Igor Barreto: El Universal

Cine

El camino de las hormigas

Igor Barreto

El Universal

Caracas.- En algunas secuencias de La muerte de Orfeo, el testamento fílmico de Jean Cocteau, el poeta y director francés habla de una ciencia particular, la Fenixología, es decir, el arte de morir para volver a renacer. Este es el caso del cine venezolano, un cine 'fenixológico', que ha muerto tantas veces, aun en la pantalla, y ha vuelto a renacer, de vez en cuando, con películas como el documental de Rafael Marziano El camino de las hormigas (1992). Se trata de un mediometraje sobre Caracas, al que podemos acceder a través de la colección de videos de la Cinemateca Nacional. La visión de Marziano sobre nuestra 'Sucursal del Cielo' es apocalíptica. Y, como todo Apocalipsis (el de San Juan, por ejemplo) no ofrece noticias rigurosamente veraces, sino que se limita a tratar al mundo intuitiva y poéticamente. Estas visiones apocalípticas sobrevienen también como la consecuencia de una catarsis ética. El camino de las hormigas está animado por esta intención ética, que no es el caso de una 'moralina' cualquiera. La Caracas que le ha tocado retratar a Marziano es una ciudad que no tiene centro: El Silencio ya no es el centro, ni la avenida Bolívar nuestros Campos Elíseos. En el film, estamos frente a una ciudad donde domina el caos y la superposición de múltiples micromundos: 'Devuélveme mi corazón', dice una actriz de telenovela, en un programa que un personaje del documental observa atentamente, como si se tratara de una voz de una ciudad perdida. Por otra parte, El camino de las hormigas encuentra en Una gran ciudad (1973) de Joaquín Cortés, un antecedente importante; pero, a pesar de la calidad del film de Cortés, la obra de Marziano es más compleja en su puesta en escena. En la película de Rafael Marziano, la Caracas apocalíptica es enjuiciada desde la altura de una naturaleza salvadora, simbolizada en la montaña del Avila. La visión en picada de la ciudad desde las alturas, se convierte en una marca de estilo para la totalidad de la narración, subrayando el carácter enjuiciador de la misma. El Avila es un testigo sereno, casi religioso, de nuestras maldades. La ciudad transcurre a sus pies y su vertiginosidad es marcada muchas veces por la aceleración de la imagen, o por la angustia de sus protagonistas que declaran sus tragedias (las de todos) frontalmente. Al final de este excelente documental, una cámara en subjetiva se adentra por un sendero de selva tropical, una naturaleza intocada, que se opone a la impureza urbana de un tractor que derriba un árbol al comienzo de la cinta. Todo apocalipsis relata la destrucción de un mundo y el advenimiento de otro; en esta imagen final del film de Marziano pareciera prefigurar una posible salida romántica de nuestro caos: la reconciliación con la naturaleza. Este documental es un largo poema sobre nuestras maneras de practicar el mal. La verdad es que, a pesar del caos, nadie se quiere ir de Caracas. La única explicación de este sinsentido la encuentro en un ensayo de Carlos Monsiváis sobre la ciudad de México, donde afirma que: 'Sólo la ansiedad centralista determina la intensidad del arraigo', de nuestro verdadero arraigo.