Situación política tras la derrota de Ocaña

Con tales desdichas, destruidos ó menguados unos tras otros los me-

jores ejércitos españoles, debieron, naturalmente, los ingleses, meros

espectadores hasta entónces, tomar, en su extrema prudencia, medidas

de precaucion. Lord Wellington determinó dejar las orillas del Guadia-

na y pasar al norte del Tajo, empezando su movimiento en los primeros

dias de Diciembre. Despidióse ántes de la junta de Extremadura, y mos-

tróse muy satisfecho «del celo y laborioso cuidado (son sus expresiones)

con que aquel cuerpo habia proporcionado provisiones á las tropas de

su ejército acantonadas en las cercanías de Badajoz.» Dicha junta habia

sido una de aquellas autoridades contra las que tanto se habia clama-

do, pocos meses ántes, acerca del asunto de abastecimientos, tachándo-

las hasta de mala voluntad. El testimonio irrecusable de lord Wellington

probaba ahora que la premura del tiempo y la gran demanda fueron cau-

sa de la escasez, y no otras reprensibles miras.

La profunda sima en que la nacion se abismaba consternó á la co-

mision ejecutiva de la Junta Central, poniendo á prueba la capacidad y

energía de sus individuos. Mas entónces se vió que no basta reconcen-

trar el poder para que éste sea en sus efectos vigoroso y pronto, sino que

tambien es preciso que las manos escogidas para su manejo sean ágiles

y fuertes. No formando parte de la comision ninguno de los pocos centra-

les á quienes se consideraba, por su saber, como más aptos, ó como más

notables por los brios de su condicion, escasearon en aquel nuevo cuer-

po las luces y el esfuerzo; faltas tanto más graves, cuanto los aconteci-

mientos habian puesto á la nacion en el mayor estrecho.

Así resultó que al saberse la derrota de Ocaña, quedó la comision co-

mo aturdida y aplanada, no desplegando la firmeza que tanto honró al

Gobierno español cuando la jornada de Medellin. Redujéronse sus pro-

videncias á las más comunes y generales, habiendo, en vano, nombrado

á Romana para recomponer el ejército del centro, tan menguado y per-

dido; pues aquel general permaneció en Sevilla, temeroso, quizá, de que

sus hombros flaqueasen bajo la balumba de tan pesada carga. Para lle-

nar su hueco, á lo ménos en ciertas medidas de reorganizacion, partieron

camino de la Carolina D. Rodrigo Riquelme y el Marqués de Campo-Sa-

grado, uno individuo de la comision y otro de la Junta, quienes, en union

con el vocal Rabé, debian impulsar la mejora y aumento del ejército, y

atender á la defensa de los pasos de la sierra. Repeticion de lo que hizo

la Central al retirarse de Aranjuez, con la diferencia de que ahora no hu-

bo mucho vagar ni espacio.

Tampoco se destruyeron, con el nombramiento de la comision eje-

cutiva, las maquinaciones de los ambiciosos. Volvió á salir á plaza D.

Francisco Palafox, deseoso de erigirse, por lo ménos, en lugartenien-

te de Aragon. Sospechábase que le prestaba su asistencia el Conde del

Montijo, que á hurtadillas se fué de Portugal acercando á Sevilla. Tuvo

de ello aviso el Gobierno, y Romana, á quien ántes no disgustaban ta-

les manejos, ahora, que podian perjudicar á los en que él mismo andaba,

instó para que se aprehendiesen las personas de Palafox y Montijo, jun-

tamente con sus papeles. El último fué cogido en Valverde del Camino y

trasladado á Sevilla, en donde tambien se arrestó al primero, sin que lo

impidiese su calidad de central. Metió algun ruido la detencion de es-

tos personajes, y mayor hubiera sido, á no tenerlos tan desopinados sus

continuos enredos. Los acontecimientos que sobrevinieron, terminaron

en breve la persecucion de entrambos.

Romana, que tanta diligencia ponia en descubrir y cortar las tramas

de los demas, no por eso cesaba de alterar con su conducta la paz y bue-

na armonía del Gobierno supremo. Favorecia grandemente sus miras su

hermano D. José Caro, que á nada ménos aspiraba que á ver á su fami-

lia mandando en el reino. En la provincia de Valencia, puesta á su cui-

dado, trabajaba los ánimos en aquel sentido, y con profusion esparció

el famoso voto de Romana de 14 de Octubre. La junta provincial ayu-

dóle mucho en ocasiones, y este cuerpo, provocando unas veces el nom-

bramiento de una regencia exclusiva, desechándolo en otras, vário é in-

constante en sus procedimientos, manifestaba que á pesar de su buen

celo por la causa de la patria, influian en sus deliberaciones hombres de

seso mal asentado.

Don José Caro remitió á las demas juntas una circular, á nombre de

la de Valencia, en que, alabando los servicios, el talento, las virtudes de

su hermano el Marqués de la Romana, se hablaba de la necesidad de

adoptar lo que éste habia propuesto en su voto, y se indicaba á las cla-

ras la conveniencia de nombrarle regente. La Central, en una exposicion

que hizo á las juntas, y ántes de finalizar Noviembre, grave y victoriosa-

mente rechazó los ataques y opinion de la de Valencia, invitando á to-

das á aguardar la próxima reunion de Córtes. Las provincias apoyaron el

dictámen de la Central, y en Valencia se separaron de Caro varios que le

habian estado unidos. Para cortar las disensiones, debió Romana pasar

á aquella ciudad; viaje que no verificó, enviando en su lugar á D. Lázaro

de las Heras, hechura suya, pues el Marqués tomaba á veces por sí reso-

luciones, sin cuidarse de la aprobacion de sus compañeros. Las Heras,

como era de esperar, procedió en Valencia segun las miras de Romana, y

atropelló en Diciembre, y confinó á la isla de Íbiza, á D. José Canga Ar-

güelles y á otros individuos de la Junta, ahora encontrados en opiniones

con el general Caro.

