrosos- quehaceres artesanales que componen el concierto de la realización audiovisual. De esa escuela surgió Peter Weir, quien dirigió Dead Poets Society (1989), en la que el profesor John Keating (Robin Williams) incita a sus alumnos a redescubrir al mundo conocido, desde el ánimo desconocido de una otra mirada, capaz de revelarles el misterio escondido tras la equívoca fachada de lo inocuo y lo mediocre. La cultura audiovisual venezolana pide a gritos la intervención de la formación de sus autores, de sus gestores y gerentes, del mismo público. Sumido desde hace décadas en el pantano de la subcultura televisiva tropical cuyo mayor mérito ha sido lograr la más absoluta desorientación de un pueblo que por ello enceguece día a día, y como tantos otros ámbitos de la vida pública, lo audiovisual vive cada día el cisma entre lo que debería ser y lo que es, aceptando sin reparos la validez del argumento cínico de la inmediatez economicista y comercial, el legado impune de depravación y anticultura sembrado en la imaginería de un pueblo iletrado e ignorante y, peor aún, la definitiva sustitución de valores culturales por su tosca caricatura. El resultado tiene su resonancia social -pero Dios nos libre de atrevernos en público a relacionar las más obvias consecuencias de la incertidumbre social y cultural que nos agobia, con la malformación a la que por años nos hemos visto expuestos.

Cuando se pregunta si el esfuerzo en la formación audiovisual va acompañado con la adecuación de eso que tan toscamente se define como el perfil del egresado y lo que con cinismo se denomina las necesidades del mercado, hay que repetir: el Estado no puede resultar cómplice de un hecho cultural vicioso y destructivo, y que su única opción es la de formar artistas tan cultos y competentes, y con suficiente sentido crítico e independencia intelectual, que más allá de lo que los productores locales entiendan como sus necesidades, sean capaces de modificar con su oficio el universo audiovisual de nuestra cultura, y que sean capaces de brindarnos esa otra mirada, capaz de revelarnos el misterio escondido tras la equívoca fachada de lo inocuo y lo mediocre.

Cineasta