De Triunfo de la Voluntad a El Gran Dictador

TAL CUAL MARTES 10 DE JULIO DE 2001

CULTURA

El ojo de la serpiente

De Triunfo de la Voluntad a El Gran Dictador

Rafael Marziano Tinoco

En 1934 el Nsdap, Partido Nacional Socialista Alemán, celebró su sexto congreso en la ciudad de Nuremberg. A un año de su ascenso al poder, el primero del Reich nazi que habría de durar más de mil años, la celebración que por tres días desbordó la ciudad abundó en himnos y discursos, en ceremonias paganas de llamado ancestral de la raza, en espectáculos pirotécnicos de infernal belleza, y en una de las más extraordinarias concentraciones militares que haya presenciado jamás la historia.

El Ministerio de Propaganda del Reich encargó a la genial documentalista Leni Riefensthal plasmar para la posteridad tales hechos, y de su extraordinario trabajo surgió Triumph des Willens (1934). Prohibido por años en muchos países, este documento que muestra -al decir de la propia Riefensthal- el drama entre un hombre y su nación, retrata el espíritu de una de las dos utopías del siglo veinte: el triunfo de la voluntad del poder como herramienta de dominio de la raza. Junto a la otra -el triunfo de la voluntad de poder como herramienta de dominio de la clase proletaria- iniciaron, el 23 de agosto de 1939, con la firma de los protocolos secretos del tratado Ribbentrop-Molotov, el holocausto de la Segunda Guerra Mundial.

El film de Riefensthal explota el extraordinario valor pictórico de la gigantesca concentración, basado en la sorpresiva paradoja que significa miles de hombres alineados en simétricas formaciones imitando la sincronía de máquinas de precisión, metáfora y símbolo del militarismo autoritario, donde la libertad individual se restringe al severo ámbito que le otorgan simétricas y estrechas formaciones intelectuales, y donde cada cual apenas si tiene un lugar, como pieza en el preciso engranaje del gran proyecto de las utopías. Ambas -fascismo y comunismo- vieron el origen de todo mal en el capitalismo -cuyo también implacable engranaje visitó en su momento Chaplin en Modern Times (1936). No fueron, sin embargo, modernos los tiempos que animaron la máquina militar de las legiones romanas. Mecánica, sí, no obstante, fue su forma de aplastar la libertad. Centurias ordenadas al monótono toque de un tambor marcaron con sus pasos un damero perfecto cuyo solo dibujo destrozó el destino de los rebeldes de Spartacus (Kubrick, 1960). Mecánico e insensible fue también el engranaje de la injusticia militar de Path of Glory (1957). Pero sobre todo fue hipócrita e inmoral: el triunfo de la peregrina idea de que los hombres, sumidos en las desgarradoras luchas de la jerarquía, pueden prescindir de la decencia.

El camino de El Triunfo de la Voluntad bien pudo haber terminado, en justicia, con El Gran Dictador (Chaplin, 1940), reivindicando así la candidez y el destino de los Jewish Barber frente al de todos los Adenoyd Hynkel de la historia. Pero no fue así. En 1989, Andrzej Fidyk visitó Pyong Yang y filmó Desfilada, el registro de una de tantas ceremonias nacionales con las que los norcoreanos vitorean desde hace medio siglo a sus tiranos. Veo, por último, la Firma del Acta de la Independencia de Tovar y Tovar y me imagino que de alguna manera intenta retratar la historia. Distingo cincuenta y dos rostros: cuarenta y nueve de civiles, y sólo tres hombres de uniforme, uno solo de ellos, con seguridad, militar profesional. Algo ha cambiado. Después de ciento noventa años, hoy aceptamos sin chistar que se pretenda honrar aquel momento de nuestra historia republicana, con un tosco espectáculo de estética cuartelaria, más pretencioso que los de El Triunfo de la Voluntad, más ridículo que cualquiera de los que pudo jamás soñar El Gran Dictador.

Cineasta