Pero con estas reyertas y miserias crecian los males de la patria, y la

Central, en cuyo cuerpo no habian en un principio reinado otras divisio-

nes sino aquellas que nacen de la diversidad de dictámenes, se vió en la

actualidad combatida por la ambicion y frenéticas pasiones de Palafox,

de Romana y sus secuaces, convirtiéndose en un semillero de chismes,

pequeñeces y enredos, impropios de un gobierno supremo, con lo cual

cayó áun más en tierra su crédito y se anticipó su ruina.

La comision ejecutiva, cuya alma era el mismo Romana, nada, pues,

de importante obró, poniéndose de manifiesto lo nulo de aquel general

para todo lo que era mando. La Junta, por su parte, y en el círculo de fa-

cultades que se habia reservado, animada del buen espíritu de Jovella-

nos, Garay y otros, acordó algunas providencias no desacertadas, aun-

que tardías, como fué el aplicar á los gastos de la guerra los fondos de

encomiendas, obras pías, y tambien la rebaja gradual de sueldos, excep-

tuándose á los militares que defendian la patria.

En el período en que vamos, ó poco ántes, examinóse asimismo en

la Junta Central una proposicion de D. Lorenzo Calvo de Rozas sobre la

importante cuestion de libertad de imprenta. La Junta, ora por la grave-

dad de la materia, ora, quizá, para esquivar toda discusion, pasó la pro-

puesta de Calvo á consulta del Consejo, el cual, como era natural, mos-

tróse contrario, excepto D. José Pablo Valiente. Extendida la consulta,

subió á la Central, y ésta la remitió á la comision de Córtes, que á su vez

la pasó á otra comision, creada bajo el nombre de instruccion pública,

corriendo por aquella inacabable cadena de juntas, consejos y comisio-

nes á que siempre ¡mal pecado! se recurrió en España. En la de instruc-

cion pública halló la propuesta de Calvo favorable acogida, leyendo en

su apoyo una Memoria muy notable el canónigo D. José Isidoro Morales.

Mas en estos pasos, idas y venidas, se concluia ya Diciembre, y las des-

gracias cortaron toda resolucion en asunto de tan grande importancia.

Entre tanto se acercaba tambien el dia señalado para convocar las

Córtes. La comision encargada de determinar la forma de su llamamien-

to tenía ya casi concluidos sus trabajos. No entrarémos aquí en los de-

bates que para ello hubo en su seno (cosa ajena de nuestro propósito), ni

en los pormenores del modo adoptado para constituirse las Córtes, pues

retardada por los acontecimientos de la guerra la reunion de éstas, nos

parece más conveniente suspender, hasta el tiempo en que se juntaron,

el tratar detenidamente de la materia. Sólo dirémos en este lugar que se

adoptó igualdad de representacion para todas las provincias de España;

debiéndose dividir las Córtes en dos cuerpos, el uno electivo y el otro de

privilegiados, compuesto de clero y nobleza.

Las convocatorias que entónces se expidieron fueron sólo las que

iban dirigidas al nombramiento de los individuos que habian de compo-

ner la cámara electiva, reservando circular las de los privilegiados para

más adelante. Motivó tal diferencia el que en el primer caso se necesi-

taba de algun tiempo para realizar las elecciones, no sucediendo lo mis-

mo en el segundo, en que el llamamiento habia de ser personal. Mas de

esta tardanza resultó despues, segun verémos, no concurrir á las Córtes

sino los miembros elegidos por el pueblo, quedando sin efecto la forma-

cion de una segunda cámara.

El mismo dia que partieron las convocatorias, se mudaron tambien

los tres individuos más antiguos de la comision ejecutiva, conforme á

lo prevenido en el reglamento. Eran éstos el Marqués de la Romana, D.

Rodrigo Riquelme y D. Francisco Caro, entrando en su lugar el Conde

de Ayamans, el Marqués del Villar y D. Félix Ovalle. Su imperio no fué

de larga duracion.

Todo presagiaba su caida y la de la Junta Central, y todo una próxi-

ma invasion de los franceses en las Andalucías. Para no ser cogida tan

de improviso como en Aranjuez, dió la Junta un decreto en 13 de Enero,

por el que anunció que debia hallarse reunida el 1.o del mes inmediato

en la isla de Leon, á fin de arreglar la apertura de las Córtes, señalada

para el 1.o de Marzo, sin perjuicio de que permaneciese en Sevilla algu-

nos dias más un cierto número de vocales, que atendiese al despacho de

los negocios urgentes. Este decreto, en tiempos lejanos de todo peligro,

hubiera parecido prudente y áun necesario; pero ahora, cuando tan de

cerca amagaba el enemigo, consideróse hijo sólo del miedo, impeliendo

á despertar la atencion pública, y á traer hácia los centrales los contra-

tiempos y sinsabores que, como referirémos luégo, precedieron y acom-

pañaron al hundimiento de aquel gobierno.