El Coronel de Ripstein

TAL CUAL MARTES 26 DE SEPTIEMBRE DE 2000

CULTURA

El ojo de la serpiente

El Coronel de Ripstein

Rafael Marziano Tinoco

Hace más de ciento veinte años, Modesto Mussorgski compuso Cuadros de una exposición, paseo musical por una galería imaginaria, que a quienes sólo conocemos la obra para piano, no nos queda más que adivinar tras las notas. Años después, Ravel completaría el trabajo de Mussorgski, y adaptaría la obra para gran orquesta, estableciendo las pautas de la técnica de la orquestación moderna. Esta doble transgresión -de medio artístico y de instrumento- plantea las dificultades intrínsecas de toda traducción: el decir una cosa de una manera que bien pudo ser dicha ya de otra. Adolfo Castañón escribe que "una buena traducción parece buena aunque no sea traducción, sino invención del original. Dicho de otra manera, la armonía, la exactitud con que el texto se ajusta a un contexto, hace prescindible el texto mismo" (1). Arturo Ripstein, quien comenzó su carrera adaptando a García Márquez (Tiempo de morir, 1965), lleva otra vez una de sus obras a la pantalla: El coronel no tiene quien le escriba (1999), reconstrucción preciosista y meticulosa de la obra literaria. García Márquez, fundador de la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, ha seguido con celo el destino de sus ya numerosas historias adaptadas al cine. Pero, haciendo caso omiso a la recomendación de Castañón, no ha prescindido jamás del texto mismo.

Pienso entonces en Günter Grass, que esperó veinte años para permitir que un Schlöndorf filmara las primeras dos terceras partes de su libro, es decir, que filmara lo filmable y desterrara el resto -la reflexión sobre el destino de Alemania del reconvalesciente Oscar.

Un tonto y trillado lugar común afirmaba que García Márquez habría tan sólo recogido un realismo mágico que recorría suelto las veredas de nuestro continente. Nada más falso. Lo suyo es deicidio, visión mitificadora, destrucción del tiempo, creación de un mundo entero sin el cual el realismo se convertiría en ese barro desdichado que agobia nuestras vidas. Pero Ripstein recorre con celo las líneas de García Márquez, y las recrea minucioso una tras otra. Prescinde del contexto, se queda con el texto, con una cáscara que nos resulta ajena, que nos hace solicitar las diligencias de la memoria de la obra original para disfrutar lo que tenemos por delante: un viejo que jamás pudo ser coronel de nada, un pueblo sucio como tantos, la espera de un cheque del seguro social, o una sensiblera escena de la ramera rica que secretamente ayuda a la mujer pobre del coronel -conserva dulce y latas de sardina mediante-, escena digna de cualquier culebrón lacrimoso de los años cincuenta.

Quizás la obra de García Márquez no sea filmable. O quizás haga falta el paso de más de cien años, para que alguien con menos respeto que agallas y talento destroce su obra para dárnosla de nuevo, de nuevo viva.

(1)Adolfo Castañón: El Jardín de los Eunucos (paseos III): El Profesor y la Sirena. Cineasta